viernes, 30 de diciembre de 2016
LENTITUD
A estas altura de nuestra vida adulta tú y yo sabemos, lo digamos o no, lo reconozcamos o no, que las cosas importantes de esa nuestra vida necesitan tiempo. Lo que resulta incomprensible es que todavía nuestra conciencia sea reacia, muy reacia, a ocupar espacios donde predomine la lentitud. Eso también lo sabemos, y lo comprobamos y padecemos cada día con la gente que nos rodea y con nosotros mismos. Las tertulias o los club o los cafés de lectores adultos - llámese como a cada cual le convenga, y se lea lo que a cada cual más le interese en cada momento (prosa, poesía, filosofía, matemáticas,...) siempre en cuando, eso sí, se mantenga el adjetivo de adultos en el rótulo anunciador - deberían ser esos espacios que de forma inaplazable tendríamos que crear y mantener con nuestra decidida presencia adulta. O lo que es lo mismo, crear y mantener bajo el influjo de la lentitud a que me refería antes. Sin embargo, muchos de los lectores "adultos" que hoy los frecuentan lo hacen con prisa por obtener el karma definitivo, o buscando la lectura definitiva, en lugar de atenerse al predominio de la paciencia de su corazón. Amigotes de la vanidad y del palmito evidente del cuerpo frente a los Amigos de la humildad y la honestidad del alma oscura e intranquila. De eso se trata y ahí nos la jugamos.
jueves, 29 de diciembre de 2016
CULTURA
En un contexto, cada vez cuesta más llamarlo polis o sociedad, cruzado de intereses espúreos donde brillan por su ausencia, la mayoría de las veces, la excelencia y el talento, o mejor dicho, donde la corrosión del carácter y la corrupción de la conciencia de quienes lo ocupan de forma privada o pública hacen imposible que brote la excelencia y el talento - ahora si podemos llamar a ese contexto selva, pero no referida a la de los animales salvajes, sino la selva de nuestra propia animalidad, que nada tiene que ver con la de los animales salvajes - tratar de construir ahí, digo, espacios pequeños de creación me parece un auténtico milagro. Por eso no apelo a tu ilusión, que es deudora más bien de la razón totalitaria y totalizante, sino que apelo a tu fe en tus propios milagros, es decir, en la capacidad que tú puedas tener de dialogar entre los otros, delante todos o rodeados todos por un mundo cambiante, con rigor y lucidez. Eso es ser culto.
miércoles, 28 de diciembre de 2016
CONFUSIÓN
No me acuerdo si ya te lo he dicho, sea como fuere te lo digo o te lo repito ahora: la desaparición de Dios o su asesinato perpetrado por nosotros mismos, no nos trajo la luz de la razón, tal y como diagnosticaron los padres fundadores de la ilustración y, por ende, de la modernidad, sino que, hecho el balance doscientos años después, nos ha traído la invasión de sus monstruos hechos realidad cotidiana y una inmensa nube de confusión. Todo ello ha sido y es posible mediante el uso de un lenguaje distante y distanciador, ese que más conviene a la conciencia moderna reacia a cualquier compromiso con las palabras próximas y aproximadoras. Un lenguaje jovial que, sin embargo, apegado a la corrosión del carácter y a la corrupción de la conciencia de sus propietarios, no tiene empacho en seguir predicando las buenas nuevas de los diferentes paraísos de temporada. No lo dudes, y esto si te lo digo por primera vez, solo nos queda, si no queremos sucumbir a esa hecatombe, resistir y pensar. En espacios pequeños de creación, no tanto de reacción cómo tú defiendes incansablemente.
martes, 27 de diciembre de 2016
CONVERSACIÓN
El que no te preocupe, o que veas incluso que a nadie le preocupa, la importancia de una conversación o de un diálogo, prueba la falta de preocupación respecto a cómo estás en el mundo o qué lugar ocupas en el mundo. O dicho de otra manera, lo único que te preocupa - porque piensas que es lo que le preocupa la mayoría, que es, según dices, el mejor punto de referencia - es el lugar que ocupas y que los demás ocupan en la sociedad. Con eso te das por satisfecho. Que es la misma satisfacción que hay detrás de una conversación del tipo hablar por hablar, que es la que predomina en la sociedad. Pues en una sociedad se entra siguiendo los signos que están repartidos de forma explícita e implícita por la ciudad donde esta sociedad se asienta, junto con otras sociedades. La ciudad es, desde esta perspectiva, un mercado variado y cambiante de sociedades públicas y privadas. Mientras que para entrar en el mundo solo se puede hacer desde la intimidad y mediante el lenguaje, es decir, mediante el sentido que este proporciona a quien siente algo que evoca o suena o sabe en el ámbito de su intimidad.
viernes, 23 de diciembre de 2016
VERDAD Y VIDA EN LA CIUDAD
¿Cual es el contrapeso al libre albedrío humano una vez que desaparece la omnipotencia y la omnisciencia de Dios? ¿Cómo acepta el ser humano, ante la pérdida de tal oposición, la precariedad de su existencia? Al parecer, tal y como han ido las cosas desde entonces: convirtiéndose el mismo en Dios. Fueros estas algunas de las preguntas que me surgieron en la lectura y del "Cuento de Navidad" de Charles Dickens y del visionado de la película homónima de Desmond Hurt.
Lo que es diferente, yo diría que va en la dirección contraria, es la reivindicación de nuestro derecho a enfrentarnos - ponernos enfrente de - a aquello que es superior a nosotros mismos. Para saber cuál es la naturaleza de nuestra pertenencia, es decir, a quien o de qué formamos parte. Esta desaparición, que nosotros pomposamente lo calificamos de asesinato, ¿lo es literalmente o más bien Dios se ha ido de nuestra imaginación harto de las estupideces que produce el libre albedrío que nos concedió? Sea como fuere la muerte o desaparición de Dios, supone la muerte o desaparición de la Verdad y la Vida, eso era lo que representaba Dios, tal y como lo hemos entendido hasta entonces. Lo que significa que con la muerte o desaparición de Dios desaparece también una idea de verdad y de vida. ¿Cómo afecta eso a nuestra visión del mundo? Por ejemplo, al leer y escribir afecta a como el lector y el escritor se enfrentan a la búsqueda de la verdad y la vida o a su falta de necesidad, para llevar a cabo la actividad lectora y escritora. Es decir, si nos conformamos con que nuestras lecturas y escrituras sean más sugerentes, más inteligentes, más originales que las de los otros, o que sean incluso la más sugerentes, las más inteligentes, las más originales, pero a sabiendas que ese plus nunca tendrá que ver, en nuestras aspiraciones, con obtener más verdad ni más vida.
En la ciudad, donde ha desaparecido o donde hemos matado a Dios, y la verdad y la vida que el representaba, ya nada es verdad ni mentira, sino que todo es del color con que cada cual lo mira, pues lo único que cuenta y guía es la subjetividad del yo de cada ciudadano subscrito a ese relativismo dogmático. Entonces, ¿con que asuntos hay que tratar en la ciudad para saber qué es la verdad y la vida, o donde hay más verdad y vida, una vez asesinado o desaparecido Dios? Sobre todo si tenemos en cuenta que todos los asuntos son igualmente verdaderos, en tanto en cuanto los ciudadanos que tienen que tratar con ellos los son de plenos derechos y deberes ante la ley, que es la que marca y define el ritmo de la vida de la ciudad.
