viernes, 28 de abril de 2017

LA MENTE

Una vez que me despedí de él, me dije en que me había convertido al consentir que mi hija mayor hubiera elegido la carrera de derecho para iniciar su vida universitaria. ¿Qué tengo dentro de la mente?, me pregunté,  tratando de contener mi ira, poco antes despedirme de quién con sus palabras me había llevado hacia ese estado de ánimo. Era un antiguo vecino de la urbanización donde había vivido durante los últimos once años. Fue la primera conversación que tuve con él desde de que me separé de mi mujer. No lo había visto desde entonces, hace ya más de un año. La custodia de las dos hijas del matrimonio nos las repartimos cada semana, siguiendo al pie de la letra lo que estipulamos dentro de las cuadrículas del cuadrante que para tal fin construimos. Mi mujer es del género positivo metódico. El lunes y miércoles, a mi casa. El martes y jueves, a casa de la madre. El fin de semana, de forma alternativa, uno conmigo y otro con la madre. Con la mente a ciegas, legué casa y traté de abrir la lavadora  que se me había quedado bloqueada la noche anterior. Utilicé el primer consejo que me indicaba una página de internet a la que me había conectado, y que consistía en introducir el cordón de una zapatilla por la ranura existente entre la puerta y el cuerpo del electrodoméstico, y tirar desde el lado opuesto al de la cerradura. Cuando estaba tratando de cumplir a rajatabla lo que me decía la pantalla del móbil, me acordé de lo que me había dicho mi amigo. Y también me volvió a zumbar en la cabeza la obsesión metódica de mi mujer por la custodia de las crías, en la que ella veía la mejor manera de garantizarles un futuro digno.  

No sé cómo decidí, finalmente, abrir mi mente. Lo que si te digo es que, en está ocasión, no acudí a Internet para tan delicada operación quirúrgica. Ahí dentro no hallé más que abstracciones y lugares comunes. No faltaban verdaderas estupideces muy del gusto de los libros de autoayuda y de la bisutería oriental. En esta ocasión, y por primera vez, no sentí pena por mis hijas. Y menos por el futuro que les esperaba.

jueves, 27 de abril de 2017

EL DESCONCIERTO

Sin duda, siempre has oído que el fin de la historia es ayudar a mejorar el mundo. Pero, por otro lado, también siempre has oído que la Historia la escriben los vencedores. Luego, no sé si se te ocurre, los perdedores lo son porque siempre quieren arruinar y afear el mundo. Y, sin embargo, cuando oímos decir a los perdedores que el ser humano aprende, ¿dirías que es, de todos los discursos de la historia, el más pequeño y el primero? Yo sí. Diría más, yo pienso que los perdedores (los que no se esconcden ante el dolor de la pérdida) atisban lo que hay al otro lado de las cordilleras de la Historia, y quieren escalar por esas montañas para verlo en toda su plenitud. Así alcanzan el sentido de su sentir. Entonces, ¿a que se refieren los vencedores cuando aluden al aprendizaje como el Proceso Historico ineludible para mejorar el mundo? ¿A impedir, a toda costa, que se organice la expedición de esa escalada?

Por seguir con la entrada de ayer, los lectores que desean ser permanentemente adulados pertenecen, a mi entender, al departamento educativo-cultural de los vencedores. Al igual que los ciudadanos que desean con fervor ser permanentemente engañados, sean pordioseros de diseño o petimetres de postín, están adscritos al departamento político-psicosocial. El desconcierto de hoy viene porque las montañas que separaban el tiempo de la historia de todo lo demás, han sido aparentemente allanadas en la era digital. El rencor y la maldad de los vencedores siguen siendo los mismos, pero ya no son percibidos por los perdedores, debido a la velocidad de aquella, con la crueldad de antaño, en la que su parsimonia inherente permitía distinguir a los unos de los otros y diferenciar, entonces, a los que ascendían las montañas de los que se quedaban apoltronados en la llanura de la ciudad. 

Cabe la posibilidad de que me digas, ¡no te entiendo!. Yo trato de hacerme entender, que no me entiendas no está en mi mano. Aunque si estoy convencido de que me dirijo a alguien que pueda entenderme. Si insistes, si no te espantas, ni te molestas, a pesar de la uniformidad y de la falta de relieves que impone la era digital, es que, además de no entender estás desconcertado, lo cual es algo propio del aprendizaje y cada uno lo lleva a su manera. Lo puedes hacer solo o acompañado. Si, pongamos, te pones a leer por tu cuenta, muchas cosas te sonaran a bajo sajón y otras no tanto. La vida misma. Pero si no le das la espalda a tu ignorancia y buscas compañía en el aprendizaje, comprobarás que, al otro lado de las montañas de la Historia, que de repente vuelven a emerger delante de ti con toda su hostilidad, la declinación y conjugación de las palabras sensibles están exentas de colonización. Miran e interrogan a cada uno de lo seres hablantes y lectores, que allí se encuentran, con su particular misterio

miércoles, 26 de abril de 2017

NUEVA POBREZA Y NUEVA IGNORANCIA

Recuérdalo de nuevo, toda cultura produce su propia barbarie. Dos ejemplos de cada día: ¿no hay mucha perversión e impiedad en esa estilización de la pobreza (pantalones rotos y otros harapos), que se ha hecho moda e industria millonaria en la forma de vestir de muchos de los que habitan el llamado mundo rico occidental? Si eso pasa con los trapos de vestir, ¿por qué no iba a afectar a las formas de leer y de escribir, imponiendo una estilización de la ignorancia? Aunque en ningún sitio está legislado que porque manejes dinero dejas de ser ignorante, desde siempre los seres humanos sabemos que para que el mundo sea soportable, es necesario exorcizar o expulsar las obsesiones. La pobreza y la ignorancia han sido dos de las obsesiones que han torturado con más inclemencia a los seres de nuestra especie dentro del rebaño. Todos los planes de emancipación han tenido como santo y seña salir de esos dos pozos de ignominia. Hasta la fecha, únicamente los planes por tener una cuenta corriente propia y la escolarización obligatoria han tenido un cierto éxito. Lo que ocurre es que algo empieza a oler mal, y no sabemos si su procedencia viene de aquellos pozos, lo cual significaría que no hemos salido todavía, o la pestilencia la está generando el nuevas estatus al que pertenecemos: la democracia consumista y la democracia lectora. O dicho de otra manera, todos somos lo suficientemente ricos para poder vestirnos como si fuéramos pobres y demasiado arrogantes para dejarnos adular cambiando de libro con tal de no dejar de pulsar, pues es donde buscamos el reconocimiento (esa cobardía moral), la tecla jaculatoria "me gusta 👍" o "no me gusta👎". El mal olor que provoca la conjunción de estas dos conductas, nunca previstas en los originales planes de emancipación, ni en sus enmiendas posteriores, produce por igual un inopinado desconcierto. La felicidad no acaba de hacerse un presencia física, más bien continúa siendo una ensoñación o una fantasía, como cuando éramos verdaderamente pobres e ignorantes. Si la causa fuera que todavía no hemos salido del nauseabundo pozo de nuestros antepasados, la solución no se haría esperar, más dinero para consumir y más libros para cambiar de libro. Pero mucho me temo que ya nadie se cree esa milonga. La pregunta, por tanto, prevalece, ¿en qué creen hoy los pordioseros de diseño y en qué los lectores adulados que les gusta cambiar de libro para decir me gusta o no me gusta? Ambos parecen añorar con sus poses aquellos relatos de Charles Dickens donde los pordioseros eran verdaderamente unos muertos de hambre y sus historias eran verdaderas historias de la supervivencia. Pero debe haber algo más. Nadie es tan perfectamente cínico como para creerse, y hacer creer a los demás, los disfraces con que se protege. 

Si la pobreza y la ignorancia han sido erradicadas, hablando en términos materiales y contables, en el mundo rico y alfabetizado de este lado occidental del planeta, cabe preguntarse si había más problemas de los que se podían ver desde la perspectiva que daba estar metidos en el interior de aquellos pozos de inmundicia y tristeza. Entonces, si fuera así, bajo la luz con que nos alumbran los pordioseros de diseño y los adulados lectores, ¿cabe enmendar hacia el misterio aquellos planes de emancipación, para reconocer que la pobreza y la ignorancia son las dos palabras que mejor nos constituyen como seres humanos, finitos y limitados? 


