La novela de Lara Moreno se desarrolla dentro de un triángulo equilátero cuyos lados son las tres frases que me han acompañado en su lectura: "por si se va La Luz"; "el lugar donde las cosas no ocurrirán jamás"; "no hay ningún sitio a donde ir". Como la ética de Spinoza pareciera estar construida bajo los auspicios del imperativo geométrico. Sin embargo, no es inexacto imaginarlo así. Lo que si queda claro es que fuera de ahí, o sea en el mundo del lector que se sugiere con autopistas y coches y los de la organización, todas las palabras están ordenadas al servicio de la propaganda oficial, ya sea pública o privada. Esa que consigue que uno se levante cada mañana y, antes de zambullirse en el jaleo, se vea en la trastienda de la intimidad como un escarabajo, mientras que los demás, por puro cinismo egoísta, te siguen viendo y te saludan con total rutina e indiferencia. Y que a nadie se le ocurra romper ese guión, pues será visto entonces, no como un asqueroso insecto, sino como un peligroso delincuente.
Después de una lenta y costosa digestión puedo decir que el relato de la autora andaluza transita por estos oscuros y, al mismo tiempo, alentadores caminos. Digamos que sus partes, lentamente, empiezan a formar un todo roto, pero denso y estropajoso, que se adhiere con fuerza en mis entrañas. Es como esa bola que producen los escarabajos, que con enorme esfuerzo empujan y empujan hacia no se sabe dónde (me parece una imagen útil para ilustrar ese derecho que tenemos a luchar contra lo que es más grande y más fuerte que nosotros, la única lucha que vale la pena emprender, aunque siempre está abocada al fracaso, pues es una metáfora cabal de nuestros destino final), aguantando la desproporción manifiesta que hay entre el que empuja y lo empujado. Simplemente empuja y empuja. Hasta la muerte. "Por si se va La Luz" es una novela que va al encuentro con la muerte, la única certeza realmente existente. Sin dejar por ello de luchar por la vida. De esa decisión saldrá o brotará, tiempo después, toda su sabiduría, pues tiene vocación de acabar cuajando en la intimidad del lector, allí donde no es posible la mentira ni el autoengaño.
Siguiendo la técnica del collage, Lara Moreno ha construido un relato a base de ir uniendo partes reconocibles, pero separadas de su contexto narrativo habitual donde las reconocemos, introduciendo en cada parte elementos de distorsión, más o menos ostensibles, a base de asociaciones o metáforas o series imprevistas, fragmentos que son los que, a la larga y después de una costosa digestión en el estómago, en el alma y en el cerebro, va proporcionando coherencia y concordancia al conjunto, que los reclama sin que desaparezcan. Pero eso solo sucede, si el lector aguanta las embestidas de las palabras, y de las escenas, lo cual no es nada fácil. Es muy difícil vivir sintiéndote un escarabajo, pero lo es más saber poner el GPS en dirección hacia la muerte, como línea de fuerza que indica el camino hacia todo lo que vale conocer en la vida de uno que se siente íntimamente, alguna vez, como un escarabajo. Después de tal descubrimiento, este es el principal aprendizaje, pienso yo, de esa experiencia. Muy al contrario, en esos casos siempre buscamos con desesperación que nos salven, que no es lo mismo que lo que dice Spinoza cuando habla de nuestro instinto de perduración. Esa es la tragedia y la grandeza de toda vida humana. Pero la narradora es indulgente y, al final, nos deja la esperanza de una nueva vida en la barriga de Nadia, el personaje donde todos lo demás personajes se fijan, a los que da la luz y el que los sumerge en las sombras. Nadia, la que no en balde es el único personaje que confiesa ante el lector: "Yo necesito que me comprendan y sobre todo necesito que me hablen" (Pg 17). Nadia la urbanita, la que tenía miles de amigos en la ciudad, la que estaba conectada de forma virtual las veinticuatros horas del día, la artista conceptual, imaginativa y talentosa. Nadia la que renovará, al fin y al cabo, el ciclo de la vida y de la muerte, cuidando al moribundo Damián y teniendo un hijo con Martín. Nadia.
La pieza artística que entrega Nadia a Enrique, para que la cuelgue en el bar, bien podría ser la representación y el resumen de esto que digo. Y de paso de la novela.
