lunes, 17 de abril de 2017

LA ACTITUD

Siguiendo en la senda que abre el trato con las palabras sensibles de la última entrada - después de atravesar sano y salvo por la senda de las palabras instrumentales de la Semana Santa y la Semana Republicana, en su inhabitual coincidencia en el calendario de este año - he de decirte que aunque esa frontera y la última palabra a su vera, que el otro día te mencionaba, tienen muy buena salud, no acaban, sin embargo, de ocuparlo todo en el conjunto de la actitud de los lectores de un club de lectura. Convengamos que la comunidad de los lectores que asisten a los clubs de lectura es un epítome arbitrario de la comunidad de hablantes que normalmente utilizan la palabra instrumental en su intercambio diario, bien sea en el ámbito profesional, familiar, social o psíquico. Una comunidad de hablantes suscritos a una ontología individualista que concibe a los sujetos como seres naturalmente autosuficientes y que pueden maximizar todo en su propio beneficio. Si no lo hacen, sólo ellos son los culpables de no triunfar, de no obtener placer, de no sentirse bien, de no ganar suficiente dinero, en suma, de no ser “felices”. 

Ante este panorama, a nadie en su sano juicio que modere un club de lectura se le ocurre preguntar a quién desea participar algo así como: ¿para qué sirven las palabras? o ¿para qué te sirven a usted las palabras? Preguntas de las que todo lector debiera hacerse cargo al entrar en un club de Lectura, pues la literatura (Lectura y escritura) es un experiencia con la visión que uno tenga del mundo (no con el método de apropiarse de el) en el territorio del lenguaje de las palabras. De acuerdo a aquella ontología que todo lo impregna, la entrada y la salida de un club de lectura son gratuitas, y sin tener que dar explicaciones, concebida esta gratuidad en su sentido más amplio y más laxo. Siendo así que esa comunidad de lectores, que vienen de aquella comunidad de hablantes, son más dados al uso de la palabra de trazo grueso, propio del hábito instrumental que tienen al usarla, que al apasionado compromiso con las preguntas que se pueden derivar de las palabras sensibles, más dados a pavonearse de lo que saben antes que tratar humildemente con lo que ignoran. Son mas dados, para entendernos, a hablar o decir lo que les gusta de lo que han leído, bien tenga relación ese me gusta con el argumento (en la mayoría de los casos) o con la composición estética (en los menos), que a hacer explícito lo que les ha perturbado o desconcertado, en fin, aquello que les ha atravesado al leer y todavía no saben que hacer con ello. 

En buena lógica de las palabras sensibles, un club de Lectura debería ser el lugar y el momento de encuentro de esos lectores que han tenido, en relación con la Lectura propuesta, un momento de perturbación y desconcierto nunca antes experimentado, y que no saben que hacer con él. Pues de manera impremeditada ha conseguido abrirse paso entre el imperativo de las palabras instrumentales de cada día, hasta llegar a percibirlo como algo importante, digamos, del mismo rango que la vida a la que se encuentra apegado. De repente, la importancia de la vida se hace visible en toda su plenitud a la luz de la lectura de aquellas palabras sensibles. Les ha modificado de tal manera que se han dado cuenta de que volver a repetir lo de siempre como si nada les hubiera sucedido, como si esa luz y esa plenitud no existieran, les devuelve una imagen de sí mismos, digamos, indigna. Esa modificación que están viviendo, reconozcámoslo, se ha colado por las grietas que han aparecido, sin saber cómo, en la insigne e indestructible fortaleza de aquella ontología del yo autosuficiente. 

Esta debería ser la grandeza y el sentido de estos encuentros literarios. Por un lado, la tensión que surge entre la vida que lleva el lector y sus lecturas. Y, por otro, los beneficios que pueda extraer de su actitud ante la representación del desequilibrio que esa tensión le produce.