martes, 27 de noviembre de 2018

PERDÓN SIN CULPA

¿Se avergonzaba el sirviente del señor de la finca de ver de repente gente extraña a su alrededor? ¿O lo hacían los alumnos de Arozamena, que vieron interrumpida su posible reflexión sobre el significado del camino de ronda como linde entre el mundo del mar y el de la tierra? Parece claro, si se siguen las estadísticas de atracos a las casas dispersas que se han ido construyendo aquí y allá a lo largo del litoral mediterráneo, que en la mayoría de los casos sus propietarios han tomado esa decisión para no ser como la mayoría, digamos, de los que deciden vivir en el extrarradio de las grandes ciudades formando lo que se conoce como urbanizaciones. Este doble extrarradio, o extrañamiento, que tiene toda la enjundia de un exilio o destierro voluntario, ha tenido una repercusión determinante en el deterioro paulatino del litoral mediterráneo. Arozamena se dio cuenta de inmediato que el sirviente, que les cerraba el paso por el interior de la finca que custodiaba como un perro bueno, tenía miedo de que los extraños e inesperados visitantes no hicieran caso a lo que él les había sugerido de manera firme pero educada, a saber, que lo mejor para todos era que volvieran sobre el camino andado. Beneficioso para el profesor y sus alumnos, que se ahorrarían así tener que enfrentarse a la policía, a la que el sirviente se vería obligado a llamar para denunciar el delito de su presencia en una propiedad privada. Y beneficioso para el sirviente mismo, que no vería alterada su función en el dominio de la finca que no es otra que vigilar, mediante la cámara interpuesta en la entrada, que el cartel cumpla a su vez con su función disuasoria. Pues si no la cumplía se tenía que enfrentar a los infractores, y de tal colisión nacía el miedo que lo embargaba, pues temía que su pertenencia a la finca quedara en entredicho ante los señores propietarios de la misma, lo que también dejaba en vilo la continuación a su servicio. Por su parte Arozamena estuvo tentado, antes de hacer lo que el sirviente les había sugerido a él y sus alumnos, de pedirle perdón por las molestias que le habían causado, dado el palpable deterioro de su compostura como perro bueno, siguiendo su propia nomenclatura como fiel sirviente. No lo hizo porque no acababa de descubrir la culpa que iba asociada a ese perdón, un vacío, o un hueco dependiendo como se lo tomaran, que no iba a pasar desapercibido a sus alumnos en el itinerario de vuelta por el mismo camino de ronda que habían utilizado para llegar hasta el nudo en que se encontraban. El dilema filosófico que les había propuesto como fondo y justificación de la excursión que había organizado, se había transformado en un vulgar asunto de corrupción urbanística, consentida por quien tenía que velar por los intereses de todos los ciudadanos, la administración municipal que estaba amparada por la legislación promovida y puesta por escrito por las administraciones superiores. En fin, lo que barruntaba Arozamena era que el dilema filosófico en el paseo de ida, con el mar inquieto a un lado y la  tierra firme a otro, se había convertido en el paseo de vuelta en un vértigo existencial donde la inquietud y la firmeza se habían dado cita juntas en el espacio público, delante de la entrada de la finca, convertido así en moneda de cambio, y a quienes por él quisieran transitar en esqueletos a una función pegada. Perro bueno, profesor guardián, alumnos fantasmas, etc. Después de los consabidos parabienes y disculpas al sirviente de la finca, Arozamena y sus alumnos iniciaron el recorrido de vuelta por donde hacía unos minutos habían llegado. Nadie dijo nada, ni tampoco les propuso algo parecido a un guión para cubrir de forma docente los cuatro kilómetros que les separaban del aparcamiento donde esperaba el autobús que los devolvería de nuevo al instituto. Todos caminando en fila de a uno, con la cabeza ligeramente inclinada hacia delante, parecían haber olvidado que el mar con sus inquietante movimiento perenne quedaba ahora a la derecha, y que la tierra con su firmeza de apariencia inmutable quedaba a la izquierda, y que seguía vigente más que a la ida, después del choque frontal con la finca del pez gordo que cuidaba el perro bueno, las preguntas sobre el significado del camino de ronda que separaba a ese mar de esa tierra. Las sombras del perdón  empezaban a inundarlo todo, pero la razón de la culpa que lo justificara seguía sin aparecer por ningún sitio, alejándose más y más a cada paso que profesor y alumnos daban.