lunes, 17 de septiembre de 2018

LA FIEBRE DEL ORO 12

LO NATURAL 2
De nuevo la arbitrariedad de la naturaleza quiere que no haya continuidad en la visita a los parques naturales de este lado oeste de los Estados Unidos de América. Lo lógico, para entendernos con una lógica nada natural dicho sea de paso, habría sido que después del Gran Cañón del Colorado hubiese venido la grieta de Antelope Canyon y a continuación el parque de Bryce Canyon, pues el trabajo de la naturaleza en estos lugares es muy parecido al estar presidido por la erosión íntima de la tierra, provocada por la acción de los agentes meteorológicos durante millones de años. Mientras que en Monument Valley la erosión mencionada opera, por decirlo así, de una forma más épica, buscando dar forma al espacio exterior. Así pienso que lo entendió, como ya he dicho, John Ford al elegirlo como escenario protagonista de su trilogía de la caballería (Fort Apache, La legión invencible y Río grande). Me cuesta definir a estos dos espacios naturales, Antelope Canyon y Bryce Canyon, como íntimos o poéticos en medio del gentío con el que tengo que compartir la visita. Como ya ocurrió en el Gran Cañón del Colorado la atracción del abismo parece ser irresistible para el corazón humano. Una herencia de matriz romántica que todavía perdura en la mayoría de las conductas del turista actual, masificado e uniformado. ¿Por qué nos atraen más los espacios profundos que los espacios abiertos? No vi a nadie cabalgando en plan John Wayne y se me tengo que abrir paso a codazos pactados entre imitadores de espeleólogos. Sin embargo, ¿por qué, al mismo tiempo, nos gusta surfear más por la superficie de las diferentes pantallas que nos acompañan, que meternos hasta los tuétanos de lo que nos muestran después de hacer nuestros diferentes clics? Experimentado así, ¿puedes aceptar que lo profundo no tiene calado, mientras que el espacio abierto solo lo puedes atravesar si pones el alma en el empeño? Antelope Canyon es una grieta caprichosa de la naturaleza en medio de un espacio seco, desolado y abierto, formado por el cauce de una río sin caudal.  Ningún artista de los autodenominados vanguardistas puede seguir aspirando a la originalidad disruptiva después de atravesar los escasos dos kilómetros que tiene de longitud de aquella grieta prodigiosa. No es ningún disparate decir que el arte abstracto es anterior al figurativo, lo cual si lo piensas con detenimiento es lo que debería constar en los manuales de historia del arte para enseñar en las aulas. ¿Viene de ahí nuestra angustia moderna? Más allá del folclore turístico, con guía navajo incluido que te indica el lugar exacto para hacer la mejor foto, las formas y ondulaciones que esconde esta grieta en medio del desierto más absoluto, deberían servir para repensarnos si estamos viéndola porque hemos conseguido el más alto grado de humanidad o justamente estamos allí por todo lo contrario? Es decir, si a esos misterios de la naturaleza solo se pueden acceder cuando la tecnología ha conseguido deshumanizarnos lo suficiente como para que nuestra visita sea perfectamente intercambiable en el carrete de fotos de la cámara, que es donde en definitiva anida nuestra alma moderna, con Monument Valley o con el parque del Retiro. Hoy sabemos, no deberíamos ignorarlo en este tipo de viajes , que la capacidad angulatoria de los objetivos de las cámaras embellecen los lugares más inanes, con tal de hacerlos visitables por las olas masivas de turísticas anónimos. Lo que te quiero decir es que estos abismos interiores o grietas, a diferencia de los espacios abiertos o exteriores, son difíciles de asimilar por que no tienen relato evidente, o a mano, que los acoja. Nada más hace falta ver, una y otra vez, las películas de la trilogía de la caballería de John Ford, para entender en toda su intensidad y profundidad las grandes dimensiones (largo, ancho y alto) que dan forma al parque de Monument Valley. ¿Quien canta los abismos del río Colorado y de Bryce Canyon? ¿Quien se encarga de sacar a la luz lo que esconde la enigmática grieta de Antelope Canyon? Mientras me acerco a contemplar uno más de los episodios naturales del Río Colorado, este más clásico pero igualmente publicitado por los organizadores y visitado masivamente por los fieles turistas que andamos por allí, a saber, un enorme meandro en forma de herradura, Horseshoe Bend, me dio por pensar que esta ancestral lucha, unas veces amistosa y en los últimos siglos a cara de perro, que el ser humano viene manteniendo con la naturaleza que siempre lo rodea y siempre lo supera, incluso ahora en su versión prepotente de turista, está derivando hacia un pacto no escrito (no otra cosa sería el turismo de masas) mediante el que rebajando o dejando de lado  nuestras aspiraciones humanistas, es decir, el alarde y alcance de los horizontes que nuestra lucidez tecno moderna ha descubierto, podemos seguir disfrutando, aunque sea de una forma más o menos enlatada, de una naturaleza incansablemente hostil y misteriosa. Por qué bien mirado, ¿qué haríamos todos esos turistas si nos dejaran allí aislados en medio de esa naturaleza abismal y espaciosa, solo aparentemente domesticada, pero realmente inhumana? Nuevamente se me apareció nuestra fragilidad y finitud como única respuesta. Lo que es medida cabal de nuestra íntima esencia.