Bien mirado, y vuelto a mirar, el titulo del libro de Boris Vian, “la espuma de los días”, le viene que ni pintado al tipo de vida que llevamos quienes pertenecemos a la clase media actual, algunos de cuyos miembros son asistentes habituales de los clubs de lectura realmente existentes. O sea, muchos de los que vestimos y vamos a votar, después de habernos calzado, setenta años después de haber sido escrita. Y el contenido también se le acopla como un guante a la mano, a saber, un mundo que se hace cada vez más ininteligible por ausencia de miradas adultas que se encarguen de su comprensión, a cuyo lado en un mera relación de contigüedad, un puñado de personajes infantlizados hacen lo único que saben hacer, jugar hasta que se mueren sin abandonar su condición infantil y, por tanto, sin ser del todo conscientes de su mortalidad. Como hoy en nuestras vidas, en la novela de Vian nada se sabe respecto si el infantilismo de sus protagonistas es consecuencia de la brutal indiferencia o ausencia de los adultos en el mundo que tienen al lado. O la cosa pinta al revés. Lo que sí parece claro es que el lector se enfrenta a ese momento en que ya no hay vuelta atrás, pues todos los lazos entre el mundo y los habitantes que en él sobreviven están rotos, ergo, cada cual va a lo suyo hasta la consumación final. En ese sentido la novela funciona como un acta notarial levantada por alguien que, mira por donde, ha quedado a salvo de tal Apocalipsis, bien porque es de otro planeta, o porque es un enchufado de Dios, bien porque la historia sólo funciona en su cabeza sin ninguna relación con algún tipo de realidad compartida con el lector. O sea, el narrador es alguien que tiene todavía capacidad de producir sentido, es decir, esperanza sobre semejante amontonamiento de escombros y sufrimiento, pero inexplicablemente mira para otro lado. Si no hay nada que hacer, no hay nada que hacer, nos viene a decir, incluso en ese horizonte de diálogo o conversación que tiene que haber entre narrador y lector. Sencillamente porque ese horizonte esperanzador no lo quiere para este relato. Y esto pasa, además de por lo dicho, porque el narrador solo se preocupa de levantar y cuidar la estructura del relato, dentro de su taller de literatura potencial, como acabaron llamando a sus experimentos estructurales los miembros del OULIPO (acrónimo de Ouvroir de littérature potentielle) al que perteneció Vian. Así una de las exigencias de toda innovación narrativa respecto al relato convencional, a saber, que el lector participe activamente mediante su lectura, no se puede llevar a cabo. Pues el lenguaje que utiliza no es portador de sentimientos reconocibles y compartibles, y tampoco se puede aprender del mundo donde habitamos mediante la lectura de la ficción estrambótica que construye. A no ser que se entienda que participar activamente sea aceptar que hay tantos libros como lectores, en lugar de tantas lecturas como lectores sobre un único libro. Ahora bien “la espuma de los días” tiene su utilidad como advertencia o aviso o profecía de lo que nos puede pasar, o ya nos está pasando en algunos ámbitos como la educación y la política, si seguimos surfeando por sus crestas. Que nos las corten y nos hundamos hasta el fondo. “La espuma de los días” es, por tanto, una obra experimental de laboratorio carente de significados, pero que se encuentra llena de signos al modo y manera de la espuma de nuestros días actuales. Y ahora si, a cada signo el lector le da el significado que le peta, pues no tiene sentimiento ni horizonte ético a qué atenerse. Llegados aquí, el chato vino o la birra funcionan como el signo de más consenso. Mi amigo D, muy afín a esta forma de escribir tan afrancesada como él mismo es, escribe juntando textos de signos diferentes y significados difusos, incluso en lenguas diferentes. Un día le pregunté si esa contigüidad era más que suficiente para que con esos fragmentos surgiera el diálogo entre ellos y con el lector. Me dijo que si. Como si juntando los trozos se pudiera volver a rehacer el todo perdido, sueño estéril de matriz física moderna en su búsqueda del origen del universo. De ahí viene la adición de nuestra clase media a los expertos, pues cree que la suma de sus especialidades nos acaba proporcionando la plenitud que añoramos. La pregunta que me hago es, ¿qué se rompe cuando aparentemente se rompe todo? ¿Solo lo visible y determinado, es decir, lo que corresponde al orden vigente? Y lo que es invisible e indeterminado, ¿también se ve afectado de forma irreversible por las bombas o por los efectos letales de nuestra codicia y nuestra desidia? “La espuma de los días” más bien parece responder que se rompe todo para siempre, entendiendo por Todo el curso natural de la Historia, fuera del cual no hay Nada. Sea o no acertada la profecía del relato de Vian, lo cierto es que setenta años después de que lo escribiera, más que entonces, en esas estamos.