martes, 11 de diciembre de 2018

INTERLOCUTORES

Atender está antes que entender. Cómo negarlo. Pero, ¿cómo se hace, como se atrae la atención de un interlocutor hasta hacerlo válido? Diciéndole lo que no tiene previsto escuchar. No diciéndole lo que quiere oír, el cambio más corto hacia su servidumbre voluntaria, que es la otra cara de su incompetencia como interlocutor. Por irritante que parezca, el interlocutor inapropiado o el servidor voluntario no quiere oír hablar de lo que la realidad tiene de falso. Por ejemplo, cuando oye con frecuencia: “¿Qué prefieres? el plebiscito permanente de los mercados globales o el plebiscito cuatrianual de las urnas. Lo que el interlocutor inapropiado no tiene previsto escuchar es que le digas, lo que más te conviene es el plebiscito permanente de las ofertas de al lado de casa, tanto el de las frutas, como el de la oficina bancaria, como el del restaurante, como el de la recogida de basuras, como el de la librería o el cine, el teatro o el auditorio, etc. Por la misma razón que no se te ocurre para curarte un catarro acudir al mercado global de la sanidad, sino al médico de cabecera. Te conviene porque durante el periodo cuatrianual entre urnas, lo que haces son transacciones exteriores de todo tipo (intereses) nacidas en la intimidad de ti mismo (pasiones), siendo la globalidad digital la que busca encarnarse en esa cercanía humana (como el dios padre hizo con su hijo, la matriz cristiana sigue mandando), no al revés. Luego, cada cuatro años toda esa experiencia cercana formada por magnitudes no globales sino del tipo interior/exterior, visible/invisible, determinada/indeterminada, la resumes, a modo de validación comunitaria, en un voto particular dentro de una urna concreta que esta ubicada al lado de tu casa. ¿Es que acaso todo eso puede ser viable y mejor de otra manera? Otra cosa es que, llegados aquí, el interlocutor te entienda. Si es que no, te dará la espalda y seguirá escuchando a los que separan lo global de lo particular, la parte objetiva del mundo de su falsedad. Pero esa es otra historia. La historia del entender.