Es decir, un cuadro de costumbres de caza - que se asemeja al simple argumento de la novela, las estampas de un pueblo medio abandonado, en plena fase de repoblación, al que acude una pareja de urbanistas a ejercer de neorurales - cuyo significado queda radicalmente alterado por la distorsión permanente de las formas de presentarlo, o rasgarlo, o añadiendo algún esqueleto, debido a la intervención de la artista Nadia sobre el hueco del lienzo. Lo que si me pareció difícil de digerir en el momento de la lectura es que estos nuevos significados, al intervenir sobre el significado convencional, retardan la aparición del sentido del relato. Por lo que acabé leyendo a tientas, como casi siempre. Es solo, como ya dije, cuando la acabé de leer, cuando empezó a bullir en mi conciencia algo parecido a un sentimiento - o lo que es lo mismo, empecé a sentir el sentido del relato - de acercamiento y complicidad con lo que había leído. A todo ello me ayudó el, para mí, momento culminante de la novela. Ese con el que empecé a darme cuenta, después de atravesar un proceloso "desierto narrativo", aguantando a la intemperie las embestidas de su frío y de su calor, que la novela estaba escrita desde algo parecido a la conciencia de la autora del artilugio (así denomina a la pieza artística de Nadia el nihilista y, por tanto, romántico Enrique, que lleva media vida ejerciendo de tal en el pueblo), y que lo ha titulado "el lugar donde las cosas no ocurrirán jamás" (pág 224 y 225). Este artilugio no necesita el sentido, dice Enrique, porque no es sobre el sentimiento de miedo, sino que el artilugio es La idea del miedo. Este artilugio, empecé a comprender al leerlo, es como el corazón desde donde "late" todo el libro. El que irradia la presencia del ser de su autora sobre todo lo demás, transformando, al igual que hizo con su pieza artística, las escenas más habituales en algo que dejan de serlo mediante el uso continuo de asociaciones, metáforas o series imprevistas o intempestivas, que no ofrecen continuidad, sino ruptura y una pregunta constante, ¿ahora qué? Discontinuidades y rupturas, cuyo realismo desconcertante no acaba de acoplarse bien o del todo, a mi entender, al reguero de heridas y esperanzas que va dejando abiertas. Para entendernos, las he sentido con frecuencia como tics almodovarianos.
Enrique habla así del artilugio, en ese momento que he calificado de culminante:
"Consta de una marco enorme y hueco, de madera, seguramente antes hubo una tela pintada con motivos de caza que ella arrancó. Del extremos superior, al centro, cuelga una cuerda fina hasta el extremo inferior, y en ella hay ensartado un esqueleto móvil que no puedo describir, con alambres oxidados las vértebras del artilugio forman huesos extraños, objetos llenos de locura: si uno mira detenidamente cada cosa, cada rama retorcida (espina dorsal o brazo), ese collage al aire (unas tijeras viejas, una probeta, el pequeño cráneo de un roedor), siente miedo o la idea del miedo; pero desde más lejos, observando el total, queda iluminado por la concha de una visita que es indudablemente el corazón del artilugio, y se embriaga de paz. En el borde del cuadro hay una palabra dibujada con pintura negra: kolymá. La he leído antes en alguna parte. Hasta que Nadia me trajo aquello no supe cuanto echaba de menos la abstracción. Eso es Nadia: lo abstracto. Por eso me atrae, por eso intercambio libros con ella, porque está alejada de la tierra y aquí todo es arena, hasta el sexo de Ivana por dentro es arena, arena mojada por la noche, pero arena polvorienta al amanecer. Nadia trajo de nuevo lo inservible a mi vida y yo solo supe servirle más ron, ofrecerle un cigarro y preguntarle donde creía que podíamos colocarlo."
sábado, 29 de octubre de 2016
viernes, 28 de octubre de 2016
VOLVER ES NO HABERSE IDO
Quiere regresar pronto a casa para cortar amarras con su padre, que, según ella, vive conmigo desde que me eligió poco después de la muerte de su madre. No porque tuviera necesidad de tener compañía, ya que desde el principio no dejó de consolarlo a todas las horas que le dejaba libre su trabajo de maestra en la escuela, aunque su padre fue indiferente a la atención que le dedicaba, pues no paraba de asediarla reprochándole que se encontraba muy solo. Ahora me previene que quiere regresar a casa, porque desde que se marchó hace dos años no se ha ido todavía.
jueves, 27 de octubre de 2016
EL HEREDERO
Desde que se marchó hace dos años no se ha ido todavía, porque todo lo que dejó aquí le pesa - incluso más - como si lo llevara cargado encima como un fardo. Le debe pesar como le estará pesando lo que me dijo, igual que un aullido, sentado en el borde de la cama, aquella noche antes de marcharse: ¿qué quiere mi padre de mi? Nunca le perdonó que hubiera renunciado a hacerse cargo de la empresa, que con tanto ahínco había construido en los últimos treinta años. Cuando me levanté encontré una nota suya en la cocina. En ella me decía que yo soportaría mejor el papel de heredero del viejo.