Lo que es diferente, yo diría que va en la dirección contraria, es la reivindicación de nuestro derecho a enfrentarnos - ponernos enfrente de - a aquello que es superior a nosotros mismos. Para saber cuál es la naturaleza de nuestra pertenencia, es decir, a quien o de qué formamos parte. Esta desaparición, que nosotros pomposamente lo calificamos de asesinato, ¿lo es literalmente o más bien Dios se ha ido de nuestra imaginación harto de las estupideces que produce el libre albedrío que nos concedió? Sea como fuere la muerte o desaparición de Dios, supone la muerte o desaparición de la Verdad y la Vida, eso era lo que representaba Dios, tal y como lo hemos entendido hasta entonces. Lo que significa que con la muerte o desaparición de Dios desaparece también una idea de verdad y de vida. ¿Cómo afecta eso a nuestra visión del mundo? Por ejemplo, al leer y escribir afecta a como el lector y el escritor se enfrentan a la búsqueda de la verdad y la vida o a su falta de necesidad, para llevar a cabo la actividad lectora y escritora. Es decir, si nos conformamos con que nuestras lecturas y escrituras sean más sugerentes, más inteligentes, más originales que las de los otros, o que sean incluso la más sugerentes, las más inteligentes, las más originales, pero a sabiendas que ese plus nunca tendrá que ver, en nuestras aspiraciones, con obtener más verdad ni más vida.
En la ciudad, donde ha desaparecido o donde hemos matado a Dios, y la verdad y la vida que el representaba, ya nada es verdad ni mentira, sino que todo es del color con que cada cual lo mira, pues lo único que cuenta y guía es la subjetividad del yo de cada ciudadano subscrito a ese relativismo dogmático. Entonces, ¿con que asuntos hay que tratar en la ciudad para saber qué es la verdad y la vida, o donde hay más verdad y vida, una vez asesinado o desaparecido Dios? Sobre todo si tenemos en cuenta que todos los asuntos son igualmente verdaderos, en tanto en cuanto los ciudadanos que tienen que tratar con ellos los son de plenos derechos y deberes ante la ley, que es la que marca y define el ritmo de la vida de la ciudad.
lunes, 19 de diciembre de 2016
CUENTO DE NAVIDAD, película de Brian Desmond Hurst
No está demás a los lectores y lectoras actuales que pensemos, no digo que creamos, con más frecuencia de lo que lo hacemos en la Idea de Dios. Lo cual significa aceptar, no que Dios está muerto o que no existe, sino que está desaparecido o más ausente que nunca antes en la historia de la humanidad o que nos es imposible demostrar su no existencia. En fin, que es un vacío que está ahí y que no es igual a la Nada. Dios es innecesario si podemos explicar el mundo sin Él, cierto, pero el caso es que, doscientos años de su muerte oficial con la decapitación del rey, su delegado oficial en la tierra, el mundo es cada vez más inexplicable, excepción hecha de su explicación en cash, que es la que defiende el señor Strooge.
La película que vimos y debatimos con interés el sábado pasado, tiene su valor de uso precisamente para comprobar cómo está en cada espectador el estado de lo que acabo de plantear, a saber, en qué medida la idea de Dios se abre un hueco en nuestro pensamiento cash habitual. Traduzco. Más que la idea del mito de la salvación cómo dije en la tertulia, pienso que es más acertado decir que a lo que nos tenemos enfrentar, o a lo que tenemos que dar cabida en nuestra sensibilidad actual es a la imposibilidad ancestral de resolver - y que estuvo presente, de forma más o menos explícita, en las intervenciones de todos los participantes en la tertulia, durante las tres horas que estuvimos dialogando - el conflicto entre la omnisciencia, la omnipotencia y la infinita misericordia divina, y el libre albedrío humano. Dicho de otra manera, que Dios no ordena ni prohíbe porque algo sea bueno o malo por si mismo, sino que nuestros actos se vuelven buenos o malos porque Dios los ordena o los prohíbe (Guillermo de Occam). Es decir, que el ljbre albedrío está por debajo o es inferior o tiene su limite y su freno en la omnipotencia, la omnisciencia y la infinita misericordia de Dios (como nuestros sueños son inferiores a nuestra codicia). Los que todavía creen en Dios no les queda más remedio, entonces, que atenerse a la revelación, a sabiendas de que las verdades reveladas nunca son evidentes. De eso, pienso yo, va la película. Pues es lo que le pasa al señor Strooge, un convencido codicioso que todavía no ha perdido o, mejor dicho, no quiere dar la imagen ante sus conciudadanos de que puede que haya perdido o esté perdiendo la fe en Dios. La película se ordena, por tanto, alrededor del ajuste de cuentas o del tirón de orejas, que la omnipotencia, la omnisciencia y la infinita misericordia de Dios, que es desde donde está filmada, le propinan al libre albedrío con el que pretende dominar el mundo la codicia de aquel.
Se puede decir que así como la Biblia, y sus múltiples y variadas emulaciones, es el Libro de Dios, este Cuento de Navidad es la película que Dios necesitó filmar en el mundo audiovisual emergente de hace sesenta años. Lo que acredita que Dios no está muerto o no existe, como gusta decir a los ateos. Vamos que Dios, no estando, siempre está al loro. Pero, como ya sabemos por la Biblia, Dios no da nunca explicaciones de como narra, ni de como filma. Ni tampoco comparece en sus relatos. Solo sabemos que está ahí, que es El quien maneja el cotarro, por su punto de vista, cenital, alto, muy alto, inalcanzable para los humanos. Escribe y filma solo a través de sus narradores en la tierra, pero tampoco da explicaciones del por qué de su elección. Es así como la Natividad de Su Hijo Muy Amado es para los creyentes la principal muestra - su segundo gran relato, después del Génesis - de Su Omnisciencia, Su Omnipotencia y Su Infinita Misericordia. Así va el mundo de Strooge, hasta que éste con un par, los que le dan alas al pensamiento cash de su libre albedrío (el mismo que hemos heredado nosotros) se quiere saltar a la torera el cumplimiento de toda este Poderío Divino y Milenario. Sin darse cuenta que en el intento pierde lo más valioso de ese mundo en el que vive, la Gracia De Dios, que todavía ilumina sus trapicheos y la voluntad y los deseos de sus clientes. Ante la soberbia y arrogancia del señor Strooge, los tres fantasmas se le revelan, como los emisarios ocultos que Dios envía a la Tierra a modo de otras tantas secuencias temporales, - la eternidad y omnipresencia de Dios hacen imposible su aparición en el tiempo y en el espacio humano, finito y limitado por naturaleza - para que recapacite y entienda que Dios le ordena que celebre la Navidad, no porque sea buena por si misma, sino que la celebración de la Navidad es buena porque Dios se lo ordena. ¡¡Te queda claro, tío, si no quieres que el Divino te corte la cresta!! ¡¡ Te queda claro, capullo, lo que tienes que hacer, si quieres recuperar la gracia de Dios que has perdido, si quieres que todo vuelva a ser como siempre ha sido, que da la casualidad, ya ves, es lo que más le conviene a tus oscuros negocios!! ¡¡A Dios, nos han dicho allí arriba, que no le jodas!!
Pero, si al señor Strooge no le queda más remedio que atenerse a la revelación de los fantasmas, a sabiendas - ¡quien se lo iba a decir! -, de que las verdades reveladas por ellos nunca son evidentes, ¿a que nos atenemos nosotros? ¿Cómo nos interpela ese mundo de la revelación divina, un vacío que no es igual a la Nada, a quienes creemos fervientemente en el libre albedrío como inmejorable motor de nuestro propio mundo, pues - ¡que remedio! - es lo único que nos queda después de desentendernos unilateralmente de los beneficios reveladores de La Gracia de Dios? ¿Si ya no podemos acceder a la revelación divina, lo podemos intentar nosotros mismos mediante el desocultamiento de nuestras apariencias? ¿Cómo se hace eso? ¿Contra quien enfrentamos o al lado de quien ponemos, nuestra libre disposición a hacer siempre lo que nos de la gana? ¿Doscientos años después, podemos decir que lo estamos haciendo bien? No sé si podemos, pero, al menos, pensemos. Los cuentos entre las cuentas y las cuitas de Navidad, pienso yo, son un buen comienzo, y no necesariamente intercambiable con otro cualquiera relacionado con otra época del año (eso es pensamiento cash), de esos relatos que siempre tenemos pendientes, pero que nunca los contamos porque no sabemos qué contar, o cómo comenzar, o para qué hacerlo, o a quien dirigirnos.
