martes, 16 de abril de 2019

TRISTEZA

Sin saber cómo a MG la tristeza le entró aquella mañana nada más abrir la ventana de su habitación, poco antes de salir de casa para llevar a cabo su vuelta al castillo. Al mismo tiempo, también entró por la misma ventana la luz, la poderosa luz de los primeros días primaverales, cuando todavía tenía reciente la raquítica luz del invierno y aun no había llegado la cegadora luz del verano. Pensó que a lo mejor la tristeza tuviera que ver con la dificultad que tiene el ser humano para adaptarse a ese diferencial de luz que, de repente y en pocos días, empieza a iluminar el mundo de una manera más extraña, si cabe. Mientras se fue acercando al castillo, después de tomar un café en la cantina, que  era como el salvacunducto para poder dar la vuelta, MG recordó los primeros versos de “la tierra baldía” de T. E. Eliot. 
“Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando 
memoria y deseo, removiendo 
turbias raíces con lluvia de primavera.
el invierno nos mantenía calientes, cubriendo
tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
un poco de vida con tubérculos secos.”

El cantinero le advirtió, cuando fue a pagar su consumición, que la noche anterior había llovido con fuerza y que el camino de ronda estaba lleno de charcos de agua, por lo que no le cobró el café. Hoy, dijo, la vuelta por el camino de ronda es gratis, según me ha comunicado el portavoz de los Amigos del Castillo a primera hora de la mañana. MG le dio las gracias de forma rutinaria, como si comprendiera lo que el cantinero le había dicho, lo cual estaba lo más alejado de la realidad que le cupiera imaginar. Evidentemente aquella gratuidad inesperada era otro gesto primaveral que se sumaba, a partes iguales, a la luz y la tristeza con que había comenzado el día. En el primero recodo del camino notó la ausencia de la cuadrilla de jóvenes estudiantes de formación profesional que llevaban a cabo, durante todo el invierno, los trabajos de restauración del lienzo de muralla más próximo a la entrada principal. MG dedujo que, como había comenzado la Semana Santa, estarían de vacaciones. Al parecer, según le confesó en su momento a principios del invierno el profesor de los alumnos, esa parte de la muralla se había convertido en una preocupación urgente de los Amigos del Castillo, pues temían que por ahí se colara gente indeseable. Esas fueron las palabras exactas que utilizó el portavoz de aquellos, el día que lo llamó para comunicarle que había sido contratado para llevar a cabo las obras de restauración. MG preguntó al profesor donde había tenido la reunión y si tenía permiso para entrar y salir libremente del castillo. El profesor le contestó a lo primero que se reunieron en un reservado que tiene la cantina del castillo en la parte trasera; respecto a lo segundo le dijo que sus movimientos, como los de los alumnos, estaban limitados a los inmediatos alrededores del lienzo de la muralla que tenía que restaurar. MG notó en las palabras del profesor una total ausencia de extrañeza, lo cual se mantuvo así durante los meses siguientes hasta las vacaciones de Semana Santa. Le pagaban por ello y lo hacía de la mejor manera posible. Eso era todo, porque ahí estaba todo. Si los Amigos del Castillo tienen miedo de que por esta parte de la muralla pueda entrar gente indeseable e indeseada, le dijo una mañana el profesor a MG, lo lógico es que la arreglen de manera que el miedo desaparezca, yo haría lo mismo. Esa parte de la muralla cumplía una función de apoyo panóptico a los verdaderos muros que estaban más adentro y que no se veían desde el camino de ronda. MG notó que aquella luminosidad que gastaba el profesor restaurador de la muralla mediante la que hacía desparecer el aspecto sombrío con que se ocultaban los Amigos del Castillo en su interior, y a la que se había acostumbrado durante todo el invierno, le faltó en los primeros pasos del cambio de ronda en aquel día primaveral de la Semana Santa. Decidió tomarse el paseo con más calma, incluso se sentaría un rato a la vera del viaducto, antigua construcción para abastecer de agua a la guarnición del castillo. La tristeza que le embargaba era como la luz del sol que entró por la ventana de su habitación, va y viene, y no alumbró por igual a todas las plantas que tiene allí puestas, pues no  todas están dispuestas a recibir esa luz al mismo tiempo. Algunas prefieren mantenerse ocultas detrás de su propia oscuridad, hasta la siguiente aparición  de la luz.