miércoles, 26 de octubre de 2016
EMILY JANE
Todo era una ilusión, un solo recuerdo, llámalo si quieres una manera de sobrevivir. He comprendido el sentido de los viajes largos, una vez que lo fui dejando todo atrás. La nueva perspectiva de la mirada me impedía retroceder, sólo avanzar hacia un destino lleno de genialidad. Como si la genialidad fuera algo que perteneciera sólo al horizonte distante, pero a mi alcance. Como si la genialidad fuese una parte de mi que se hubiera separado, como un hijo lo hace de su madre al nacer. Como si la genialidad fuese yo mismo. Hoy que he regresado, no obstante, siempre supe que volvería a verte, Emily Jane.
martes, 25 de octubre de 2016
EXPERIENCIA BOOK
No hay ningún sitio donde ir. El descubrimiento de nuestro destino nos sumerge en un sentimiento de pérdida, que creemos injusto e inmerecido, por eso revalidamos, una y otra vez, nuestra fe laica (semejante a la fe de los creyentes religiosos) en un mundo que tiene propósitos que cumplir y metas a donde llegar con el deber cumplido. Con estas turbulencias en el alma y en el cerebro, si no es demasiado tarde, acabamos por aceptar con serenidad que en la vida no hemos hecho otra cosa que perdemos y encontrarnos, para volvernos a perdernos y encontrarnos. Nos damos cuenta, al fin y al cabo, que uno nace solo, se pierde solo y se encuentra solo y se acaba muriendo solo. No se debe tomar esto como un signo de derrota o de envejecimiento prematuro, sino de máxima lucidez propia de la edad adulta.
De todos los artefactos que hemos inventado para sobrellevar esta colosal estupefacción, el nuevo dispositivo de conocimiento bio-óptico organizado, que les adjunto (2016-10-24-VIDEO-00001919), es el que mejor se ajusta a los instantes de silencio y soledad que acompañan a esa pérdida constante que es nuestra vida. Porque es el que mejor nos ayuda a volver a encontrarnos, es decir, a cómo saber cual es nuestro lugar en el mundo, la verdadera forma de conocimiento. Espero que les sea útil.
De todos los artefactos que hemos inventado para sobrellevar esta colosal estupefacción, el nuevo dispositivo de conocimiento bio-óptico organizado, que les adjunto (2016-10-24-VIDEO-00001919), es el que mejor se ajusta a los instantes de silencio y soledad que acompañan a esa pérdida constante que es nuestra vida. Porque es el que mejor nos ayuda a volver a encontrarnos, es decir, a cómo saber cual es nuestro lugar en el mundo, la verdadera forma de conocimiento. Espero que les sea útil.
sábado, 22 de octubre de 2016
SENTIMENTALES
Olvidaba los cuadernos manuscritos de su pequeña escuela sobre la mesa de la cocina, cada noche después de cenar, pues sabía que yo era quien se encargaba de recoger. Era todo lo que hacía. Sin hablar nada, de nada. Un silencio que me atravesaba como miedo y dolor. Junto a los cuadernos dejaba también un libro de Salinger que le había regalado por su cuarenta cumpleaños. Pasadas dos semanas, en lugar de preguntarle por qué se comportaba así le di una ojeada al libro. En la página noventa había subrayado lo siguiente: "Qué terrible es cuando digo te quiero y en la otra punta la persona grita: ¿qué?"
viernes, 21 de octubre de 2016
AÚN NOS QUEDA LA PALABRA
Después de muchos años moderando clubs de lectura y tertulias literarias varias, he de reconocer que ha crecido dentro de mí un "orgullo profesional" que ha acabado por traicionar el espíritu de esas citas literarias. Me explico. Por un lado he convocado a los lectores con el deseo de que se comporten como los tres grandes maestros occidentales, Sócrates, Platón y Aristóteles, nos vienen enseñando desde hace más de dos mil años. Que vengan pensados, preguntados, razonados, que se dejen la mochila del día a día en su casa. Pero, por otro lado, también quiero que vengan muchos lectores al club de lectura, que vengan todos, lo cual va en contra de lo que he dicho en primer lugar y de lo que nos sugieren aquellos maestros. Un moderador quiere hacer llegar a los más, lo que solo son capaces de entender y comprender los menos. Construir ese raro oximeron que se llamaría democracia aristocrática. Vano intento. Aunque haya que seguir insistiendo en que la educación o la paideia nos harán mejores ciudadanos, sé la falacia que esconde, dicho a secas, ese imperativo ilustrado.
