https://m.elcultural.com/revista/cine/Victor-Erice-El-nuevo-regimen-digital-ha-trastocado-la-experiencia-cinematografica/42269
P. Esa mutación al digital podemos considerar que ha sido clave, y que ha traído consigo transformaciones ligadas a la propia naturaleza de la imagen. Pero sí es cierto que el cine, como arte o como manifestación social, ha dejado de estar en el centro del debate cultural. Ya prácticamente ningún intelectual reflexiona sobre lo contemporáneo a partir del cine, como ocurría con tanta frecuencia en la eclosión de la modernidad cinematográfica.
R. Es cierto. El CINE no dispone en la sociedad del espacio que ocupó en el pasado. De su experiencia original solamente queda la sala. Las películas se realizan y consumen de un modo muy diferente. Sus imágenes se digitalizan para ser difundidas en televisión, ordenadores, tabletas y teléfonos móviles. Lo cual favorece un tipo de recepción que se aproxima cada vez más a la noción de consumo. No es extraño que se hable tanto de usuarios como de espectadores... Desde su invención, la proyección de una película entrañaba un acto de contemplación. Significaba una opción de vida diferente, el sueño común en la oscuridad de la sala pública. No tenía nada que ver con la condena a la privacidad de lo doméstico propia de las pequeñas pantallas. El nuevo régimen ha modificado sustancialmente lo que se llamó “el lugar del espectador”.
viernes, 26 de abril de 2019
jueves, 25 de abril de 2019
ESTÉTICA XXI
La quintaesencia de la fascinación que la Estética ha producido sobre la Sociedad Moderna y sus modernos (una disciplina que a pesar de tener solo un carácter pomposo respecto a sus objetos no le ha impedido desplazar a la metafísica, la lógica, la epistemología o la ética, disciplinas todas ellas de modos superiores de producción de conocimiento, y por tanto de sentido, que les posibilitan contrastar certezas metódicas y universalizar la razón práctica), consiste en lo siguiente: el despotismo de la razón ilustrada encargó en su día al arte, en el sentido amplio del término, la labor de guardar los secretos de la imaginación humana, cuyos mecanismos los señores ilustrados decretaron que pasaban inadvertidos a la conciencia individual. Lo que no previeron, o hicieron caso omiso de ello, fue la ambivalencia radical que su decisión llevaba incorporada. Primero, empezó siendo la fuente de la esperanza social de un progreso material y moral de la humanidad, es decir, de una conciliación de las leyes de la naturaleza reflejadas en la técnica y las aspiraciones de libertad reflejadas en la moralidad. Pero, segundo, acabó convirtiéndose en la raíz de todos lo intentos de justificación de las atrocidades de la historia precisamente en aras de un supuesto progreso cuya exigencia de sacrificios es insaciable, o de una satisfacción estética que no parece menos temible, pues en ella la belleza no es ya más que el impúdico velo del horror. La enajenación de la sociedad moderna actual no es otra cosa, al fin y a la postre, que el resultado más acabado de ese secuestro fundacional, racional e ilustrado, que, en nombre del Progreso, consiste en dejar en manos de expertos (los artistas y su corte de aduladores) lo que es una de las características esenciales de la pertinencia y permanencia de la naturaleza individual humana junto a su capacidad reproductiva y productiva consumidora, a saber, su capacidad creativa frente al mundo incomprensible donde habita. La irrupción de la sociedad de masas rompe con las prácticas estéticas del despotismo ilustrado, pero no con la enajenación ética que lo nutre y alimenta. Para entendernos, no hay en los múltiples paneles educativos y culturales de la sociedad de masas ninguno que interpele a los individuos a expresar lo que sienten con la experiencia de su vida. Todos los paneles invitan a producir y consumir las diferentes variantes del argumento global que todos, mediante la colaboración inestimables de internet y sus múltiples colaboradores, tenemos presente todos los días. Sin embargo, ninguno de esos paneles (hoy ya da igual que sean públicos o privados, oficiales o alternativos) nos enseña a hacer algo, no todo ni definitivo, digo algo provisional con lo que sentimos frente a ese argumento global, y hacer algo, también, con lo que ese argumento global hace con nuestra finita e imperfecta individualidad. Es comprensible que bajar de los fastos y luces de lo global a la oscuridad solitaria de lo individual debe dar similar vértigo que bajar desde los palacios de la riqueza a las chozas de la pobreza. Pero sin la experiencia de ese apocalipsis egótico nunca podremos quitarnos de encima la enajenación de la vida moderna, que no es otra que nuestra entrega incondicional a la fascinación por su estética, que progresa de forma recurrente siempre hacia sí misma.
miércoles, 24 de abril de 2019
KAFKA POLÍTICO
“Se han hecho múltiples lecturas políticas de Kafka, la mayor parte de ellas con la mirada puesta en su dos novelas más famosas -El proceso y El castillo-, así como en determinados relatos, en particular “En la colonia penitenciaria”. Es sabido, por otro lado, que en sus años de juventud Kafka manifestó simpatías por el socialismo y por el anarquismo, sucesivamente, y que tanto en sus cartas y diarios como en los numerosos testimonios acerca de su personalidad y de sus opiniones, quedan rastros inequívocos de su hostilidad hacia los poderosos y de su solidaridad -su compasión, más bien, dicho sea en el más estricto sentido- con los más débiles. Sería sin duda abusivo -e improcedente- presentar a Kafka como un escritor ”de izquierdas”, pero, como escribe su biógrafo, Reiner Stach, lo cierto es que “mantuvo durante toda su vida una simpatía clara y sin prejuicios para con las motivaciones humanas de la izquierda política”. Quien frecuenta a Kafka no puede dejar de sentirse interpelado por su modo unas veces irónico e incluso cáustico, otras desesperanzado, pero siempre lúcido e inconforme -cuando no resueltamente combativo- de considerar el progreso del mundo y sus tensiones.”
