viernes, 7 de abril de 2017

TOLOSA DE LANGUEDOC 1

TIEMPO HUMANO, TIEMPO DIVINO

Frío mucho frío. Niebla mucha niebla. Al llegar de noche el 30, y al amanecer del último día del año. Me ha sido inevitable empezar está crónica de la visita, la tercera, a Tolosa de Languedoc de otra manera que no fuera haciéndome eco de la extrema meteorología. Las otras dos veces que la he visitado fueron bajo un clima más benigno, propio de la primavera y el verano, lo que, digo yo, debió influir en que ni se me ocurriera pensar que el frío y la niebla, propio del invierno de todo fin de año, iban a ser protagonistas de excepción en esta despedida del 2016. La falta de costumbre de vivir en estas ciudades de interior, o continentales, y con un gran río a su vera - he ido pensando después -, debió aportar lo suyo a que las tiritonas que, desde que llegué hasta que me marché, no me abandonaran. Con ellas encima, yendo de un lado para otro por las calles y lugares tolosanos, no logré activar mi memoria infantil, vivida también en una ciudad de interior, Zamora, y a orillas de un río grande, el Duero. Únicamente, cuando iba más encogido caminando, me venían a la cabeza las imágenes de la información meteorológica habitual, mediante las que me informan que en estas ciudades de interior la niebla puede instalarse sobre sus calles y tejados durante quince días. Las entrevistas a los transeúntes ocasionales, que siempre acompañan a estas informaciones, los suelo ver comprensivos ante la que está cayendo: tiempo que hace su tiempo es buen tiempo, o todavía no hay nadie, afortunadamente, que le enmiende el guión a la naturaleza en estos menesteres de las climatología, pero también moderadamente cínicos respecto al entrevistador. Resumiendo, ni apocalípticos ni integrados, sino todo lo contrario. Lo cual visto delante del televisor no deja de producir, como con toda información que por allí aparece, un inevitable efecto de insensibilidad o distanciamiento. Son palabras poco fiables en términos de comunicación, es decir, de que se quiera o se pueda decir algo con ellas. Son, para entendernos, como los buenos días de por la mañana, cumplen un función de cortesía, de que tu estás ahí y yo estoy aquí, de que estamos vivos y de que nos lo reconocemos mutuamente. Nada más y nada menos. La mayoría de las palabras que se dicen o se escuchan a lo largo del día sirven para eso. Todo está servido - volviendo la información meteorológica y mis tiritonas en Toulouse - como si tuviera que ver con tu vida, pero, al mismo tiempo, todo parece hablar de la siguiente manera: menos mal que no estoy ahí, que bien que mi vida está segura y calentita aquí en mi casa. Al fin y al cabo, nada de lo que aparece en la pequeña pantalla, ni en ninguna de las otras pantallas, tiene que ver del todo con nuestra vida, pero está al lado de toda nuestra vida.

La visita a la ciudad de Tolosa de Languedoc, además de para pasar el cambio de año, estaba motivado por el acercamiento más atento, que en las dos anteriores, a la figura de Santo Tomás de Aquino, cuya tumba preside de forma majestuosa, como solo el Vaticano sabe tratar a los promotores de su ideología, la nave central del convento de los Jacobinos. Tomás murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7 de marzo de 1274, cerca de Terracina. Posteriormente, el 28 de enero de 1369, sus restos mortales fueron trasladados a Tolosa de Languedoc, fecha en la que la Iglesia católica lo celebra. Tiempo humano, tiempo divino. A lo mejor hay algo entre medias.