Puede que la historia del pensamiento occidental más reciente empieza con un alemán que nos anuncia que Dios ha muerto; después un francés que es el Hombre el que ha muerto; un vienés dice que es el lenguaje el que ha muerto; otro alemán anuncia la muerte de la metafísica... en fin, ¿qué nos queda en Occidente? Nos queda el coche, y la bici, y el AVE, y las enfermedades y sus remedios, y las vacaciones, y el despido laboral, y que los hijos se casen, y el optimismo social, y el nihilismo total, y las ideologías irreconciliables, y las ideologías sin distinciones contrapuestas. También nos quedan la diversidad de pantallas para ver todo eso. En fin, nos queda la vida con su apabullante y constante misterio. Como siempre. Desde la caída del Imperio Romano hasta la hora siguiente a la caída de las bombas en Hirhosima. Desde Cristo hasta Mahoma pasando por Confucio. Y, sobre todo, lo que nos queda porque nunca se ha ido es la posibilidad de que las personas sigan pensando, es decir, imaginando la vida hasta que la muerte dicte que se acabaron las posibilidades. Lo que en términos del continente europeo quiere decir que Occidente tiene ante sí la inmensa tarea de volver a pensar, sin restricciones ni prejuicios, sin imperialismos ni colonizaciones, el diverso e inmenso patrimonio intelectual y cultural que nos ha hecho como somos. Desde Parmenides hasta Han. Desde Altamira hasta Picasso. Desde las carreras de cuádrigas hasta las de Fórmula 1. Incluyendo en esa apasionante conversación, como no podría ser de otra manera a estas alturas, a nihilistas, islamistas, cristianos, orientales, optimistas, pesimistas, negros, blancos, hombres, mujeres, etc.
Será en las pantallas y fuera de ellas. Será con moderadores mediáticos y con los de las catacumbas. El terror nuclear y la globalización económica e informativa, los nuevos Dioses que nos hemos inventado - uno demoníaco y otro dionisíaco, uno obscuro y otro luminoso, uno pasivo y otro dinámico, en justa condición de igualdad y como reflejo cabal de nuestra auténtica naturaleza - después de matar al omnipresente, único y unívoco Dios celestial que nunca hizo caso de nuestros ruegos y temores, harán que la Tierra siga girando hasta que el sol nos abandone. Serán, además, una mejor matriz para las aspiraciones irrenunciables ilustradas de Libertad, Justicia y Fraternidad, que lo que fueron con las matrices que las albergaron hasta ahora: la Nación, el Estado, el Imperio, la Clase, el Partido. En última instancia es lo que tiene pertenecer a una especie constituida por seres de razón y de palabra. Hay posibilidad de enmienda. Es decir, de imaginación. Por tanto, el suicidio colectivo total e irreversible es inimaginable. Alguien tiene que quedar para contarlo. O dicho de otra manera, en la vida la fuerza por contar es más poderosa que la de desaparecer. O como decía Baruch Spinoza en su Ética, demostrada según el método geométrico, "cada cosa se esfuerza en cuanto está en ella por perseverar en su ser".
Además de todo lo anterior, que está muy bien y es fácil enumerado, sin embargo nos queda lo peor. La soledad y la incomprensión que produce vivir entre los otros en la sociedad actual, llena de tipos normales, que le pasan cosas normales, que han ayudado a construir, mediante su estilo de vida, una inane normalidad con su manera de hablar por hablar, sin ton ni son y sin pena ni gloria. Una normalidad televisiva o pantallista que debido a su matriz banal, como nos enseñó Hannah Arendt, es por donde aquellos enseñan su pezuña totalitaria, siendo a la larga fuente de la mayor parte de la malignidad que hoy padecemos en las sociedades del bienestar. Pues lo cubre todo, mediante su obsesiva perseverancia y omnipresencia, con un espesa capa de aburrimiento, cansancio y desánimo que se ha convertido en la atmósfera que respiramos. Y es que Arendt también nos sugirió que el totalitarismo no siempre se nos iba a aparecer con bigotito o bigotazos y vestido con andrajos castrenses, sino que bien podía aparecer disfrazado de plañidera víctima propiciatoria gesticulando con modales de gacela. Y, ciertamente, hoy el verdugo ha mutado en víctima, hoy el totalitario no quiere dar miedo sino lástima, o todo lo más grima.
Este nuevo totalitarismo victimista está construyendo un desierto que no viene de Africa, sino de la infantilización de los mayores para burlar a la muerte y de quienes tienen que coger el relevo que, en justa correspondencia, no quieren ser adultos para eludir a la vida. Un desierto donde todos quieren mandar y tener la última palabra moral y estética sobre los asuntos comunes que no aparecen, pues nadie logra convocarlos, ocultos bajo sus arenas movedizas. Un desierto donde solo existe lo que se ve, nada, y solo se ve lo que se mide y se contabiliza, todo. Ningún ser humano vivo puede desplegar su existencia entre la nada (atributo propio de los muertos) y el todo (atributo propio de los dioses).