Dos espacios, y dos maneras de manejar el dinero y el tiempo, representan cabalmente está nueva dimensión de la pobreza y la ignorancia que menciono, y que parece han venido para quedarse entre nosotros. La gran superficie y los clubs de lectura. Pordioseros de diseño y lectores deseosos de que los adulen permanentemente, deambulan en su interior trajinando con todo lo que se mueva en los escaparates o en las páginas de los libros, orgullosos por completo con su estrenada condición de pobres e ignorantes. Es la nueva forma de barbarie que, como ya he dicho en otras entradas, Hanna Arendt la llamó con acierto la banalidad del mal, y que, en nuestras latitudes, produce el bienestar del que gozan, por seguir con los dos ejemplos, esos nuevos pordioseros e ignorantes. Un diagnóstico, el de Arendt, que tenía vocación fundacional de lo que iba a venir después de la Experiencia de los Grandes Desastres. Salimos de aquel pozo miserable, sí, pero su sombra no deja de perseguir a la nueva pobreza de los pordioseros de diseño y a la nueva ignorancia de los lectores adulados. Mientras tanto, todo consista en salir menos de casa y en acostumbrarnos a leer y escribir en compañía sin que nos den palmaditas en la espalda

martes, 25 de abril de 2017

LA SORPRESA

Quisiera escribir sobre la fiesta de cumpleaños de mi mujer, 40 años, pero no sé que decir. Más bien es una forma de no perder la razón. El pesimismo es algo sospechoso entre quienes tengo cerca. La fiesta, como suele suceder en estos aniversarios redondos, fue una sorpresa para la homenajeada. Todo fue bien, tal y como lo había programado con mis hijos. Al menos es lo que a mí me pareció. Bueno, en realidad estoy tomando unas notas para ir a un programa de radio, al que me he apuntado como colaborador semanal, para explicar el fracaso de mi matrimonio. Hoy quisiera hablar de aquella fiesta, para ver si soy capaz de entender lo que nos ha pasado. Al ser la última cosa que hicimos juntos, puede que ahí se encuentre la explicación. No sé donde leí que los finales de las historias, si han sido bien contadas, te remiten de inmediato al principio. Y al colocarte ahí de nuevo acabas por entenderlo todo. Eso dicen. Lo que que ocurre es que yo no doy por terminada la historia con mi mujer. Llevamos ya dos años separados y todavía pienso que no hemos escrito el final. O que aquel final de la fiesta de su 40 aniversario es una final mal escrito. O fue la sorpresa la que no vino a cuento. No sé. El caso fue que al día siguiente de la fiesta mi mujer se fue a dormir sola al cuarto de los invitados. Un mes más tarde se había ido de casa. Un relato de terror empezó ha apoderarse de mi entonces, la irrefutable convicción de que ya nunca sería yo mismo. Y aquí estoy, a punto de ir a la emisora de radio, a ver qué digo.

lunes, 24 de abril de 2017

PALABRAS SENSIBLES QUE VAN Y VIENEN

Palabras sensibles de ayer y hoy. Palabras que merecen ser escuchadas juntas. Pues las une la voluntad de que adquiera sentido su sentir, es decir, el sentimiento honesto de quien las dice. Eso es lo que escuchamos. Y eso hace a sus dueños únicos y eternos en su mortal humanidad.

La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba. La cuestión de la autocompasión.

Doctor, he venido porque mi mujer no me deja en paz. - y se apoyó en la mesa para coger aire.
Yo, ya sabe usted que estoy bien, es solo que ayer fui  al huerto a plantar las patatas y supongo que me cansé un poquito mas, - hablaba despacio, respetando todas y cada una de las pausas para respirar. 
Y esta noche con la tos no he parado quieto, y la mujer ya por la mañana me ha hecho venirlo a molestar.

¿No nos convendría un trato nuevo, o diferente, con la palabra vida y con la palabra nada? ¿Podríamos aceptar sin miedo, entonces, que nada no es igual a muerte? Ciertamente deberíamos acostumbrarnos a vivir con el dolor. O mejor dicho, con la mortalidad. ¿Molestamos porque no aguantamos el dolor o es la idea de la mortalidad la que nos tortura? ¿Por qué nos angustia pensar que después no hay nada?

Le tomé el pulso y la ausculté. Su corazón ya no latía bien, y ella lo sabia. Cada célula de su cuerpo era consciente, y en ella brillaba la serenidad del enfermo. Ya no tenia prisa, cualquier cosa que hubiera dicho, le hubiera parecido bien. Porque ella lo sabía. Yo no. 

¿Duele el dolor en el cuerpo o duele en el alma? ¿Cómo saberlo en una sociedad que ha eliminado el alma de la psicología, como ha consentido que eliminen las palabras sensibles de la literatura y la filosofía de la enseñanza secundaria? ¿Qué hemos perdido con lo qué hemos ganado? Hemos perdido todo lo que no puede ser visible y todo lo que no puede ser aprehensible. Hemos ganado todo lo demás. Metidos en esa ruleta, ¿sabemos de donde proceden las palabras de lo que ganamos? ¿Y a dónde se han ido las palabras que acompañaban a lo que hemos perdido? ¿Siguen siendo nuestras a pesar de que las hayamos perdido? ¿Nos hablan desde el lado de la pérdida? ¿Queremos y sabemos escucharlas?

Me separé y me escondí tras el ordenador para disimular mi pánico. Es la mente del necio que enloquece al pensar que una vida cuelga de su ego. Es difícil de extirpar. Aun no sé en que clase nos impartieron ese temario, pero ojalá hubiera ido al bar.

Veo las puertas del día y de la noche con sus goznes, en torno de ellas dintel y umbral de piedra, infinitos, etéreas ellas mismas, y a cal y canto como un cofre cerradas por Diké, la diosa de múltiples castigos. 

viernes, 21 de abril de 2017

LA VISIÓN

Tal vez pueda parecer estrafalario decir, como apunté en la entrada anterior, que una novela, un cuento y un poema son visones de parecido rango a lo que era para los antiguos mirar llenos de asombro el universo exterior o quedarse arrobados ante una imagen del divino. Aunque yo pienso que lo estrafalario es, contra todo imperativo digital, la actitud carente de visiones con que vive hoy el autosuficiente. A lo que él seguro me contestaría: mi vida no tiene visiones, cierto, porque está servida y satisfecha con todo tipo de botones. Es como si el autosuficiente hubiera alcanzado la convicción, o la visión vete tú a saber, de que la disponibilidad de todos esos botones incluyera de forma inmediata a todas las visiones hoy posibles. Llámalo, si quieres, la forma que ha adquirido el éxtasis o la mística postmodernos. Y, sin embargo, hay algo en esa jaculatoria del "me gusta" en la época de los botones, que la asemeja, o la equipara, al "amen" del beato en aquellos tiempos de las visiones. Me refiero al reguero de misterio que sus feligreses desprenden cada vez que las pulsan o las pronuncian. Un misterio que alcanza y envuelve tanto al autosuficiente de los botones como al beato de las visiones. Pues el "me gusta" y el "amen" son expresiones rudimentarias de algo que es permanente y subyace bajo el domino de la tecnología de cada época, a saber, más allá de la noticia de los hechos hay una necesidad inaplazable de tratar de dar vida a lo que, sino, acabará convertido en mero dato muerto. Caspa, para entendernos. O dicho de otra manera, las palabras sensibles vistas y tratadas como conductoras del misterio pues intuimos - más allá, o a pesar, de las noticias o datos que vehiculan las palabras instrumentales - que nuestra vida, a pesar de los claros del bosque, no deja de ser nunca un misterio frondoso y profundo. 

Por mucho que la insolencia del "me gusta" del autosuficiente pretenda hacernos creer que es superior a la sumisión del beato ante su "amen", tu y yo sabemos que en los dos la naturaleza de su razón es percibir las cosas como necesarias, no como contingentes. En ese sentido el "me gusta" y el "amen" buscan lo mismo, ser eternos en el instante que hacen valer su jaculatoria. Buscan tocar aquello que imaginan con el "me gusta" y el "amen", que ya ha rebasado el campo instrumental de las palabras cotidianas, abriendo antes sus ojos el inmenso campo de las palabras sensibles. Otro asunto es que, llegados aquí, los dos se atascan y se enajenan con esas jaculatorias, ya que los dos viven presos de su insuficiencia, que, a su vez, mide la dimensión de su incompetencia. Si el beato era analfabeto literal, el autosuficiente los es funcional. Pero los dos viven en el tiempo propio de los que estamos en este mundo de paso. Un tiempo que está formado por la praxis y la poiesis. Por las palabras instrumentales y las palabras sensibles. Aunque la diferencia está en manos del autosuficiente, lo que equivale a decir que también tiene la responsabilidad de hacerse cargo de ese gran giro o desvío lingüístico, que mencionaba ayer. ¿Por qué? Porque hoy las palabras sensibles están al alcance de todo el mundo, lo que no era así en la época del beato que se encontraban recluidas en los monasterios. Corresponde al autosuficiente, por tanto, no solo atender a las visiones particulares que las palabras sensibles le proporcionen, sino, dejando la insolencia de su "me gusta" a un lado, también hacerse cargo de la misión histórica que tienen encomendada las palabras instrumentales comunes de nuestro tiempo, que no es comerse y anular a las palabras sensibles individuales, sino hacer que latan y florezcan en los corazones y las mentes de todos los lectores. Y que se note en su forma de hablar, de leer y de escribir. En fin, que se note en su forma de conversar con los otros lectores. Yo le diría al autosuficiente: deja el autismo de tu "me gusta" y empieza a aplicarte en la partitura del "cómo me interesa a mí y, sobre todo, cómo le interesa al otro".

jueves, 20 de abril de 2017

EL GIRO LINGÜÍSTICO

¿Será la lectura compartida en un club de lectura la que haga claudicar al lector autosuficiente ante el asombro de lo que no ha sabido y hubiera debido saber que ocurría? Por ejemplo, que sus "heridas" no son únicamente suyas y para siempre, y las de los demás no se encuentran en un mundo alternativo como el de la series televisivas o el que nos muestran los informativos. A lo que se opone el lector autosuficiente es al hecho de tener que aceptar que el relato que tiene entre las manos le rompa o le haga añicos, según los casos, su relato lineal autobiográfico, con su estrategia acumulativa, progresiva y en constante demanda de comprobación y aceptación propia. Pues tenerlo entre las manos no quiere decir que el relato sea de su propiedad, ya que le ofrece un tipo de conocimiento y, por tanto, de experiencia que procede de otros estados de conciencia. Lo que le obliga a hacer un desvío o giro lingüístico respecto a la forma de pensar y de hablar a la que está acostumbrado, la cual forma parte del estado de conciencia en que se encuentra instalado. 

