miércoles, 16 de mayo de 2018

PROFESORES REPLICANTES

Siempre me ha impresionado de los profesores y maestros el alto concepto que tienen de sí mismos como tales. Aunque el tópico y las malas lenguas digan que solo se hacen docentes por el salario y la cantidad de tiempo libre que disfrutan, tiene que haber algo más. Por lo que me animo a pensar que su egótica perseverancia en el oficio no se sostiene únicamente a base de parámetros crematísticos, ya que ese algo luego lo trasladan a su vida privada, haciendo al final un todo indistinguible. Solo hay que quedar a cenar con un grupo de profesores o maestros para comprobarlo. Es entonces cuando oyéndoles hablar alrededor de la mesa, como si no pasara nada, su conducta se aparece ante mi esencialmente oscura, en el sentido de que por  mucho que tratemos de hablar del asunto educativo, animados por las viandas y los vinos, aquella seguirá siéndolo. Tanto es así que, a diferencia de los artistas, cuando llegan al tercer acto de su vida profesional, incluso ya hay casos que mucho antes, viendo los resultados obtenidos entre las mesnadas de alumnos que han pasado por sus aulas, los docentes nunca hablan de fracaso y suicidio. Solo hablan de jubilación, o baja por depresión, que deben ser entendida en todos los casos como sinónimo de cansancio. Que proviene de una sacralización del positivismo que ofrece tener todos datos frente a la aporía que lleva consigo cualquier proceso de aprendizaje. Aprender es totalmente imposible porque es imposible aprender lo que no se sabe (no se sabría lo que hay que aprender) e igualmente imposible aprender lo que se sabe (puesto que ya se sabe). Cuenta Verónica Muñiz, la profesora de dibujo del instituto del barrio, que corre un chiste por las redes sociales que dice así, ¿qué hace un profesor de secundaria cuando la clase no le hace caso? Apaga la luz del aula, coge una baja por depresión, vuelve antes de que acabe el curso y los aprueba a todos. Así el curso siguiente vuelve a encender la luz del aula con alumnos nuevos. Es decir, apaga y reinicia el sistema educativo, a   imitación de lo que hace un técnico con los sistemas informáticos. Es por ello que los cuerpos de los docentes, ante la falta de valor para el suicido o, sin llegar a tanto, el cambio de oficio, acaban siendo el campo de batalla de todos lo delirios que los padres y madres de sus alumnos se inventan para que sus hijos tengan lo que, según dicen, ellos nunca tuvieron. No sería más adecuado, dice Muñiz, volver al refrán antiguo, cuando seas padre comerás dos huevos. Un dicho que aunque tenga ecos cervantinos, más en concreto sanchopanzistas, no deja de estar en sintonía con la tradición de la antigua Grecia en el sentido que nos habla Jaeger, algo que es imposible encontrar en los ademanes de los profesores replicantes. Werner Jaeger dice,  “Hablamos, entonces, de la importancia educadora de los ejemplos creados por el mito, así las advertencias o estímulos de Fénix a Aquiles, de Atenea a Telémaco. El mito tiene en sí mismo esta significación normativa, incluso cuando no es empleado de un modo expreso como modelo o ejemplo. No lo es, en primer término, por la comparación de un suceso de la vida corriente con el correspondiente acaecimiento ejemplar del mito, sino por su misma naturaleza. La tradición del pasado refiere la gloria, el conocimiento de lo grande y lo noble, no un suceso cualquiera. Lo extraordinario obliga aunque sólo sea por el simple reconocimiento del hecho. El cantor, empero, no se limita a referir los hechos. Alaba y ensalza cuanto en el mundo es digno de elogio y alabanza”. Según refiere Muñiz el director de su instituto es un enamorado de la omnipotencia que se atribuye a los sistemas informáticos, lo que no hay manera de convencerlo es que, en gran medida, es una consecuencia de la ficción. A nivel técnico no hay dificultad para trajinar con la información, pero alguien ha tenido que introducir antes esa información en el sistema, y aquí reside la limitación de la informática: más que todo, no cabe el Todo. Entre otras razones porque el Todo es un atributo divino, y el claustro de profesores del instituto de Muñiz está formado por sujetos humanos que deciden todo lo que es necesario almacenar y todo lo que no. Respecto al Todo, por decirlo así, son miopes.  Respecto a los datos que hayan introducido con antelación, y los que no, están montando o editando un relato, aunque no sean muy conscientes de ello. Por ejemplo, cuántos chicos de procedencia latinoamericana, que no faltando nunca a clase, y manteniendo un comportamiento adecuado en el aula , ese que debería evitar que el profesor o la profesora apaguen la luz y se pidan una baja por depresión, sin embargo no consiguen llegar holgados a las pruebas de selectividad. Cuantos de procedencia autóctona, cuya conducta es la opuesta a los anteriores, llegan sobrados a esas mismas pruebas. Para intentar acercarse a ese misterio, no confundiendo el por qué con el cómo, como hacen los científicos respecto al origen de la vida, Verónica Muñiz se dedica buena parte del tiempo que duran los claustros a hacer dibujos de las caras de los compañeros asistentes. Piensa que en esos rostros puede encontrar algún rastro de lo que fue en su día su vocación de dedicarse a enseñar al que no sabe, eso de lo que es impotente la interminable palabrería de los profesores enclaustrados. No dar nada por definitivo nunca y la búsqueda de la verdad por encima de cualquier pretensión personal son actitudes que cualquier sistema no tolera a quienes a él se encuentren adscritos, de ahí el apagar y el encender de muchos profesores para empezar de nuevo, como hace cualquier informático. Puede que aquí se encuentre el por qué de la enfermedad del docente, pues aquellas dos virtudes forman la esencia de su profesión y, como tal esencia, no puede ser de otra manera. Disponemos de una adaptación a la educación de la normas ISO de calidad, dice Muñiz, aunque lo que pedimos en silencio es poder reconocer ante Homero, el gran poeta de la educación griega clásica, nuestros anhelos enfocados hacia un ideal educativo moderno.