La película que vimos y debatimos con interés el sábado pasado, tiene su valor de uso precisamente para comprobar cómo está en cada espectador el estado de lo que acabo de plantear, a saber, en qué medida la idea de Dios se abre un hueco en nuestro pensamiento cash habitual. Traduzco. Más que la idea del mito de la salvación cómo dije en la tertulia, pienso que es más acertado decir que a lo que nos tenemos enfrentar, o a lo que tenemos que dar cabida en nuestra sensibilidad actual es a la imposibilidad ancestral de resolver - y que estuvo presente, de forma más o menos explícita, en las intervenciones de todos los participantes en la tertulia, durante las tres horas que estuvimos dialogando - el conflicto entre la omnisciencia, la omnipotencia y la infinita misericordia divina, y el libre albedrío humano. Dicho de otra manera, que Dios no ordena ni prohíbe porque algo sea bueno o malo por si mismo, sino que nuestros actos se vuelven buenos o malos porque Dios los ordena o los prohíbe (Guillermo de Occam). Es decir, que el ljbre albedrío está por debajo o es inferior o tiene su limite y su freno en la omnipotencia, la omnisciencia y la infinita misericordia de Dios (como nuestros sueños son inferiores a nuestra codicia). Los que todavía creen en Dios no les queda más remedio, entonces, que atenerse a la revelación, a sabiendas de que las verdades reveladas nunca son evidentes. De eso, pienso yo, va la película. Pues es lo que le pasa al señor Strooge, un convencido codicioso que todavía no ha perdido o, mejor dicho, no quiere dar la imagen ante sus conciudadanos de que puede que haya perdido o esté perdiendo la fe en Dios. La película se ordena, por tanto, alrededor del ajuste de cuentas o del tirón de orejas, que la omnipotencia, la omnisciencia y la infinita misericordia de Dios, que es desde donde está filmada, le propinan al libre albedrío con el que pretende dominar el mundo la codicia de aquel.
Se puede decir que así como la Biblia, y sus múltiples y variadas emulaciones, es el Libro de Dios, este Cuento de Navidad es la película que Dios necesitó filmar en el mundo audiovisual emergente de hace sesenta años. Lo que acredita que Dios no está muerto o no existe, como gusta decir a los ateos. Vamos que Dios, no estando, siempre está al loro. Pero, como ya sabemos por la Biblia, Dios no da nunca explicaciones de como narra, ni de como filma. Ni tampoco comparece en sus relatos. Solo sabemos que está ahí, que es El quien maneja el cotarro, por su punto de vista, cenital, alto, muy alto, inalcanzable para los humanos. Escribe y filma solo a través de sus narradores en la tierra, pero tampoco da explicaciones del por qué de su elección. Es así como la Natividad de Su Hijo Muy Amado es para los creyentes la principal muestra - su segundo gran relato, después del Génesis - de Su Omnisciencia, Su Omnipotencia y Su Infinita Misericordia. Así va el mundo de Strooge, hasta que éste con un par, los que le dan alas al pensamiento cash de su libre albedrío (el mismo que hemos heredado nosotros) se quiere saltar a la torera el cumplimiento de toda este Poderío Divino y Milenario. Sin darse cuenta que en el intento pierde lo más valioso de ese mundo en el que vive, la Gracia De Dios, que todavía ilumina sus trapicheos y la voluntad y los deseos de sus clientes. Ante la soberbia y arrogancia del señor Strooge, los tres fantasmas se le revelan, como los emisarios ocultos que Dios envía a la Tierra a modo de otras tantas secuencias temporales, - la eternidad y omnipresencia de Dios hacen imposible su aparición en el tiempo y en el espacio humano, finito y limitado por naturaleza - para que recapacite y entienda que Dios le ordena que celebre la Navidad, no porque sea buena por si misma, sino que la celebración de la Navidad es buena porque Dios se lo ordena. ¡¡Te queda claro, tío, si no quieres que el Divino te corte la cresta!! ¡¡ Te queda claro, capullo, lo que tienes que hacer, si quieres recuperar la gracia de Dios que has perdido, si quieres que todo vuelva a ser como siempre ha sido, que da la casualidad, ya ves, es lo que más le conviene a tus oscuros negocios!! ¡¡A Dios, nos han dicho allí arriba, que no le jodas!!
Pero, si al señor Strooge no le queda más remedio que atenerse a la revelación de los fantasmas, a sabiendas - ¡quien se lo iba a decir! -, de que las verdades reveladas por ellos nunca son evidentes, ¿a que nos atenemos nosotros? ¿Cómo nos interpela ese mundo de la revelación divina, un vacío que no es igual a la Nada, a quienes creemos fervientemente en el libre albedrío como inmejorable motor de nuestro propio mundo, pues - ¡que remedio! - es lo único que nos queda después de desentendernos unilateralmente de los beneficios reveladores de La Gracia de Dios? ¿Si ya no podemos acceder a la revelación divina, lo podemos intentar nosotros mismos mediante el desocultamiento de nuestras apariencias? ¿Cómo se hace eso? ¿Contra quien enfrentamos o al lado de quien ponemos, nuestra libre disposición a hacer siempre lo que nos de la gana? ¿Doscientos años después, podemos decir que lo estamos haciendo bien? No sé si podemos, pero, al menos, pensemos. Los cuentos entre las cuentas y las cuitas de Navidad, pienso yo, son un buen comienzo, y no necesariamente intercambiable con otro cualquiera relacionado con otra época del año (eso es pensamiento cash), de esos relatos que siempre tenemos pendientes, pero que nunca los contamos porque no sabemos qué contar, o cómo comenzar, o para qué hacerlo, o a quien dirigirnos.
viernes, 16 de diciembre de 2016
DIVORCIO ENTRE LA VIDA Y SUS CUENTOS
Es lo que ocurre en el interior de esas existencias que se ufanan en calificarse de modernas o urbanas o incluso civilizadas. Sea lo que fuere lo que ocurre ahí dentro, lo cierto es que al propietario de esa vida le resulta muy difícil, por no decir imposible, hablar de lo que es más importante en su vida, que no tiene que ver con la enumeración de alguno de los datos con que la cronometra, sino con la manera de pensarlos, de descifrar cómo los siente, imposibilidad que tan bien ejemplifican expresiones dominantes en nuestro presente convulso como "no me cuentes tu vida" o "no me vengas con historias" o "vete a un psicólogo" o "has de ir a un profesional", etc. Es decir, no me molestes con lo tuyo, que ya tengo bastante con lo mío. Yo y tu, el uno y el otro, existen así como categorías separadas e incomunicadas, ajenas por completo al hecho de pertenecer y compartir el mismo lenguaje. Todo lo cual, no obstante, produce en el propietario una apetencia y una apariencia de humanidad que, sin embargo, no tiene porque, aunque no lo sepa, la ha perdido, pues con esas locuciones está más cerca de su animalidad originaria. No pudiendo contar como siente la vida que vive, acaba por sentir apego al hilo musical al se ha subscrito para transitar por cada momento del día, huyendo así de cualquier interferencia o disonancia exterior.