Para entendernos, un relato (novela o cuento) es una visión similar, o de parecido rango, a la que tenían los antiguos cuando miraban llenos de perplejidad el mundo exterior desconocido. Construido con palabras sensibles la procedencia del estado de la conciencia de quien las usa, el Narrador, no puede ser la misma que la de las palabras instrumentales que utiliza el mismo lector desde su estado de conciencia habitual, que es el dominante en la sociedad donde vive. No solo el Narrador es alguien a quien el autosuficiente no conoce de nada, sino que, a diferencia de cualquier desconocido de carne y hueso que le presenten, su estado de conciencia procede de un ámbito también desconocido que es al que lo invita a entrar y a participar. Las preguntas respecto a las primeras palabras que el autosuficiente escucha al recién conocido: quién las dice, a quién se le dicen y para qué las dice, no tienen la misma intensidad e intencionalidad si con quién habla el autosuficiente es una persona como él o es un personaje construido sólo con palabras sensibles. Aunque ahora que lo pienso, tanto en un caso como en otro, lo más normal es que no se pregunte nada. Para que engañarte, el lector autosuficiente, encerrado hoy más que nunca en la burbuja o el estado habitual de su conciencia de matriz exclusivamente tecnológica, elige las palabras de sus interlocutores según su propia conveniencia, y no necesita hacerse aquellas preguntas. Ni, por tanto, se imagina el desvío o giro lingüístico necesario que debe hacer para poder acceder a ellas. Para el lector autosuficiente la representación de la realidad y la realidad son la misma cosa. No hay distancia, ¿con respecto a quién la podría tener? Ni desvío o giro lingüístico, ¿para oír a quien que no fuera el mismo? 

Sea como fuere, la pregunta inicial de este escrito sigue en alto, y a la espera. Pues las "heridas" que padece el lector autosuficiente no se le van a curar dejando de perseguir la contigüidad y la coherencia en el tiempo adulto que le corresponde vivir. Hace tiempo que ya no es un niño. No le valdrá sólo con cambiar de coche o de pareja o de amigos o de trabajo. Tendrá que enfrentarse a otros desvíos o giros. Va tener que hacer desvíos y giros en su forma de pensar y hablar. No hay mundo que aguante a tantos niños piando al mismo tiempo que las bicicletas se arreglan solas. No nacemos solos, ni morimos solos, ni nos consolamos solos. Si no hace el desvío o el giro en su forma de pensar y de hablar, si no cambia el estado de su conciencia, es decir, si no renueva su capacidad de asombro ante lo que no entiende y que, lo consiga o no, debe esforzarse por entender, vendrán los tipos duros y lo harán por él. El mundo será más inhabitable entonces. Este mundo occidental en el que vivimos, hablamos y pensamos está construido, desde su origen, fundamentalmente con palabras instrumentales (visibles) y sensibles (ocultas). Son las primeras las que nos hieren y las segundas las que nos sanan. No podemos prescindir de ninguna de ellas. Pero si debemos aprender a esquivar oportunamente las palabras instrumentales y a buscar con ahínco y sin descanso las palabras sensibles. Eso es todo y de eso se trata.

miércoles, 19 de abril de 2017

LA COMUNIDAD

¿Por qué los lectores autosuficientes no buscan hacer comunidad con las palabras sensibles (las que se relacionan con lo invisible) y si forman, sin pensárselo dos veces, con las palabras instrumentales (las que se relacionan con lo tangible y lo medible), tribu sindical, deportiva, profesional, política, gastronómica, digital, religiosa, cultural, familiar, educativa, etc? ¿No está aquí el principal límite del lector autosuficiente - aunque él lo vea como su destino y la privilegiada atalaya desde donde pronunciar las últimas palabras -, pues sólo le interesa el campo de lo visible y su correlato inevitable, ser propietario de una psicología inanimada, ya que únicamente puede ser contabilizada? 

Sin embargo, observo en esa obsesión por tenerlo todo bajo su control una jerarquización de la que el lector autosuficiente antes que amo es esclavo. Las palabras sensibles no son lo que parecen, algo que saca de quicio al autosuficiente, pero eso es lo mismo que le pasa a lo que este tipo de lector llama realidad, donde vive instalado y se comunica con sus queridas palabras instrumentales. Donde vive gozoso entre sus iguales queriendo ser lo que aparenta. ¿Entonces? Yo le llamo "trozo de carne con ojos", fíjate, y se enfada. Pero, ¿que es, sino, alguien, que se conforma y se hace autosuficiente en esa falta de ambición con lo que tiene delante de las narices y de los ojos? ¿No hacen lo mismo todos los seres, digamos, inanimados? Esa manera de mirar y de sentir autosuficiente, con esa apariencia autocomplaciente, ¿no es otra forma de llamar al miedo o al pánico? ¿No son las palabras instrumentales del autosuficiente la forma más acabada de su ocultación? ¿No es una manera de poner límites por debajo, en la oscuridad, y dejar ilimitado el campo de por arriba, el de la luz? ¿No es una manera dar pábulo a lo iluminado e intransigente en contra de lo meditativo y dudoso?

Quizá todo consista en aceptar que no leemos, ni venimos al mundo, para apropiarnos de lo que nos falta, o de lo que creemos que no nos han dado y nos merecemos, sino para saber qué nos falta. Es decir, para poner en juego, dentro de las reglas de juego del Narrador, lo que creías saber de ti mismo, la calidad de tus cualidades y virtudes para estar con otros lectores, tu aptitud para crecer, para conocer, para dar la medida de tu valor y también de tu audacia. Todo lo cual te llevará a comprender algo importante, a saber, que lo contrario de ser feliz no es ser infeliz, que la falta de presencia no equivale a la ausencia, que la luz no es la falta de oscuridad sino su principal fundamento, que estar solo no es lo mismo que sentirse solo, y que el dolor de este último sentimiento no se alivia en compañía de quienes padezcan similar enfermedad.

Ir a un club de lectura significa, por tanto, sobreponerse a ese yo autosuficiente que cree que lo puede todo y lo entiende todo, a costa de ocultarlo, también, todo; que no tiene necesidad de formar comunidad con lo que lee, ni con lo que hace con lo que lee, ni con lo que a él le hace lo que lee. Ir para sobreponerse a esa pulsión endemoniada y enfermiza por adherirse a una tribu para hablar por hablar, o para tener audiencia y darle cancha al predicar. En fin, ir al club de lectura para oponerte a esa pertinaz obsesión de formar fortaleza con las palabras instrumentales y desde sus almenas lanzar aquello que más te proteja y que más te molesta. Ir a un club de lectura para comprender en que te conviertes, o te has convertido ya,  si perseveras en tu intransigencia a la hora de relacionarte con las palabras sensibles. Sea pues.

martes, 18 de abril de 2017

EL DIÁLOGO

No hace falta insistir mucho para deducir que en esa ontología del yo autosuficiente, que te he mencionado en la anterior entrada, radica la principal dificultad para que un club de lectura sea un verdadero lugar de diálogo. Diálogo entre cada lector con el Narrador y personajes del relato, y diálogo entre los lectores asistentes. Un lector que sea propietario de ese yo autosuficiente no viene al club de lectura a dialogar, entendiendo el diálogo como ese recurso mediante el que aceptamos compartir con los otros lectores el espacio del habla que construye el Narrador de la lectura propuesta, sino que, muy al contrario, un lector autosuficiente viene al club de lectura a compartir su espacio como ser hablante con los otros lectores también con sitio de autosuficientes y también hablantes. Lo que hacen estos lectores del segundo caso y, por tanto, lo que escuchan es que están ahí para dejar un sitio a los otros lectores. En el mejor de los casos, ahora te toca hablar a ti. Es lo propio de las tertulias de taberna, tan familiares ahora en la televisión, la radio y las redes sociales. Lo destacable en este caso no son las palabras que se dicen, pues, al fin y al cabo, son intercambiables y carentes de significación, sino la educación o la fanfarronería o las ganas de provocación - en fin, lo que más le haga feliz al hablante, santo y seña de todo lector autosuficiente, pues de eso es de lo que se trata al reunirse con los otros lectores - con que cada uno de ellos aguante el turno de palabra del que está hablando, lo que redundará en beneficio o prestigio del sitio que ocupa en la tertulia, reducido así a cosa, a objeto dado y no intencionado. Fulanito es comedido o menganito es un bocazas o tutanito es un chistoso o pelanito es un intelectual, etc. Mientras que en el caso en el que los lectores comparten las palabras del Narrador, que son las que forman el espacio del habla antes aludido, todo es significativo e irrepetible, es decir, nada aquí es intercambiable. Son las palabras que leemos, y no otras, y son esas palabras las que nos están construyendo al mismo tiempo, pero de manera diferente, a los lectores que compartimos el espacio del habla que ellas a su vez han construido. Aquí se escucha todo. Se escucha incluso más allá de las propias palabras o, mejor dicho, en el interior y en el conjunto de las propias palabras que los lectores comparten. 

