martes, 6 de diciembre de 2016
FELICIDAD DELATORA
En el sosiego del atardecer ambos se prometían mutuamente no cambiar nada pero los dos también llevaban disfraces. Poco después, de forma imprevista, llamaron a la puerta. No cambiar nada no equivalía, únicamente, a no salir de la habitación. Cualquier roce con el exterior significaría un atentado a lo que habían conseguido, entonces nada de eso podría evitar que no entrara lo intolerable. Les había costado lo suyo llegar hasta allí. Los golpes contra la puerta no procedían del picaporte, daba la impresión de que los producían los nudillos de la mano de quien estaba fuera. Eran flojos y espaciados. Eso aumentaba su malestar. Cuando se hizo de noche, aquel ruido se había atravesado entre sus firmes promesas.