martes, 23 de abril de 2019
NIEBLA
Cuando MG llegó a la cantina del castillo la niebla lo tapaba todo. Fue uno de esos amaneceres de los primeros días de primavera en el que el invierno quiere volver por sus fueros. Lo que venía pensado también se le hizo un grumo en la mente. Notó que si quería dar la vuelta al castillo como cada mañana tendría que olvidarse del grumo y poner toda la atención en sus desfallecidos músculos, que parecían no responder como lo hacían habitualmente. Cuando llegó arriba, en el aparcamiento de las afueras del castillo había un autobús rodeado de personas. El grumo de la mente de MG pareció encontrar la razón para disolverse, y lo hizo. Antes de seguir caminando MG se puso a hacer estiramientos de sus músculos y, al mismo tiempo, observar en qué consistía aquella anomalía que significaba la presencia del autobús a esas horas tan tempranas de la mañana. En la cantina había oído alguna vez, en las conversaciones entre los parroquianos, sobre este tipo de vistas colectivas. Según ellos el autobús dejaba a sus ocupantes en el aparcamiento y más tarde, nunca a una hora prevista, alguien del castillo salía a darles la bienvenida. Por lo que les oyó, no tenían constancia de que el grupo entrara al castillo, había que generar demasiados permisos individuales algo que los Amigos del Castillo no consideraban viable. Esta última aseveración MG cree que se la escuchó decir de forma más detallada, un día, al dueño de la cantina, al hilo de una de estas visitas colectivas inesperadas. MG notó que tenía agarrotadas las pantorrillas, por lo que apoyó las piernas, primero la derecha y luego la izquierda, sobre uno de los bancos que había en el mirador delante de la entrada al castillo, y trató de desentumecerlas a base de forzar su posición en reposo. Mientras lo hacía miró de reojo al autobús, que empezó a estar rodeado por los ocupantes que poco a poco iban descendiendo. La niebla seguía contumaz, impidiendo a MG tener un vista más nítida de lo que estaba sucediendo a unos pocos metros de distancia de donde hacía sus ejercicios de estiramientos. Nadie parecía estar al frente de la expedición, ni siquiera se veía al conductor del autobús. Nadie, tampoco, salía del castillo a recibirlos. Todos lo que bajaron del autobús iban encapuchados debido el agüilla que destilaba la niebla en su persistencia, al menos eso es lo que pensó MG para introducir un elemento meteorológico de comprensión en la escena, lo que por su misma lógica le impedía distinguir la identidad de cada uno de ellos. Sin embargo, la lógica del fenómeno meteorológico de la niebla no le duró mucho a MG, o mejor dicho, le duró lo mismo que la lógica del desentumecimiento de sus pantorrillas. Quienes estaban ocultos debajo de las capuchas empezaron a dar vueltas alrededor del autobús. Al principio de forma desordenada pero al cabo de una par de vueltas el grupo, sin ninguna orden apreciable que viniese de fuera, se puso en fila de uno y continuó cumpliendo con su itinerario. A MG le vino a la cabeza esas cuadrillas de presos, que tantas veces había visto en el cine o la televisión, dando vueltas alrededor del patio de la prisión. Pensó que al igual que él había calentado los músculos, los “presidiarios” del autobús estaban habiendo lo propio, lo que le hizo prever que en breves minutos se pondrían en marcha para dar la vuelta al castillo. Como su imaginación necesitada dar sentido a lo que estaba presenciando, pensó que el paseo alrededor del castillo formaba parte de un programa de mejora de las condiciones carcelarias de los presos. Lo que tenía que decidir, si se confirmaban sus previsiones, era si les tomaba la delantera o esperaba a que ellos iniciaran la marcha, para a continuación ponerse él a cambiar a una distancia prudente. Esperó, al principio disimulando que seguía desentumeciendo sus pantorrillas, pero pasados unos minutos le pareció ridículo seguir con esa representación pues pensó que acabaría delatando sus verdaderas intenciones. Así que optó por derivar su disimulo hacia el panel informativo que había en el mirador a la entrada del castillo. Bajo tutela y mantenimiento del ayuntamiento de la ciudad, el panel era una gran fotografía panorámica en la que estaban resaltaros los principales accidentes geográficos que desde allí se divisaban, así como la ubicación de las pequeñas poblaciones que quedaban a la vista del observador. Al ponerse a mirar al panel informativo MG dio la espalda al autobús y al movimiento de los “presidiarios”, lo que le produjo un sentimiento de extrañeza nuevo. No supo entender si tenía que ver con la amenaza corporal o con la pérdida repentina de sensibilidad por no poder ver lo que estaba sucediendo detrás de donde se encontraba. De repente, pensó que si el asunto se acababa dilucidando como lo había imaginado, quien estaba fuera de lugar era el mismo insistiendo con quedarse allí quieto bajo de la niebla. Los “presidiarios”, dando vueltas alrededor del autobús en el aparcamiento fuera del castillo, estaban cumpliendo perfectamente la función encomendada por las autoridades carcelarias. Si seguía ahí, empeñado en que sucediera lo que no podía suceder, era él quien no estaba cumpliendo con la función que tenía encomendada que, como todas las mañanas, no era otra que dar su vuelta reglamentaria al castillo. Si seguía ahí aparentando hacer lo que no estaba haciendo, ni le correspondía hacer, al día siguiente en la cantina le podían decir que ya no tenía el permiso para dar vuelta al castillo.
lunes, 22 de abril de 2019
APOCALÍPTICO
-El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas.
-Y el apocalíptico pregunta: ¿quien les ha dicho a esos tres benditos (pesimista, optimista y realista) que el mundo es eterno, y que lo que dure es para ponerse a su servicio? ¿Cuánto tiempo hace que no se miran en un espejo?
-Lo siento no hay debate, es una apreciación de comportamiento.
-La idea misma de que no puede haber debate por ser una apreciación del comportamiento del pesimista o del optimista o del realista le da la razón de inmediato al apocalíptico. No están esos tres estados de ánimo del mismo Ego Encumbrado Moderno (así los piensa y los ve el apocalíptico) en condiciones de decidir si hay o no hay debate. Sencillamente tiene que haberlo, si no quieren que el mundo acabe como yo pronostico, dice el Apocalíptico. Es su una última oportunidad, generosamente les recomienda. En la era del terror nuclear y las economías endeudadas en manos de corporaciones incontrolables e incontroladas, por no hablar de las tragedias ocultas de las conciencias individuales que de ello se derivan, que nunca salen en las pantallas, no hay prórroga, ni publicidad coloreada que valga. El tiempo se les acaba, les dice el Apocalíptico a esos tres benditos. Llámense distraídos si ustedes quieren, pero que sepan que no controlan nada sus vidas, como creen y alardean de ello.
jueves, 18 de abril de 2019
EVENTO
Cualquiera de las actividades que se organizan en la actualidad, tanto a nivel público como privado, se le denomina con el nombre de evento. Un evento es un tentáculo mediante el cual el sistema, o como se llame, se cuela amablemente entre los pliegues del tejido social para tratar de llegar al corazón de los contribuyentes. Por tanto, un evento debe hace funcionar, dentro del engranaje común de todos los eventos, al sistema, o como se llame, al que sirve. Debe funcionar como cualquier departamento del ministerio de sanidad, educación, interior o justicia. Para entendernos, un evento debe funcionar como funciona un aula, una consulta, un tribunal o una comisaría, a base de procedimientos y protocolos que ponen en marcha tipos conocidos popularmente como funcionarios. Es decir, los que organizan el evento y los que asisten a él tienen que cumplir con exactitud la función que se les ha encomendado. Los primeros informar pormenorizadamente sobre el motivo que los ha convocado, los segundos, que han ido a ver que pasa, podrán hacer al final del evento, antes de que se sirva el vino habitual, los ruegos y preguntas que se les antoje. Tanto en un caco como en el otro, nadie debe ser molestado, es decir, nadie deber sentir que la integridad y prestancia de su persona ha sido puesta en peligro. Por ejemplo, en un evento nadie, ni por parte de los que lo organizan ni de la de los asistentes, debe hacer ver o exhibir el valor y el sacrificio con que ha hecho acto de presencia, o no, en la sala donde concurren. Sencillamente han ido allí voluntariamente, con eso es más que suficiente. La voluntad siempre por encima o tapando los afectos. Ítem más, nadie debe afear lo orgullosos que así todos se sienten de aparecer en público. Un evento celebra siempre la alegría de que todo funciona como unos y otros habían previsto. En un evento nadie debería hacer sentir al otro que forma parte de algo superior a sí mismo, que es desconocido y que no tiene nada que ver con los protocolos y procedimientos que mueven los unos hacia los otros, y viceversa. En fin, en un evento nadie debe hacer ver que todo evento no deja de ser, como todo acto humano, lo que siempre ha sido y será, un misterio.