Puede que la historia del pensamiento occidental más reciente empieza con un alemán que nos anuncia que Dios ha muerto; después un francés que es el Hombre el que ha muerto; un vienés dice que es el lenguaje el que ha muerto; otro alemán anuncia la muerte de la metafísica... en fin, ¿qué nos queda en Occidente? Nos queda el coche, y la bici, y el AVE, y las enfermedades y sus remedios, y las vacaciones, y el despido laboral, y que los hijos se casen, y el optimismo social, y el nihilismo total, y las ideologías irreconciliables, y las ideologías sin distinciones contrapuestas. También nos quedan la diversidad de pantallas para ver todo eso. En fin, nos queda la vida con su apabullante y constante misterio. Como siempre. Desde la caída del Imperio Romano hasta la hora siguiente a la caída de las bombas en Hirhosima. Desde Cristo hasta Mahoma pasando por Confucio. Y, sobre todo, lo que nos queda porque nunca se ha ido es la posibilidad de que las personas sigan pensando, es decir, imaginando la vida hasta que la muerte dicte que se acabaron las posibilidades. Lo que en términos del continente europeo quiere decir que Occidente tiene ante sí la inmensa tarea de volver a pensar, sin restricciones ni prejuicios, sin imperialismos ni colonizaciones, el diverso e inmenso patrimonio intelectual y cultural que nos ha hecho como somos. Desde Parmenides hasta Han. Desde Altamira hasta Picasso. Desde las carreras de cuádrigas hasta las de Fórmula 1. Incluyendo en esa apasionante conversación, como no podría ser de otra manera a estas alturas, a nihilistas, islamistas, cristianos, orientales, optimistas, pesimistas, negros, blancos, hombres, mujeres, etc.
Será en las pantallas y fuera de ellas. Será con moderadores mediáticos y con los de las catacumbas. El terror nuclear y la globalización económica e informativa, los nuevos Dioses que nos hemos inventado - uno demoníaco y otro dionisíaco, uno obscuro y otro luminoso, uno pasivo y otro dinámico, en justa condición de igualdad y como reflejo cabal de nuestra auténtica naturaleza - después de matar al omnipresente, único y unívoco Dios celestial que nunca hizo caso de nuestros ruegos y temores, harán que la Tierra siga girando hasta que el sol nos abandone. Serán, además, una mejor matriz para las aspiraciones irrenunciables ilustradas de Libertad, Justicia y Fraternidad, que lo que fueron con las matrices que las albergaron hasta ahora: la Nación, el Estado, el Imperio, la Clase, el Partido. En última instancia es lo que tiene pertenecer a una especie constituida por seres de razón y de palabra. Hay posibilidad de enmienda. Es decir, de imaginación. Por tanto, el suicidio colectivo total e irreversible es inimaginable. Alguien tiene que quedar para contarlo. O dicho de otra manera, en la vida la fuerza por contar es más poderosa que la de desaparecer. O como decía Baruch Spinoza en su Ética, demostrada según el método geométrico, "cada cosa se esfuerza en cuanto está en ella por perseverar en su ser".
Además de todo lo anterior, que está muy bien y es fácil enumerado, sin embargo nos queda lo peor. La soledad y la incomprensión que produce vivir entre los otros en la sociedad actual, llena de tipos normales, que le pasan cosas normales, que han ayudado a construir, mediante su estilo de vida, una inane normalidad con su manera de hablar por hablar, sin ton ni son y sin pena ni gloria. Una normalidad televisiva o pantallista que debido a su matriz banal, como nos enseñó Hannah Arendt, es por donde aquellos enseñan su pezuña totalitaria, siendo a la larga fuente de la mayor parte de la malignidad que hoy padecemos en las sociedades del bienestar. Pues lo cubre todo, mediante su obsesiva perseverancia y omnipresencia, con un espesa capa de aburrimiento, cansancio y desánimo que se ha convertido en la atmósfera que respiramos. Y es que Arendt también nos sugirió que el totalitarismo no siempre se nos iba a aparecer con bigotito o bigotazos y vestido con andrajos castrenses, sino que bien podía aparecer disfrazado de plañidera víctima propiciatoria gesticulando con modales de gacela. Y, ciertamente, hoy el verdugo ha mutado en víctima, hoy el totalitario no quiere dar miedo sino lástima, o todo lo más grima.
