¿No evoluciona, a partir de la espontaneidad educativa infantil y adolescente que ha hecho nido en las aulas, el cotilleo mediático adulto posterior, del que estamos padeciendo su fase más virulenta? Ese cotilleo que pretende elevar a categoría de verdad universal la precariedad propia de la existencia de todo ser humano, manifestada ahora con desparpajo a través de sus múltiples cuitas en las redes sociales. Ahí, sobre todo ahí, busca su alimento ese trabajador tan de moda que trata de solucionar entuertos mediante teclado o pancarta: el Guerrero de la Justicia Social, una especie de reciclaje urgente del héroe antiguo que pretende validar sus actos, a la velocidad de La Luz, únicamente mediante su voluntad particular y la eminente talla que él dice, solo él, que tiene su carácter. Lo que trascendió al claustro de profesores el primer día de clase después de las vacaciones navideñas bien podría interpretarse como una un intento de revisión y puesta al día del mito de Aquiles, el héroe griego que combatió hasta la muerte en la guerra de Troya, tal y como nos lo cuenta Homero. Fue Ernesto Arozamena quien trajo la anécdota que le había contado David Requejo, un familiar suyo el mismo día de la comida de Navidad, en un momento en que se quedaron a solas en la cocina de la casa. Al parecer su mujer, Laura Santino, que también trabaja en el gremio docente, continua empeñada en que sea la espontaneidad del hijo de ambos la que, de forma exclusiva, guíe su destino educativo. Ve en ella la forma más adecuada para que todo lo que tenga que ver con la educación de su vástago no acabe envuelto en un sin fin de cortinas abstractas que impidan, al fin y a la postre, saber sobre la idoneidad de lo que está aprendiendo. Lo que dejó sorprendido a Arozamena de la anécdota de Requejo fue comprobar que la espontaneidad educativa que defendía su mujer Laura no era un fuga hacia adelante, más o menos caprichosa, sino una enmienda perfectamente meditada al sistema educativo vigente. Esto era lo que más le avergonzaba. Y a Arozamena le sorprendió porque hasta ese momento solo se había imaginado la espontaneidad educativa como una degradación de un sistema educativo caduco. Lo cual no presuponía su desaparición sino su cambio por otro. La mujer de Requejo defendía la espontaneidad educativa, muy al contrario, como una vuelta a los valores antiguos. Su sensibilidad hacia la educación pública, tal y como la habían inventado los ilustrados en su enciclopedia, era nula en estos momentos. A su entender, desde que los romanos se encargaron de la herencia recibida de los griegos, la educación que estos había imaginado para forjar el carácter y la voluntad de ciudadanos concretos, se fue haciendo cada vez más abstracta a servicio de unos ciudadanos inexistentes. El cristianismo, la ilustración y la ciencia positivista (hasta llegar a las teorías de David Hubel y la política de Facebook) se encargaron de elevarla a unas latitudes inalcanzables para alguien que se quiera seguir llamando humano. La espontaneidad educativa, dice Laura Santino, es una enmienda a la totalidad a todo ese despropósito que dura ya más de dos mil años. Es, en primer lugar, un dique de basta ya contra la incompetencia de tantos profesores que siguen creyendo en el valor supremo de su hacer profesional cotidiano, rubricado por la bendición académica. Y, en segundo lugar, volver a poner el foco de la atención educativa donde nunca debió dejar de estar, en la voluntad y el carácter en ciernes de los alumnos. Y a eso no puede dejar de llamarlo, subraya Laura Santino, espontaneidad educativa. Y será así hasta que no tenga la justa complicidad de unos profesores, que todavía no existen ni se les espera, pero que deberán ser los primeros en reconocer ante los alumnos, cuando entren en el aula, que son los que más saben porque no saben nada. Para entendernos, ese Guerrero de la Justicia Social no es Aquiles, viene a decir Laura Santino. Es un heredero del sistema romano, no un descendiente de Atenas. La enmienda de la espontaneidad educativa a la herencia del sistema Romano, que es la nuestra, pasada por el cedazo del cristianismo y las ilusiones definitivamente perdidas de la ilustración, lo que pretende es salvaguardar lo único que nos queda de la paideia griega: voluntad y carácter, potencialmente solo existente hoy en la fuerza imaginativa de los niños y los adolescentes. Y es que la vida educativa moderna, en escuelas, institutos y hogares familiares, ha vuelto a ser, más de doscientos años después, un caso de minoría de edad autoimpuesta. Por aquellas fechas Inmanuel Kant, en su respuesta a ¿qué es la ilustración? dejó escrito, “Ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad autoimpuesta. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. Autoimpuesta es esa minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino de resolución y valor...”