Llegado hasta aquí, el propietario de esa vida no sabe distinguir si lo que le pasa tiene que ver con la insuficiencia del sistema o con su extralimitación personal. O si es al revés. Una complejidad a la que no está acostumbrado. Sin embargo, la falta de costumbre no le exime de responsabilidad, como al infractor de la ley no le exime penalmente su desconocimiento. Alfabetización y modernidad, es decir, mayoría de edad obligan. Por tanto, es aquel un dilema, insuficiencia o extralimitación, que cae enteramente dentro de las competencias propias del individuo alfabetizado y moderno, quien está obligado a diagnosticar a qué obedece su enfermedad o malestar crónico.
Ante su indecisión la anomia se ha instalado en el ambiente, lo que han aprovechan los sofistas y los socráticos para entrar de lleno en el escenario tratando de atraer, como en la Grecia antigua, la atención de esa vida individual extralimitada en esa sociedad insuficiente. O al revés. Los sofistas harán incapié en las carencias del sistema. Lo socráticos en los excesos personales. Los sofistas nos volverán a ofrecer las venturas del Ideal, cerrado, redondo, perfecto, para combatir los sinsabores y dolores de la realidad inacabada por ser injusta. Los socráticos invocaran el principio de realidad a través de las preguntas de lo que no se ve, de la ficción. Los sofistas nos ofrecerán la hoja de ruta hacia esa sociedad sin malestar en un Libro. El libro de la Historia. Los socráticos nos darán a conocer a un narrador, o a dos, o a tres, que nos exhortaran a admitir que la vida pueda que tenga sentido, aunque también nos dirán que necesitamos buenas dosis de confianza y de paciencia que nos impida caer en la tentación de pensar que más nos valiera que no tuviera sentido ninguno. Nos advertirán: ¡no confundáis vuestra necesidad de consuelo, con la de refugio o con vuestra falta de carácter!
La batalla, como siempre ha sucedido, la ganarán, la están ganando los sofistas. El Ideal adquiere sentido suministrado directamente en vena. No entiende de paciencia ni de confianza. La pregunta, sin embargo, como socrático, no se hace esperar, ¿aunque los tiempos cambien, aunque ahora estemos todos alfabetizados, lo intravenoso del Ideal se tiene que comportar siempre de la misma manera? ¿No cambia su pulsión extralimitadora, ni su insuficiencia una vez que se ha hecho aditivo, una vez que ha fracasado estrepitosamente en todos sus intentos de hacerse realidad habitable? Y los muertos, el número de muertos que cuesta tal obcecación, ¿no cuentan? Contando que cada vez son más numerosos, hasta hacerse, como en el siglo XX, un número indigerible por la imaginación humana. Stalin dejó dicho para las próximas generaciones, o sea nosotros, su mejor legado: un muerto es una desgracia, un millón de muertos es una estadística. Como la morfina que no entiende de demoras, ni de bucles, hoy como ayer, el Ideal vuelca directamente en la sangre todo su poder anestesiante. Es una constante que da alas, siglo a siglo, a nuestra precariedad existencial.
Llegado hasta aquí, el propietario de esa vida no sabe distinguir si lo que le pasa tiene que ver con la insuficiencia del sistema o con su extralimitación personal. O si es al revés. Una complejidad a la que no está acostumbrado. Sin embargo, la falta de costumbre no le exime de responsabilidad, como al infractor de la ley no le exime penalmente su desconocimiento. Alfabetización y modernidad, es decir, mayoría de edad obligan. Por tanto, es aquel un dilema, insuficiencia o extralimitación, que cae enteramente dentro de las competencias propias del individuo alfabetizado y moderno, quien está obligado a diagnosticar a qué obedece su enfermedad o malestar crónico.
Ante su indecisión la anomia se ha instalado en el ambiente, lo que han aprovechan los sofistas y los socráticos para entrar de lleno en el escenario tratando de atraer, como en la Grecia antigua, la atención de esa vida individual extralimitada en esa sociedad insuficiente. O al revés. Los sofistas harán incapié en las carencias del sistema. Lo socráticos en los excesos personales. Los sofistas nos volverán a ofrecer las venturas del Ideal, cerrado, redondo, perfecto, para combatir los sinsabores y dolores de la realidad inacabada por ser injusta. Los socráticos invocaran el principio de realidad a través de las preguntas de lo que no se ve, de la ficción. Los sofistas nos ofrecerán la hoja de ruta hacia esa sociedad sin malestar en un Libro. El libro de la Historia. Los socráticos nos darán a conocer a un narrador, o a dos, o a tres, que nos exhortaran a admitir que la vida pueda que tenga sentido, aunque también nos dirán que necesitamos buenas dosis de confianza y de paciencia que nos impida caer en la tentación de pensar que más nos valiera que no tuviera sentido ninguno. Nos advertirán: ¡no confundáis vuestra necesidad de consuelo, con la de refugio o con vuestra falta de carácter!
La batalla, como siempre ha sucedido, la ganarán, la están ganando los sofistas. El Ideal adquiere sentido suministrado directamente en vena. No entiende de paciencia ni de confianza. La pregunta, sin embargo, como socrático, no se hace esperar, ¿aunque los tiempos cambien, aunque ahora estemos todos alfabetizados, lo intravenoso del Ideal se tiene que comportar siempre de la misma manera? ¿No cambia su pulsión extralimitadora, ni su insuficiencia una vez que se ha hecho aditivo, una vez que ha fracasado estrepitosamente en todos sus intentos de hacerse realidad habitable? Y los muertos, el número de muertos que cuesta tal obcecación, ¿no cuentan? Contando que cada vez son más numerosos, hasta hacerse, como en el siglo XX, un número indigerible por la imaginación humana. Stalin dejó dicho para las próximas generaciones, o sea nosotros, su mejor legado: un muerto es una desgracia, un millón de muertos es una estadística. Como la morfina que no entiende de demoras, ni de bucles, hoy como ayer, el Ideal vuelca directamente en la sangre todo su poder anestesiante. Es una constante que da alas, siglo a siglo, a nuestra precariedad existencial.
jueves, 15 de diciembre de 2016
SULLY, película de Clint Eastwood
El ser de Sully, lo que es realmente Sully como persona o como ser humano, se encuentra oculto bajo el velo de la utilidad y de la verdad científica que constituye a su profesión de piloto. Sin embargo, la vida, es decir, el vuelo imprevisto de unos pájaros se topa con la técnica, es decir, con el vuelo previsto del avión. Aunque, para ser más preciso, lo debo decir al revés, desde el punto de vista de los pájaros, o de la vida: el vuelo que desde siempre han hecho los pájaros se topa con el vuelo programado en el tiempo presente por la técnica - pues los pájaros o la vida no prevén, los pájaros o la vida se despliegan y viven - que mueve al avión que pilota Sully.
Al piloto Sully le dicen, cuando comunica a la torre de control el accidente que ha sufrido debido al vuelo de los pájaros, que vuelva al aeropuerto de La Guardia. El piloto Sully comprueba que los dos motores están incendiados y no cree que pueda superar la barrera de rascacielos que obstaculizan la vuelta al aeropuerto de La Guardia, donde la utilidad científica del controlador dice que tiene que volver. Sin embargo, el impacto con la vida, es decir, con el vuelo de los pájaros, ha dejado al descubierto la habilidad poética que esconde todo adiestramiento técnico, ha dejado al descubierto al ser de Sully. Y cuando recibe desde la torre de control la orden de volver al aeropuerto de La Guardia, Sully se da cuenta de que el río Hudson es una pista de aterrizaje, o afluviaje, con mejores garantías que la que le ofrece el controlador aéreo desde la torre de aquel. No fue un choque arbitrario, vino a decir en la comisión de investigación, fue un afluviaje perfectamente imaginado por la condición de ser humano que hay oculta en mi profesión de piloto. La exactitud técnica se apartó y dejó paso al instinto poético, a eso poderoso que todos llevamos dentro, y Sully construye una arriesgada "obra de arte", una "perfomance", una "intervención", un acto poético en medio del Hudson, haciendo del avión algo más que una máquina o una cosa o un útil, sino un protagonista más, en fin, una obra, como muestran los planos generales con los 155 pasajeros congelados pero salvados, devueltos a la vida, pero también reconciliados plenamente con ella al haber estado, seguro que como nunca antes, tan cerca de la muerte. Ser, vida, muerte, avión, Hudson, un cuadro existencial impagable.