miércoles, 17 de abril de 2019
EL DIABLO EN LA CARRETERA
San Juan, el profeta apóstol de Cristo, dice en su Apocalipsis, escrita en el siglo I de nuestra era, que si abandonamos a Dios el diablo se apoderará del mundo a partir del segundo milenio. No solo lo hemos abandonado, sino que lo asesinamos anticipadamente hace ya más de doscientos años, entregándonos acto seguido al becerro de oro, ergo, el diablo se ha apropiado de nuestra alma y de todas nuestras pertenencias, como Él sólo sabe hacerlo, según muestra con todo detalle el narrador cronista de McCarthy en su andadura por la carretera. Dicho en plan más ecologista, nos hemos comido el planeta a cuenta de un raquitismo espiritual individual y colectivo difícilmente engordable con vitamina alguna. ¿Es lo mismo ser apocalíptico que pesimista o que optimista escéptico? ¿Cual es la etiqueta que mejor nos viste? Por ejemplo, si uno piensa que el mundo siempre irá a peor, pues los grandes problemas, hambrunas, guerras, corrupciones, no se solucionan nunca del todo, ¿significa que uno es apocalíptico o que solo es pesimista o, tal vez, escéptico optimista? Incluso, ¿querer ir a Marte, es una fuga hacia ninguna parte o el último canto del creyente en el Progreso incesante? ¿Todo es etiquetaje es un asunto de escala publicitaria para espíritus distraídos, con tal de no mirar cara a cara a nuestra verdadera esencia como especie humana? Para entendernos, ¿apocalíptico es para el mundo lo que pesimista o escéptico optimista lo es para el ser humano? Siendo mortales, lo somos, ¿no?, ¿vale la pena ser revolucionario para acabar siendo apocalíptico o nihilista absoluto? ¿O son dos caras de la misma mirada de la fe del progresista en tiempos diferentes, sin obligación de arrepentimiento por los males infligidos? Pues, al fin y al cabo, todos vivimos bajo la influencia absoluta del paradigma moderno del progreso que imaginaron las luces de la ilustración. Luces que, por cierto, no dan señales de vida al final de la carretera, al menos como esa luz que emiten algunas estrellas del firmamento, que han muerto ya a millones de años luz de distancia de la Tierra. Así las cosas, ¿está justificado volver a representar el apocalipsis juanista, después de las grandes carnicerías del siglo XX? Como aquel, el relato de “la carretera” está lleno de catástrofes envolventes, repetitivas en hechos y formas, con una sensación constante en el lector de no saber donde está, pero intuyendo que eso que sea donde esté debe ser el infierno. Aunque, ¿puede saber si se lo merece?¿Puede saber si ha hecho algo malo para merecérselo? Ay, la educación, no me han educado para ello. Todo lo más es lo que dirá en su defensa, a punto de despeñarse. El narrador de McCarthy sigue la pauta de la visión de San Juan, aunque utilizando la destrucción del medio ambiente como referente compartido en el siglo actual, pero con nulas o difusas esperanzas (no puede ofrecer al final, como hace el apóstol profeta, la Ciudad Iluminada de Dios, solo su aliento primordial), más allá de las que representan el calor y la luz de ese sur indeterminado hacia donde caminan el padre y el hijo, protagonistas buenos que huyen de la persecución de los invisibles protagonistas malos (en esto también sigue la pauta juanista). En fin, San Juan solo imaginó su Apocalipsis y desde ahí nos lo advirtió, pero Hitler, Stalin y Truman, y todos sus imitadores y seguidores, lo llevaron, y lo llevan, a la práctica desde hace casi ochenta años, creando así la era del terror nuclear en la que vivimos. Al acabar de leer el relato de “la carretera” estoy en el origen del mundo, mejor aún, si he entendido así mi lectura, estoy en el medio de la catástrofe que se lo quiere comer, por si quiero reaccionar mirando hacia atrás sin ira. Vuelvo al aliento primordial de Dios, tal y como recomienda la mujer que acoge al niño protagonista, una vez que su padre ha muerto. El final del libro de McCarthy, es el principio de un “esperanzador” nuevo amanecer. Lo cito para que no se me olvide. “La mujer al verle lo rodeó con sus brazos y lo estrechó. Oh, dijo, me alegro tanto de verte. A veces le hablaba de Dios. Él intentó hablar con Dios pero lo mejor era hablar con su padre y eso fue lo que hizo y no se le olvidó. La mujer dijo que eso estaba bien. Dijo que el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos. Una vez hubo truchas en los arroyos de la montaña. Podías verlas en la corriente ambarina allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua. Olían a musgo en las manos. Se retorcían, bruñidas y musculosas. En sus lomos había dibujos vermiformes que eran mapas del mundo en su devenir. Mapas y laberintos. De una cosa que no tenía vuelta atrás. Ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio.”
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martes, 16 de abril de 2019
TRISTEZA
Sin saber cómo a MG la tristeza le entró aquella mañana nada más abrir la ventana de su habitación, poco antes de salir de casa para llevar a cabo su vuelta al castillo. Al mismo tiempo, también entró por la misma ventana la luz, la poderosa luz de los primeros días primaverales, cuando todavía tenía reciente la raquítica luz del invierno y aun no había llegado la cegadora luz del verano. Pensó que a lo mejor la tristeza tuviera que ver con la dificultad que tiene el ser humano para adaptarse a ese diferencial de luz que, de repente y en pocos días, empieza a iluminar el mundo de una manera más extraña, si cabe. Mientras se fue acercando al castillo, después de tomar un café en la cantina, que era como el salvacunducto para poder dar la vuelta, MG recordó los primeros versos de “la tierra baldía” de T. E. Eliot.
“Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
el invierno nos mantenía calientes, cubriendo
tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
un poco de vida con tubérculos secos.”
