lunes, 24 de septiembre de 2018

LA FIEBRE DEL ORO 16

SAN FRANCISCO 2
Es muy, muy difícil, disipar la ignorancia cuando se tienen una enorme arrogancia o vanidad, en fin, tal y como leía el otro día en un blog, acabaremos presumiendo de no tener estudios. Una frase que resplandece en medio de la habitual acritud, mezquindad, paranoia y negatividad de las redes sociales. Bien mirado este arranque intempestivo debería corresponder al final de lo que quiero decir es continuación, como su consecuencia inevitable. Lo he escrito así porque cada vez me parece más evidente que lo que vino después del año de las grandes catástrofes, 1945, no fue la paz, sino una celebración interminable entre los que tuvieron la suerte de seguir vivos, que es le propia al colosal funeral por los que tuvieron el infortunio de morir abrasados debido a las barbaridades que aquellas produjeron, tanto por un bando como por el otro de los que participaron en la contienda. Que todo ser vivo persevere en esa condición no quiere decir que ello mecánicamente pueda aplicarse a lo que diferencia al ser humano de cualquier otro ser vivo. El animal humano puede que si lo intente, pero el humano espiritual que existía antes de la contienda es más que probable que haya desparecido para siempre. Por tanto, después de una guerra entre seres animales humanos no viene la paz, que le es más propia al espíritu humano. Sino alguna mutación desconocida del animal humano producida los estropicios incontrolados de aquella. ¿Cómo podría acontecer semejante estado de ánimo pácifico? ¿Cómo puede llamarse paz a que callen los cañones y los bombarderos, incluso que se vaya reordenando la rapiña de manera más llevadera? El caso fue que los vencedores así lo decretaron y todo lo se produjera a partir de 1945 estaría bendecido con la vitola incuestionable de la alegría inducida de vivir. ¿No se parece mas a una variante, ahora si, del estado de coma  inducido? El movimiento beat, con Jack Kerouac y Neal Cassidy a la cabeza pilotando su novela “En la carretera”, tuvieron que hacer de tripas corazón y, siendo los herederos directos de la enorme tristeza que inundó el mundo después de la guerra, convertirse en los abanderados y predicadores de la nueva alegría inducida que todo kiske tenía que exhibir, sino quería arriesgarse a que lo llamaran un aguafiestas, en el mejor de los casos, o un proclive a la guerra, sino su financiador, en el peor. Una alegría inducida, o prefabricada, que ha llegado a su más alto grado de perfección con la instauración de las redes sociales en medio del aburrimiento global existencial, que es en lo que se ha convertido hoy aquella tristeza original de post guerra colada por el cedazo de los sucesivos testamentos hereditarios generacionales por los que ha tenido que pasar desde entonces, casi ochenta años ya. Vaya todo lo anterior para dejar constancia de lo que significa un paseo por, digámoslo así, lo que queda del San Francisco Beat y su continuador natural el San Francisco Hippy. El primer paseo me lleva, como no puede ser de otra manera de acuerdo con la guía que todo turista loro lleva en la mano, al barrio de North Beach. Valga decir que el efecto loro en el turismo de masas es otro de los logros de la alegría inducida de vivir de la que te he hablado antes, y verdadera alma del éxito indudable de las redes sociales. Por fin, después de dos siglos de individualismo romántico errático, todo el mundo ve y repite lo mismo, todo el mundo se intercambia las mismas fotos, quiero decir, todo el mundo vive en paz sin ningún tipo de agradecimiento y sin sensación de rebaño ni de estar encerrado en un aprisco, pues todo es debido a su particular y esforzado mérito. Amén, así sea. Como contrapunto díscolo o guerrero, el orgullo del viajero solitario, confundido entre tantos loros, permanece, aunque hoy ruge en silencio como si de un león se tratara en medio la selva urbana. North Beat es un barrio de inspiración italiana con calles que suben y bajan. En el cruce de Grant Street con Columbus Avenue se encuentra la librería City Lights Books, lugar de reunión de los miembros de la generación beat. Vamos, el centro del universo, fundado en 1953 por el poeta y librero Lawrence Ferlinghetti. Ni que decir tiene que ocho años después del final de las grandes catástrofes, para estos beats aquellas carnicerías eran ya una cosa del pasado irreversible en que vivieron sus padres, y ellos, totalmente ajenos a esa desoladora  herencia, estaban, o querían creerse que estaban, a otra cosa mariposa. Por ejemplo, el bar Vesubio, donde se reunían los beats después de pasar por la librería, y donde también se maceraba en alcohol el gran poeta inglés Dylan Thomas. Así que yo para no ser menos, me puse en plan turista loro y pedí una cerveza Budweiser. Aunque, como ya lo he mencionado, para saber de primera mano lo que fueron estos beats, lo mejor es leer con atencion su biblia, “En la carretera”, cuyo autor es uno de los más augustos, y a la vez critico, predicadores del asunto, Jack Kerouac. Lo que queda del espíritu hippy en San Francisco se encuentra entre las esquinas de las calles Haigdt y Ashbury. Aquí es donde el turista loro disfruta a su gusto. Pues barrio Haigdt-Ashbury está ocupado por tipos que con la cámara en la mano fotografían todo lo que a ellos les parece que responde a la etiqueta de lo mínimamente hippy. En los bajos de las casas pintadas con colores vivos, librerías alternativas, tiendas psicodélicas, restaurantes de comida macrobiótica, etc. Lejos ya de 1945, los hippys sé enfrentaron a su propia guerra generacional, la guerra del Vietnam. Se podría decir que fueron ellos los que inventaron el pacifismo, un concepto igualmente alejado del de La Paz (desde entonces convertida, más que nunca, en un ideal deseable pero fatalmente inalcanzable de forma planetaria, lo que significa, no nos engañemos, que la precaria “paz” de unos es la fuente del intenso dolor de los otros), convertido así en un comodín para enfrentarse sin despeinarse los pelos a cualquier roce inevitable de la convivencia cotidiana del animal humano. Hoy todo el mundo es pacifista, otro síntoma más de la alegría inducida del vivir digital. Queda claro que el pacifismo no aborda, por qué no es su intención, lo que es propio del espíritu humano en relación a lo es radicalmente diferente a él. El pacifismo es una reacción reactiva dentro de la lógica de las utilidades morales de las tribus humanas. Después de Vietnam varió la concepción del poder militar y la historia de las estrategias militares, sin duda. La titularidad de la industria armamentística, muy poco. El control sobre los canales de venta y suministro de esas armas, nada. Pero el destino de los que tienen que seguir dando la cara y, llegado el caso, la vida en el campo de batalla de los números conflictos bélicos, que no han dejado de proliferar sobre el planeta desde la época del pacifismo hippy, hoy como ayer, continúa  siendo un infierno.