miércoles, 19 de diciembre de 2018

CALÍGULA 1

Voy a ver la adaptación de la obra de Albert Camus a cargo de Mario Gas con el pre-juicio inevitable, tal y como lo he leído en las crónicas históricas, de que el emperador Calígula fue un tirano político y un pervertido sexual (pues mantenía relaciones íntimas con sus hermanas), y fue, también, el primer emperador romano que se presentó ante su pueblo como un dios. Fui, también, a sabiendas de que la acción de la obra del autor francés transcurre en el palacio de Calígula, que hay un intervalo de tres años entre el primer acto y los otros tres que componen la pieza teatral, y que fue estrenada en el Teatro Hébertot de París, el 26 de septiembre de 1945. Es decir, casi seis meses después de que Hitler (ese Calígula moderno, más tirano si fuera posible pero menos promiscuo sexual) se suicidara en su búnker, junto con su mujer Eva Braun. Antes de asistir a la representación de Mario Gas, como no, leí las palabras que Camus escribió a propósito del estreno de su obra en Estados Unidos en 1957. Dicen así, “Calígula, hasta entonces príncipe relativamente amable, se da cuenta cuando muere Drusila, su hermana y su amante, de que "los hombres mueren y [...] no son felices". Desde entonces, obsesionado con la búsqueda de lo absoluto, envenenado de desprecio y horror, intenta ejercer, a través del asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, una libertad que finalmente descubre que no es buena. Rechaza la amistad y el amor, la solidaridad humana sencilla, el bien y el mal. Toma la palabra los que le rodean, les empuja hacia la lógica, nivela todo lo que está a su alrededor por la fuerza de su negativa y por la furia de la destrucción que conduce su pasión por la vida. Pero, suponiendo que la verdad sea rebelarse contra el destino, su error consiste en negar a los hombres. No se puede destruir todo sin destruirse a sí mismo. Por eso Calígula desaloja a todos los que le rodean y, fiel a su lógica, hace lo necesario para armar a aquéllos que finalmente lo asesinarán. Calígula es la historia de un suicidio superior. Es la historia del más humano y más trágico de los errores. Infiel a los seres humanos debido a la excesiva lealtad a uno mismo, Calígula consiente en morir después de darse cuenta de que no se puede salvar solo y que nadie puede ser libre si es en contra de otros.”
Dio cuenta de esta, digamos, confesión previa con el ánimo de poner al cuerpo en la mejor disposición ante la representación teatral que dirige Mario Gas. Pero, ¿qué es una representación teatral? ¿Debería hacer lo mismo si Calígula fuera una novela? Por decirlo rápido, yo pienso que una novela se representa así misma,  mientras que una pieza teatral necesita el concurso efímero de unos actores sobre un escenario para que que puede emerger la verdad eterna de lo que el autor de la obra teatral ha dejado por escrito para siempre. La novela y el teatro son dos formas de acceder a la verdad a través de los caminos de la ficción, pero el modo de abordaje es diferente en cada caso. La novela solo necesita un lector que represente la dramaturgia o comicidad que lleva dentro en su cabeza. Su cabeza, para entendernos, es el único escenario donde aquella tiene lugar realmente, no en las páginas escritas. Por contra, la pieza de teatro puede ser leída, como no, por un lector que se la imagine en su cabeza, pero la verdad de sus palabras necesita una representación fuera de la cabeza de ese lector (es lo que lo convierte en espectador). Y esa representación necesita un escenógrafo, un iluminador, un estilista de vestuario, un músico, un técnico de caracterización, en fin, un director que ponga y mueva en escena toda esa dramaturgia. Pero sobre todo, y de forma irreductible, necesita un actor o un elenco de actores que pacte de forma implícita con los espectadores, que ese día han decidido asistir a esa representación, la ficción que va hacer posible que, en nuestro caso, Pablo Draqui sea verdaderamente Calígula. Dicho de otra manera, leer solo una pieza literaria convierte a su lector en lo que no es: un director teatral, o, si se quiere, en un director teatral nada fiable. Mientras que leer solo una novela convierte a quien lo hace en lo que verdaderamente es en su vida: un lector.