El cantinero le advirtió, cuando fue a pagar su consumición, que la noche anterior había llovido con fuerza y que el camino de ronda estaba lleno de charcos de agua, por lo que no le cobró el café. Hoy, dijo, la vuelta por el camino de ronda es gratis, según me ha comunicado el portavoz de los Amigos del Castillo a primera hora de la mañana. MG le dio las gracias de forma rutinaria, como si comprendiera lo que el cantinero le había dicho, lo cual estaba lo más alejado de la realidad que le cupiera imaginar. Evidentemente aquella gratuidad inesperada era otro gesto primaveral que se sumaba, a partes iguales, a la luz y la tristeza con que había comenzado el día. En el primero recodo del camino notó la ausencia de la cuadrilla de jóvenes estudiantes de formación profesional que llevaban a cabo, durante todo el invierno, los trabajos de restauración del lienzo de muralla más próximo a la entrada principal. MG dedujo que, como había comenzado la Semana Santa, estarían de vacaciones. Al parecer, según le confesó en su momento a principios del invierno el profesor de los alumnos, esa parte de la muralla se había convertido en una preocupación urgente de los Amigos del Castillo, pues temían que por ahí se colara gente indeseable. Esas fueron las palabras exactas que utilizó el portavoz de aquellos, el día que lo llamó para comunicarle que había sido contratado para llevar a cabo las obras de restauración. MG preguntó al profesor donde había tenido la reunión y si tenía permiso para entrar y salir libremente del castillo. El profesor le contestó a lo primero que se reunieron en un reservado que tiene la cantina del castillo en la parte trasera; respecto a lo segundo le dijo que sus movimientos, como los de los alumnos, estaban limitados a los inmediatos alrededores del lienzo de la muralla que tenía que restaurar. MG notó en las palabras del profesor una total ausencia de extrañeza, lo cual se mantuvo así durante los meses siguientes hasta las vacaciones de Semana Santa. Le pagaban por ello y lo hacía de la mejor manera posible. Eso era todo, porque ahí estaba todo. Si los Amigos del Castillo tienen miedo de que por esta parte de la muralla pueda entrar gente indeseable e indeseada, le dijo una mañana el profesor a MG, lo lógico es que la arreglen de manera que el miedo desaparezca, yo haría lo mismo. Esa parte de la muralla cumplía una función de apoyo panóptico a los verdaderos muros que estaban más adentro y que no se veían desde el camino de ronda. MG notó que aquella luminosidad que gastaba el profesor restaurador de la muralla mediante la que hacía desparecer el aspecto sombrío con que se ocultaban los Amigos del Castillo en su interior, y a la que se había acostumbrado durante todo el invierno, le faltó en los primeros pasos del cambio de ronda en aquel día primaveral de la Semana Santa. Decidió tomarse el paseo con más calma, incluso se sentaría un rato a la vera del viaducto, antigua construcción para abastecer de agua a la guarnición del castillo. La tristeza que le embargaba era como la luz del sol que entró por la ventana de su habitación, va y viene, y no alumbró por igual a todas las plantas que tiene allí puestas, pues no todas están dispuestas a recibir esa luz al mismo tiempo. Algunas prefieren mantenerse ocultas detrás de su propia oscuridad, hasta la siguiente aparición de la luz.
lunes, 15 de abril de 2019
¿AÚN NO PENSAMOS?
La vida que nos dan en propiedad, ¿cómo la encajamos en el mundo que recibimos en herencia?, teniendo en cuenta que lo opuesto a la muerte no es la vida sino el nacimiento. Para entendernos, nacimiento y muerte son dos fechas (o acontecimientos) en el tiempo historío o del reloj, tic, tac, sobre lo que nada podemos hacer. Nos nacen y nos morimos sin nuestro permiso y contra nuestra voluntad, respectivamente. Sin embargo, la afirmación de la Vida en el Mundo es tan perenne como misteriosa y se encuentra en otro tiempo que no es el del calendario, sobre el que si podemos actuar, de hecho es lo único que podemos hacer. ¿Cómo hacerlo? ¿Construyéndonos una coraza (función, carrera, destino, artificio, el deber ser)? o ¿construyéndonos un alma (carácter, camino, posibilidad, arte, el ser)? En fin, ¿donde queremos pertenecer? A una de las Tribus morales de iguales (homogeneidad previsible y reactiva contra lo Otro), mediante las que se articula de forma dominante la sociedad tecno moderna actual , o a una Comunidad de comprensión entre distintos (heterogeneidad imprevisible y creativa junto a lo Otro). Las primeras nos vienen dadas sólo hay que elegir, las segundas hay que construirlas con los Otros, radicalmente distintos. Por tanto, ¿qué es Pensar? Aprender a discernir entre todo lo anterior que, aunque lo he mostrado por separado, en realidad lo experimentamos todo junto y revuelto, sin orden ni concierto. Pensar será, así, dejarnos acompañar sin desmayo por esas preguntas , y por las que de ellas de puedan desprender, teniendo una relación viva con sus palabras. Nada más y nada menos. ¿No pensamos aún? o ¿no pensamos ya?
viernes, 12 de abril de 2019
EL DIABLO
¿Qué sentido literario tiene ponerse a leer hoy una versión laica sombríamente teleológica (dígase también posmoderna) del Apocalipsis de san Juan, el último libro sagrado del gran libro sagrado de occidente, la Biblia, como parece ser la intención de Cormac McCarthy al escribir La Carretera? Habrá que ver cómo se traduce aquella visión del siglo I en imágenes que tengan un ¿valor? en la era digital, en la que hemos perdido el sentido del símbolo, a favor del signo. ¿Podrá el libro de McCarthy, lleno de catástrofes, repetitivas en hechos y formas (en eso sigue la pauta de la visión de San Juan) pero de nulas o difusas esperanzas (no puede ofrecer al final, como hace el apóstol profeta, la Ciudad Iluminada de Dios), más allá de las que representan el calor y la luz de ese sur indeterminado hacia donde caminan el padre y el hijo, protagonistas buenos que huyen de la persecución de los invisibles protagonistas malos (en esto también sigue la pauta juanista), podrá el narrador de la novela de McCarthy, digo, evocar algo en el lado aturdido del alma del lector actual (si es que eso es todavía posible, me refiero a lo del alma y su recovecos) en un momento en que su cuerpo vive pegado, como la uña a su dedo, a las estridencias tecnológicas en que han acabado por encarnarse todas las ilusiones iluministas del mundo racionalizado de la ilustración moderna, con las que pretendió hacer borrón y cuenta nueva de la ceguera más tenebrosa en la que, según aquellos brillos y luces, se había precipitado el mundo antiguo medieval, heredero del que preconizaba san Juan? Y si no pudiera, como tiene toda la pinta a medida que avanzo en la lectura, ¿será por qué el diablo se ha apoderado, al fin, del mundo, tal y como profetiza en su Apocalipsis San Juan, lo que sucederá en el segundo milenio de nuestra era, después de derrotarle in extremis en la batalla que se produjo en el año 1000, también profetizada en aquella visión del apóstol más querido por Jesucristo? O no, me olvido de toda esa digresión, pues todo va de un divertimento distópico más para deleite y consumo de los fans del género, listo para ser llevado a la pantalla, como así ha sucedido. Y algunas preguntas más, ¿es lo mismo leer “la carretera” con la plantilla del Apocalipsis de san Juan en la cabeza, o hacerlo con la de la industria distópica imperante? ¿Cual es la lectura que tiene más alcance o perspectiva, las de las almas y su lado aturdido o la de las corazas u su cara de Robocop amable o vete a su saber que cara llevarán en día de la cita? En fin, ¿cómo se ha colado, y por qué ventanas, el diablo en nuestro mundo? ¿Por qué el diablo ya está entre nosotros, aunque nadie sepa como ha sido?
