En 1755, un terremoto destruyó la ciudad de Lisboa y acabó con la vida de un tercio de una población que por entonces era de 280.000 habitantes. Voltaire, ante la magnitud de la catástrofe, protestó en nombre de la Razón, y escribió el 'Cándido' (Alianza) para escarnecer a Leibniz y a su fe del carbonero en este mundo como el mejor de los mundos posibles ya que era obra del Gran Relojero. Por su parte, un joven Kant en Koninsberg, la ciudad que lo vio nacer y que nunca abandonó a lo largo de su vida, produjo un escrito sobre sismografía, cuya intención era evitar que sucedieran nuevos cataclismos. Más de doscientos después, el Dios que al parecer consintió aquella colosal carnicería fue dado de baja por los descendientes de aquellos suprevivientes del cataclismo y enviado a otra galaxia, más allá de los confines de nuestra imaginación humana, donde según la opinión de algunos avispados expertos intergalácticos vive tranquilo al cuidado de un huerto. Durante ese tiempo los seres humanos se entregaron cada vez con más pasión y arbitrariedad a la práctica de su libertad sin aquel Dios mediante, lo que acabó sembrando la geografía europea, desde Lisboa hasta los montes Urales, de una cantidad ingente de cadáveres enormemente superior a la que produjo el seísmo lisboeta de mitad del siglo XXVIII. En fin, como dijo Chesterton, los seres humanos cuando no creen en Dios pueden creer en cualquier cosa. Bien es verdad que aquellos ancestros nuestros podían haber girado la cabeza y volver a poner la vista en la antigüedad griega donde la relación entre hombres y dioses ha continuado siendo ejemplar, a pesar de la intromisión del Dios del seísmo en la actualidad exiliado. Pero lo cierto fue que esa vacante fue ocupada por la Razón Humana, que además de la estadística de cadáveres mencionada y un puñado de artefactos tecnológicos sin duda vistosos y eficaces, se apoderó de algo fundamental nunca antes visto, lo que hizo que todos esos episodios criminales y tecnológicos fueran, al fin y al cabo, protagonistas de unos hechos históricos igualmente nunca antes vistos. Me refiero, como no, a la ocupación por la Diosa Razón Humana no solo del lugar milenario que había venido ocupando el Dios Cristiano, sino de algo más importante, lo más importante, la Diosa Razón Humana se apoderó de la función que de forma excluyente y totalizante había venido desempeñando Aquel. El resultado de esa soberbia impostura lo captó como nadie la literatura de Franz Kafka. Josep K. en “el Proceso” o K. en “el Castillo” representan como ningún otro personaje de la literatura que se haya escrito desde la Revolución Francesa, el momento fundacional de esa usurpación, en que nos ha afectado a la vida de los propios dueños de esa diosa razón, los seres humanos. Por resumirlo en breves palabras, nos hemos convertido en mera función del sistema que la diosa razón ha impuesto sobre la parte occidental del planeta. Es por ello que nos cuesta entender ese malabarismo quirúrgico que la Gran Señora Racional ha conseguido para hacer posible su obra, a saber, que el lenguaje humano vaya por un lado y el pensamiento igualmente humano vaya por el otro. Aunque quepan pocas dudas racionales que, así, es como sus súbditos estamos más conformes y consolados con nuestras propias habilidades y atributos. Esta semana los médicos y profesores de enseñanza están de huelga. Como viene siendo habitual desde que la razón laboral impera de forma excluyente en hospitales y escuelas e institutos bajo la forma de un Sistema, los médicos y profesores no hacen huelga por razones de índole profesional, sino exclusivamente salarial. Ernesto Arozamena, y un par de compañeros del instituto donde trabajan, han decidido dar clase como todos los días, pues las nuevas expectativas creadas con la mejora económica global no son de índole monetaria, como argumentan los promotores de la huelga (que creen oponerse, así, frontalmente a los jerifaltes del sistema de explotación sanitario y educativo hoy vigente), sino prioritariamente profesional. Al parecer de Arozamena, el abandono de ese bucle de acción y reacción, permitirá a los médicos y docentes abandonar también su condición monstruosa, que tan bien queda expuesta en el mundo de las dos novelas de Kafka arriba mencionadas, que es la que define a los sujetos solo a partir de la función que ocupan y desempeñan en el sistema sanitario y educativo al que pertenecen. Pedir únicamente aumento salarial no es otra cosa que permanecer más atados al Sistema que los esclaviza, ya que dinero es lo único que El puede seguir dando sin que pierda su estructura irrenunciable de Sistema y ellos al recibirlo mantener bien engrasada su función insustituible de esclavos. Y todo bajo la solida asociación, que se deriva de aquella operación quirúrgica entre lenguaje y pensamiento, entre unos sistemas sanitarios y educativos que no admiten ninguna interpretación y unos esclavos asalariados muy proclives a desarrollar dentro de si el fantasma de la culpa debido a los deseos no cumplidos.