Seguramente Eastwood no ha leído a Heidegger, y éste seguro que nunca visitó Nueva York, es igual, yo voy leyendo al alemán a trompicones y muchas veces de forma indirecta, y tampoco he estado en la capital norteamericana. Pero los tres sabemos lo que da de sí la mirada de los ingenieros. Ello ha posibilitado que hayamos coincidido en la ciudad más tecnologizada del mundo que, como todo lo que cae bajo esa influencia, oculta debajo de semejante apariencia el poder de su misterio, a orillas de una río también de fuerte atracción imaginaria en su papel de pista improvisada de afluviaje.
Sully tuvo que desobedecer las órdenes de los ingenieros, cierto, ¡qué escándalo, señores comisionados!, pero es que, como dice el mismo en la comisión de investigación, un ingeniero no es un piloto. Haciendo así irrelevante e inservible toda la impedimenta técnica de la Torre de control del aeropuerto de La Guardia, tal y como lo muestra la cara de desolación y derrota del técnico de la misma cuando se entera - después de perder la señal del avión en pantalla, lo que a su manera técnica de entender significa que no ha habido supervivientes - que todo ha ido bien fuera de pantalla, es decir en el río, ese lugar inexistente y, por tanto, no previsto por la pantalla, sobre cuya superficie los pasajeros flotan sanos y salvos.
Para todo esto Eastwood ha desplegado una puesta en escena que por imperativos de la industria hace un poco larga la película - una película corta, no un corto, equiparable a una novela corta o una nouvelle en literatura, es un metraje que le hubiera sentado mejor a esta historia - en la que me parecen destacables las carreras de Sully por las calles de Nueva York, las frecuentes conversaciones telefónica con su mujer diciéndole, una y otra vez, que la quiere, la cantidad de planos cortos que muestran su rostro demudado y demediado, mediante lo cual Tom Hanks pone a prueba su talento interpretativo: la modulación de la voz, el desafío corporal, la mirada elocuente, etc., para liberar al ser humano Sully de la armadura del piloto que lo tiene aprisionado y que, casualmente, se llama también Sully.
Al piloto Sully le dicen, cuando comunica a la torre de control el accidente que ha sufrido debido al vuelo de los pájaros, que vuelva al aeropuerto de La Guardia. El piloto Sully comprueba que los dos motores están incendiados y no cree que pueda superar la barrera de rascacielos que obstaculizan la vuelta al aeropuerto de La Guardia, donde la utilidad científica del controlador dice que tiene que volver. Sin embargo, el impacto con la vida, es decir, con el vuelo de los pájaros, ha dejado al descubierto la habilidad poética que esconde todo adiestramiento técnico, ha dejado al descubierto al ser de Sully. Y cuando recibe desde la torre de control la orden de volver al aeropuerto de La Guardia, Sully se da cuenta de que el río Hudson es una pista de aterrizaje, o afluviaje, con mejores garantías que la que le ofrece el controlador aéreo desde la torre de aquel. No fue un choque arbitrario, vino a decir en la comisión de investigación, fue un afluviaje perfectamente imaginado por la condición de ser humano que hay oculta en mi profesión de piloto. La exactitud técnica se apartó y dejó paso al instinto poético, a eso poderoso que todos llevamos dentro, y Sully construye una arriesgada "obra de arte", una "perfomance", una "intervención", un acto poético en medio del Hudson, haciendo del avión algo más que una máquina o una cosa o un útil, sino un protagonista más, en fin, una obra, como muestran los planos generales con los 155 pasajeros congelados pero salvados, devueltos a la vida, pero también reconciliados plenamente con ella al haber estado, seguro que como nunca antes, tan cerca de la muerte. Ser, vida, muerte, avión, Hudson, un cuadro existencial impagable.
Seguramente Eastwood no ha leído a Heidegger, y éste seguro que nunca visitó Nueva York, es igual, yo voy leyendo al alemán a trompicones y muchas veces de forma indirecta, y tampoco he estado en la capital norteamericana. Pero los tres sabemos lo que da de sí la mirada de los ingenieros. Ello ha posibilitado que hayamos coincidido en la ciudad más tecnologizada del mundo que, como todo lo que cae bajo esa influencia, oculta debajo de semejante apariencia el poder de su misterio, a orillas de una río también de fuerte atracción imaginaria en su papel de pista improvisada de afluviaje.
Sully tuvo que desobedecer las órdenes de los ingenieros, cierto, ¡qué escándalo, señores comisionados!, pero es que, como dice el mismo en la comisión de investigación, un ingeniero no es un piloto. Haciendo así irrelevante e inservible toda la impedimenta técnica de la Torre de control del aeropuerto de La Guardia, tal y como lo muestra la cara de desolación y derrota del técnico de la misma cuando se entera - después de perder la señal del avión en pantalla, lo que a su manera técnica de entender significa que no ha habido supervivientes - que todo ha ido bien fuera de pantalla, es decir en el río, ese lugar inexistente y, por tanto, no previsto por la pantalla, sobre cuya superficie los pasajeros flotan sanos y salvos.
Para todo esto Eastwood ha desplegado una puesta en escena que por imperativos de la industria hace un poco larga la película - una película corta, no un corto, equiparable a una novela corta o una nouvelle en literatura, es un metraje que le hubiera sentado mejor a esta historia - en la que me parecen destacables las carreras de Sully por las calles de Nueva York, las frecuentes conversaciones telefónica con su mujer diciéndole, una y otra vez, que la quiere, la cantidad de planos cortos que muestran su rostro demudado y demediado, mediante lo cual Tom Hanks pone a prueba su talento interpretativo: la modulación de la voz, el desafío corporal, la mirada elocuente, etc., para liberar al ser humano Sully de la armadura del piloto que lo tiene aprisionado y que, casualmente, se llama también Sully.
