martes, 8 de mayo de 2018

LA PRECARIEDAD

La directora editorial de Seix Barral dice, en un entrevista para una revista digital, que es falso que los grandes grupos editoriales solo publiquen libros para ganar dinero, y que sean las pequeñas editoriales quienes publican la auténtica literatura. Por otro lado, desde la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal) se aprecia una tímida recuperación de las ventas de libros después de unos años muy duros durante los cuales la crisis ha golpeado sin miramientos al sector. Buena parte del futuro de las librerías, dicen los más optimistas de ese mismo sector, se juega en el regreso a su vocación primera, donde la cercanía, la calidad y la agitación cultural van de la mano. Respecto a los que escriben la situación es parcialmente confusa. Los hay, la mayoría, que siguen apegados a la narrativa decimonónica como una manera de contar imperecedera. No en balde la visión del mundo de los ciudadanos es la misma hoy que hace doscientos años, si aceptamos, dicen sus defensores, que la velocidad digital no es una variable que afecte al fondo de aquella visión epifánica, pues la verdad de las mentiras prevalecerá siempre. Entonces, ¿por qué cambiar la narratividad de los relatos? Y entre quienes quieren escribir mediante una narratividad diferente basculan entre la autoficción y la antificción. Entre los que huyen del yo del escritor para tratar de llegar a otro sitio, y quienes hacen el camino inverso. Los que no cambian, como la Navidad, son los destinatarios de lo que los escritores escriben, los editores grandes o pequeños editan y lo que las librerías físicas u online ponen a la venta. Pasan los años y las estadísticas permanecen invariables. Sin entrar a valorar el por qué de las diferentes actitudes frente a lo publicado, los datos, solo datos, quedarían así: el 40% de la población española no lee nunca un libro, el 50% lee lo que ofrecen las grandes corporaciones editoriales y el 10% restante prueban en la oferta de las pequeñas editoriales. Atravesando la existencia de todos ellos, escritores, editores y lectores, la precariedad es el lugar y la forma, es decir, el donde y el cómo suceden todas esas cosas. Pero lo peor es que ya no se contempla como un estado económico coyuntural a superar, ni como un agujero anímico del que salir, ni como un pretexto para una nueva configuración política. En esos órdenes de las cosas, los profesionales de la economía, la psicosociología  y la política siguen cada uno a lo suyo, como si no hubiera ocurrido nada. ¿Quiere ello significar que la existencia humana occidental - pues tampoco hay indicios de que, aunque con mejores datos, la tendencia sea otra en ese ámbito geográfico que tiene todavía fe en progreso - ha llegado al pie de ese abismo donde vislumbra su propio acabamiento? Jaeger, mirando retrospectivamente hacia la antigua Grecia, nos advierte al respecto,“Existe y ha existido en todo tiempo un arte que prescinde de los problemas centrales del hombre y debe ser entendido sólo de acuerdo con su idea formal. Existe incluso un arte que se burla de los denominados asuntos elevados o permanece indiferente ante los contenidos y los objetos. Claro es que esta frivolidad artística deliberada tiene a su vez efectos «éticos», pues desenmascara sin consideración alguna los valores falsos y convencionales y actúa como una crítica purificadera. Pero sólo puede ser propiamente educadora una poesía cuyas raíces penetren en las capas más profundas del ser humano y en la que aliente un ethos, un anhelo espiritual, una imagen de lo humano capaz de convertirse en una constricción y en un deber. La poesía griega, en sus formas más altas, no nos ofrece simplemente un fragmento cualquiera de la realidad, sino un escorzo de la existencia elegido y considerado en relación con un ideal determinado.” ¿En qué momento, valga decir, se jodió todo? Los expertos en demonologia dicen que fue cuando nuestra impaciencia le dio voz y voto al diablo en nuestra vidas, al cual se le reconoce por su afición a tirar a la basura lo que ya ha obtenido. También, dice la rama más ontológica de aquella especialidad, por malinterpretar a Spinoza que, repito, dijo Dios, o Naturaleza. Nunca escribió Dios, o Diablo.