Este nuevo totalitarismo victimista está construyendo un desierto que no viene de Africa, sino de la infantilización de los mayores para burlar a la muerte y de quienes tienen que coger el relevo que, en justa correspondencia, no quieren ser adultos para eludir a la vida. Un desierto donde todos quieren mandar y tener la última palabra moral y estética sobre los asuntos comunes que no aparecen, pues nadie logra convocarlos, ocultos bajo sus arenas movedizas. Un desierto donde solo existe lo que se ve, nada, y solo se ve lo que se mide y se contabiliza, todo. Ningún ser humano vivo puede desplegar su existencia entre la nada (atributo propio de los muertos) y el todo (atributo propio de los dioses).
jueves, 20 de octubre de 2016
EN BLANCO
Mi tía consiguió su anhelada peluca, pero no impidió que todo el pueblo la siguiera culpando de la muerte de su marido, es una mujer egoísta, sin compasión hacia sus hijos. Donde vivo ocurren cosas así. Vivo en el campo. El otro día escuché lo de la señora de la peluca al vecino de al lado. Al llegar a casa un saltamontes se puso encima de mi ordenador. Le grité y no me hizo caso. Como la señora de la peluca a sus hijos. Como la historia que intento escribir desde hace un año. Ocurren muchas cosas, sí, y palabras que viajan a donde no llego.
miércoles, 19 de octubre de 2016
¿QUÉ ES UN RELATO?
Es la prueba que ofrecemos a los otros de la continuidad de nuestro tiempo y de nuestro sentido, es decir, de la forma del estado de nuestros sentimientos, de la desgracia y de la esperanza que acompañan al transcurrir de la vida (ya sea la propia o la ajena), del consuelo que requieren, de la inutilidad y miseria de tener aquello que de tan temible no es lícito tenerlo, de distinguir entre lo que podemos llegar a saber y lo que ofrecemos no como garantía de nada, sino como iluminación de nuestro humilde lugar en el mundo. De otra manera, un relato es la iTV que verifica como nos relacionamos con las palabras (las propias y las ajenas), qué hacemos con ellas y qué hacen ellas con nosotros. Una experiencia que es casi imposible tener en el trajín y ruido de nuestros días. Pues no olvidemos que somos seres hablantes que, como no puede ser de otra manera, no dejamos de hablar. Y que de tanto uso las palabras se gastan y se oxidan, y acaban por no decir nada, incluso en las tribunas más prestigiosos y honorables. Y entonces aparece el ruido y la incomunicación. Y todos los malestares que de ellos se derivan. Pero eso es otra historia.
Lo anterior es una definición seria y elemental, como lo es la vida misma. Y no hace falta ir a la universidad para entenderla, ni para ponerla en práctica. Ninguna conversación familiar, profesional o social nos proporcionará de forma íntima (no confundir con privada) tanta lucidez como las palabras de un relato. Piénsenlo. Porque el arte de contar nuestra vida, de darse cuenta de ella, de tenerla en cuenta, de ver cómo nos sentimos, no es más que el arte de vivir. "Vivir con arte es vivir contando la vida, cantándola, paladeando sus gustos y sinsabores" (José Luis Pardo). Y ofrecerla a los demás. Así ni nuestros hijos, ni nuestro cónyuge, ni nuestros padres, ni nuestros amigos, ni nuestros compañeros de trabajo..., en fin, así nadie podrá reprocharnos que pasamos por este mundo viviendo, es decir, hablando sin pena ni gloria (excepción hecha del hablar para ganarnos el sueldo), ya que sí lo hacemos con honestidad y humildad. Convengamos, si les parece, que todo lo importante que podemos ofrecer a los otros procede del manejo que hagamos de estas dos palabras. También que ellas son la mejor prueba de que aquella definición y nuestras vidas no son exactas, pero si son, además de serias y elementales, verdaderas.
Lo anterior es una definición seria y elemental, como lo es la vida misma. Y no hace falta ir a la universidad para entenderla, ni para ponerla en práctica. Ninguna conversación familiar, profesional o social nos proporcionará de forma íntima (no confundir con privada) tanta lucidez como las palabras de un relato. Piénsenlo. Porque el arte de contar nuestra vida, de darse cuenta de ella, de tenerla en cuenta, de ver cómo nos sentimos, no es más que el arte de vivir. "Vivir con arte es vivir contando la vida, cantándola, paladeando sus gustos y sinsabores" (José Luis Pardo). Y ofrecerla a los demás. Así ni nuestros hijos, ni nuestro cónyuge, ni nuestros padres, ni nuestros amigos, ni nuestros compañeros de trabajo..., en fin, así nadie podrá reprocharnos que pasamos por este mundo viviendo, es decir, hablando sin pena ni gloria (excepción hecha del hablar para ganarnos el sueldo), ya que sí lo hacemos con honestidad y humildad. Convengamos, si les parece, que todo lo importante que podemos ofrecer a los otros procede del manejo que hagamos de estas dos palabras. También que ellas son la mejor prueba de que aquella definición y nuestras vidas no son exactas, pero si son, además de serias y elementales, verdaderas.