miércoles, 14 de diciembre de 2016
CUENTO DE NAVIDAD 2, de Charles Dickens
Mientras que las personas que tenemos dinero en cantidad suficiente - el espíritu navideño tiene esta facultad desveladora de las apariencias - como para no tener que padecer las penurias derivadas de no poder satisfacer nuestras necesidades inaplazables, continuemos empeñadas en no otorgarle a ese dinero la inteligencia que, como toda construcción humana, tiene y se merece, nuestra vida, teniéndolo todo a nuestro alcance, tendrá la importancia única y excluyente de una mercancía, al igual que todo lo que leamos o miremos. Lo que quiero decir es que si continuamos viendo al dinero solo como un simple cómplice de nuestra codicia, más o menos explícita, de nada servirán las representaciones sociales de tipo depresivo, alicaído, indignado, nihilista, resentido, o de cualquiera de las jovialidades solidarias vigentes, que inventamos contra la mancha culpable de esa colosal irresponsabilidad, que hemos heredado cristianamente. Pues lo peor, con todo, no será la hipocresía de esos fastos que, al fin y al cabo, se valen por sí mismos para reproducirse, lo peor se encuentra en el exterior de las murallas de la ciudad que nos protegen. Extramuros sabemos que existe, pues lo delatan esas representaciones sociales que practicamos a título exculpatorio, lo simplemente insoportable. A saber, la falta de dinero para ver satisfechas las necesidades inaplazables ahí fuera, y la sobre determinación de la codicia que adquieren sus víctimas para tratar de obtenerlo todo, como sea y a costa de lo que sea. Entonces, si sabemos que la inteligencia nunca ha acompañado al dinero desde su momento fundacional como pretendido elemento civilizador de la especie humana, sí sólo lo ha movido la codicia y la deslealtad, parece pertinente preguntarnos de forma inteligente, sí es que ello es todavía posible, ¿son las mismas necesidades inaplazables las de un lado y otro de las murallas de la ciudad? Dicho en cach: sí, al fin y al cabo, todos sabemos que la inteligencia no ha medido nunca el valor de los seres humanos dentro del ámbito capitalista cristiano, pues no se ha cumplido el precepto marxista (no olvidemos tampoco que su afán comunitarista es también de matriz cristiana): "de cada uno según sus capacidades", ¿cual es, por ejemplo, el precio de la codicia de un profesor de instituto o de universidad en comparación con el de un emigrante camerunés que ha llegado en patera? ¿Tiene que ser forzosamente distinto, aunque la codicia sea diferente? ¿No vamos a dejar que se cumpla en nuestra sociedad avara la segunda parte del precepto marxista?: "a cada uno según sus necesidades". Visto así, codicia por codicia, que sea ella, aunque lo sea de forma nunca imaginada por nuestra bondad, quien derrumbe las murallas que separan nuestras avaricias. Marx tampoco dijo nada en contra.
Desde la época de Scrooge, el capitalismo se ha hecho ilimitado en su codicia, cierto, pero, ¿sólo a costa de la codicia de tipos como Scrooge? ¿O también por causa de la nuestra, cuyo desarrollo lo ha permitido el desentendimiento de nuestra inteligencia, que solo la hemos desplegado para imaginar futuros inmateriales e inaccesibles, que en su representación parece que funcionan sin la inteligencia del dinero? Talmente como sigue sucediendo con la Navidad y sus secuelas laicas. Como si el dinero fuese únicamente un asunto de tipos estúpidos porque son avaros, como Scrooge, y los beneficios de su presencia en el mundo de tipos inteligentes porque soñamos mundos mejores desde donde habitamos a intramuros de la ciudad. Puestos, como estamos, a seguir ahí dentro y con los mismos mimbres, ¿es sostenible todo ello para nuestros bolsillos y para el mantenimiento de nuestros sueños?
Desde la época de Scrooge, el capitalismo se ha hecho ilimitado en su codicia, cierto, pero, ¿sólo a costa de la codicia de tipos como Scrooge? ¿O también por causa de la nuestra, cuyo desarrollo lo ha permitido el desentendimiento de nuestra inteligencia, que solo la hemos desplegado para imaginar futuros inmateriales e inaccesibles, que en su representación parece que funcionan sin la inteligencia del dinero? Talmente como sigue sucediendo con la Navidad y sus secuelas laicas. Como si el dinero fuese únicamente un asunto de tipos estúpidos porque son avaros, como Scrooge, y los beneficios de su presencia en el mundo de tipos inteligentes porque soñamos mundos mejores desde donde habitamos a intramuros de la ciudad. Puestos, como estamos, a seguir ahí dentro y con los mismos mimbres, ¿es sostenible todo ello para nuestros bolsillos y para el mantenimiento de nuestros sueños?
martes, 13 de diciembre de 2016
POBRES ALMAS
Pensamos mal y peligrosamente. Sobre todo peligrosamente. Llevamos más de trescientos años haciéndolo y en los últimos cien de forma apabullante y a toda velocidad. Somos megalómanos, pretenciosos y arrogantes. Como nunca antes lo fue el ser humano. Nos creemos capaces de poder hacer todo lo que se nos antoje, porque hemos perdido el miedo a estampanarnos. Hasta ahora. Salimos a la calle y únicamente nos encontramos con la imagen de nosotros mismos. ¡Qué tremendo error! ¡Qué encanallado horror!. Hasta ahora. Pero la vida, de repente, nos hace daño. Mucho daño. No porque no lo haya hecho siempre, sino porque nosotros hemos llegado a creernos inmortales, ajenos a toda perplejidad. Inmunes al dolor propio y ajeno. Y resulta que el daño está ahí, como siempre. Por todas partes. Nuestra visión del mundo creemos que es el mundo. Y las convicciones que la sustentan nunca tienen escisiones, son siempre inquebrantables. Caiga quien caiga. Miramos hacia adelante sin preocuparnos de los huecos que dejan atrás los puntos ciegos de nuestra mirada. Y sin que nos importa una higa quien habita dentro. No se por qué, pero siendo como somos aun valiosos, no puedo menos de exclamar, ¡pobres almas!.
lunes, 12 de diciembre de 2016
UN LIBRERO
Mientras que el dinero - al que muchas personas que lo poseen en cantidad suficiente como para no tener que padecer las penurias de no ver satisfechas necesidades inaplazables, pero que se encuentran deprimidas, alicaídas, indignadas,... continúan, a pesar de ello, empeñadas en no otorgarle la inteligencia que se merece - siga optando, tal vez debido al despecho, por darle la espalda o ir contra los libros serios y exhaustivos, el librero de mi barrio dice que se encierra en su despacho con la calculadora, para buscar remedios a los estropicios que le está causando a su pequeña librería.
viernes, 9 de diciembre de 2016
CUENTO DE NAVIDAD 1, de Charles Dickens
Les propongo que vean este vídeo, porque pienso que puede ser de utilidad para reflexionar, 2016 años después del primer evento navideño, sobre su influencia en el alma o en la conciencia o en la mente de quienes hemos nacido en una sociedad como la nuestra, oficialmente laica, plenamente alfabetizada, que atraviesa una etapa de encantamiento nihilista, valga el oximeron, en la que seguimos soñando con utopías, sin pensar, como dice le vídeo, en las consecuencias distópicas de esos sueños (o el sueño de la razón produce monstruos de Goya), al mismo tiempo que en nuestra vigilia está dominada por la codicia, no siendo la más importante la económica, aunque sí la más publicitada. Todo ello me lleva a preguntarme, si el personaje de Dickens, Scrooge, pudiera ser uno de los nuestros, o uno como nosotros. Un adelantado, entonces, de nuestro aquí y ahora.
El debate es interesante hasta el punto de que vale la pena preguntarnos, si somos nuestros sueños o nuestra codicia. Pues no hemos de olvidar que la Navidad celebra también la utopía más duradera que han inventado los hombres y las mujeres, con Jesucristo y la Virgen María al frente: podernos sentar algún día a la diestra de Dios padre. O dicho de otra manera, volver al paraíso del que fueron expulsados nuestros primeros padres por sus sueños y su codicia, causa del pescado original y efecto en el sentimiento de culpa con el que vivimos cada día. Ni que decir tiene, cualquier lector aficionado a la antropología o la etnología lo sabe, que todas las demás utopías que han imaginado los hombres y mujeres a lo largo de estos dos milenios largos tienen su matriz en ésta, repito: el nacimiento de Jesucristo, que viene al mundo para salvar a todos los hombres y mujeres de sus pecados y desvaríos, guiándolos hasta la diestra del Dios Padre en el paraíso.
A la escasa luz que queda entre las tinieblas que producen la enorme confusión ambiente, ¿cómo podemos hoy entender, y renovar, el mensaje del acto fundacional de nuestra civilización, la Navidad: como sueño o como codicia? Scrooge, hace 170 años, en el inicio de nuestra modernidad ¿ya lo tenía claro? Como inmediato antepasado nuestro, ¿hemos sido fieles a su legado? Y si creemos que le hemos traicionado, mediante el sueño de nuestras propias utopias, ¿en que nos hemos convertido? El nacimiento de Jesucristo es la herencia de hace 2016 años. La codicia de Scrooge es la herencia de hace 170 años. Con esos mimbres, ¿que somos capaces de hacer?, ¿cual es nuestro legado para las próximas generaciones?
