viernes, 21 de abril de 2017

LA VISIÓN

Tal vez pueda parecer estrafalario decir, como apunté en la entrada anterior, que una novela, un cuento y un poema son visones de parecido rango a lo que era para los antiguos mirar llenos de asombro el universo exterior o quedarse arrobados ante una imagen del divino. Aunque yo pienso que lo estrafalario es, contra todo imperativo digital, la actitud carente de visiones con que vive hoy el autosuficiente. A lo que él seguro me contestaría: mi vida no tiene visiones, cierto, porque está servida y satisfecha con todo tipo de botones. Es como si el autosuficiente hubiera alcanzado la convicción, o la visión vete tú a saber, de que la disponibilidad de todos esos botones incluyera de forma inmediata a todas las visiones hoy posibles. Llámalo, si quieres, la forma que ha adquirido el éxtasis o la mística postmodernos. Y, sin embargo, hay algo en esa jaculatoria del "me gusta" en la época de los botones, que la asemeja, o la equipara, al "amen" del beato en aquellos tiempos de las visiones. Me refiero al reguero de misterio que sus feligreses desprenden cada vez que las pulsan o las pronuncian. Un misterio que alcanza y envuelve tanto al autosuficiente de los botones como al beato de las visiones. Pues el "me gusta" y el "amen" son expresiones rudimentarias de algo que es permanente y subyace bajo el domino de la tecnología de cada época, a saber, más allá de la noticia de los hechos hay una necesidad inaplazable de tratar de dar vida a lo que, sino, acabará convertido en mero dato muerto. Caspa, para entendernos. O dicho de otra manera, las palabras sensibles vistas y tratadas como conductoras del misterio pues intuimos - más allá, o a pesar, de las noticias o datos que vehiculan las palabras instrumentales - que nuestra vida, a pesar de los claros del bosque, no deja de ser nunca un misterio frondoso y profundo. 

Por mucho que la insolencia del "me gusta" del autosuficiente pretenda hacernos creer que es superior a la sumisión del beato ante su "amen", tu y yo sabemos que en los dos la naturaleza de su razón es percibir las cosas como necesarias, no como contingentes. En ese sentido el "me gusta" y el "amen" buscan lo mismo, ser eternos en el instante que hacen valer su jaculatoria. Buscan tocar aquello que imaginan con el "me gusta" y el "amen", que ya ha rebasado el campo instrumental de las palabras cotidianas, abriendo antes sus ojos el inmenso campo de las palabras sensibles. Otro asunto es que, llegados aquí, los dos se atascan y se enajenan con esas jaculatorias, ya que los dos viven presos de su insuficiencia, que, a su vez, mide la dimensión de su incompetencia. Si el beato era analfabeto literal, el autosuficiente los es funcional. Pero los dos viven en el tiempo propio de los que estamos en este mundo de paso. Un tiempo que está formado por la praxis y la poiesis. Por las palabras instrumentales y las palabras sensibles. Aunque la diferencia está en manos del autosuficiente, lo que equivale a decir que también tiene la responsabilidad de hacerse cargo de ese gran giro o desvío lingüístico, que mencionaba ayer. ¿Por qué? Porque hoy las palabras sensibles están al alcance de todo el mundo, lo que no era así en la época del beato que se encontraban recluidas en los monasterios. Corresponde al autosuficiente, por tanto, no solo atender a las visiones particulares que las palabras sensibles le proporcionen, sino, dejando la insolencia de su "me gusta" a un lado, también hacerse cargo de la misión histórica que tienen encomendada las palabras instrumentales comunes de nuestro tiempo, que no es comerse y anular a las palabras sensibles individuales, sino hacer que latan y florezcan en los corazones y las mentes de todos los lectores. Y que se note en su forma de hablar, de leer y de escribir. En fin, que se note en su forma de conversar con los otros lectores. Yo le diría al autosuficiente: deja el autismo de tu "me gusta" y empieza a aplicarte en la partitura del "cómo me interesa a mí y, sobre todo, cómo le interesa al otro".