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jueves, 11 de abril de 2019
LA CARRETERA*
El asunto que aquí se dilucida, mientras caminas por la carretera, es saber si a toda la arbitrariedad que acompaña a las fuerza de la naturaleza, desatadas sobre las paginas del libro en un lucha sin cuartel, tu estás invitado o sencillamente ya no formas parte de lo que todo ello pueda dar de sí, por tanto, búscate asiento donde quieras o tira la toalla directamente, es decir, cambia de libro. Todo pareciera indicar que el cinismo más cruel de la última tribu de nihilistas domina el mundo, y van a ser ellos los que bajen el telón dando por acabada de forma concluyente la historia de la civilización occidental. El narrador, sin embargo, no ha perdido la esperanza y te habla, supongo, dado que dice explícitamente que ya no hay interlocutores de Dios en la Tierra, como el último interlocutor divino realmente existente, que vive refugiado, al amparo de la destrucción de los últimos nihilistas, en algún lugar del sur hacia donde se dirigen los protagonistas, padre e hijo de diez años, a la busca de luz y calor, además, como no, de la insustituible e impagable compañía de otros seres humanos que igualmente hayan sobrevivido a la catástrofe de los nihilistas. El otro elemento de esperanza de que el mundo puede recuperar la estabilidad perdida es el hijo, pues el padre deja ver con progresiva insistencia que él morirá antes de que lleguen a su destino. De los últimos nihilistas solo ves los efectos de su acción, tierra quemada y un frío inclemente sobre los rescoldos de aquel monumental incendio, que tiene toda la pinta de ser un juego macabro, el último también, a que te tienen acostumbrado estas tribus desde su aparición a finales del siglo XIX. Durante todo el siglo XX hicieron la labor más importante, que tan del agrado es a su espíritu destructor, a cuenta de las dos carnicerías mundiales con un saldo de cien millones de muertos. Sin embargo, cuando el siglo XXI parecía resignado a esa fatal herencia, una voz que se oye desde el sur parece decirte que solo si acompañas a sus protagonistas a través del paisaje espiritual desolado de la herencia recibida, que había permanecido oculto hasta ahora, bajo la coraza colorista del consumo, gracias a la determinación implacable de los únicos que pudieron sacar beneficio de aquellas carnicerías, a saber, los vencedores, solo así, digo, podrán oír tus palabras otra vez los interlocutores de Dios en la tierra. Solo así, en fin, destruidas todas las referencias significativos comunes, cabe la única posibilidad de redención tanto individual como del planeta. O dicho de otra manera, solo sabrás lo que has elegido cuando hayas atravesado el desierto de tu propia ignorancia y olvido, hasta llegar al horizonte de inteligibilidad que ellos mismos te indican. O como Ulises, solo podrás volver a casa, es decir, saber quien eres, cuando hayas bajado al Hades, cuando te hayas desprendido de la coraza que te impide ese tipo de sabiduría. Has perdido, como todos, el viejo orden de significados conocidos, aquel en el que profeta Juan imaginó se particular Apocalipsis, el que representaban los interlocutores divinos, bien. Lo que que ha hecho el narrador es coger ese testigo y desarrollar un nuevo lenguaje poético que te permita no quedarte empantanado mirándote el ombligo, mientras te quemas los pies y te comes el planeta.
*La Carretera, novela de Cormac McCarthy
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miércoles, 10 de abril de 2019
NO A LA MANO
La elección del tipo que sea, en contra de lo que te quieren hacer creer o tu quieres creerte, no lleva incorporada la comprensión de lo que has elegido. Creo que ya te lo he dicho, o si no es así te lo digo ahora. Para entendernos, esa comprensión no la tienes a la mano, ni es visible, ni está determinada, tienes que construirla fuera de ti mismo, que es donde están, vaya por dios, los otros. Solo cuando te comprometes con ese proceso de construcción, que tiene un significado diferente de ti mismo y de tu elección, podrás comprender lo que has elegido y sentirás la satisfacción por ello. Así la comunidad a diferencia a la tribu. Pero hay mucho ego en el ambiente, y mucha la rabia de impotencia que lo acompaña. Si por exceso de buscar la autenticidad solo en ti mismo cierras el camino que te queda por recorrer, si confundes la manera de tu elección con el contenido o meta que la dibuja y sustenta por contraposición (por tanto, no puede estar a la mano de donde tú te encuentras, o ser un espejo donde tu te reflejas) en un horizonte más o menos cercano, o más o menos lejano, dependiendo de si te dejas llevar por lo importante o por lo urgente respectivamente, en fin, si te dejas llevar por estos excesos le darás legitimidad a las peores formas de tu subjetivismo. Y tu bien sabes que no es que quieras o no, aquí no hay elección posible, es que no estás capacitado para retroceder a la época anterior a la de la autenticidad moderna. Por eso insisto en que ese es el camino que te queda por recorrer, no hay más. Al menos no entre los pretiles canónicos en que se mueve todavía tu padre, para entendernos. Entonces la pregunta es, ¿tu libertad de elección promueve tu bienestar? Así lo crees, o al menos, así quieres que los demás lo creamos. Pero, ¿y si no sabes encontrar su camino? ¿Y si no tiene ni idea al respecto? Esta es, sin embargo, la imagen que trasmites cuando no estás amparado o bajo la influencia consentida de los nudges o empujoncitos. Son ejemplos elocuentes de estos tutoriales digitales, que tu bien conoces, el de ver que te pasa si te comes una magdalena con chocolate con sus calorías adjuntas, o el de añadir a la cajetilla de tabaco que compras la fotografía del lamentable estado de los pulmones de un fumador empedernido. Empujoncitos para alcanzar el bienestar del cuerpo, bien. Pero, ¿quien es el que tiene que recorrer ese camino que te queda por recorrer, entre la manera de tu elección y la comprensión de la misma vinculada al contenido o la meta, que están fuera de ti mismo? ¿El cuerpo, que por su naturaleza conservadora siempre se mueve hacia si mismo, o esa otra entidad tan presente como desconocida en la época de la autenticidad moderna que, desde Aristóteles, se llama el alma? ¡Ah! Lo que quiero decir es que tu cuerpo ya ni se acuerda de aquella correspondencia entre la manera de elección y su meta o contenido que, pongamos, tu padre fijaba en la naturaleza. Fue, en ese sentido, un auténtico ecologista. Ello significa que tu alma puede evocar no tanto aquel orden paternal, como las resonancias que acontecen en la sensibilidad de la autenticidad que buscas. Pero para ello tienes que iniciar un camino, teniendo en cuenta que al alma no le afectan el tiempo histórico del progreso, que si le angustia al cuerpo.
