“En tiempos de Unamuno, la alternativa a la lectura era la calle, el barrio, la relación más o menos bulliciosa y asilvestrada con otros niños, bajo el control más o menos estricto de los padres o más bien de los preceptores, o los criados, o las niñeras.
En la actualidad, sin embargo, viene a ser algo bastante parecido, exteriormente, a permanecer en el cuarto leyendo. Y, sin embargo, sustancialmente distinto, en cuanto relega los siempre deseables impulsos de pertenencia y sociabilidad.
Puede que algunos padres todavía se envanezcan de la afición a la lectura de su hijo. Pero sospecho que irán siendo cada vez más aquellos a los que tranquilice que les haya salido un niño normal, que se pasa el rato mirando la pantalla, cualquier pantalla, por mucho que haya que vigilar que no vea o que no juegue con según qué cosas. O mucho me equivoco, o a la literatura para niños le quedan dos recreos. Así que aprovechen.”