martes, 13 de diciembre de 2016

POBRES ALMAS

Pensamos mal y peligrosamente. Sobre todo peligrosamente. Llevamos más de trescientos años haciéndolo y en los últimos cien de forma apabullante y a toda velocidad. Somos megalómanos, pretenciosos y arrogantes. Como nunca antes lo fue el ser humano. Nos creemos capaces de poder hacer todo lo que se nos antoje, porque hemos perdido el miedo a estampanarnos. Hasta ahora. Salimos a la calle y únicamente nos encontramos con la imagen de nosotros mismos. ¡Qué tremendo error! ¡Qué encanallado horror!. Hasta ahora. Pero la vida, de repente, nos hace daño. Mucho daño. No porque no lo haya hecho siempre, sino porque nosotros hemos llegado a creernos inmortales, ajenos a toda perplejidad. Inmunes al dolor propio y ajeno. Y resulta que el daño está ahí, como siempre. Por todas partes. Nuestra visión del mundo creemos que es el mundo. Y las convicciones que la sustentan nunca tienen escisiones, son siempre inquebrantables. Caiga quien caiga. Miramos hacia adelante sin preocuparnos de los huecos que dejan atrás los puntos ciegos de nuestra mirada. Y sin que nos importa una higa quien habita dentro. No se por qué, pero siendo como somos aun valiosos, no puedo menos de exclamar, ¡pobres almas!.