sábado, 22 de octubre de 2016
SENTIMENTALES
Olvidaba los cuadernos manuscritos de su pequeña escuela sobre la mesa de la cocina, cada noche después de cenar, pues sabía que yo era quien se encargaba de recoger. Era todo lo que hacía. Sin hablar nada, de nada. Un silencio que me atravesaba como miedo y dolor. Junto a los cuadernos dejaba también un libro de Salinger que le había regalado por su cuarenta cumpleaños. Pasadas dos semanas, en lugar de preguntarle por qué se comportaba así le di una ojeada al libro. En la página noventa había subrayado lo siguiente: "Qué terrible es cuando digo te quiero y en la otra punta la persona grita: ¿qué?"