martes, 9 de abril de 2019
MONUMENTO
La noche anterior había llovido mucho. MG se dio cuenta por la cantidad de agua acumulada en los baches del camino de ronda del castillo. Pensó en dejar de caminar, pero fue en ese momento cuando recibió un mensaje de uno de sus contactos, el cocinero. Así lo tenía localizado en su agenda. Era un tipo hecho a sí mismo. La frase hecha la utilizaba MG para referirse a algo menos viable que acompañaba a la biografía del cocinero, pero que no sabía cómo definir lo cual no dejaba de producirle un constante desconcierto. Lo conoció en una reunión externa de esas que organizaban Los Amigos del Castillo para promocionar su imagen de cuidadores de la fortaleza. Por aquel entonces no era todavía cocinero, sino que formaba parte de un grupo que se autodenominaba Cuerpos Libres y que se encargaban de las labores propias de cualquier organización de voluntarios adscrita a otra más grande, digamos, de un orden más interesado. Lo de cocinero vino después y hoy es el director del restaurante que tiene en su interior el castillo, para uso exclusivo de los miembros de la asociación que lo custodia y vigila para que cumpla en todo momento su función, que aunque nadie de la ciudad sepa muy bien cual es su presencia hace pensar que lo hace con plena eficiencia. A estas reuniones promocionales acudía mucha gente, aunque rara vez lo hacían los que ocupaban un lugar de responsabilidad en el funcionamiento de la ciudad. Por así decirlo, el castillo y la ciudad mantenían desde hacia años, después de unos inicios de convivencia nada halagüeños, una pactada indiferencia, dicen, como mejor garantía de aquella eficiencia de que se enorgullecían los Amigos del Castillo, y que la imagen de la ciudad también le convenía. La cual hacía, sin que hubiera intercambios de reproches, que la ciudad se encargara de los asuntos externos como el mantenimiento del camino de ronda y el aparcamiento de coches, y el castillo lo hiciera de los asuntos internos. Era un acuerdo tácito que se había ido trasmitiendo de generación en generación desde que se fijó la raya fronteriza. A partir de entonces el castillo se convirtió en el lugar desde donde se garantizaba la perdurabilidad de esta, que significaba también la suya propia. El mensaje que MG leyó en su dispositivo hacía mención a una fotografía adjunta, a la que el cocinero se refería como un objeto no identificado que acababa de descubrir en el entorno del castillo, la tarde anterior al momento mismo de enviarle el mensaje. Ciertamente, el objeto no identificado era una especie de monolito de cemento pintado de blanco, donde a duras penas se podían leer los nombres de quienes al parecer habían caído en combate en un guerra lejana, decía textualmente. No antigua, sino lejana. A MG le sorprendió no haberlo reconocido en sus vueltas diarias al Castillo, aunque lo que más le sorprendió fue la referencia de la inscripción a una guerra lejana teniendo en cuenta que oficialmente, según las memorias que guardan los Amigos de Castillo y de las que periódicamente van publicando breves sinopsis en los periódicos locales, el castillo nunca sufrió asedio alguno desde su fundación. Lo de antigua remitía, sin duda, a una estilo inequívoco de guerrear, pongamos, las guerras napoleónicas frente a la guerra del golfo pérsico, pero el calificativo de lejana le pareció que daba al monolito una imagen de elasticidad que cada cual podía visualizar primero y traducir su inscripción después a conveniencia. Tal vez ese fuera el motivo, pensó MG, que no recordara haber visto ningún monumento de tales características en el camino de ronda del castillo. El que sí lo hubiera observado el cocinero y que, además, hubiera tenido la necesidad de enviárselo a MG era un indicio, al entender de este, de que el interior y el exterior del castillo mantenían un oculto valor de inteligibilidad cuya clave debía estar en esa alusión a la lejanía. Es decir, no estaba en el castillo. Aunque empezó a llover con más fuerza, MG decidió continuar el camino, en parte por la curiosidad que le había despertado el mensaje del cocinero, pero, sobre todo, porque se le habría un veta de compresión del castillo que se daba cuenta no tenía a la mano, tal y como se había empeñado en creer desde el día en que le pidió al cocinero que lo invitara a comer al restaurante donde trabajaba y aquel le respondió, con la mayor naturalidad, que no tenía permiso para invitar al restaurante del castillo a vecinos censados en la ciudad. Lo cual se correspondía, término a término, con lo que no hace mucho oyó en la cantina a un parroquiano, al referirse al permiso que había que tener para entrar al castillo. No recuerda quien le respondió que quien entra en la cantina entra también en el interior del castillo, aunque sí sintió la misma invisibilidad respecto a lo que oyó que la que tuvo al acabar de dar la vuelta al castillo, sin haber localizado el monumento cuya foto le había enviado el cocinero.
lunes, 8 de abril de 2019
INDECISIÓN
Si al final - harto como estás de reinventarte personalmente como una perfomance sin audiencia y harto, también, de tener que convivir con la presencia perenne de tus dispositivos como la más aburrida de las compañías - lo que quieres es no quedarte por aquí pero no sabes donde quieres ir porque no lo puedes definir, no estaría de más que fueras haciendo un hueco a la comprensión de los asuntos que se derivan de esa indecisión, digamos, cubierta de seguridad tal y como te exhibes desde que tiene “uso de razón” que, con la complicidad inestimable de tus padres, empezó casi desde el primer biberón. A saber, probablemente esa deriva en la que sientes te encuentras metido tenga que ver con que empiezas a intuir que nadie, empezando por ti mismo, es capaz de garantizarte nunca definitivamente lo mejor vayas a donde vayas, lo que significa, por si no te habías dado cuenta, que ni la decadencia ni la banalidad son inevitables. Y eso a tu tentación nihilista no le hace ni pizca de gracia. Deberías abandonar esas tendencias hacia lo irreversible, y empezar a considerar que el mundo es ese lugar, donde un día caiste sin tu permiso, en el que se libra un combate cuyo resultado está continuamente por decidir. De donde se deduce que la felicidad, como decían los antiguos griegos, es ver y comprender la vida en toda su plenitud material y espiritual (goce, enfermedad, dolor, pérdida, ausencia, finitud, renovación,...), en fin, es comprender la vida teniendo siempre presente un horizonte de inteligibilidad que, para la vida, no es otro que la muerte propia y la ajena. Entonces, para que tu indecisión cubierta de seguridad no languidezca atrapada en su autismo técnico tribal, porque a alguna tribu moral te tendrás que apuntar mientras escampa el temporal que te mantiene a la deriva, necesitas estar muy pegado a esa consecución de la felicidad humana. El abandono de tu segura indecisión, por tanto, es una actividad que afecta, al mismo tiempo, a tu cuerpo altivo y a tu alma decaída. Para empezar tendrás que aprender a ponerlos en armonía.
viernes, 5 de abril de 2019
LEIBNIZ, EL OPTIMISTA
“Noticias de Inglaterra. Una bagatela puede cambiar el rumbo de la historia. Un melón inoportuno mata a un rey, una chispa incendia un mercado, un príncipe con problemas digestivos y sueños sombríos arruina a su nación. No hay ángel ni diablo que pueda con las pequeñas cosas. Nada de lo que sucede aquí es insensible allí, aunque entre el aquí y el allí haya cientos de años o de leguas. Los resortes del mundo están engarzados como en un arcabuz y la acción más pequeña puede dispararlo. No nos azoremos pues por ser incapaces de prever un acontecimiento futuro”.