Algo que un lector con un yo autosuficiente no admitirá nunca es que el diálogo es una incompletud del monólogo. De su hablar siempre consigo mismo, de que el mismo se reserve la última palabra. Las carencias de su forma de comunicación las interpretará siempre como una anomalía pasajera y buscará soluciones técnicas (¡doctor no me comunico bien, estoy enfermo!) para recuperar su habilidad comunicacional en el sitio que le corresponde. Un lector autosuficiente, por ejemplo, dirá  en su cuenta de Facebook que tal día asistirá a su club de lectura, y lo hará publicando la foto del libro al lado de la de su gato, pero será difícil que diga en la misma cuenta, si lo dice, algo más que me ha gustado o me ha aburrido el libro en cuestión. Vuelvo a lo del sitio que decía antes, y que es lo único que le interesa ocupar al lector autosuficiente. Pues aunque vaya en contra de la felicidad del lector autosuficiente - mira que lo siento - el diálogo es una necesidad del otro y quizá hasta un dependencia de la escucha y de las palabras del otro. Esta es una de las claves si se piensa que uno ha venido al mundo - no para ser feliz a toda costa, porque se lo merece - sino para saber porque ha venido al mundo. Visto así, dos individuos hablan cuando sus discursos por separado son insuficientes y cuando es evidente la relación de necesidad entre los dos discursos. Es la mejor manera de saber que se dicen los hablantes y también quienes son los que se hablan. La felicidad, en todo caso, dependerá de la manera de elegir los discursos y los cómplices del diálogo. Y nunca será antes de vivir está experiencia. Y tampoco será porque te la merezcas, sino porque la has encontrado con esfuerzo. Y menos será eterna, sino efímera, como la estancia en uno de los claros del bosque por donde caminas. Sin embargo, nadie ha dicho que no la puedas volver a encontrar, en el próximo claro del bosque. Todo dependerá de como dialogues en el camino y de los cómplices que te acompañen. 

lunes, 17 de abril de 2017

LA ACTITUD

Siguiendo en la senda que abre el trato con las palabras sensibles de la última entrada - después de atravesar sano y salvo por la senda de las palabras instrumentales de la Semana Santa y la Semana Republicana, en su inhabitual coincidencia en el calendario de este año - he de decirte que aunque esa frontera y la última palabra a su vera, que el otro día te mencionaba, tienen muy buena salud, no acaban, sin embargo, de ocuparlo todo en el conjunto de la actitud de los lectores de un club de lectura. Convengamos que la comunidad de los lectores que asisten a los clubs de lectura es un epítome arbitrario de la comunidad de hablantes que normalmente utilizan la palabra instrumental en su intercambio diario, bien sea en el ámbito profesional, familiar, social o psíquico. Una comunidad de hablantes suscritos a una ontología individualista que concibe a los sujetos como seres naturalmente autosuficientes y que pueden maximizar todo en su propio beneficio. Si no lo hacen, sólo ellos son los culpables de no triunfar, de no obtener placer, de no sentirse bien, de no ganar suficiente dinero, en suma, de no ser “felices”. 

Ante este panorama, a nadie en su sano juicio que modere un club de lectura se le ocurre preguntar a quién desea participar algo así como: ¿para qué sirven las palabras? o ¿para qué te sirven a usted las palabras? Preguntas de las que todo lector debiera hacerse cargo al entrar en un club de Lectura, pues la literatura (Lectura y escritura) es un experiencia con la visión que uno tenga del mundo (no con el método de apropiarse de el) en el territorio del lenguaje de las palabras. De acuerdo a aquella ontología que todo lo impregna, la entrada y la salida de un club de lectura son gratuitas, y sin tener que dar explicaciones, concebida esta gratuidad en su sentido más amplio y más laxo. Siendo así que esa comunidad de lectores, que vienen de aquella comunidad de hablantes, son más dados al uso de la palabra de trazo grueso, propio del hábito instrumental que tienen al usarla, que al apasionado compromiso con las preguntas que se pueden derivar de las palabras sensibles, más dados a pavonearse de lo que saben antes que tratar humildemente con lo que ignoran. Son mas dados, para entendernos, a hablar o decir lo que les gusta de lo que han leído, bien tenga relación ese me gusta con el argumento (en la mayoría de los casos) o con la composición estética (en los menos), que a hacer explícito lo que les ha perturbado o desconcertado, en fin, aquello que les ha atravesado al leer y todavía no saben que hacer con ello. 

En buena lógica de las palabras sensibles, un club de Lectura debería ser el lugar y el momento de encuentro de esos lectores que han tenido, en relación con la Lectura propuesta, un momento de perturbación y desconcierto nunca antes experimentado, y que no saben que hacer con él. Pues de manera impremeditada ha conseguido abrirse paso entre el imperativo de las palabras instrumentales de cada día, hasta llegar a percibirlo como algo importante, digamos, del mismo rango que la vida a la que se encuentra apegado. De repente, la importancia de la vida se hace visible en toda su plenitud a la luz de la lectura de aquellas palabras sensibles. Les ha modificado de tal manera que se han dado cuenta de que volver a repetir lo de siempre como si nada les hubiera sucedido, como si esa luz y esa plenitud no existieran, les devuelve una imagen de sí mismos, digamos, indigna. Esa modificación que están viviendo, reconozcámoslo, se ha colado por las grietas que han aparecido, sin saber cómo, en la insigne e indestructible fortaleza de aquella ontología del yo autosuficiente. 

Esta debería ser la grandeza y el sentido de estos encuentros literarios. Por un lado, la tensión que surge entre la vida que lleva el lector y sus lecturas. Y, por otro, los beneficios que pueda extraer de su actitud ante la representación del desequilibrio que esa tensión le produce. 

jueves, 13 de abril de 2017

PALABRAS SENSIBLES

Cabe la posibilidad de entenderlo de esta manera. Pienso que bajo una infinidad de máscaras y sudarios, y de una disposición firme a relacionarse con el presente como la única magnitud temporal a su alcance, la mayoría de quienes hoy asisten a los clubs de lectura tienen como bandera irrenunciable esta última raya fronteriza: yo sé que tengo razón, o a mí nadie me sabrá la mía. Nunca, o en raras ocasiones, se relacionan con las palabras sensibles del relato que los convoca junto con los otros lectores, sino que únicamente lo hacen con las palabras instrumentales que les apuntalan detrás o en lo alto de aquella frontera. No hay desvarío, ni sentimiento de pérdida, solo hay la firme convicción de que eso es lo que hay. Tengo la sensación de que, a fuerza de protegerse de una manera tan inmisericorde, ahí nada duele. Nada les duele. O mejor dicho, nada les duele, o nada sienten, si no es cambio de algo. 

Una novela, o un cuento, o una narración, es una visión hecha con palabras sensibles, no es una noticia, ni es un método, ni un prontuario ideológico, que están hechos con palabras instrumentales, que sirven de igual manera que lo hace un mazo o un ordenador o un coche. Son meros instrumentos. Siendo tipográficamente las mismas o parecidas, la diferencia que hay entre las palabras sensibles y las palabras instrumentales es su relación con el tiempo. Las sensibles viven y perduran en el tiempo eterno, las instrumentales viven y se gastan en el tiempo cinético. 
"Los Hijos y las Hijas de la fama, que nunca mueren 
Y demasiado raramente nacen" (Emily Dickinson). 
"Los hijos y las hijas de Isabel Preysler fueron a ver a su madre a Miami" (revista Hola). 

Para entendemos, el tiempo eterno es el tiempo de lo que sucede siempre. El tiempo cinético es el tiempo de lo que se muere cada día. ¿Que ocurre, qué nos ocurre? Que sin el espíritu que hay detrás de las palabras sensibles todo lo demás es magma líquido o mineral, universo indeciso, arbitrario, carente de evidencia, por mucho que las palabras instrumentales del método, o del prontuario ideológico, se empeñen en construir sobre ello puentes, rascacielos, planes de estudio y sanitarios, autopistas, valores, museos, bibliotecas, noticias, universidades, etc. Es ese espíritu, desdoblado a uno y otro lado de las páginas de la novela, el cuento o la narración: Narrador y Lector (y por extensión, a uno y otro lado de la pantalla, a uno y otro lado del cuadro, a uno y otro lado del escenario) el que consigue darle a la vida la dimensión de eternidad de que carece. Y que necesita para ser auténtica vida humana. Sin él, nuestra vida no es nada más que una lenta y paulatina entrega, o vencimiento, en el presente de su elemental animalidad humana.

miércoles, 12 de abril de 2017

LEAMOS VIENDO EN OTRO

Como poseedor de un método, o incluso del Método, te gustaría que la realidad se comportara en todo momento de una única manera, la que preconiza tu método, pues así se vuelve más sencilla a la hora de abordarla. Sea por ello que muchos de los relatos se publiciten hoy bajo el rótulo de "basado en hechos reales". Los predicadores han descubierto un filón en este deseo de realidad - mejor dicho, en el deseo de apropiarnos de la realidad, creyendo así que nos apropiamos de la verdad - y no están dispuestos a desaprovechar la ocasión. Sin embargo algo no acaba de cuadrar del todo. Como si tu método no acabara de disciplinar, o mantener a raya, del todo, a los problemas que te surgen. Pues, bajando el ojo y la nariz a lo concreto, también te gustaría - es lo que tiene la infinitud del deseo, que acaba haciéndose indistinta e insustancial - que las cosas y los seres que te rodean tuvieran una única manera de ser posible, investidos del carácter de necesidad, de causa y efecto, y que ello fuera avalado por tu manera de verlos y de sentirlos. Por tu método.

