En una de las escenas de la película de Aki Kaurismäki, "El otro lado de la esperanza", Khaled, el refugiado sirio que llega de polizón en barco al puerto de Helsinki, dice, mientras lo interrogan en la Oficina de atención al emigrante, que no sabía quién bombardeaba cada jornada los barrios de la ciudad de Alepo de donde viene, si los americanos, los rusos, los sirios, o si eran los rebeldes. Lo cierto es que perdió su casa y a toda su familia, menos a su hermana.
Lo peor de tratar impulsivamente de condenar esto, es que no sabes a quién condenas. Tienes que condenar a ciegas, al mismo tiempo y con igual intensidad, para no parecer deshonesto, a quienes lo hacen posible, que son los que regentan los bancos donde tienes tu dinero, y a los que llegan al consenso de la guerra, que son a lo que tu votas cada cuatro años. Ya lo sé, es difícil, y amargante. Es lo que hace que tu felicidad no sea completa, y que solo alcance a ser triste. Una felicidad triste. Te parece poco para lo que te habías imaginado desde tu asiento en tierra firme, ajeno a cualquier tipo de tormenta, en el lado bueno de la esperanza. Pero, ¿que es lo puedes imaginar cuando en la vida que llevas no pasa nada relevante, si lo comparamos con lo que le ha sucedido a Khaled? ¿No hay un exceso de presunción, de matriz cristiana, en el hecho de que tengas que hacer algo como si ya hubieras entendido lo que sucede? ¿No sería mejor que lo que hagas te ayudara a entender lo que sucede? Pon un refugiado en tu mesa. Un hacer ligado de verdad a la posibilidad de entender, sin que ello sea una garantía de nada. Como eso desborda claramente el límite de tu bondad y tu entendimiento, como eres incapaz de hacerlo, no te dejes embaucar por los cantos de sirena de los predicadores y las conversaciones digitales.
Khaled busca a su hermana y llega a Helsinki de manera azarosa. Podía haber llegado a cualquier otro sitio. Pero las olas de la tormenta de fuego de Alepo lo llevaron al norte de Europa. Lo mejor es que no emitas veredicto, ni que pronuncies la sentencia que, según la corrección vigente, le corresponde. Kaurismäki tampoco lo hace de manera explícita. A estas alturas resulta sospechoso este tipo de proclamas lanzadas desde la orilla de los buenos. Comprueba que el título de su película es ambiguo, si te desprendes, como decía, de la matriz cristiana que a estos asuntos siempre acompaña. Una herencia a la que ni los más acérrimos ateos renuncian. El otro lado de la esperanza. No me digas que lo primero que te ha venido a la cabeza es, otra vez, la imagen del paraíso. La imagen que no cesa en cuanto arrecia la tormenta. ¿Se trata del otro lado de la esperanza de Khaled o de la tuya, donde podéis coincidir? Tú buscas retribución en tu esperanza. La esperanza de Khaled no está filmada así, con esa insolencia. No es hambre furiosa como la tuya, ni devoraría a quien se pusiera a tiro como harías tú. Khaled solo busca encontrar a su hermana. Hay consuelo en esa búsqueda. Aunque tiene dudas sobre lo que pueda haber al otro lado de esa esperanza.
¿Por que ha venido usted a Helsinki?, le pregunta a Khaled el funcionario de la Oficina del emigrante. La pregunta es de alguien cuyo sueldo sale de tus impuestos, no lo olvides. Vengo a Helsinki porque aquí no hay guerra, contesta Khaled. ¿No harías tu lo mismo? ¿No lo hicieron tus antepasados, cuando en Europa arreciaba la tormenta de fuego como ahora lo hace en Siria? ¿Es que ya no te acuerdas? Tú, que dices que hemos de entrenar nuestra mente, nuestra inteligencia emocional, nuestra espiritualidad, nuestra sociabilidad y nuestro cuerpo. Tú que buscas y predicas el consenso de que es el equilibro de todas estas dimensiones de la personalidad lo que nos facilitará la superación, porque todos en algún momento de nuestras vidas padeceremos momentos duros o muy duros y hemos de poder superarlos. ¿Es eso lo que le dirías a Khaled, que ha llamado a tu puerta? Solo busca, además de a su hermana, un lugar donde no haya guerra. Le dirás, mira está palabrería es lo que hay al otro lado de la esperanza.
La era digital produce un tipo de distorsiones nunca antes conocidas. Informado sobre lo que ocurre en Alepo, tu capacidad de sentir tiene el mismo alcance que si lo ignoraras. O dicho de otra manera, tu conciencia, que los predicadores digitales exigen que se levante sin dudarlo, padece un grado de entumecimiento extraño y desconocido desde la época de la imprenta. Sin embargo, el daño ya está hecho. A Khaled lo expulsan porque, según la información que poseen en la Oficina del emigrante donde lo interrogan, los bombardeos sobre Alepo no son de la suficiente entidad e intensidad como para justificar su huida. Desde ese momento, Khaled pasa a engrosar, según el modo de entender en La Oficina de emigración, la carpeta de los delincuentes habituales, dejando libre un hueco a ocupar por otro en la carpeta de sospechosos también habituales. Comienza, entonces, a hacerse visible el otro lado de la esperanza que anuncia el título de la película que no tiene nada que ver con lo que tu lo ves y vives en el lado, digamos bueno en el que habitas. No pienses que le dan a Khaled algunas de las claves a trabajar, entrenar y potenciar para superar su situación, como son el autoconocimiento, fortalecer la autoestima, los valores esenciales y personales, fomentar buenas relaciones, el optimismo, el humor, la creatividad y el sentido de la vida. Los de La Oficina de emigración no le dicen a Khaled, como te dice a ti tu coaching, que estas claves se pueden ir entrenando día a día. Sencillamente lo encierran, a la espera de devolverlo a donde ha venido, Alepo. Pero lo improbable, la única palabra con sentido en ese otro lado de la esperanza, comienza a hacer su trabajo. Así Khaled literalmente se topa con Wikhströn, un cincuentón que, mira por dónde, quiere cambiar de vida y buscar, como Khaled, en el otro lado de la esperanza. Se ha separado de su mujer y está montando un restaurante. En este lado de la esperanza la burocracia no existe. Hecho. Khaled se añade a la plantilla del restaurante que ha comprado el cincuentón mediante traspaso. El encuentro con los nazis también forma parte del contenido del otro lado de la esperanza. Se producirá y le rajaran la barriga.
El final, como debe ser, es felizmente triste. Khaled encuentra a su hermana. Wikhströn le paga el reagrupamineto en Helsinki. Y los de La Oficina de emigración ya se han enterado de que los bombardeos sobre Alepo dan en las pantallas los índices de calidad requeridos, como para no rechazar las peticiones de asilo. Khaled le dice a su hermana que se presente en La Oficina y él con la barriga sangrando se pierde por la ciudad. Y a mi, lo que visto y como lo he visto en ese otro lado de la esperanza, según lo filma Kaurismäki, me parece algo más que bien. Lo recibo como algo fríamente conmovedor. Una posibilidad narrativa que me permite seguir esperando sin retribución. Que es de lo que se trata.