¿Qué sentido literario tiene ponerse a leer hoy una versión laica sombríamente teleológica (dígase también posmoderna) del Apocalipsis de san Juan, el último libro sagrado del gran libro sagrado de occidente, la Biblia, como parece ser la intención de Cormac McCarthy al escribir La Carretera? Habrá que ver cómo se traduce aquella visión del siglo I en imágenes que tengan un ¿valor? en la era digital, en la que hemos perdido el sentido del símbolo, a favor del signo. ¿Podrá el libro de McCarthy, lleno de catástrofes, repetitivas en hechos y formas (en eso sigue la pauta de la visión de San Juan) pero de nulas o difusas esperanzas (no puede ofrecer al final, como hace el apóstol profeta, la Ciudad Iluminada de Dios), más allá de las que representan el calor y la luz de ese sur indeterminado hacia donde caminan el padre y el hijo, protagonistas buenos que huyen de la persecución de los invisibles protagonistas malos (en esto también sigue la pauta juanista), podrá el narrador de la novela de McCarthy, digo, evocar algo en el lado aturdido del alma del lector actual (si es que eso es todavía posible, me refiero a lo del alma y su recovecos) en un momento en que su cuerpo vive pegado, como la uña a su dedo, a las estridencias tecnológicas en que han acabado por encarnarse todas las ilusiones iluministas del mundo racionalizado de la ilustración moderna, con las que pretendió hacer borrón y cuenta nueva de la ceguera más tenebrosa en la que, según aquellos brillos y luces, se había precipitado el mundo antiguo medieval, heredero del que preconizaba san Juan? Y si no pudiera, como tiene toda la pinta a medida que avanzo en la lectura, ¿será por qué el diablo se ha apoderado, al fin, del mundo, tal y como profetiza en su Apocalipsis San Juan, lo que sucederá en el segundo milenio de nuestra era, después de derrotarle in extremis en la batalla que se produjo en el año 1000, también profetizada en aquella visión del apóstol más querido por Jesucristo? O no, me olvido de toda esa digresión, pues todo va de un divertimento distópico más para deleite y consumo de los fans del género, listo para ser llevado a la pantalla, como así ha sucedido. Y algunas preguntas más, ¿es lo mismo leer “la carretera” con la plantilla del Apocalipsis de san Juan en la cabeza, o hacerlo con la de la industria distópica imperante? ¿Cual es la lectura que tiene más alcance o perspectiva, las de las almas y su lado aturdido o la de las corazas u su cara de Robocop amable o vete a su saber que cara llevarán en día de la cita? En fin, ¿cómo se ha colado, y por qué ventanas, el diablo en nuestro mundo? ¿Por qué el diablo ya está entre nosotros, aunque nadie sepa como ha sido?