viernes, 23 de diciembre de 2016

VERDAD Y VIDA EN LA CIUDAD

¿Cual es el contrapeso al libre albedrío humano una vez que desaparece la omnipotencia y la omnisciencia de Dios? ¿Cómo acepta el ser humano, ante la pérdida de tal oposición, la precariedad de su existencia? Al parecer, tal y como han ido las cosas desde entonces: convirtiéndose el mismo en Dios. Fueros estas algunas de las preguntas que me surgieron en la lectura y del "Cuento de Navidad" de Charles Dickens y del visionado de la película homónima de Desmond Hurt.

Lo que es diferente, yo diría que va en la dirección contraria, es la reivindicación de nuestro derecho a enfrentarnos - ponernos enfrente de - a aquello que es superior a nosotros mismos. Para saber cuál es la naturaleza de nuestra pertenencia, es decir, a quien o de qué formamos parte. Esta desaparición, que nosotros pomposamente lo calificamos de asesinato, ¿lo es literalmente o más bien Dios se ha ido de nuestra imaginación harto de las estupideces que produce el libre albedrío que nos concedió? Sea como fuere la muerte o desaparición de Dios, supone la muerte o desaparición de la Verdad y la Vida, eso era lo que representaba Dios, tal y como lo hemos entendido hasta entonces. Lo que significa que con la muerte o desaparición de Dios desaparece también una idea de verdad y de vida. ¿Cómo afecta eso a nuestra visión del mundo? Por ejemplo, al leer y escribir afecta a como el lector y el escritor se enfrentan a la búsqueda de la verdad y la vida o a su falta de necesidad, para llevar a cabo la actividad lectora y escritora. Es decir, si nos conformamos con que nuestras lecturas y escrituras sean más sugerentes, más inteligentes, más originales que las de los otros, o que sean incluso la más sugerentes, las más inteligentes, las más originales, pero a sabiendas que ese plus nunca tendrá que ver, en nuestras aspiraciones, con obtener más verdad ni más vida. 

En la ciudad, donde ha desaparecido o donde hemos matado a Dios, y la verdad y la vida que el representaba, ya nada es verdad ni mentira, sino que todo es del color con que cada cual lo mira, pues lo único que cuenta y guía es la subjetividad del yo de cada ciudadano subscrito a ese relativismo dogmático. Entonces, ¿con que asuntos hay que tratar en la ciudad para saber qué es la verdad y la vida, o donde hay más verdad y vida, una vez asesinado o desaparecido Dios? Sobre todo si tenemos en cuenta que todos los asuntos son igualmente verdaderos, en tanto en cuanto los ciudadanos que tienen que tratar con ellos los son de plenos derechos y deberes ante la ley, que es la que marca y define el ritmo de la vida de la ciudad.