Pero lo cierto es que con lo que tienes que tratar, y con quien tienes que tratar son cosas y seres contingentes, oscuros, huidizos, siempre inaprensibles, los cuales te desconciertan y, en no pocas ocasiones, te torturan. Esas cosas y esos seres se comportan de manera diferente, cambiante, nada congruente, ni con la necesidad que quisieras, por lo que te someten de forma constante a paradojas y contradicciones no previstas. Por así decirlo, tu tienes tu método y los otros y sus cosas te ofrecen el suyo, que a ti te llega, como no podía ser de otra manera, en forma de algo incomprensible, de misterio. A lo que tu contraatacas con las últimas palabras de tu método, que deseas que sean también las ultimas palabras frente a los demás métodos: ¡yo sé que tengo la Razón!, esa última frontera a la que no estás dispuesto a renunciar. Dominio y apropiación. Esto te pasa con todas las cosas y seres que te encuentras en el deambular de la vida y que te cuesta tanto aceptar. Es más, prefieres no aceptarlo y, a continuación, deseas, de forma inconfesable, engañarlos y autoengañarte. Convertirlos a tu método. Dominio, apropiacion y su perversión inevitable, la banalidad del mal. A eso tú lo llamas la buena vida, que no es lo mismo que la vida buena. Convengamos que más que desaparecer con el giro de la conciencia que he mencionado en anteriores entradas, el misterio se ha desplazado hacia un lugar inopinado. El otro. De compartir todos los seres humanos el mismo misterio en la cosmovisón medieval, Dios, en la cosmovisón moderna de la conciencia el otro, fuera del método de cada uno, se ha convertido en un misterio insondable y, como consecuencia en una época que no admite los misterios, en un sospechoso habitual.

De qué seamos capaces al ponernos delante de ese misterio moderno, es lo que trataremos de descubrir con el trabajo de "Leamos viendo en otro", que tiene una clara vocación performativa: quiere hacer con su decir. Pues "Leamos viendo en otro" crea sus propios lectores, nos creamos al leer en compañía, lo que establece una clara diferencia con respecto a la acción lectora periodística y académica, en las que los lectores suelen estar ya hechos. La forma en que nosotros consigamos conjugar, articular, fusionar o asociar el misterio y la ambigüedad de las cosas y los seres que habitan la realidad es lo que llamaremos conocimiento. No entendido como instrumento que nos de la seguridad que anhelamos y el dominio sobre las cosas y los seres que nos rodean, sino que es más semejante a un camino que nos acerca a comprobar que estamos en el mundo para saber por qué estamos en él, entre las cosas y los otros seres. A eso es a lo que se quiere dedicar "LEAMOS VIENDO EN OTRO". Lo cual no es lo mismo que decir leamos viendo a otro, o a través de otro, que es lo propio de la lectura y la comunicación en internet y las redes sociales. "Leamos viendo en otro" - si quieres llámalo club de lectura o tertulia literaria y ves que pasa - ofrece, muy al contrario, un espacio en el que sea posible ese tipo de conocimiento antes mencionado, mediante la lectura y la escritura. Es decir, un espacio en el cual sea posible que esa diversidad de las cosas y los seres, esas formas diferentes con que nos tenemos que enfrentar, en fin, ese misterio de los otros, pueda ser asumido, entendido y soportado por la vida de los que en este espacio decidan entrar. Un espacio donde puedas conocer y reconocer, sin pensar al mismo tiempo en suicidarte, que en última instancia el Otro puede que tenga razón. Seas bienvenido.

martes, 11 de abril de 2017

TOLOSA DE LANGUEDOC 3

NO HUBO CAMPANADAS

El cambio de año no invitaba, contra todo el pronóstico de la propaganda y la publicidad imperante, a la renovación. La niebla todo lo igualaba, el frío todo lo encogía. En las calles comerciales de Tolosa los villacincos se afanaban  por mantener en el alto el espíritu laico navideño. La idea de que otro año es posible, trataba de abrirse paso a toda costa entre los viandantes. Sin saber muy bien como, pues todos parecían como fantasmas entre la niebla. Lo de otro año es posible se asemejaba, si mi fijaba con atención en sus ademanes y sus andares, a ir sin rumbo hacia ningún sitio. Fantasmagoría que se acentuó el día primero del año. Estrenar año era como volver a caminar sin destino. Antes de comer en este último día del año, me di una vuelta por el mercado de objetos antiguos, o ya muy usados, que estaba ubicado alrededor del perímetro de la Basílica de San Sernin. Aquella chatarra y sus vendedores trataban de sobreponerse a la falta de horizonte que se intuía la vuelta del calendario, ofreciendo otra visión con sus productos: otro pasado es posible. Yo pienso que al final de la tarde, poco antes de que la oscuridad y la niebla más espesa se echaran sobre la ciudad, lo habían conseguido con cierto éxito. Volví al mercado de trastos viejos y vi a los comerciantes brindando por el nuevo pasado, en medio de un cambio de año que no anunciaba grandes novedades. El tiempo de los relojes, que inventaron los hombres para sustituir al tiempo eterno divino, daba la impresión de que estaba parado. Con signos claros de acabamiento. Había movimiento en las calles pero las horas y los minutos eran todos iguales. Se acercaba el fin de año y no había distinción con el principio. No había destino bajo la niebla y el frío de Tolosa, pero si abundaba la fascinación por hacer lo mismo que todos los años.  

Un lector me dijo un día: la literatura va en serio porque leyendo descubrí que la vida va en serio. Días más tarde le dije que era una acertada comparación, pues me había ayudado ha reconciliarme con la idea de que la literatura, la filosofía, en fin, el arte en general, solo me interesa como misterio. Recapitulemos juntos le dije: la literatura va en serio porque leyendo descubrimos que la vida va en serio, es decir, porque las dos son un misterio. Entendiendo la una y la otra como experiencia, no como ir de un sitio a otro, o como atravesar un campo o una ciudad, o descender en canoa los rápidos de un río. Experiencia al leer y escribir sobre algo que nos importa y cuya importancia es directamente proporcional al sentido que adquiere ese algo en nuestra vida. Por eso fui a ver de nuevo la tumba de Santo Tomás de Aquino, reconocido como el pensador más incisivo del la época medieval. Por el misterio que proyectan sobre mi sus reflexiones, aunque yo pueda prescindir de la existencia de Dios para explicarme y para saber: "Dios existe porque es natural que el bien se extienda y se multiplique". Pues aunque sean otras las reflexiones en la época de la máxima tecnologización, que es también la época de la inexistencia oficial de Dios, no se pueden liberar del misterio que, paradójicamente, el aplomo de aquellas palabras medievales desprenden. 

Es por ello que no se me quita de la cabeza que la banalidad del mal comienza a incubarse en este giro de la conciencia que deja de concebir la vida y la literatura como un misterio, para hacerlo como un problema que lleva incorporado un método que tiene la solución y la última palabra. Un método al que nos gusta, llegado el caso o la moda, ponerle el adjetivo de saludable: la convicción de que, mediante la aplicación de un conjunto de reglas de procedimiento bien definidas, queda garantizado el conocimiento que se obtiene del objeto en cuestión. De cualquier objeto y en cualquier ámbito familiar, profesional, psíquico o social. Un método, una solución y una última palabra que han ido formando el nido donde la banalidad del mal ha tratado, aprovechando las constantes turbulencias que han acompañado al giro de conciencia humana, colocar y fijar el nido desde donde desplegar todo el poder de su influencia. Los resultados los tenemos, hoy más que nunca, a la vista.


