jueves, 8 de noviembre de 2018

MILLENIALS Y VEJESTORIOS

No puede ser más cierto que los jóvenes de hoy (millenials) han recibido en herencia de sus padres (vejestorios) un mundo peor que el que estos recibieron de los suyos. Por la elemental conclusión de que ya no pueden trabajar conjuntamente en busca de una felicidad común y duradera. Los vejestorios todavía disfrutaron de los últimos estertores de un relato de la vida lineal y acumulativo, un relato con sentido en un mundo altamente burocratizado. Los millenials, en cambio, viven en un mundo dominantemente tecnificado marcado por la flexibilidad y el cambio a la velocidad de la luz, que no ofrece muchas cosas que se parezcan a una narración, ni económica ni socialmente. Llegados hasta aquí millenials y vejestorios van de un lado para otro durante cinco días de la semana y al llegar el fin de semana se retiran a su vida privada, una práctica que, paradójicamente, dura ya más de cuatrocientos años. Tendría que ser durante ese tiempo en el que millenials y vejestorios  se miraran cara a cara para averiguar porque han dejado de sentirse cómodos en un mundo que todos quieren. Según Schumpeter un mundo así requiere gente que se sienta cómoda sin calcular las consecuencias del cambio o gente que no se para a pensar que ocurrirá a continuación. Pero el mundo del economista austriaco es predigital. De lo que se deduce que millenials y vejestorios no son ya este tipo de gente y todos son conscientes del abismo que, sin previo aviso, ha aparecido en el horizonte inmediato de esa despreocupada y negligente comodidad que hasta hace poco disfrutaron sus antepasados más inmediatos. Aun así, los vejestorios todavía sienten la necesidades antigua de escribirles una carta a los millenials, tratando de explicarles algo que ellos presienten y que no es otra cosa que ese cambio vertiginoso del que ellos tiran frenéticamente solo significa una colosal deriva. Lo que también ocurre es que no son tan vejestorios como para no darse cuenta de que esa forma de razonar es propia de la antigua ética determinista que se ha venido aplicando desde Aristóteles a todos lo casos y a cualquiera en particular. Así que en los fines de semana en casa, o en la segunda residencia, optan por renunciar a presentar su vida de vejestorios ante sus millenials como algo verdaderamente ejemplar, en el sentido de que es el resultado de una evolución de sus ideales que ha conformado el carácter bajo cuyo paraguas ellos, los millenials, han venido al mundo donde hoy despliegan toda su furibunda indignación porque lo quieren inaugurar de nuevo. Sin embargo, la indignación de los millenials no está tan claro que provenga de que quieren cambiar radicalmente la herencia recibida, y que no les dejan los vejestorios interponiéndose como un tapón en su camino, como de no querer aceptar que tienen que repartir y compartir “lo que hay” con sus progenitores y profesores. Sencillamente porque no hay más mundo que este y, a estas altura de la intrahistoria del cinismo transformador que acompaña a la acción humana, unos y otros lo saben. Los vejestorios por experiencia y los millenials por información. Pues como dijo sabiamente Karl Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire. Y así ha sucedido doscientos años después de su lúcida sentencia. A pesar de ello, lo peor es la irritante banalidad con que los millenials y los vejestorios están tratando el asunto en sus inhabituales conversaciones. Se les ve cómodos en su papel de corruptores y corrompidos. Van por la vida oyendo mal, viendo mal e interpretando mal para dar sentido a las historias que se cuentan, o se omiten, entre ellos mismos. Sucede, sin embargo, que la decepción que, al fin y al cabo, se ha apoderado de millenials y vejestorios no pesa, lo que pudiera presentir una conjunción innovadora de sus almas. Luego cuando se presta más atención, esa levedad solo se parece a ese estar mojados por la pertinaz lluvia que no cesa. Se entiende, entonces, que los unos y los otros esperen que los rayos del sol lo seque todo lo antes posible, y que, al final, escampe. Y que eso sea todo.