El asunto no es que yo me extienda más sobre lo que he opinado de su escrito, pues a eso yo podía responderle que lo haré cuando usted haga más largo su cuento, lo cual no nos llevaría a ningún sitio de interés. Ni usted es un alumno de instituto, ni yo soy su profesor de literatura, que es el ámbito donde encajaría el anterior toma y daca. El asunto es otro. Yo pienso que el comentario al relato que ha escrito es útil si, y solo si, le estimula a continuar la reflexión que, se supone, usted ha iniciado al escribir lo que ha escrito. Lo cual a su vez me puede inducir a hacer lo propio con lo que diga. Esto es, a mi entender, Dialogar y, al escribir y compartir su cuento, de eso se trata.
Lo que ocurre es que usted no se toma en serio, pues dice que está muy ocupado, por lo que escribir un relato es una cosa irrelevante en comparación con la importancia de las cosas que llenan su agenda. Sin embargo, me parece una acción al alcance de quién se quiere enfrentarse a algo primordial e inaplazable en nuestro tiempo: la otredad. Casi sin darnos cuenta todas las actividades que llenan nuestra agenda están pensadas y dirigidas a cumplir un único propósito, colmar y satisfacer las necesidades que demanda nuestro yo racional moderno. Ese narcisista de matriz clerical que no nos abandona. Propósitos y necesidades donde el Otro desaparece como entidad autónoma y se constituye únicamente a servicio exclusivo de aquellas necesidades narcisistas. En nuestra vida cotidiana, incluso en los momentos álgidos de nuestra solidaridad, usamos y abusamos del otro y de lo otro. No tengo otra manera de explicarle, y de paso hacérmelo entender, el sin freno y el sin límites que funcionan como santo y seña irrenunciables de nuestros placeres y nuestros días. Sencillamente el Otro no existe. Solo existe el Yo.
Que alguien se pare y escriba un relato, y que además lo de a conocer a los otros, solo se puede entender en la sociedad en la que vivimos como un primer milagro. Que alguien se pare y lea un relato ajeno y escriba un comentario, solo se puede entender en la sociedad en la que vivimos, cómo un segundo milagro. En fin, que alguien se incorpore a su trajín cotidiano y compruebe que tomarse en serio es eso, solo eso, escribir para ser alguien y leer a otro alguien, y no la identificación que nos exige la sociedad en la que vivimos, donde, al fin y al cabo, somos unos don nadie, es el tercer y más importante de los milagros