No hubo campanadas en la plaza del Capitolio, donde los que estábamos este último día del año en Tolosa de Languedoc nos reunimos a ver si pasaba algo. Había reloj, pero se quedó mudo. Había balcón del ayuntamiento, pero permaneció vacío. El cambio de año pasó y no pasó nada. Éramos el reloj. Rompimos el tiempo cuando decidimos dar aquel giro coperniquiano a nuestra conciencia sobre la percepción del mundo. Somos el reloj que cronometra, desde entonces, los fragmentos de nuestros sentimientos, que también cambiaron al perder la unidad que les daba su respiración acompasada. ¿Puede pasar algo bajo esa máscara, que es también nuestro sudario? En justa simetría entre la una y el otro, hubo besos y abrazos, gritos y ruidos diversos en la Plaza del Capitolio. Y otra niebla más espesa y otro frío más intenso.

lunes, 10 de abril de 2017

TOLOSA DE LANGUEDOC 2

EL INQUILINO DEL CONVENTO DE LOS JACOBINOS

¿Por qué quería hacer una visita a la tumba de Santo Tomás de Aquino? Porque intuyo una extraña y no explicada continuidad en quienes protagonizamos el presente, embelesados y disfrazados, contemplando cada día las múltiples pantallas, de la hermosa respuesta que aquel dio a la pregunta de por qué Dios creó el mundo si no le hacia ninguna falta, si, siendo autosuficiente en su plenitud y perfección, no necesitaba nada. Tomás de Aquino respondió: Dios creó el mundo porque el bien tiene la propiedad natural de expandirse y multiplicarse. ¿Dónde se encuentra, entonces, la continuidad? Convengamos que, más de doscientos años después de la muerte de Dios por decreto humano, a la filosofía de las pantallas, que ha acabado por sustituir a Aquel en el alma de los hombres y las mujeres, le pasa algo parecido que a la respuesta tomista a por qué Dios creó el mundo, aunque con una diferencia notoria. Veamos. 

No tiene lo que aparece en las pantallas nada que ver con nuestras vidas, es decir, como en el caso de Dios no deja de ser una constante ficción, una retahíla irreal de lo que no somos y nos gustaría ser. Ahora bien, lo que ha acabado por expandirse y multiplicarse con éstas, a diferencia del bien que se expandía con Aquel, ha sido algo inesperado: la banalidad del mal. No es el infierno que imaginó Dante, pero no deja de ser infierno. Aunque es un tipo de mal que, en su banalidad, si ha heredado las mismas cualidades que el bien tomista: la filosofía dominante de las pantallas existe porque la banalidad del mal es expansiva y multiplicadora. ¿Valió la pena, al final, aquel deicidio? ¿Se ha hecho justicia? ¿La vida en toda su aparente diversidad, queda al alcance de cualquier mortal? ¿Es esa aparente diversidad de la vida, lo mismo que su plenitud? Yo creo que en está confusión radica la estafa de los trileros del nuevo infierno. 

La banalidad del mal ha llegado para quedarse entre nosotros, sí, pero no como el esperado momento de gloria de los malditos, entendidos como sinónimo romántico y emancipador de todos los desfavorecidos que aquel bien divino ha producido, sino como la forma más sutil y perversa de venganza que el diablo - un personaje, otrora castigado con el ostracismo por su rebeldía, que viene a cobrar y hacer patente su protagonismo en la nueva escena de las pantallas - nos tenía reservado a todos, a los maldecidos y a los bendecidos, pues la filosofía de las pantallas no hace en estos distingos. Así, y como correlato que sustituye  a la santidad de aquellos santos, se nos ha echado encima una fuerza desconocida y en liza de igualdad con las otras fuerzas del mundo, la miseria de los miserables. Aunque lo desconcertante es que, así como la obra de Dios entonces tuvo a su gran narrador en Santo Tomás de Aquino, la obra de hoy de los hombres no tiene quien la escriba con semejante autoridad y solvencia. ¿Es el hombre autosuficiente y pleno en el ejercicio de su banalidad?, sería la pregunta a la hoy nos tenemos que enfrentar. De momento resulta difícil decir que no. Así serán, por tanto, los narradores que se merece el mundo que se nos avecina

CONVENTO DE LOS JACOBINOS

viernes, 7 de abril de 2017

TOLOSA DE LANGUEDOC 1

TIEMPO HUMANO, TIEMPO DIVINO

Frío mucho frío. Niebla mucha niebla. Al llegar de noche el 30, y al amanecer del último día del año. Me ha sido inevitable empezar está crónica de la visita, la tercera, a Tolosa de Languedoc de otra manera que no fuera haciéndome eco de la extrema meteorología. Las otras dos veces que la he visitado fueron bajo un clima más benigno, propio de la primavera y el verano, lo que, digo yo, debió influir en que ni se me ocurriera pensar que el frío y la niebla, propio del invierno de todo fin de año, iban a ser protagonistas de excepción en esta despedida del 2016. La falta de costumbre de vivir en estas ciudades de interior, o continentales, y con un gran río a su vera - he ido pensando después -, debió aportar lo suyo a que las tiritonas que, desde que llegué hasta que me marché, no me abandonaran. Con ellas encima, yendo de un lado para otro por las calles y lugares tolosanos, no logré activar mi memoria infantil, vivida también en una ciudad de interior, Zamora, y a orillas de un río grande, el Duero. Únicamente, cuando iba más encogido caminando, me venían a la cabeza las imágenes de la información meteorológica habitual, mediante las que me informan que en estas ciudades de interior la niebla puede instalarse sobre sus calles y tejados durante quince días. Las entrevistas a los transeúntes ocasionales, que siempre acompañan a estas informaciones, los suelo ver comprensivos ante la que está cayendo: tiempo que hace su tiempo es buen tiempo, o todavía no hay nadie, afortunadamente, que le enmiende el guión a la naturaleza en estos menesteres de las climatología, pero también moderadamente cínicos respecto al entrevistador. Resumiendo, ni apocalípticos ni integrados, sino todo lo contrario. Lo cual visto delante del televisor no deja de producir, como con toda información que por allí aparece, un inevitable efecto de insensibilidad o distanciamiento. Son palabras poco fiables en términos de comunicación, es decir, de que se quiera o se pueda decir algo con ellas. Son, para entendernos, como los buenos días de por la mañana, cumplen un función de cortesía, de que tu estás ahí y yo estoy aquí, de que estamos vivos y de que nos lo reconocemos mutuamente. Nada más y nada menos. La mayoría de las palabras que se dicen o se escuchan a lo largo del día sirven para eso. Todo está servido - volviendo la información meteorológica y mis tiritonas en Toulouse - como si tuviera que ver con tu vida, pero, al mismo tiempo, todo parece hablar de la siguiente manera: menos mal que no estoy ahí, que bien que mi vida está segura y calentita aquí en mi casa. Al fin y al cabo, nada de lo que aparece en la pequeña pantalla, ni en ninguna de las otras pantallas, tiene que ver del todo con nuestra vida, pero está al lado de toda nuestra vida.

La visita a la ciudad de Tolosa de Languedoc, además de para pasar el cambio de año, estaba motivado por el acercamiento más atento, que en las dos anteriores, a la figura de Santo Tomás de Aquino, cuya tumba preside de forma majestuosa, como solo el Vaticano sabe tratar a los promotores de su ideología, la nave central del convento de los Jacobinos. Tomás murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7 de marzo de 1274, cerca de Terracina. Posteriormente, el 28 de enero de 1369, sus restos mortales fueron trasladados a Tolosa de Languedoc, fecha en la que la Iglesia católica lo celebra. Tiempo humano, tiempo divino. A lo mejor hay algo entre medias.

jueves, 6 de abril de 2017

LA GRAN SUPERFICIE

¿La palabra profundo, no dicha explícitamente en la cena, fue el detonante para que la conversación superficial girase el foco hacia nuestro destino como adultos? Me sorprendió, de forma alentadora, que en una reunión de ciudadanos de clase media acomodada la palabra profundo remitiera a la palabra muerte, y a continuación orientara la conversación superficial, no hacia los chistes y las risotadas, sino hacia un lugar inhabitual que permitió dividir a la concurrencia en tres grupos tan significativos del estado de la cuestión. A saber, los preventivos, los que todavía no hablaban, lo que no dijeron ni mu. Sobre todo en lo que respecta a estos últimos, nunca antes queriendo uno ocultarse detrás del no querer decir nada, los que te observan pueden llegar a saber tanto de uno, quedando uno, a su vez y al mismo tiempo, tan radicalmente ignorante de lo que puedan estar pensando y sintiendo los otros. Lo cual puede que fuera debido a que la palabra profundo, además de detonante llevaba mucha pólvora, o los contertulios, desobedeciendo a Virginia Wolff, se miran cada mañana al espejo con una preocupación inconfesable. Algo hay, entre ese arrobamiento que sentimos frente al hecho de que nuestra vida solo pueda llegar a ser como la disfrazamos y lo que delatan el espejo y las articulaciones cada mañana, que merece la pena echarle un vistazo.

Vivir en la superficie es una decisión que proviene de eliminar de nuestras vidas, tanto en su práctica como en su representación, toda altura de miras y todo abismo que nos produzca vértigo. Una forma de vida que lleva incorporado un método, al que nos gusta ponerle el adjetivo de saludable: la convicción de que, mediante la aplicación de un conjunto de reglas de procedimiento bien definidas, queda garantizado el conocimiento que se obtiene del objeto en cuestión. De cualquier objeto y en cualquier ámbito. Un método que lleva adherido un lenguaje, cuya sintaxis y campo de acción narrativo no puede extralimitarse, por tanto, ni por arriba ni por abajo, ni hacia su interior ni hacia su exterior. Estar en la superficie, sin correr riesgos o con todos los riesgos perfectamente calculados, es lo propio de la vida que hemos decidido vivir la sociedad de la clase media occidental. Lo que en términos ontológicos se traduce, inevitablemente, en ser unos tipos superficiales. Lo paradójico del asunto es que nosotros creemos que es la imagen cabal del paraíso que nos debían y que nos merecemos. Sin embargo, no es nada más que una de las puertas de entrada al infierno, que el diablo triunfante después de la Experiencia de las Grandes Catástrofes nos ofrece con insistente amabilidad. Aquí se puede ver perfectamente encarnada el significado del silencio de los que no dicen nada cuando el tema los interpela. O dicho todo de otra manera, creyendo que al vivir en la superficie hemos burlado al fin a la muerte, lo que hemos conseguido es meternos sin darnos cuenta de coz y hoz en sus temidas fauces. La explicación es muy sencilla, aunque lamentablemente no lleva incorporado un método saludable para ponerla en práctica.

