Ernesto Arozamena suele utilizar con frecuencia el concepto del Alma en el club de lectura mensual, que organiza con sus alumnos de segundo de bachillerato. Lo hace para contrastarlo con el de Ente Político Interno que es, como se decía ayer, lo que mueve el entendimiento de aquellos, y comprobar así lo que se ha perdido y lo que se ha ganado al dejar de usar aquella en beneficio de éste. Y también para tratar de entender si en todo ello hay algún tipo de correspondencia con el celo fanático con que padres y profesores cuidan y protegen la figura de sus hijos y alumnos. Carmen Fito y Alberto Cifuentes son los padres adoptivos de Iñigo, genuinos representantes de esa manera de entender la vida como cambio continuo sin preguntarse nunca que cambia el cambio. Iñigo tiene como cómplices de sus padres en el aula a Antonio Carvajal, profesor de informática y Chus Farnesio profesora de historia del arte. La pregunta que nunca se hacen, bifurca, sin embargo y a su pesar, su repuesta en dos caminos, al entender de Arozamena. Uno hacia dentro de la intimidad de los padres y de los profesores, en la que la adulación y proteccionismo de Iñigo es la manera que tienen de reconocer y asociar el alma del mundo a la inocencia y pureza de su hijo y alumno. Y otra hacia el exterior donde para esos padres y esos profesores todo es cambio o la nostalgia de no poder llevarlo a cabo. Chus Farnesio llega a decir que sólo el disfrute de la pasión creadora hace que la vida valga la pena de vivirla. Algo sin embargo no encaja, dice Ernesto Arozamena que siempre anda buscando los huecos negros donde se aloja el fracaso que oculta con proverbial eficacia, desde hace ya más de doscientos años, ese optimismo creador y la pasión por el cambio que le acompaña. Pues si padres y profesores ven a sus hijos y sus alumnos como la última reserva del alma occidental, fuente de toda pureza espiritual pues queda ajena a cualquier tipo de corrupción, ¿cómo es que esos vástagos cuando crecen y están a punto de ingresar en la universidad o encontrar su primer trabajo, se refugian en ese Ente Político Interior, que no necesita de la guía u orientación exterior, ya que se basta a sí mismo para relacionarse con el mundo sin tener en cuenta las aptitudes emocionales e intelectuales del dueño de semejante Ente? De momento Arozamena se ha limitado a enganchar en el tablón de anuncios del instituto el artículo del columnista Ross Douthat que el otro día público en el The New York Times con el título de “la trampa de Huxley”. El ese artículo dice, entre otras cosas, que “La única persona que realmente lo vio venir fue Aldous Huxley en Un mundo feliz –asegura Douthat–, la distopía esencial para nuestros tiempos, que captó la característica más importante de la vida social posmoderna: la forma en que el libertinaje, que en un tiempo fue una fuerza radicalmente disruptiva, podría ser domesticado, reeducado y utilizado para estabilizar la sociedad mediante la combinación de la tecnología y ciertas drogas”. Se atreve a resumirlo todo en una fórmula para los amantes del dataismo o de los titulares. Netflix + Tinder + Instagram han conseguido domesticar los sueños y obsesiones de quienes propugnan la salvaguarda del alma infantil y adolescente en un mundo que pide cambio sin límite y sin fronteras.