lunes, 12 de noviembre de 2018

MENTIRAS Y VENGANZAS

Desde la antigüedad sabemos que el pensar, más allá de toda realización o finalidad (aunque no de toda materia), es un alimento para el alma. Sin embargo, ¿por qué nos atrae tanto darle forma a la materia de que están hechos los cotarros y los chanchullos mundanos, por muy necesarios que sean? “No olvides, dice Willian Faulkner, que mentir forma parte del combate por la supervivencia. Es la manera que tienen los seres humanos de manipular las circunstancias para hacer el intento de ajustarlas a la imagen preconcebida que tienen de ellos mismos como figuras del mundo. Su venganza contra los dioses siniestros.” Dejo cuatro ejemplos de mentiras posibles, pero nada piadosas, que se pueden experimentar leyendo o mirando como un combate por la supervivencia, o dicho en lenguaje actual, como un combate contra el aburrimiento o a favor del entretenimiento. Podemos mentir si leemos “Ifigenia”, de Janet Malcom, como un asunto judicial; podemos mentir si leemos “Un hombre afortunado” de John Berger, como un asunto médico; mentiríamos de nuevo si vemos “Una razón brillante, de Yvan Attle, como un asunto educativo; y mentiremos como bellacos si vemos “La infancia de Ivan”, de Andrei Tarkovsky como un asunto bélico. O sea, que nos mantenemos orgullosos de pie a base de mentiras, cada vez más sofisticadas en su superficialidad a medida que envejecemos. Y no mentimos para engañar al prójimo, sino para prevalecer sobre el quedándonos en propiedad la razon. Pues, creemos, que quien tiene la razón tiene también la verdad. En fin, damos pábulo a esa razonada astucia, que da una medida cabal del declinar de nuestra inteligencia, para vengarnos de los dioses, que los llamamos siniestros porque nos han abandonado a nuestras suerte. Pobres almas nuestras.