Todo comenzó hace más de doscientos años, y es la obra genuina de nuestra condición de seres de razón y de palabra. Aquellos antepasados nuestros decidieron dar un giro drástico a su Conciencia - en concordancia con lo que años antes Copérnico hizo con el Orden de los planetas -, respecto a como estar y representar el Mundo, dando por concluida la forma que lo había percibido y representado durante los siglos y milenios anteriores. De implorar la gracia del cielo para huir de las llamas del infierno, de depender absolutamente de la ayuda divina externa para sobrevivir en la tierra, de estar siempre amenazados por lo desconocido, hemos construido la Gran Superficie donde hoy vivimos en paz. Y lo hemos hecho a fuerza de allanar o nivelar o limpiar, con litros sangre, sudor y lágrimas, todo lo que rodea y estorba a nuestra conciencia racional limpia y transparente, la única herencia de aquellos antepasados, que son también los únicos antepasados nuestros. Los más antiguos son historia o leyenda, pero creemos que nada tienen que ver con nuestra forma de vida. Una Gran Superficie en la que ya no tenemos, ni podemos por tanto transmitir a nuestros vástagos, la experiencia del arriba y abajo, del adentro y afuera, de lo oscuro y lo luminoso. Ni la intensidad, ni la presencia, ni la ausencia que lo uno y lo otro tienen en nuestras vidas, y en nuestras ideas o formas de pensar.  En fin, no podemos experimentar el misterio de nuestra existencia. Sencillamente porque no hay misterio que valga. Ni suspense. Aquí dentro todo es claro, horizontal y lineal, bajo la influencia de una luz cegadora y perpetua. Lo que acarrea una actitud higiénica nunca antes vista en los que se encargan del mantenimiento de la Gran Superficie: toda perturbación o excrecencia física, social, psíquica o comunicacional debe ser diagnosticada primero como una patología, y en segundo lugar debe recibir un tratamiento severo de allanamiento, de horizontalización, de linealidad, que la reconduzca al seno de la Gran Superficie donde vivimos, y de la que nunca debió salir.

Coda final del Diablo
¿Habéis pensado en que medida el conversador superficial, imitando al troll de las redes sociales, perturba profundamente la ética conversacional de la civilización humana, al separar la expresión del contenido, el significante del significado, la comunicación de la intención? Imaginad un mundo donde, cuando alguien dice algo que no os gusta, no podéis determinar si lo dice en serio o no. ¿Habéis pensado si la superficie es un lugar de llegada (desde el subsuelo) o lo es de partida hacia la eternidad momentánea? O es donde mantenéis la ilusión de que todo es legible de pe a pa. Donde todo tiene sentido en vuestro beneficio. ¿Y el abajo y el arriba y lo que nunca podréis llegar a saber? Listos que sois unos listos. Siempre habrá algo o alguien que se os escapa, que se os esconde, que os espía. Lo sabré yo.

miércoles, 5 de abril de 2017

LA CENA

Aunque la presión de la familia y de los amigos es enorme, debería saber, mejor dicho, debería recordar porque saber ya lo sé desde hace tiempo, que no estoy obligado a organizar ese tipo de cenas, ni de tener que ir de un lado para otro para prepararlas, ni consentir que me abrace la angustia en las horas precedentes porque falte algo, o algo no quede bien, o alguien pueda sentirse incómodo o contrariado. Las cenas con los amigos y familiares, lo haga como lo haga y cuando lo haga, son siempre igual a sí mismas. Ni siquiera la variante que introduce los que asisten y los que se ausentan, y la posibilidad de las diferentes conversaciones que de tales presencia y ausencias se derivan, altera en lo fundamental el resultado final del encuentro. La organización de estas cenas se parecen a la de las vacaciones cuando llega el verano, o las de la Navidad cuando llega el invierno. Quizá todo tiene que ver con un desconocimiento, que no sé si debe ser motivo de preocupación, de nuestros derechos y deberes como ciudadanos. Diría más, para ser unos ciudadanos ejemplares tal vez no hagan  falta ni las unas ni las otras. Veo, de seguir empeñados en ello, una de las explicaciones de nuestra infelicidad. Aunque tampoco sería descabellado pensar, como dice mi mujer, que nos comportamos así no por ignorancia, sino por apuntalar nuestra manera de ser civilizados. La nuestra, dice, es una civilización que ha sufrido mucho y no debemos perseverar por ese camino. El caso fue que en está ocasión mi mujer, contra todo pronóstico, introdujo - nada más oír sus palabras pensé que no había doble intención en ellas, para mí que se le habían escapado sin querer - el elemento de la discordia. Dijo, más o menos, que notaba que de un tiempo a esta parte nuestras conversaciones se habían convertido en muy superficiales. De repente, se abrió paso como por ensalmo entre las sonrisas, chistes y parabienes, que como era habitual se habían apropiado sin ninguna resistencia de los ademanes de los comensales que ocupaban la mesa, el hielo que todos llevamos dentro. Mi mujer se dio cuenta, al mismo tiempo que yo, de la que hay montado con sus palabras. Había convertido la cena en un claustro de icebergs atónitos flotando a la deriva en un mar desconocido. Noté que hizo un gesto como de pedir disculpas, pero se reprimió. No por proteger el asunto de la civilización. Me di cuenta, en ese momento, de que su gesto se había desprendido de semejante corsé, y apuntaba hacia un lugar para mí desconocido. La reunión acabó bien como siempre, y como siempre nos convocamos para la siguiente. Han pasado cinco días desde entonces, y mi mujer no me ha dicho nada sobre aquellas palabras que, al menos a mi, están haciendo que revise mis apuntes sobre quien habita en el subsuelo.

martes, 4 de abril de 2017

ESPERANZA NO RETRIBUTIVA

En una de las escenas de la película de Aki Kaurismäki, "El otro lado de la esperanza", Khaled, el refugiado sirio que llega de polizón en barco al puerto de Helsinki, dice, mientras lo interrogan en la Oficina de atención al emigrante, que no sabía quién bombardeaba cada jornada los barrios de la ciudad de Alepo de donde viene, si los americanos, los rusos, los sirios, o si eran los rebeldes. Lo cierto es que perdió su casa y a toda su familia, menos a su hermana.


Lo peor de tratar impulsivamente de condenar esto, es que no sabes a quién condenas. Tienes que condenar a ciegas, al mismo tiempo y con igual intensidad, para no parecer deshonesto, a quienes lo hacen posible, que son los que regentan los bancos donde tienes tu dinero, y a los que llegan al consenso de la guerra, que son a lo que tu votas cada cuatro años. Ya lo sé, es difícil, y amargante. Es lo que hace que tu felicidad no sea completa, y que solo alcance a ser triste. Una felicidad triste. Te parece poco para lo que te habías imaginado desde tu asiento en tierra firme, ajeno a cualquier tipo de tormenta, en el lado bueno de la esperanza. Pero, ¿que es lo puedes imaginar cuando en la vida que llevas no pasa nada relevante, si lo comparamos con lo que le ha sucedido a Khaled? ¿No hay un exceso de presunción, de matriz cristiana, en el hecho de que tengas que hacer algo como si ya hubieras entendido lo que sucede? ¿No sería mejor que lo que hagas te ayudara a entender lo que sucede? Pon un refugiado en tu mesa. Un hacer ligado de verdad a la posibilidad de entender, sin que ello sea una garantía de nada. Como eso desborda claramente el límite de tu bondad y tu entendimiento, como eres incapaz de hacerlo, no te dejes embaucar por los cantos de sirena de los predicadores y las conversaciones digitales.


Khaled busca a su hermana y llega a Helsinki de manera azarosa. Podía haber llegado a cualquier otro sitio. Pero las olas de la tormenta de fuego de Alepo lo llevaron al norte de Europa. Lo mejor es que no emitas veredicto, ni que pronuncies la sentencia que, según la corrección vigente, le corresponde. Kaurismäki tampoco lo hace de manera explícita. A estas alturas resulta sospechoso este tipo de proclamas lanzadas desde la orilla de los buenos. Comprueba que el título de su película es ambiguo, si te desprendes, como decía, de la matriz cristiana que a estos asuntos siempre acompaña. Una herencia a la que ni los más acérrimos ateos renuncian. El otro lado de la esperanza. No me digas que lo primero que te ha venido a la cabeza es, otra vez, la imagen del paraíso. La imagen que no cesa en cuanto arrecia la tormenta. ¿Se trata del otro lado de la esperanza de Khaled o de la tuya, donde podéis coincidir? Tú buscas retribución en tu esperanza. La esperanza de Khaled no está filmada así, con esa insolencia. No es hambre furiosa como la tuya, ni devoraría a quien se pusiera a tiro como harías tú. Khaled solo busca encontrar a su hermana. Hay consuelo en esa búsqueda. Aunque tiene dudas sobre lo que pueda haber al otro lado de esa esperanza.