martes, 18 de octubre de 2016
BUENAS RECOMENDACIONES
Lo conmovedor de las reflexiones que ha hecho un amigo mío sobre la novela "La impaciencia del corazón", de Stefan Zweig (en el sentido de moverme a acompañarlo, de acompañar sus palabras con mis palabras; este debería ser, a mi entender, el toma y daca de toda conversación, en el que unas palabras llevan a otras, y de unas reflexiones surgen otras. Y no tanto atrincherarnos detrás de las etiquetas "yo estoy totalmente de acuerdo contigo", o "yo no pienso del todo así", o "yo no estoy en nada de acuerdo contigo", etc.) es comprobar cómo ha puesto en práctica la recomendación de las artes básicas antiguas y de siempre, a saber, hablar, leer, escribir, pensar, en fin, imaginar. Ellas nos dicen que el lenguaje es la puerta por la cual uno ingresa en el mundo, y que uno no sabe exactamente lo que está pensando hasta que no lo expresa, y que cuando lo expresa no solamente ocurre que uno comprueba que lo está expresando, sino que hay otro que te escucha y otro que te tiene que entender. No me refiero a un pensar, un expresar, un escuchar y un entender tal y como se utilizan en las aulas de las escuelas, los institutos y la universidad, o en las empresas, o en las familias, o en las reuniones sociales, o en las diferentes terapias o teorías psicosociales, o en las variopintas tabernas. No me refiero a ese apego, o a esa forma de estar pegados a las palabras en el ámbito de esas instituciones. Sino a un pensar, expresar, escuchar y entender que nos haga mostrar la inclinación y nos despierte el interés con que deberíamos utilizar las palabras cuando hablamos, leemos, escribimos, pensamos e imaginamos fuera de aquellas instituciones. Que nos capacite para imaginar que ello es posible, porque entendemos que es necesario e inaplazable. Cuando estamos, por ejemplo, solos frente un relato. Que es lo mismo que estar solos frente a su mundo. Cuando escuchamos las palabras de Otro, que, al fin, no son las del sacrosanto e intocable YO, ese pequeño dios pegado a aquellas instituciones como lo está la uña a la carne. Un Yo Institucionalizado, por tanto, cuyas palabras valen y dan de sí lo mismo que las instituciones a las que pertenezca.
sábado, 15 de octubre de 2016
EL CUMPLEAÑOS
La llamé por teléfono para felicitarla por su cincuenta cumpleaños. Hablamos de varias cosas a la vez, entre los intersticios de las cuales yo le recordé el destino que le esperaba. No sé si lo captó en toda su intensidad, o simplemente creyó que le había echado un piropo que apuntaba hacia atrás, hacia los cuarenta o sus treinta. No sé. El caso es que salió a colación su hija mayor. Me dijo, con orgullo de madre colega, lo guapa que estaba y lo mucho que le gustaba ir con su padre a Madrid, y admirar las pinturas clásicas del Museo del Prado. Le dije que como era que a su hija le gustaba tanto el arte clásico, trabajando su madre en un museo de arte contemporáneo. Me contestó que no le importaba demasiado, ya que es bueno que conozca a los clásicos para que a continuación se olvide de ellos. Yo le dije que, al contrario de las ciencias que tienen como destino progresar, las artes no progresan, están sucediendo siempre. Creo que no me entendió del todo, pero se despidió diciéndome que cuando quedábamos para cenar.
viernes, 14 de octubre de 2016
LA IMPACIENCIA DEL CORAZÓN, de Stefan Zweig
Antes de iniciar la lectura de la historia del teniente de úsares Antón Hofmiller, tuve que leer las trece páginas en las que el narrador, de oficio escritor, nos cuenta, a su vez, cómo conoció al teniente. Y, también, tuve que enfrentarme a las sorprendentes y desconcertantes palabras de alguien desconocido en un párrafo entrecomillado que dicen lo siguiente, en plan llamada nocturna: oye soy yo, no me conoces todavía, pero comparezco ante ti porque durante unas páginas voy a ser importante en tu vida, prepárate y presta toda tu atención:
"Existen dos clases de compasión. Una cobarde y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más allá de esa límite".
Todo ello, al fin y a la postre, acabó por definir qué tipo de lector iba a ser al abordar esta novela. La última y más importante lección de su lectura. Antes y durante estuve afectado de una impremeditada impaciencia delante de lo que el narrador me estaba contando, que durante la tertulia lo traduje públicamente como una "trampa" en la que el narrador me metió, haciéndome creer que era más listo que el panolis de Hofmiller. Nada de ello, sin embargo, me impidió hacerme algunas preguntas.
