El debate es interesante hasta el punto de que vale la pena preguntarnos, si somos nuestros sueños o nuestra codicia. Pues no hemos de olvidar que la Navidad celebra también la utopía más duradera que han inventado los hombres y las mujeres, con Jesucristo y la Virgen María al frente: podernos sentar algún día a la diestra de Dios padre. O dicho de otra manera, volver al paraíso del que fueron expulsados nuestros primeros padres por sus sueños y su codicia, causa del pescado original y efecto en el sentimiento de culpa con el que vivimos cada día. Ni que decir tiene, cualquier lector aficionado a la antropología o la etnología lo sabe, que todas las demás utopías que han imaginado los hombres y mujeres a lo largo de estos dos milenios largos tienen su matriz en ésta, repito: el nacimiento de Jesucristo, que viene al mundo para salvar a todos los hombres y mujeres de sus pecados y desvaríos, guiándolos hasta la diestra del Dios Padre en el paraíso.
A la escasa luz que queda entre las tinieblas que producen la enorme confusión ambiente, ¿cómo podemos hoy entender, y renovar, el mensaje del acto fundacional de nuestra civilización, la Navidad: como sueño o como codicia? Scrooge, hace 170 años, en el inicio de nuestra modernidad ¿ya lo tenía claro? Como inmediato antepasado nuestro, ¿hemos sido fieles a su legado? Y si creemos que le hemos traicionado, mediante el sueño de nuestras propias utopias, ¿en que nos hemos convertido? El nacimiento de Jesucristo es la herencia de hace 2016 años. La codicia de Scrooge es la herencia de hace 170 años. Con esos mimbres, ¿que somos capaces de hacer?, ¿cual es nuestro legado para las próximas generaciones?