¿Por que ha venido usted a Helsinki?, le pregunta a Khaled el funcionario de la Oficina del emigrante. La pregunta es de alguien cuyo sueldo sale de tus impuestos, no lo olvides. Vengo a Helsinki porque aquí no hay guerra, contesta Khaled. ¿No harías tu lo mismo? ¿No lo hicieron tus antepasados, cuando en Europa arreciaba la tormenta de fuego como ahora lo hace en Siria? ¿Es que ya no te acuerdas? Tú, que dices que hemos de entrenar nuestra mente, nuestra inteligencia emocional, nuestra espiritualidad, nuestra sociabilidad y nuestro cuerpo. Tú que buscas y predicas el consenso de que es el equilibro de todas estas dimensiones de la personalidad lo que nos facilitará la superación, porque todos en algún momento de nuestras vidas padeceremos momentos duros o muy duros y hemos de poder superarlos. ¿Es eso lo que le dirías a Khaled, que ha llamado a tu puerta? Solo busca, además de a su hermana, un lugar donde no haya guerra. Le dirás, mira está palabrería es lo que hay al otro lado de la esperanza.


La era digital produce un tipo de distorsiones nunca antes conocidas. Informado sobre lo que ocurre en Alepo, tu capacidad de sentir tiene el mismo alcance que si lo ignoraras. O dicho de otra manera, tu conciencia, que los predicadores digitales exigen que se levante sin dudarlo, padece un grado de entumecimiento extraño y desconocido desde la época de la imprenta. Sin embargo, el daño ya está hecho. A Khaled lo expulsan porque, según la información que poseen en la Oficina del emigrante donde lo interrogan, los bombardeos sobre Alepo no son de la suficiente entidad e intensidad como para justificar su huida. Desde ese momento, Khaled pasa a engrosar, según el modo de entender en La Oficina de emigración, la carpeta de los delincuentes habituales, dejando libre un hueco a ocupar por otro en la carpeta de sospechosos también habituales. Comienza, entonces, a hacerse visible el otro lado de la esperanza que anuncia el título de la película que no tiene nada que ver con lo que tu lo ves y vives en el lado, digamos bueno en el que habitas. No pienses que le dan a Khaled algunas de las claves a trabajar, entrenar y potenciar para superar su situación, como son el autoconocimiento, fortalecer la autoestima, los valores esenciales y personales, fomentar buenas relaciones, el optimismo, el humor, la creatividad y el sentido de la vida. Los de La Oficina de emigración no le dicen a Khaled, como te dice a ti tu coaching, que estas claves se pueden ir entrenando día a día. Sencillamente lo encierran, a la espera de devolverlo a donde ha venido, Alepo. Pero lo improbable, la única palabra con sentido en ese otro lado de la esperanza, comienza a hacer su trabajo. Así Khaled literalmente se topa con Wikhströn, un cincuentón que, mira por dónde, quiere cambiar de vida y buscar, como Khaled, en el otro lado de la esperanza. Se ha separado de su mujer y está montando un restaurante. En este lado de la esperanza la burocracia no existe. Hecho. Khaled se añade a la plantilla del restaurante que ha comprado el cincuentón mediante traspaso. El encuentro con los nazis también forma parte del contenido del otro lado de la esperanza. Se producirá y le rajaran la barriga.


El final, como debe ser, es felizmente triste. Khaled encuentra a su hermana. Wikhströn le paga el reagrupamineto en Helsinki. Y los de La Oficina de emigración ya se han enterado de que los bombardeos sobre Alepo dan en las pantallas los índices de calidad requeridos, como para no rechazar las peticiones de asilo. Khaled le dice a su hermana que se presente en La Oficina y él con la barriga sangrando se pierde por la ciudad. Y a mi, lo que visto y como lo he visto en ese otro lado de la esperanza, según lo filma Kaurismäki, me parece algo más que bien. Lo recibo como algo fríamente conmovedor. Una posibilidad narrativa que me permite seguir esperando sin retribución. Que es de lo que se trata.

lunes, 3 de abril de 2017

EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA, película de Aki Kaurismäki

Antes de decidir ir a ver la película, eché un vistazo a una entrevista que le hacían al director finlandés. En un momento de la misma dice, entre otras cosas, que nadie en su sano juicio abandona a un náufrago en medio del mar. En principio, la imagen que sacó a colación Kaurismäki ante la entrevistadora para justificar de forma apresurada - como lo es todo lo que se diga en cualquier entrevista que se precie - la intencionalidad de su película, me pareció lo suficientemente convincente como para acercarme a la taquilla del cine. El prejuicio contra el que luchaba no era otro que el que surge del compromiso, que nos han hecho creer, que deben tener los creadores frente a las contingencias de la vida, ya que pienso que el único compromiso del creador es con su obra, que debe tratar de buscar su hueco o conexión con lo que de permanente hay en el mundo. Una guerra es una contingencia perfectamente consensuada. Lo que abre las condiciones de posibilidad para que náufragos y refugiados podamos serlo todos en cualquier momento de nuestra vida, así dice, más o menos, el director fines en la parte final de la entrevista. Si no lo somos desde que nacemos de una manera u otra, dejando como irrelevante si el naufragio ocurre en alta mar o en medio de una ciudad concurrida. Ayer en Berlín, hoy en Alepo. Añado por mi cuenta. De repente, en donde has vivido toda la vida todo se hunde y te ahogas, y por más que lo intentas no puedes mantenerte a flote. Todas la fuerza que concurren a tu alrededor cumplen con minuciosidad aquel consenso pactado: hacer ahí la vida humana imposible. Como lo es en el mar cuando se desata la galerna y quedas flotando abrazado a una tabla. Me pareció que no hacía falta que viviera en Alepo, o haber naufragado en el mar, para tratar de entablar un conversación con quién de allí huye. Saqué mi billete.

Si el capitán del barco que descubre al náufrago lo deja subir al barco sin someterlo a todo tipo de interrogatorios, sin hacerle rellenar los correspondientes formularios que aquellos les acompañan, sin decirle al náufrago que vuelva usted mañana, o pasado mañana, ni que vaya de ventanilla en ventanilla, ¿por qué sí hacen eso con el refugiado que ha naufragado en tierra? En la tierra donde vive en el momento en que se desató la tormenta. Pues si nadie pregunta a los pasajeros de un barco cuando se desatará la galerna de viento y agua, lo que los convierte de forma inmediata en seres inocentes a efectos de darles ayuda, tampoco les preguntan a los vecinos de ayer en Berlín hoy en Alepo,  cuando vomitaran los aviones la tormenta de fuego, aunque eso no impide que se conviertan ante nuestros ojos en sospechosos habituales. La diferencia estriba en que la Naturaleza lanza su ferocidad sin resentimiento, es su carácter, mientras el de la tormenta de los hombres está llena de odio y resentimiento. Kiarusmaki me pareció, en la entrevista, que pretendía hacer justicia equiparando los resultados de una galerna marina a una tormenta de fuego humano. Equiparando náufragos a refugiados. Pues sea en alta mar o en medio de la ciudad, los que sufren la destrucción e impiedad de las fuerzas destructivas que sobre ellos se desatan, les importa una higa la primacía que puedan conseguir las unas respecto a las otras. Y en que medida lo podrían haber evitado. Todo, entonces, se hace fatalmente natural. Pero no deja de existir, a pesar de ello, una especie de extraño regüeldo en los que quedamos a salvo de aquellas, que tiene el sabor de la culpa o la mala conciencia. Son de los mismos que esperan en la cola delante de la taquilla, a los que oigo que quieren que se cumplan las leyes internacionales. O los que en las pantallas piden la expulsión inmediata de todos los que llegan. No es ese el estado del alma del personaje de la película, que anuncia Kaurismäki en su entrevista. No es este el otro lado de la esperanza ajena, sino de fantasía propia. No del que llega buscando asiento, sino del que ya está plenamente asentado. El director de Finlandia busca, para entendernos, el alma del que nunca ha tenido nada y ha sido extranjero siempre, aunque ahora su cuerpo lo tenga casi todo. La única alma con capacidad acogedora. El alma de quién se encuentra en tierra firme, fuera de la tentación de poner moral a todas esas fuerzas que actúan entre si. Porque sabe que si lo hiciera tendría que distinguir una jornada de bombardeos en Alepo de una en la Bolsa de Nueva York, o de Moscú, o de cualquier de las capitales europeas. Porque sabe que son campos de batalla diferentes, pero las fuerzas que se enfrentan entre si son las mismas o sus sucursales. Con estas distracciones, propias del periodismo, el protagonista quedaría doblemente desaparecido. La primera vez en la barbarie de las bombas de su ciudad y la segunda en la de la actualidad de la ciudad donde llega