martes, 23 de abril de 2019

NIEBLA

Cuando MG llegó a la cantina del castillo la niebla lo tapaba todo. Fue uno de esos amaneceres de los primeros días de primavera en el que el invierno quiere volver por sus fueros. Lo que venía pensado también se le hizo un grumo en la mente. Notó que si quería dar la vuelta al castillo como cada mañana tendría que olvidarse del grumo y poner toda la atención en sus desfallecidos músculos, que parecían no responder como lo hacían habitualmente. Cuando llegó arriba, en el aparcamiento de las afueras del castillo había un autobús rodeado de personas. El grumo de la mente de MG pareció encontrar la razón para disolverse, y lo hizo. Antes de seguir caminando MG se puso a hacer estiramientos de sus músculos y, al mismo tiempo, observar en qué consistía aquella anomalía que significaba la presencia del autobús a esas horas tan tempranas de la mañana. En la cantina había oído alguna vez, en las conversaciones entre los parroquianos, sobre este tipo de vistas colectivas. Según ellos el autobús dejaba a sus ocupantes en el aparcamiento y más tarde, nunca a una hora prevista, alguien del castillo salía a darles la bienvenida. Por lo que les oyó, no tenían constancia de que el grupo entrara al castillo, había que generar demasiados permisos individuales algo que los Amigos del Castillo no consideraban viable. Esta última aseveración MG cree que se la escuchó decir de forma más detallada, un día, al dueño de la cantina, al hilo de una de estas visitas colectivas inesperadas. MG notó que tenía agarrotadas las pantorrillas, por lo que apoyó las piernas, primero la derecha y luego la izquierda, sobre uno de los bancos que había en el mirador delante de la entrada al castillo, y trató de desentumecerlas a base de forzar su posición en reposo. Mientras lo hacía miró de reojo al autobús, que empezó a estar rodeado por los ocupantes que poco a poco iban descendiendo.  La niebla seguía contumaz, impidiendo a MG tener un vista más nítida de lo que estaba sucediendo a unos pocos metros de distancia de donde hacía sus ejercicios de estiramientos. Nadie parecía estar al frente de la expedición, ni siquiera se veía al conductor del autobús. Nadie, tampoco, salía del castillo a recibirlos. Todos lo que bajaron del autobús iban encapuchados debido el agüilla que destilaba la niebla en su persistencia, al menos eso es lo que pensó MG para introducir un elemento meteorológico de comprensión en la escena, lo que por su misma lógica le impedía distinguir la identidad de cada uno de ellos. Sin embargo, la lógica del fenómeno meteorológico de la niebla no le duró mucho a MG, o mejor dicho, le duró lo mismo que la lógica del desentumecimiento de sus pantorrillas. Quienes estaban ocultos debajo de las capuchas empezaron a dar vueltas alrededor del autobús. Al principio de forma desordenada pero al cabo de una par de vueltas el grupo, sin ninguna orden apreciable que viniese de fuera, se puso en fila de uno y continuó cumpliendo con su itinerario. A MG le vino a la cabeza esas cuadrillas de presos, que tantas veces había visto en el cine o la televisión, dando vueltas alrededor del patio de la prisión. Pensó que al igual que él había calentado los músculos, los “presidiarios” del autobús estaban habiendo lo propio, lo que le hizo prever que en breves minutos se pondrían en marcha para dar la vuelta al castillo. Como su imaginación necesitada dar sentido a lo que estaba presenciando, pensó que el paseo alrededor del castillo formaba parte de un programa de mejora de las condiciones carcelarias de los presos. Lo que tenía que decidir, si se confirmaban sus previsiones, era si les tomaba la delantera o esperaba a que ellos iniciaran la marcha, para a continuación ponerse él a cambiar a una distancia prudente. Esperó, al principio disimulando que seguía desentumeciendo sus pantorrillas, pero pasados unos minutos le pareció ridículo seguir con esa representación pues pensó que acabaría delatando sus verdaderas intenciones. Así que optó por derivar su disimulo hacia el panel informativo que había en el mirador a la entrada del castillo. Bajo tutela y mantenimiento del ayuntamiento de la ciudad, el panel era una gran fotografía panorámica en la que estaban resaltaros los principales accidentes geográficos que desde allí se divisaban, así como la ubicación de las pequeñas poblaciones que quedaban a la vista del observador. Al ponerse a mirar al panel informativo MG dio la espalda al autobús y al movimiento de los “presidiarios”, lo que le produjo un sentimiento de extrañeza nuevo. No supo entender si tenía que ver con la amenaza corporal o con la pérdida repentina de sensibilidad por no poder ver lo que estaba sucediendo detrás de donde se encontraba. De repente, pensó que si el asunto se acababa dilucidando como lo había imaginado, quien estaba fuera de lugar era el mismo insistiendo con quedarse allí quieto bajo de la niebla. Los “presidiarios”, dando vueltas alrededor del autobús en el aparcamiento fuera del castillo, estaban cumpliendo perfectamente la función encomendada por las autoridades carcelarias. Si seguía ahí, empeñado en que sucediera lo que no podía suceder, era él quien no estaba cumpliendo con la función que tenía encomendada que, como todas las mañanas, no era otra que dar su vuelta reglamentaria al castillo. Si seguía ahí aparentando hacer lo que no estaba haciendo, ni le correspondía hacer, al día siguiente en la cantina le podían decir que ya no tenía el permiso para dar vuelta al castillo.