El escritor Gustavo Martin Garzo no se hasta qué punto espoleado por la noticia, que no por recurrente deja de ser misteriosa, que en España siguen sin leer nunca un libro más del 40% de los ciudadanos, insistió en la conferencia que dio en el Aula de San Quirce de Segovia con el título 'El valor de la lectura’, incluida en el ciclo 'Valores y Sociedad', que el momento especial de contar un cuento es el que funda la literatura. Minutos después de leer la noticia en un periódico digital, y mientras, en el Museo de Picasso de Barcelona, estaba contemplando conmocionado dos de las obras que el pintor malagueño pintó con poco más de quince años, La primera comunión y Ciencia y Caridad, entraron por el lado izquierdo donde está expuesta la segunda un grupo de niños y niñas de cuatro o cinco años de edad que, acompañados por dos o tres monitores, se disponían a hacer la visita al museo. En un momento de la conferencia Martin Garzo, al mismo tiempo que se lamenta de lo difícil que sigue siendo en España poder ganarse la vida con la literatura pues nunca ha habido lectores, hace mención al extrañamiento, que no le abandona desde que era joven, respecto al hecho de que haya tanta gente que no lee nunca un libro. Sin embargo, a los monitores que acompañaban a los párvulos al museo de Picasso no hacía falta preguntarles, debido a la edad que tenían, por qué no se habían quedado en el aula contándoles un cuento a sus alumnos, en lugar de traerlos a un lugar donde lo que mejor sabían hacer era molestar - por más que aquellos no dejaban de decirles a estos que no hablaran o que lo hicieran en voz baja con la mueca del dedo índice apretando los labios cerrados - a quienes en ese momento estábamos disfrutando de las piezas que se muestran en el Museo del pintor malagueño. Los nuevos estudios neurológicos seguro que tienen una respuesta, o varias, para contestar a la pregunta de por qué la proverbial dispersión de la atención y concentración infantil logran fijarse más ante las imágenes que con las palabras. Puede que esta respuesta satisfaga de inmediato a los monitores de los párvulos, pero ni siquiera se atreve a encarar el misterio del que habla Martin Garzo. No está tan clara la vinculación que el autor vallisoletano hace del hábito adulto de la lectura con que se hayan escuchado muchos cuentos durante la infancia. Muy al contrario parece más lógico que si a uno lo acostumbran de niño a escuchar cuentos, lo normal es que cuando llegue a la edad adulta quiera seguir haciéndolo. En este sentido parece sensato pensar, según la teoría de los mundos especulares, que sean la teatralización de las imágenes las que mejor den continuidad al efecto de busto parlante que tiene el contador de cuentos sobre su audiencia infantil. Este sea quizá uno de los efectos no deseados, como ya te he comentado varías veces, de las sesiones de la Hora del Cuento, que en las últimas décadas se ha extendido como una actividad extra escolar por todos los centros educativos de la península. Más que lectores lo que ha producido han sido candidatos a subir a un escenario o a ponerse delante de una cámara. Lo que un contador de cuentos no puede transmitir nunca es la soledad y el silencio, en fin, la necesidad de intimidad que le es propia a todo acto de lectura. El misterio de por qué tantas personas no leen nunca un libro, al que se refiere Martin Garzo, no hay que buscarlo, por tanto, en el lado visible o en la teoría especular de la vida, sino en su lado menos evidente o más oscuro. Según dicha teoría cada galaxia tiene una imagen especular, del mismo modo que las partículas elementales tiene su polo opuesto. Lo que lo diferencia de la escritura y la lectura es la forma y el lugar donde se alojan esos entendimientos reflejados. Pues leerle a alguien un cuento no tiene su polo opuesto en la fundación de la literatura, como dice Martin Garzo, sino, todo lo más, en que el oyente haga también de lector de cuentos a sus semejantes. No olvidemos que la teoría especular de la vida no deja de responder al principio mecánico que hace que todo dentro de ella se mueva. La fundación de la literatura sólo se da en el momento íntimo de la lectura y en el contrapunto de la escritura. Y ahí no opera el principio mecánico del espacio, sino el de la intuición del tiempo. Hay una gran diferencia entre hablar y la lectoescritura. La palabra hablada va destinada a la vida y ahí busca su reflejo o aquiescencia, mientras que la palabra escrita y leída busca adentrarse en los misterios del mundo donde busca su revelación. La escritura y la lectura tienen que ver más con aceptar la vida tal y como es, incondicionalmente, con lo que no se puede decir de palabra. Es una forma de la felicidad que, me di cuenta de inmediato en cuanto los vi entrar en la sala donde yo me encontraba, los monitores que acompañaban al grupo de párvulos al Museo Picasso no compartían en absoluto. Los monitores sentaron a los párvulos en filas de a dos delante del cuadro de la Primera Comunión, y el blanco deslumbrante que lleva la principal protagonista del hermoso cuadro bastó para acallar momentáneamente el suave griterío que tenían montado. Luego les dieron a cada párvulo papel y lápiz, y les dijeron que hicieran un dibujo de lo que estaban viendo. Lo hicieron bien y lo hicieron todos, con esa naturalidad que les daba verse reflejados en un espejo. Ciertamente me resultó emocionante observar como se fundaba o se expandía su alma recién estrenada.