miércoles, 12 de septiembre de 2018

LA FIEBRE DEL ORO 9

LO NATURAL 1
La primera duda que me aparece delante de la grieta del gran cañón del Colorado es donde poner el peso narrativo de semejante imagen. Como puedes suponer tal imagen es un abigarrado conjunto hecho de cosas y personas “mirando por primera vez” el enorme abismo natural que se abre ante ellos. Tal vez esta estampa represente, como ninguna otra, la banalidad que acompaña, como distintivo o marca de clase, a los hombres y mujeres del actual grupo humano dominante en su ansia por comerse todo lo que se cruce en su camino. Ese afán gastronómico determina la visita a la gran grieta que el río Colorado ha ido horadando en el cauce por donde viene discurriendo su variable caudal a lo largo de siglos y siglos. Me resulta difícil imaginar, durante las horas solares, algún momento en el que poder contemplar solo la magnitud y magnificencia de esta obra de la naturaleza, o sea, de Dios, o sea, de lo que supera cualquier dimensión de lo que pueda dar de sí la mirada y conciencia de un ser humano ahí presente. Dicho de otra manera, no hay posibilidad alguna de sentir esa relación inversamente proporcional, que intuyo que existe, entre la obra del Gran cañón del Colorado y nuestra pequeñez y soledad en el universo infinito que nos rodea. Las cámaras fotográficas, una vez mas, se encargan de darle la vuelta a la tortilla, haciendo al Gran Cañón del Colorado algo enteramente  al servicio de las medidas que le opone el estómago insaciable del dispositivo que todo el mundo lleva colgado a sus espaldas. Un click basta para que aquella dimensión y magnificencia, inabarcable a los sentidos humanos, quede jibarizada en un encuadre y otro, y en todos los que hagan falta hasta que el hambre cese. Si el nomadismo nos dice que en todo viaje uno se convierte en otro, el sedentarismo defiende que en todo viaje uno se convierta aun más en sí mismo, engordado con lo que fundamentalmente la cámara de fotos ha guardado en su barriga. Ni que decir tiene que la mayoría de los que hemos pagado nuestro billete de entrada al parque del Gran cañón del Colorado somos hijos de Caín, es decir, somos sedentarios y, en buena medida, hijos también de ese primer crimen fratricida en nuestra relación con aquello otro y aquellos otros que nos encontremos en nuestro camino. He tenido que ponerme delante de la gran grieta para entender la continuidad de este mito ancestral en las idas y venidas de nuestros días. La organización de la visita al Parque esta hecha de espaldas o blindada respecto a la influencia de este pasado, que aún vive entre nosotros. Es decir, todo en el parque del Gran cañón  está preparado para que el visitante se crea que todo empieza por el hecho de que él ha llegado en ese momento. Buscan con determinación todas las onomatopeyas propias de esa manera de ponerse frente al mundo conocida como adanismo, con sus estrategias de supervivencia o de vida, sus decisiones, su moral o su ética e incluso su relato biográfico que cada cual hace de sí mismo unido, como la uña a la carne, a su tribu de pertenencia sita en el lugar de donde vienen y donde viven con comodidad su sedentarismo. Los miradores desde donde poder mirar el Gran Abismo están perfectamente señalizados en los planos que me entregan a la entrada del parque: Yaki Point, Mather Point, Yavapai Point, etc., son el nombre de algunos desde donde lo observo. Camino alrededor de doce o quince millas para ir de uno a otro, aunque también el recorrido de un mirador a otro se puede hacer utilizando un autobús que la organización pone a servicio de los visitantes pertenecientes al ala más radical del sedentarismo. La opción de verlo todo desde el aire mediante un vuelo de media hora en helicóptero, completa, junto con la excursión a pie o en burro al fondo del abismo hasta llegar hasta la orilla del río Colorado, la oferta que la organización del parque pone al alcance del visitante, pertenezca este al nomadismo o al sedentarismo, ya que hoy sabemos que son maneras de viajar que se dan mezcladas en la intención preliminar, o deseo de partir y salir de casa, del viajero o turista. Mi experiencia consiste no solo en mirar a los pliegues y los colores que sobre ellos la luz solar le saca al Gran Abismo, sino en observar a los que miran. Quizá se encuentre aquí lo más sustancioso de la experiencia, al dar por descartada esa mirada en solitario frente a aquella apoteosis de la naturaleza. Los que miran al Gran Abismo lo hacen siguiendo un conjunto de contradicciones que no les afectan, a saber, lo hacen como si fueran los primeros y fuera literalmente la primera vez que lo ven. El nerviosismo que muestran por hacer y hacerse las fotos los delatan. Están allí pero donde desean estar es en su lugar de origen como si estuviesen allí, y ese sueño hoy se lo hace hoy realidad la panza de la cámara llena de fotos. Visto así, los hijos de Caín conseguimos redimir la culpa que hemos heredado que, a mi modo de entender, es más dolorosa que la del pecado original de nuestros primeros padres, que lo fueron también de Caín y Abel, nuestros hermanos mayores.