jueves, 11 de abril de 2019

LA CARRETERA*

El asunto que aquí se dilucida, mientras caminas por la carretera, es saber si a toda la arbitrariedad que acompaña a las fuerza de la naturaleza, desatadas sobre las paginas del libro en un lucha sin cuartel, tu estás invitado o sencillamente ya no formas parte de lo que todo ello pueda dar de sí, por tanto, búscate asiento donde quieras o tira la toalla directamente, es decir, cambia de libro. Todo pareciera indicar que el cinismo más cruel de la última tribu de nihilistas domina el mundo, y van a ser ellos los que bajen el telón dando por acabada de forma concluyente la historia de la civilización occidental. El narrador, sin embargo, no ha perdido la esperanza y te habla, supongo, dado que dice explícitamente que ya no hay interlocutores de Dios en la Tierra, como el último interlocutor divino realmente existente, que vive refugiado, al amparo de la destrucción de los últimos nihilistas, en algún lugar del sur hacia donde se dirigen los protagonistas, padre e hijo de diez años, a la busca de luz y calor, además, como no, de la insustituible e impagable compañía de otros seres humanos que igualmente hayan sobrevivido a la catástrofe de los nihilistas. El otro elemento de esperanza de que el mundo puede recuperar la estabilidad perdida es el hijo, pues el padre deja ver con progresiva insistencia que él morirá antes de que lleguen a su destino. De los últimos nihilistas solo ves los efectos de su acción, tierra quemada y un frío inclemente sobre los rescoldos de aquel monumental incendio, que tiene toda la pinta de ser un juego macabro, el último también, a que te tienen acostumbrado estas tribus desde su aparición a finales del siglo XIX. Durante todo el siglo XX hicieron la labor más importante, que tan del agrado es a su espíritu destructor, a cuenta de las dos carnicerías mundiales con un saldo de cien millones de muertos. Sin embargo, cuando el siglo XXI parecía resignado a esa fatal herencia, una voz que se oye desde el sur parece decirte que solo si acompañas a sus protagonistas a través del paisaje espiritual desolado de la herencia recibida, que había permanecido oculto hasta ahora, bajo la coraza colorista del consumo, gracias a la determinación implacable de los únicos que pudieron sacar beneficio de aquellas carnicerías, a saber, los vencedores, solo así, digo, podrán oír tus palabras otra vez los interlocutores de Dios en la tierra. Solo así, en fin, destruidas todas las referencias significativos comunes, cabe la única posibilidad de redención tanto individual como del planeta. O dicho de otra manera, solo sabrás lo que has elegido cuando hayas atravesado el desierto de tu propia ignorancia y olvido, hasta llegar al horizonte de inteligibilidad que ellos mismos te indican. O como Ulises, solo podrás volver a casa, es decir, saber quien eres, cuando hayas bajado al Hades, cuando te hayas desprendido de la coraza que te impide ese tipo de sabiduría. Has perdido, como todos, el viejo orden de significados conocidos, aquel en el que profeta Juan imaginó se particular Apocalipsis, el que representaban los interlocutores divinos, bien. Lo que que ha hecho el narrador es coger ese testigo y desarrollar un nuevo lenguaje poético que te permita no quedarte empantanado mirándote el ombligo, mientras te quemas los pies y te comes el planeta.
*La Carretera, novela de Cormac McCarthy