No hace falta insistir mucho para deducir que en esa ontología del yo autosuficiente, que te he mencionado en la anterior entrada, radica la principal dificultad para que un club de lectura sea un verdadero lugar de diálogo. Diálogo entre cada lector con el Narrador y personajes del relato, y diálogo entre los lectores asistentes. Un lector que sea propietario de ese yo autosuficiente no viene al club de lectura a dialogar, entendiendo el diálogo como ese recurso mediante el que aceptamos compartir con los otros lectores el espacio del habla que construye el Narrador de la lectura propuesta, sino que, muy al contrario, un lector autosuficiente viene al club de lectura a compartir su espacio como ser hablante con los otros lectores también con sitio de autosuficientes y también hablantes. Lo que hacen estos lectores del segundo caso y, por tanto, lo que escuchan es que están ahí para dejar un sitio a los otros lectores. En el mejor de los casos, ahora te toca hablar a ti. Es lo propio de las tertulias de taberna, tan familiares ahora en la televisión, la radio y las redes sociales. Lo destacable en este caso no son las palabras que se dicen, pues, al fin y al cabo, son intercambiables y carentes de significación, sino la educación o la fanfarronería o las ganas de provocación - en fin, lo que más le haga feliz al hablante, santo y seña de todo lector autosuficiente, pues de eso es de lo que se trata al reunirse con los otros lectores - con que cada uno de ellos aguante el turno de palabra del que está hablando, lo que redundará en beneficio o prestigio del sitio que ocupa en la tertulia, reducido así a cosa, a objeto dado y no intencionado. Fulanito es comedido o menganito es un bocazas o tutanito es un chistoso o pelanito es un intelectual, etc. Mientras que en el caso en el que los lectores comparten las palabras del Narrador, que son las que forman el espacio del habla antes aludido, todo es significativo e irrepetible, es decir, nada aquí es intercambiable. Son las palabras que leemos, y no otras, y son esas palabras las que nos están construyendo al mismo tiempo, pero de manera diferente, a los lectores que compartimos el espacio del habla que ellas a su vez han construido. Aquí se escucha todo. Se escucha incluso más allá de las propias palabras o, mejor dicho, en el interior y en el conjunto de las propias palabras que los lectores comparten.