Se da la circunstancia de que Eloy Gutiérrez, profesor de filosofía del mismo instituto donde imparte sus clases Cristina Arozamena, dijo en un claustro de profesores, “ya no puedo más de este milagro que es no saber nada del mundo y no haber aprendido nada sino a querer las cosas y a comérmelas vivas". Muchos antes de estas declaraciones, Picasso le había hincado el diente tanto al arte como a la vida. Dejando el dato y la fecha para la Historia. La profesión de Eloy no es ahora otra cosa que un peritaje especializado que se encarga, por el mismo sueldo que el de profesor de filosofía (está es la única ventaja de su transformación profesional) - dice a continuación - comentar cosas de la filosofía, trasformada así en un anecdotario de eventos históricos, sin pararse a pensar y a dialogar a continuación con los alumnos, como parte esencial del aprendizaje, sobre esas cosas que les comenta. Los niños tienen pocas actividades y dicen que se aburren, es una cantinela con la que los padres recriminan a los maestros de la educación primaria su poco entusiasmo hacia la educación, y que Eloy lleva oyendo desde su época de estudiante en prácticas en la escuela municipal de su barrio, donde pidió al director, amigo de su madre, a la sazón, maestra del mismo centro educativo, que le dejara asistir como oyente a algunas de las clases que se impartían. Ya por entonces Eloy intuía vagamente que el propósito de la vida es hacerse un alma, pues no la traemos de fábrica, en lugar de un caparazón de tortuga. También que estar abocado a la muerte es la constatación de la vida, es decir, la prueba más pura de que esto marcha en una dirección. Algo que empezó a intuir cuando era un niño y un día le preguntó a su padre qué era la muerte. O mejor dicho, el enigma de la muerte. Su padre le contestó de la misma manera que cuando le preguntó, por aquellas mismas fechas y puede que debido a la torpeza que apreció en la primera respuesta paterna, las otras preguntas que, más pronto que tarde, los niños les hacen a sus padres, a saber, de donde venimos y por qué estamos aquí. El caso fue que de esta contradictoria manera, de la que no eran ajenas las enrevesadas respuestas de sus padres a sus preguntas infantiles - dice Eloy - llegó a la conclusión de que existe el alma y que, por tanto, la enseñanza pública no debe tener otro propósito que educar ese alma. Ahora sabe que la alegría enfermiza, que vienen mostrando las madres desde antaño al pedir a los profesores más actividades para eludir él aburrimiento de sus hijos, no tiene razón. Pero él tampoco tiene el antídoto contra ella. La pretendida renovación del espíritu de sus hijos mediante la acción sin límites, no ha espantado el aburrimiento que los atenazaba, sino que lo ha enclaustrado dentro del caparazón de tortuga que aquella ha ido construyendo con el paso de los años. Ahora sus alumnos entran en el aula con ese fardo atado a sus espaldas y, por mucho que les diga que lo dejen en casa, piensa que si él no lo remedia ya no lo abandonarán nunca. El ideal griego educativo que estudió Eloy en la universidad y que le pareció acorde con la educación del alma no deja de parecerle vigente. Acorde con la manera trágica en que precipitan en la edad adolescente aquellas preguntas primordiales de la infancia, el mundo romántico que de todo ello se deriva es un mundo ideal. “Y el elemento de idealidad se halla representado en el pensamiento griego primitivo por el mito.”, dice Werner Jaeger. Nada mejor, por tanto, que el mito - piensa Eloy - para romper la coraza de tortuga dentro de la cual ha quedado encarcelado el espíritu del alumno que, por otro lado, no deja de repetir con ademanes físicos y fanfarronadas verbales, en sintonía en eso con la más acendrada tradición moderna, lo que Eloy Gutiérrez está harto, como ha hecho saber en el claustro de profesores del instituto, que se quieren mucho y que con ese mismo impuso lo único que desean es comerse el mundo con patatas.