Inmanuel Kant en respuesta a la pregunta: ¿qué es la Ilustración? escribió, que mayor de edad es el sujeto capaz de servirse del propio entendimiento sin la guía del otro. En este sentido tiene razón Slavoj Zizek cuando afirma en su libro Perdidos en el paraíso que hoy la revolución no la pueden hacer los parias del mundo (como en su momento lo hicieron, inaugurando de paso el concepto de revolución, los sans culottes franceses en 1789, o ponerlo a punto de acuerdo al horario del siglo XX, misión que le correspondió a los súbditos del zar Nicolás II en 1905) sino aquellos que ven frustradas sus expectativas. Natalia Cánovas, antigua alumna de segundo de bachillerato en el instituto donde da clases Ernesto Arozamena, estuvo mucho tiempo convencida sin haber leído a Kant, que ella, al igual que todos los antiguos compañeros de su clase, podían utilizar su propio entendimiento sin tener que recurrir a la ayuda de sus profesores y padres. Cuando Arozamena le preguntó en su día a Natalia de donde sacaba la seguridad que mostraba, haciéndose eco con el mismo impulso del sentir de sus compañeros, le respondió, sin pensárselo dos veces, que había decidido seguir el ejemplo cuando la descubrió un día en internet, de la hija de Aristóteles Onassis, Cristina. Arozamena reconoce que esa forma de entendimiento es muy habitual entre los jóvenes de hoy en día, fomentado por la adulación incondicional a que se han entregado sus padres y muchos de sus profesores respecto hacia cualquier cosa que hayan hecho o puedan hacer desde el primero día de la guardería. Vamos, como si todos fuesen hijos o hijas del magnate griego. Es una idea del entendimiento que, como tantas otras cosas en sus vidas, lo interpretan de manera demasiado estricta o literal. En forma resumida se trata del conjunto de reacciones de un ser humano para consigo mismo, es decir, hacia dentro, y con el mundo hacia afuera, al margen de las facultades anímicas e intelectuales con que se ejerzan. Es lo que algunos filósofos existencialistas denominan el entendimiento como Ente Político Interior. Nadie que vea a mis alumnos hablar en clase o discutir en la hora del patio sobre el tema que sea habrá notado en ellos inseguridad o deseos de dejarse guiar por otros, sus profesores sus padres, etc. Oyéndoles hablar nadie dudará de sus sensatez y sabiduría. Sin embargo, cuando se presta más atención a lo que dicen y a cómo lo dicen, varía mucho la percepción de si sobre sus conversaciones actúa la amenaza de algún episodio exterior difícilmente asimilable por esas facultades antes mencionadas. Él episodio más significativo en la vida de estos estudiantes de bachillerato suele llegar con la proximidad de la prueba de acceso a la universidad. Un día cualquiera de esos, de repente, todo cambia. La observación de sus conversaciones revelan el pozo insondable de inseguridad y soledad en donde viven. Las chicas se consideran poco agraciadas y los chicos pierden rápidamente su condición de macho alfa a que se habían acostumbrado sin resistencia alguna. Una apreciación a todas luces acertada, teniendo en cuenta el pedestal a que su engreído entendimiento sin necesidad de ayuda alguna los había empinado, que coincidía con el lugar desde donde ellos observaban el mundo. A partir de ese momento son chicos y chicas, digámoslo así, normales. Una normalidad que no tiene utilidad práctica para ocultar los flancos débiles que ahora dejan ver, sin poder evitarlo, al descubierto. Este primer envite de lo real no deja las suficientes huellas como para evitar que se produzca el segundo, años más tarde, cuando hayan acabado los estudios universitarios. Así lo reconoce hoy Natalia Cánovas en la justificación que hace de su tesis doctoral titulada con un nombre inusualmente largo, teniendo en cuenta el ámbito académico en que se ha gestado, dice así, “Nunca hemos estado solos, aunque siempre muy mal acompañados”, donde pretende hacer visible el trayecto de un entusiasmo que se fundó dentro de la matriz de aquel entendimiento que no necesitó nunca guía del exterior, y que está hundido en el momento presente en una frustración de la que la autora se niega a echar la culpa, sin más, a esa falta de cumplimento de las perspectivas que aquella forma de entender le ha generado a ella y a los de su generación. Sin embargo, no deja Natalia de rendir un sincero homenaje a su mentora Cristina Onassis en ese momento de su vida en que descubrió, como ella ahora, la inutilidad del entendimiento como Ente Político Interior. Se refiere a la geopolítica internacional de la época, cuando la avidez de los estrategas del bloque soviético orientaron su acción hacia las flotas de petroleros del armador griego. ¿Cómo acceder hacia esa línea de transporte? ¿Cómo asegurarse que colaboraría en caso de una emergencia? ¿Habría que contar con la heredera? Después de que instructores y psicólogos analizaron la situación llegaron a la conclusión de que el soborno y la extorsión eran impracticables. Cuando se pusieron a observar a la heredera se dieron cuenta de que no era agraciada. Algo en lo que ella también estaba de acuerdo, lo que le provocaba una gran inseguridad como heredera. Era como si la despreocupación que le proporcionaba su riqueza, que a ella le había ayudado a construir ese Ente Político Interno dentro del cual se había sentido feliz, ahora, cuando la miraban los estrategas soviéticos se sentía rodeada, de manera ininteligible, por un número impar de amenazantes fantasías.