jueves, 4 de abril de 2019
NIEVE
Solo hacia dos semanas que había comenzado la primavera y Aníbal Guevara comprobó con satisfacción, mientras daba la vuelta al castillo, que la nieve había vuelto a las montañas de enfrente. Estos últimos coletazos del invierno le gustaban porque experimentaba, al mismos tiempo, dos sentimientos como la despedida y la esperanza que, al igual que la vida y la muerte, tienden al desencuentro, es decir, cuando está uno no está el otro, y viceversa. Mientras eso sucedía en el exterior atmosférico, en los auriculares que llevaba colgados en las orejas llegaba la voz de una escritora y periodista que hablaba sobre la relación que nos esperaba con nuestras condición robótica, puesta en escena de forma irreversible y apabullante en la era digital en la que vivimos. Recientemente había publicado un libro sobre la maternidad y no creía en absoluto que las madres humanas pudieran llegar a parir algún día robots, como algunos devotos de la tecnología pronostican. Luego eso significa, decía, que los robots se hacen no nacen. Por lo tanto, están libres de lo propio de los seres que nacen que no es otra cosa que su condición de mortalidad junto a sus emisarios, a saber, enfermedades, contradicciones, intuiciones. Dicho de otra manera, un robot es una construcción tecnológica que proviene, como todas las construcciones, del azar y necesidad de la vida, pero no es la vida misma. Las construcciones que hace la vida no la agotan, son una parte de ella, la renuevan o la degradan pero nunca pueden apropiarse de ella. La historia de la vida no deja de dar testimonios de que cuando alguna de sus construcciones ha querido apropiarse de ella lo que realmente ha conseguido es iniciar el camino de su desaparición como tal construcción, dando paso a otras formas de imaginación y a otras construcciones. Si no fuera así, apuntaba la escritora, es que la vida ha renunciado a seguir viviendo lo cual no es propio de su naturaleza vital, valga toda la redundancia, aunque su creación tecnológica le indique el camino de la destrucción. Se destruye la construcción tecnología no la vida. Para entendernos, la vida no está constituida según la forma de pensar matemática, como le gustaba creer a Galileo. Más bien el mayor logro de la razón matemática o lógica, en fin, digital, es darse cuenta de que está rodeada de infinidad de cosas que puede ofrecer pero de las que nunca podrá saber nada, que no sea el mero saber instrumental con que las ofrece. Otra cosa es que al ser humano matemático le guste pensar que puede hacer cálculos sobre todo lo que le rodea y lo que le pueda acabar rodeando, sin darse cuenta de que esa forma de pensar le lleva a que sean los cálculos (vesiculares, por supuesto) los que se ceben sobre él. Fue la forma irónica con que acabó la entrevista la escritora y periodista, justo en el momento en que Aníbal Guevara caminaba en la vertical que le permitió divisar con nitidez la fortaleza que había en la raya fronteriza, antes de que un fajo de nubes alargada la tapara casi por completo. ¿Era deber del momento actual (o al menos, era un deber suyo) hacer un seguimiento de la veracidad de las afirmaciones de la escritora que acababa de oír?, pensó Guevara. Ciertamente, continuó dándole al magín ya sin los auriculares en las orejas, las distancias en el entorno del castillo se mantienen inalterables desde que lo construyeron en el siglo XVII, pero hay algo que a él las impide sentir con esa exactitud que pudiera sugerir su presencia. Dicho de otra manera, algo que no conseguía saber era que, a pesar de aquellas distancias y magnitudes inalterables, la presencia del castillo que las contenía no era la misma hoy que entonces. El mismo hecho de no saber si era la cantina quien daba permiso a sus parroquianos para poder dar la vuelta al castillo, era un indicador claro, aunque no preciso, de cómo estaban las cosas. La primavera había renovado, un año más, la esperanza que proporciona ver renacer a la naturaleza, pero intramuros del castillo no dejaba de crecer un grumo sombrío. A punto de acabar el camino de ronda vio cómo se disponía a dar su paseo el cronista oficial de la ciudad, dejándose acompañar, como no, por sus dos galgos. Guevara nunca había coincidió con él en la cantina, no sabía, por tanto, si tenía permiso para dar la vuelta al castillo o se lo otorgaba su profesión de cronista oficial. Este era otro ejemplo de distancia, digamos, domestica que Guevara notaba que se le escapaba y no dejaba de producirle malestar.
miércoles, 3 de abril de 2019
LLUVIA
Mientras Aníbal Guevara tomaba su café en la cantina, antes de subir a dar la vuelta al castillo, la lluvia hizo acto de presencia con una fuerza que no habían pronosticado los meteorólogos en sus diferentes apariciones en la pequeñas pantallas. El tiempo atmosférico y el tiempo electoral, pensó Guevara, cada vez son más impredecibles, lo cual debe significar que la naturaleza se ha vuelto a apoderar de la política. No le pareció impertinente esta conclusión, pensó, mejor que sea así a que sea la economía “la que parte el bacalao”, como dicen todos los expertos. Miró hacia la cuesta empinada y por encima de la puerta de entrada al castillo el cielo pintaba negro, muy negro. Los parroquianos, que había a esas horas de la mañana en la cantina, se habían apiñado alrededor de lo que decía la locutora de la televisión. Guevara decidió esperar a ver si escampaba, pues no había traído paraguas, sentándose en la mesa que quedaba como en la segunda fila de los espectadores televisivos, la totalidad de los cuales se apoyaban en la barra. La noticia de la televisión tenía que ver con un episodio de índole racista, esa fue la palabra que más utilizó la locutora mientras daba la noticia, que se había producido a las afueras de ese otro castillo que es La Casa Blanca, padre de todos los castillos y, también, residencia oficial en Washington del presidente de los Estados Unidos de América, gran jefe de la humanidad en Occidente. El camarero, incluso, que habitualmente no prestaba atención alguna a lo que aparecía en la televisión, estaba ensimismado con las palabras de la locutora. El asunto, como solía ocurrir en estos casos de un tiempo a esta parte, era de una importancia irrelevante, lo que realmente sí parecía tenerla era la forma y el tiempo que le estaban dedicando a su difusión urbe et orbi. Un indio iroqués, proveniente del Canadá según aseguraba la locutora, pretendía abrirse paso en dirección a las puertas del Castillo Presidencial Norteamericano, con el sonido de su tambor y las letras de sus canciones, en medio de un enfrentamiento verbal protagonizado entre un grupo de hebreos israelíes (afroamericanos que se declaran descendientes de las primeras tribus de Israel) y un grupo de jóvenes católicos blancos, que entre todos ocupaban por completo la Avenida de Pensilvania. A parte de la firme atención del camarero, Guevara observó entre los espectadores de la noticia al dueño del perro, que hacía unos días había intentado montar a la perra de un caminante, que había tenido que salir corriendo ante la impaciencia sexual del chucho. A Guevara no se le había olvidado, y eso fue lo que le renovó su extrañeza ante la presencia del tipo del perro en la cantina participando del ensimismamiento general frente a la pantalla televisiva, que cuando aquel día consiguió recuperar al perro no siguió su camino alrededor del castillo, como había imaginado Guevara, sino que se enfiló con una determinación, que no admitía dudas, hacia el camino que se dirigía al interior del castillo. ¿Era la cantina - se preguntó Guevara, mientras contemplaba caer la lluvia con intensidad a través del cristal - un lugar más a las afueras de la ciudad, o era un lugar adyacente del castillo aunque no declarado de forma oficial? ¿A quien había que reclamar esa pertenencia, al camarero o al dueño del perro o a quien fuera el presidente de los Amigos del Castillo? ¿Era la cantina un observatorio privilegiado de quienes subían y bajaban a dar su paseo por el camino de ronda del castillo? ¿O era una propiedad del castillo y quien en ella entra, de alguna manera entra también en el castillo?, aunque nadie puede hacerlo sin el permiso de los Amigos del Castillo. Este repertorio de interrogantes se lo sugirieron las imágenes que seguían saliendo por la televisión de la cantina, bajo la batuta de una locutora cada vez más entregada al espectáculo. Entre ellas Guevara se fijó en la determinación expresa que tenía el indio iroqués para abrirse paso entre los católicos y los hebreos israelitas, con la intención (ahora se veía claro) de llegar hasta la puerta del Castillo Presidencial. A parte de su tambor y sus canciones, de vez en cuando sacaba de su bolsillo un papel que blandía con energía al viento y que, según las palabras de la locutora, contenía el último acuerdo de la nación iroquesa con el hombre blanco que le daba derecho legítimo sobre sus tierras hoy usurpadas. Ninguno de los espectadores de la cantina mostró algún tipo de respuesta ante lo que estaban viendo, únicamente el camarero y el hombre del perro iniciaron con las manos unos ademanes de hostilidad hacia el indio iroqués, que pronto se tradujeron en palabras en voz del tipo, indio de mierda vuelve a la reserva, para ti no hay permiso que valga, tu no perteneces ya a ese Castillo Blanco. Cuando la cámara volvía a poner su foco sobre las disputas entre los católicos y los hebreos israelitas, el camarero y el hombre del perro callaban. Fuera de la cantina dejó de llover, aunque el cielo sobre la puerta de entrada al castillo no había perdido un ápice su negrura. Guevara decidió arriesgarse y, aunque no se olvidó de que no tenía paraguas, comenzó la subida para luego dar su vuelta habitual al camino de ronda.
