lunes, 26 de noviembre de 2018

LINDES PROFESIONALES

Las autoridades costeras del Mediterráneo, una mezcolanza extraña de tipos del antiguo régimen y del nuevo orden constitucional tanto nacional como europeo, no han acabado nunca de definir que es una costa marítima. En este asunto, como en el de la educación, cada ley que el boletín oficial ha ido registrando suele ser una enmienda a la totalidad de la anterior en la que los presuntos beneficiarios y damnificados quedan enmarañados e igualados en un laberinto de tintes cada vez más kafkianos. No obstante entre los abogados nacionales y europeos que defienden los contenciosos de este tipo que llegan al tribunal de derechos humanos de Estrasburgo siempre hay escépticos. Según ellos, que siguen las pautas abiertas por los criminólogos de prestigio, existe el constructor o profesor especialmente talentoso que sabe con antelación lo que quiere que oigan sus interlocutores, que les han de interrogar sobre una supuesta infracción referida a las lindes propias de sus profesiones. Son estos profesionales, al decir de Ernesto Arozamena, los que, también, mejor saben dibujar su perfil en facebook, lo que sumado lo uno con lo otro ha cuajado como un modelo a seguir entre este tipo de profesionales y, por extensión, entre algunas profesionales limítrofes, tales como la de ser padre y madre. Siendo así que Ernesto Arozamena organizó en el instituto donde trabaja una excursión por el camino de ronda entre dos de las ciudades costeras del mar Mediterráneo que están próximas a la ciudad en la que él trabaja. Su intención, al hacer caminar a sus alumnos de segundo de bachillerato por esa raya que separa el mar permanentemente inquieto de la tierra insolentemente firme, no era otra que hacerles reflexionar sobre el hecho de que el camino de ronda es una buena metáfora del lugar desde donde se puede pensar  la vida que vivimos, que oscila entre la inestabilidad permanente que siempre la rodea y el anhelo de firme tranquilidad que nunca acaba de llegar. El día de la excursión amaneció especialmente propicio para el experimento reflexivo que Arozamena pretendía. Las nubes negras que cubrían el cielo y el viento norte que las movía a más velocidad de lo habitual convertían a la inquietud propia del mar en algo realmente peligroso, lo que a más de algún alumno lo animó a proponer un desvío del itinerario hacia tierra adentro, por algunos de los desvíos que salían al borde del camino de ronda. Arozamena no cedió a las peticiones de los más cómodos e insistió a sus alumnos que continuaran el camino tomando notas sobre lo que, a un lado y otro del mismo, les sugería lo que iban observando. nsistió que no era una excursión de botánica o geografía, sino estrictamente era un paseo de pensamiento filosófico al más puro estilo peripatético, que es como enseñaban los pensadores antiguos. Todo iba bien, una vez reconducidas las tibias desavenencias de alguno de los alumnos, hasta que llegaron a un punto del camino en el que una señal les prohibía el paso por ser una propiedad privada, y otra les indicaba la continuidad del camino de ronda que les llevaba, sin previo aviso o indicador anteriores, directamente al mar. ¿Sería una conclusión exitosa de la excursión, pensó Arozamena, identificar al dueño de la finca, que le cerraba el paso a él y a sus alumnos en un camino público, como un tipo humano apto para el crimen (lo que no implica que llegue a consumarlo), pero al mismo tiempo dispuesto a combatir la delincuencia contra su propiedad? ¿Era esa una conclusión extensible, cambiando lo que hubiere que cambiar, a su propia condición de dueño del aula donde impartía sus clases a diario? El sirviente que estaba al cuidado de la finca simplemente le dijo a Arozamena que era una pérdida de tiempo que tratara de denunciar esa intromisión inmobiliaria en el camino de ronda, el señor es un abogado de prestigio muy bien conectado con las instancias del poder superiores. Lo mejor que podían hacer él y sus alumnos, a parte de lanzarse al mar, era volver sobre el camino recorrido, sino querían toparse con las autoridades policiales oficiales que constantemente patrullan su propiedad, o con los perros malos que dejo sueltos por la finca cuando no hay nadie de la familia de los dueños habitándola. Han tenido ustedes suerte de que hoy me encontrara yo aquí, les dijo de forma sutilmente intimidatoria, un gesto perfectamente estudiado que daba brillo a su condición de perro bueno.