El debate es interesante hasta el punto de que vale la pena preguntarnos, si somos nuestros sueños o nuestra codicia. Pues no hemos de olvidar que la Navidad celebra también la utopía más duradera que han inventado los hombres y las mujeres, con Jesucristo y la Virgen María al frente: podernos sentar algún día a la diestra de Dios padre. O dicho de otra manera, volver al paraíso del que fueron expulsados nuestros primeros padres por sus sueños y su codicia, causa del pescado original y efecto en el sentimiento de culpa con el que vivimos cada día. Ni que decir tiene, cualquier lector aficionado a la antropología o la etnología lo sabe, que todas las demás utopías que han imaginado los hombres y mujeres a lo largo de estos dos milenios largos tienen su matriz en ésta, repito: el nacimiento de Jesucristo, que viene al mundo para salvar a todos los hombres y mujeres de sus pecados y desvaríos, guiándolos hasta la diestra del Dios Padre en el paraíso.
A la escasa luz que queda entre las tinieblas que producen la enorme confusión ambiente, ¿cómo podemos hoy entender, y renovar, el mensaje del acto fundacional de nuestra civilización, la Navidad: como sueño o como codicia? Scrooge, hace 170 años, en el inicio de nuestra modernidad ¿ya lo tenía claro? Como inmediato antepasado nuestro, ¿hemos sido fieles a su legado? Y si creemos que le hemos traicionado, mediante el sueño de nuestras propias utopias, ¿en que nos hemos convertido? El nacimiento de Jesucristo es la herencia de hace 2016 años. La codicia de Scrooge es la herencia de hace 170 años. Con esos mimbres, ¿que somos capaces de hacer?, ¿cual es nuestro legado para las próximas generaciones?
jueves, 8 de diciembre de 2016
LA SONRISA
Con paso decidido y aderezándose las ropas, puso rumbo a su clandestinidad, fue lo que leyó su madre en el libro que, al taparla con el edredón, vio que tenía entre las manos. El subrayado brillaba como una luciérnaga. Puso el libro con cuidado sobre la mesilla, apagó la luz y salió de la habitación. Le pareció raro. No sabía que leyera, ya que desde pequeña le tenía miedo a la lectura. Al oír cerrarse la puerta desde la cama, se sonrió. Volvió a destaparse y abrió los ojos. Luego los cerró de nuevo.
miércoles, 7 de diciembre de 2016
¿PARA QUÉ?
Una multitud coloreada y alegre bailaba a su alrededor oculta tras sus disfraces. Llevaba toda la semana despertándome en mitad de la noche agitado, preso de una excitación inusitada, poniéndome a recordar aquel sueño y esperando a que amaneciera con una incontrolable impaciencia. Era el sólido vigor de sus movimientos lo que me impedía volver a dormirme. Levantarme, entonces, ¿para qué?, me repetía sin parar. Para ver los rostros pálidos de cada uno de mis compañeros de oficina. Para tener que aguantar la exactitud gaseosa de sus palabras y sus andares. Libertad, ¿para qué?, continuaba, cuando ya empezaba a clarear. Prefería el ámbito vigilado de su reserva, donde aquella multitud danzaba sin desmayo.
martes, 6 de diciembre de 2016
FELICIDAD DELATORA
En el sosiego del atardecer ambos se prometían mutuamente no cambiar nada pero los dos también llevaban disfraces. Poco después, de forma imprevista, llamaron a la puerta. No cambiar nada no equivalía, únicamente, a no salir de la habitación. Cualquier roce con el exterior significaría un atentado a lo que habían conseguido, entonces nada de eso podría evitar que no entrara lo intolerable. Les había costado lo suyo llegar hasta allí. Los golpes contra la puerta no procedían del picaporte, daba la impresión de que los producían los nudillos de la mano de quien estaba fuera. Eran flojos y espaciados. Eso aumentaba su malestar. Cuando se hizo de noche, aquel ruido se había atravesado entre sus firmes promesas.
lunes, 5 de diciembre de 2016
BIBLIOTECA
Hay una voluntad decidida por muchas de las autoridades que hoy tienen a su cargo el destino de las bibliotecas públicas, en dejar colonizar estos espacios por la complacencia reduccionista y simplificadora de la chatarra verbal, icónica y sonora, que, sin filtro alguno, acompaña a las nuevas tecnologías de la información. Todo lo cual hace que la biblioteca pública no pueda llegar a desarrollar toda la potencia imaginativa que la constituye, que le permita atravesar, razonablemente indemne, la dictadura del tiempo y del espacio que impone la actualidad moderna, de la que son parteras indiscutibles y dominantes esos medios de comunicación que tratan de apoderarse, digamos, de su alma. Un tiempo y un espacio que nadie siente y a nadie le suena porque ha sido vaciado de toda la quincalla simbólica o significativa de otros tiempos, que impedían a esa actualidad y sus medios llevar a cabo su principal y único cometido, que no es otro que el de publicitar una y mil veces, hasta que adquiera la categoría de verdad indiscutible, la definición del presente, donde la una y los otros hacen nido indesalojable. Es desde ahí desde donde se trata de hacer dogma sobre un pasado que se pretende superado, porque la una y los otros se sienten autorizados y capacitados para visitarlo cuantas veces les venga en gana, contraviniendo las leyes fundamentales del tiempo de la física, que lo es también de la historia y, en última instancia, es el tiempo de la actualidad global y mediática. Es desde este claustro materno desde donde los actualistas mediáticos sentencian que no vale la pena volver al pasado porque no hay nada que valga la pena que nos puede ofrecer. Solo al futuro, como el ámbito espacial que hemos de conquistar porque nosotros lo valemos ya que somos los únicos que estamos vivos, es a donde merece la pena poner toda nuestra atención y energía.
De lo anterior se deduce que el uso o el consumo del lenguaje verbal, y por ende de cualquier lenguaje, que la mayoría de las personas hacen tiene que ver con el fortalecimiento o ensanchamiento o revalidación de la categoría o categorías a las que creen que pertenecen por méritos propios, los cuáles son ajenos, por supuesto, a ese uso o consumo del lenguaje o lenguajes mismos. Lo que le da estos un carácter de agrupamiento impositivo alrededor de las diferentes categorías y, consecuentemente, de enfrentamiento dialéctico entre ellas. En raras ocasiones, por no decir en ninguna, los seres hablantes subscritos a la imperante e imperiosa actualidad usan el lenguaje conscientes de que es en él donde realmente habitan y, por tanto, donde son alguien realmente. Lo que le da a ese lenguaje, visto y sentido así, un carácter interpretativo y de reconocimiento dialógico hacia los otros seres hablantes, pues lo que tienen en común es pertenecer a esa misma racionalidad lingüística.