martes, 2 de abril de 2019
PERSONA VIOLABLE
Hay dos preguntas que, si las pienso con atención, siempre consiguen renovar mi perplejidad y no pocas veces mi malestar, pues intuyo que hay una relación entre ellas que, una y otra vez, se me escapa. Una, ¿a partir de qué momento de la Historia del Mundo, y de mi historia particular, el pasado afecta o concierne, hasta darle forma, a todo lo que me ocurre en el presente? Dos, ¿en qué medida y con qué alcance mis actos y mis palabras violan eso que llamamos intimidad ajena? Ultima instancia irrebasable donde acontece la verdad del otro y donde, por tanto, se alojan el desconcierto y el dolor más intensos que acarrea toda ignorancia y toda violación factual o verbal, ya que ahí no se oyen las necesarias palabras de consuelo que semejante experiencia reclama, lo que da lugar al desamparo y vulnerabilidad más absolutos. En fin, como dice el autor del LIBRO que os adjunto, según deja constancia su comentarista: “el modo en que imaginamos algo influye en la forma en que existe en el mundo”.
lunes, 1 de abril de 2019
EDAD
Todo ser humano sabe, en el fondo de su alma, que a medida que uno se hace mayor el mundo se vuelve muy raro. Otra cosa es que lo reconozca, pues sería lo mismo que reconocer que tiene alma, esa luz interior que alumbra las arrugas del cuerpo decadente. La democracia es el modo de organización política humana que mejor se encarga de tratar con las rarezas públicas del mundo, así fue al menos la motivación de los padres fundadores, y su capacidad de influencia en las privadas e íntimas. Pues no hay mayor extrañeza pública que la de querer matarnos los unos a los otros, aunque las matanzas habidas a lo largo de la historia nos tienten a hacer creer lo contrario, que matarnos es lo natural o su opuesto que lo natural es querernos. Pronto habrá elecciones. En este siglo XXI, como en todos los siglos anteriores, la vida remite a lo que es y la falta de vida remite a lo que no es, por tanto, todo lo que afirma la vida es y todo lo que la niega tiende a desmentirla hasta que lo consigue. Lo que equivale a decir que el bien es siempre y el mal tiende a lo que no es, una tendencia que cambia con las modas, de ahí que haya las diferentes teorías sobre el mal, ninguna sobre el bien. Sobre esta obvia locución gramatical se han cebado a lo largo de los siglos todos las doctrinas fanáticas occidentales habidas, y por haber, con la intención de apropiarse de ella. Primero fueron los cristianos que destruyeron el mundo clásico griego a base de poner todo el bien del lado del alma y todo el mal a cuenta del cuerpo. Muchos siglos después fueron los modernos los que destruyeron el mundo cristiano pero sin voluntad de restaurar el mundo clásico griego, únicamente les dio para dar la vuelta a la tortilla, es decir, pusieron todo el bien a cuenta del cuerpo y todo el mal en la cesta del alma. Unos y otros hicieron lo mismo, a saber, lo que debían ser según sus doctrinas, no lo que realmente eran. Unos hicieron sus deberes de forma religiosa los otros de manera secular, pero todos ocultando bajo el manto de la norma moral lo que eran y lo que no eran. Hoy los modernos tienen exceso de grasa en el cuerpo, lo que les impide sentir el alma. O dicho de otra manera, tienen nostalgia de algún tipo de religiosidad ahítos como están de que la secularización esté llenando de cosas hasta el rincón más oculto de su intimidad, ahí donde no llegan las palabras. Siguen al pie de la letra el mandato de la modernidad secularizada, hay que ser siempre originales y novedosos, es decir, hay que ser siempre jóvenes. Y jóvenes solo se puede ser de una manera, exhibiendo la plenitud de un cuerpo en su máxima expresión de forma. Pero una vez más, como les pasó a sus antepasados modernos, los cuerpos añosos de los de hoy ya no les da para más y el alma no acude a la llamada, pues nunca antes ha sido convocada. Al no poder recuperar el equilibrio, que es otra manera de llamar al bien, entre un cuerpo que decae y un alma desaparecida, les está convirtiendo, contra su voluntad, en adalides del mal, y de la cobardía que siempre le acompaña. Nunca como en el presente la cobardía adquirió ese rango institucional del que disfruta, como un guerrillero cuando se acomoda en el palacio presidencial del tirano derrocado, pues no otra cosa es, al fin al cabo, la rutina democrática para estos desalmados. Aunque tampoco debería cogernos por sorpresa, ya Shakespeare nos advirtió a través de sus tragedias, que ni la maldad ni la cobardía se nos presentarán nunca de frente, lo suyo no es la trasparencia. ¿Será por eso que los llaman buenistas? ¿Será por eso que han hecho de la sonrisa su tarjeta de presentación irrenunciable y de la indignación un arma de resistencia reactiva y, por ende, reaccionaria? ¿Será por eso el amor incondicional que muestran hacia la infancia, al ver en ella el refugio de la pureza del alma que ellos han perdido para siempre? Dada la energía que se necesita para poner en movimiento todas esas palabras mencionadas, el asunto del presente desquiciado sea quizá la obra de la desidia y dejadez de quienes no es que sean buenos o malos, sino de quienes sencillamente no están vivos, pero tampoco muertos.
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