"Existen dos clases de compasión. Una cobarde y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más allá de esa límite".
Todo ello, al fin y a la postre, acabó por definir qué tipo de lector iba a ser al abordar esta novela. La última y más importante lección de su lectura. Antes y durante estuve afectado de una impremeditada impaciencia delante de lo que el narrador me estaba contando, que durante la tertulia lo traduje públicamente como una "trampa" en la que el narrador me metió, haciéndome creer que era más listo que el panolis de Hofmiller. Nada de ello, sin embargo, me impidió hacerme algunas preguntas.
¿De donde le venía la confianza al protagonista, Antón Hofmiller, para entregarle su historia al narrador al poco de conocerle? ¿Donde ha visto el teniente Hofmiller la competencia de ese narrador desconocido para entregarle la historia de su pasado?¿Por qué no la cuenta el mismo? ¿Que es lo que hace competente al narrador que cuenta la historia del teniente Hofmiller? ¿Qué es lo que aspira a contar cuando acepta escuchar a Hofmiller? La historia que le ha contado el teniente como quiere hacer creer al lector en aquellas trece páginas primeras. "Lo contenido en este libro también me ha sido referido casi íntegramente en la forma aquí reproducida, y ello, de un modo absolutamente inesperado". "Pero en ninguna parte he agregado nada importante por mi cuenta, y no soy sino mi confidente el que ahora empieza a hablar" ¿A que otros asuntos remite esa fuerza poderosa que es el amor de Edith por Hofmiller y la reacción de éste ante aquella? ¿Una historia de amor sin más, cuya singularidad estriba en que todas son iguales? ¿Que correlación narrativa hay entre las fuerzas que operan de forma sugerida y sin aparente protagonismo, pero de forma intensa y eficiente en el exterior del mundo (entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial), y las que lo hacen de forma explícita en el interior de cada protagonista? En fin.
Sí me di cuenta, en la primera lectura, que el uso que hacía el narrador del lenguaje no remitía ni pretendía llevarme a algo reconocible. Era un lenguaje hiperbólico y cercano a la fábula, para contar la historia de Edith y Hofmiller. Un lenguaje más naturalista y tosco para describir el mundo militar a donde pertenece Hofmiller o las añagazas usureras de Lajos Kekesfalva, el padre millonario de Edith. Y otro lenguaje lógico y científico del médico Cóndor (a punto de acabar la novela descubrí que era el autor del párrafo entrecomillado), que atiende la enfermedad que aqueja a Edith, parálisis de medio cuerpo para abajo. En conjunto no es un lenguaje social o psicológico. Ni histórico, político o militar. Es un lenguaje lleno de tensiones que el lector tiene que aguantar, pues son las mismas que las de los protagonistas. De ahí probablemente mi impaciencia y mi anticipada y sobrada perspicacia. Son tensiones que producen desasosiego o malestar porque no tienen salida o solución bendecidas por la razón empírica. El resultado es una visión más bien panorámica, mediante la que acabé por darme cuenta de que es el narrador escritor quien ordena la historia que le ha contado Hofmiller, la confabula, el que pone la claridad y las sombras. Aunque nunca tengo la certeza de cuánto es suyo y cuanto de Hofmiller. Todo lo cual, y después de leer varias veces las trece páginas primeras y, sobre todo como pieza clave, el párrafo entrecomillado, me hizo entender que el narrador estuvo dispuesto a escuchar hasta el final las palabras de un desconocido, como era para él Antón Hofmiller, debido a un verdadero acto de compasión, que es también el de la literatura: escuchar al otro y devolverle su historia llena del sentido y la significación que él no ha podido lograr. Porque el arte de contar esa vida, de darse cuenta de esa vida, de tenerla en cuenta, de ver cómo se ha sentido Anton Hofmiller, no es más que el arte de vivir. "Vivir con arte es vivir contando la vida, cantándola, paladeando sus gustos y sinsabores" (José Luis Pardo). Y ofrecerla a los demás.