miércoles, 19 de abril de 2017

LA COMUNIDAD

¿Por qué los lectores autosuficientes no buscan hacer comunidad con las palabras sensibles (las que se relacionan con lo invisible) y si forman, sin pensárselo dos veces, con las palabras instrumentales (las que se relacionan con lo tangible y lo medible), tribu sindical, deportiva, profesional, política, gastronómica, digital, religiosa, cultural, familiar, educativa, etc? ¿No está aquí el principal límite del lector autosuficiente - aunque él lo vea como su destino y la privilegiada atalaya desde donde pronunciar las últimas palabras -, pues sólo le interesa el campo de lo visible y su correlato inevitable, ser propietario de una psicología inanimada, ya que únicamente puede ser contabilizada? 

Sin embargo, observo en esa obsesión por tenerlo todo bajo su control una jerarquización de la que el lector autosuficiente antes que amo es esclavo. Las palabras sensibles no son lo que parecen, algo que saca de quicio al autosuficiente, pero eso es lo mismo que le pasa a lo que este tipo de lector llama realidad, donde vive instalado y se comunica con sus queridas palabras instrumentales. Donde vive gozoso entre sus iguales queriendo ser lo que aparenta. ¿Entonces? Yo le llamo "trozo de carne con ojos", fíjate, y se enfada. Pero, ¿que es, sino, alguien, que se conforma y se hace autosuficiente en esa falta de ambición con lo que tiene delante de las narices y de los ojos? ¿No hacen lo mismo todos los seres, digamos, inanimados? Esa manera de mirar y de sentir autosuficiente, con esa apariencia autocomplaciente, ¿no es otra forma de llamar al miedo o al pánico? ¿No son las palabras instrumentales del autosuficiente la forma más acabada de su ocultación? ¿No es una manera de poner límites por debajo, en la oscuridad, y dejar ilimitado el campo de por arriba, el de la luz? ¿No es una manera dar pábulo a lo iluminado e intransigente en contra de lo meditativo y dudoso?

Quizá todo consista en aceptar que no leemos, ni venimos al mundo, para apropiarnos de lo que nos falta, o de lo que creemos que no nos han dado y nos merecemos, sino para saber qué nos falta. Es decir, para poner en juego, dentro de las reglas de juego del Narrador, lo que creías saber de ti mismo, la calidad de tus cualidades y virtudes para estar con otros lectores, tu aptitud para crecer, para conocer, para dar la medida de tu valor y también de tu audacia. Todo lo cual te llevará a comprender algo importante, a saber, que lo contrario de ser feliz no es ser infeliz, que la falta de presencia no equivale a la ausencia, que la luz no es la falta de oscuridad sino su principal fundamento, que estar solo no es lo mismo que sentirse solo, y que el dolor de este último sentimiento no se alivia en compañía de quienes padezcan similar enfermedad.

Ir a un club de lectura significa, por tanto, sobreponerse a ese yo autosuficiente que cree que lo puede todo y lo entiende todo, a costa de ocultarlo, también, todo; que no tiene necesidad de formar comunidad con lo que lee, ni con lo que hace con lo que lee, ni con lo que a él le hace lo que lee. Ir para sobreponerse a esa pulsión endemoniada y enfermiza por adherirse a una tribu para hablar por hablar, o para tener audiencia y darle cancha al predicar. En fin, ir al club de lectura para oponerte a esa pertinaz obsesión de formar fortaleza con las palabras instrumentales y desde sus almenas lanzar aquello que más te proteja y que más te molesta. Ir a un club de lectura para comprender en que te conviertes, o te has convertido ya,  si perseveras en tu intransigencia a la hora de relacionarte con las palabras sensibles. Sea pues.