Metido ya en esta improbable aventura dialógica, no se trata de decidir no leer un libro o de no escuchar a un lector, eso es fácil. Se trata de saber porque no debemos cambiar de narrador, ni de compañías lectoras. Nuestros antepasados no tenían más remedio que enfrentarse a lo que no sabían, nosotros no deberíamos traicionar su legado. La biblioteca es parte irrenunciable de ese legado. Es, por tanto, un relato, un gran relato, la madre que acoge a todos los relatos. La biblioteca es un relato para fomentar la Conversación entre distintos, aunque existentes y habitantes todos en un mismo lenguaje, que es el espíritu de las voces que en su seno se conservan; no es el lugar para la Comunión de las palabras de los idénticos, porque se encuentran agrupados previamente alrededor de una misma categoría. La Biblioteca no es un espacio ni un tiempo neutros, no es un almacén de piezas catalogadas según criterios de un diccionario temático o alfabético, ni un espacio ni un tiempo para todo y para todos, cuyos fondos se ofrecen, o se alquilan, a los lectores según las categorías a las que dicen que pertenecen, esas mediante las que se organiza jerárquicamente en el orden social, económico y político vigente, que existe en el exterior de la biblioteca, y que es de donde vienen todos los lectores al entrar en la biblioteca. No es, para entendernos, un espacio y un tiempo más de los que ofrece la dinámica social, económica y política en la ciudad, un espacio y un tiempo donde nadie siente ni se siente, sino que solo compra y vende, manda y obedece, es decir, consume. Muy al contrario de esa dinámica dominante en la ciudad, la Biblioteca es un lugar sagrado. Un espacio y un tiempo, no para el consumo de las palabras o de las imágenes o de los sonidos, sino para aprender a sentir su sentido, a saber, para no reforzar con ellas la categoría a la que pertenecemos y si es de primera o segunda división, sino para saber cuál es nuestro lugar en el mundo, a través del lenguaje común al que pertenecemos y donde existimos, y mediante los diferentes relatos que lleven incorporados las diferentes actividades que se propongan en su seno. Entrar en la biblioteca es, por fin, aprender a ser alguien, hartos de no ser nadie en la ciudad democrática y actual. Y esta labor le corresponde a la Biblioteca porque es la que custodia el saber acumulado de la humanidad, su espacio y su tiempo, a lo largo de la historia y de las historias que los seres humanos han ido creando. Lo que la hace ser más sensible que el resto de los espacios de su exterioridad con los que coexiste, en los que domina, como he dicho, de forma autoritaria y excluyente, pero con maneras democráticas, el tiempo presente. Una convivencia que es marca, santo y seña, al fin y al cabo, de nuestra modernidad, dícese de origen ilustrado: la urgencia y uniformidad democrática y la dictadura de la actualidad.
De lo anterior se deduce que el uso o el consumo del lenguaje verbal, y por ende de cualquier lenguaje, que la mayoría de las personas hacen tiene que ver con el fortalecimiento o ensanchamiento o revalidación de la categoría o categorías a las que creen que pertenecen por méritos propios, los cuáles son ajenos, por supuesto, a ese uso o consumo del lenguaje o lenguajes mismos. Lo que le da estos un carácter de agrupamiento impositivo alrededor de las diferentes categorías y, consecuentemente, de enfrentamiento dialéctico entre ellas. En raras ocasiones, por no decir en ninguna, los seres hablantes subscritos a la imperante e imperiosa actualidad usan el lenguaje conscientes de que es en él donde realmente habitan y, por tanto, donde son alguien realmente. Lo que le da a ese lenguaje, visto y sentido así, un carácter interpretativo y de reconocimiento dialógico hacia los otros seres hablantes, pues lo que tienen en común es pertenecer a esa misma racionalidad lingüística.
Metido ya en esta improbable aventura dialógica, no se trata de decidir no leer un libro o de no escuchar a un lector, eso es fácil. Se trata de saber porque no debemos cambiar de narrador, ni de compañías lectoras. Nuestros antepasados no tenían más remedio que enfrentarse a lo que no sabían, nosotros no deberíamos traicionar su legado. La biblioteca es parte irrenunciable de ese legado. Es, por tanto, un relato, un gran relato, la madre que acoge a todos los relatos. La biblioteca es un relato para fomentar la Conversación entre distintos, aunque existentes y habitantes todos en un mismo lenguaje, que es el espíritu de las voces que en su seno se conservan; no es el lugar para la Comunión de las palabras de los idénticos, porque se encuentran agrupados previamente alrededor de una misma categoría. La Biblioteca no es un espacio ni un tiempo neutros, no es un almacén de piezas catalogadas según criterios de un diccionario temático o alfabético, ni un espacio ni un tiempo para todo y para todos, cuyos fondos se ofrecen, o se alquilan, a los lectores según las categorías a las que dicen que pertenecen, esas mediante las que se organiza jerárquicamente en el orden social, económico y político vigente, que existe en el exterior de la biblioteca, y que es de donde vienen todos los lectores al entrar en la biblioteca. No es, para entendernos, un espacio y un tiempo más de los que ofrece la dinámica social, económica y política en la ciudad, un espacio y un tiempo donde nadie siente ni se siente, sino que solo compra y vende, manda y obedece, es decir, consume. Muy al contrario de esa dinámica dominante en la ciudad, la Biblioteca es un lugar sagrado. Un espacio y un tiempo, no para el consumo de las palabras o de las imágenes o de los sonidos, sino para aprender a sentir su sentido, a saber, para no reforzar con ellas la categoría a la que pertenecemos y si es de primera o segunda división, sino para saber cuál es nuestro lugar en el mundo, a través del lenguaje común al que pertenecemos y donde existimos, y mediante los diferentes relatos que lleven incorporados las diferentes actividades que se propongan en su seno. Entrar en la biblioteca es, por fin, aprender a ser alguien, hartos de no ser nadie en la ciudad democrática y actual. Y esta labor le corresponde a la Biblioteca porque es la que custodia el saber acumulado de la humanidad, su espacio y su tiempo, a lo largo de la historia y de las historias que los seres humanos han ido creando. Lo que la hace ser más sensible que el resto de los espacios de su exterioridad con los que coexiste, en los que domina, como he dicho, de forma autoritaria y excluyente, pero con maneras democráticas, el tiempo presente. Una convivencia que es marca, santo y seña, al fin y al cabo, de nuestra modernidad, dícese de origen ilustrado: la urgencia y uniformidad democrática y la dictadura de la actualidad.
viernes, 2 de diciembre de 2016
DUELO VERBAL
Se volvieron a mirar de soslayo mientras agarraban sus pistolas con fuerza.
-Guardemos las pistolas, yo te diré lo que tenemos que hacer.
-Empuñando una pistola es como mejor me entiendo con la gente.
-Siempre le recomiendo a mi hijo que cuando empuñe la pistola sea para usarla.
-Yo no soy tu hijo.
-Con las ratas de ahí dentro vale más andarse con cuidado.
-Si es preciso se las hace desaparecer.
-Ahora ya se que tipo realmente eres.
-No te preocupes, en cuanto tenga la pasta te aseguro que seré otro.
-Ese dinero te llenará de resentimientos.
-Resentido lo soy desde siempre, lo que nunca he tenido ha sido dinero.
-Guardemos las pistolas, yo te diré lo que tenemos que hacer.
-Empuñando una pistola es como mejor me entiendo con la gente.
-Siempre le recomiendo a mi hijo que cuando empuñe la pistola sea para usarla.
-Yo no soy tu hijo.
-Con las ratas de ahí dentro vale más andarse con cuidado.
-Si es preciso se las hace desaparecer.
-Ahora ya se que tipo realmente eres.
-No te preocupes, en cuanto tenga la pasta te aseguro que seré otro.
-Ese dinero te llenará de resentimientos.
-Resentido lo soy desde siempre, lo que nunca he tenido ha sido dinero.
jueves, 1 de diciembre de 2016
SOBRE EL MOSTRADOR
Vamos, que hoy me tocan los niños, dijo el que estaba a mi derecha, apoyado sobre el mostrador, al que estaba sentado en la mesa de la izquierda. La frase sonó ronca, como una consigna que debería dar paso a algo desconocido que vendría a continuación. Lo que no sabía era si eso iba a suceder cuando el de la mesa se levantara, o cuando los dos hombres abandonaran el bar. Al fin, el de la mesa se puso de pie. Luego se metió la mano en el bolsillo de la gabardina y me dio la impresión de que señaló al camarero. En la calle continuaba lloviendo.
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