¿De donde le venía la confianza al protagonista, Antón Hofmiller, para entregarle su historia al narrador al poco de conocerle? ¿Donde ha visto el teniente Hofmiller la competencia de ese narrador desconocido para entregarle la historia de su pasado?¿Por qué no la cuenta el mismo? ¿Que es lo que hace competente al narrador que cuenta la historia del teniente Hofmiller? ¿Qué es lo que aspira a contar cuando acepta escuchar a Hofmiller? La historia que le ha contado el teniente como quiere hacer creer al lector en aquellas trece páginas primeras. "Lo contenido en este libro también me ha sido referido casi íntegramente en la forma aquí reproducida, y ello, de un modo absolutamente inesperado". "Pero en ninguna parte he agregado nada importante por mi cuenta, y no soy sino mi confidente el que ahora empieza a hablar" ¿A que otros asuntos remite esa fuerza poderosa que es el amor de Edith por Hofmiller y la reacción de éste ante aquella? ¿Una historia de amor sin más, cuya singularidad estriba en que todas son iguales? ¿Que correlación narrativa hay entre las fuerzas que operan de forma sugerida y sin aparente protagonismo, pero de forma intensa y eficiente en el exterior del mundo (entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial), y las que lo hacen de forma explícita en el interior de cada protagonista? En fin.
Sí me di cuenta, en la primera lectura, que el uso que hacía el narrador del lenguaje no remitía ni pretendía llevarme a algo reconocible. Era un lenguaje hiperbólico y cercano a la fábula, para contar la historia de Edith y Hofmiller. Un lenguaje más naturalista y tosco para describir el mundo militar a donde pertenece Hofmiller o las añagazas usureras de Lajos Kekesfalva, el padre millonario de Edith. Y otro lenguaje lógico y científico del médico Cóndor (a punto de acabar la novela descubrí que era el autor del párrafo entrecomillado), que atiende la enfermedad que aqueja a Edith, parálisis de medio cuerpo para abajo. En conjunto no es un lenguaje social o psicológico. Ni histórico, político o militar. Es un lenguaje lleno de tensiones que el lector tiene que aguantar, pues son las mismas que las de los protagonistas. De ahí probablemente mi impaciencia y mi anticipada y sobrada perspicacia. Son tensiones que producen desasosiego o malestar porque no tienen salida o solución bendecidas por la razón empírica. El resultado es una visión más bien panorámica, mediante la que acabé por darme cuenta de que es el narrador escritor quien ordena la historia que le ha contado Hofmiller, la confabula, el que pone la claridad y las sombras. Aunque nunca tengo la certeza de cuánto es suyo y cuanto de Hofmiller. Todo lo cual, y después de leer varias veces las trece páginas primeras y, sobre todo como pieza clave, el párrafo entrecomillado, me hizo entender que el narrador estuvo dispuesto a escuchar hasta el final las palabras de un desconocido, como era para él Antón Hofmiller, debido a un verdadero acto de compasión, que es también el de la literatura: escuchar al otro y devolverle su historia llena del sentido y la significación que él no ha podido lograr. Porque el arte de contar esa vida, de darse cuenta de esa vida, de tenerla en cuenta, de ver cómo se ha sentido Anton Hofmiller, no es más que el arte de vivir. "Vivir con arte es vivir contando la vida, cantándola, paladeando sus gustos y sinsabores" (José Luis Pardo). Y ofrecerla a los demás.
"Existen dos clases de compasión. Una cobarde y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más allá de esa límite".
Todo ello, al fin y a la postre, acabó por definir qué tipo de lector iba a ser al abordar esta novela. La última y más importante lección de su lectura. Antes y durante estuve afectado de una impremeditada impaciencia delante de lo que el narrador me estaba contando, que durante la tertulia lo traduje públicamente como una "trampa" en la que el narrador me metió, haciéndome creer que era más listo que el panolis de Hofmiller. Nada de ello, sin embargo, me impidió hacerme algunas preguntas.
¿De donde le venía la confianza al protagonista, Antón Hofmiller, para entregarle su historia al narrador al poco de conocerle? ¿Donde ha visto el teniente Hofmiller la competencia de ese narrador desconocido para entregarle la historia de su pasado?¿Por qué no la cuenta el mismo? ¿Que es lo que hace competente al narrador que cuenta la historia del teniente Hofmiller? ¿Qué es lo que aspira a contar cuando acepta escuchar a Hofmiller? La historia que le ha contado el teniente como quiere hacer creer al lector en aquellas trece páginas primeras. "Lo contenido en este libro también me ha sido referido casi íntegramente en la forma aquí reproducida, y ello, de un modo absolutamente inesperado". "Pero en ninguna parte he agregado nada importante por mi cuenta, y no soy sino mi confidente el que ahora empieza a hablar" ¿A que otros asuntos remite esa fuerza poderosa que es el amor de Edith por Hofmiller y la reacción de éste ante aquella? ¿Una historia de amor sin más, cuya singularidad estriba en que todas son iguales? ¿Que correlación narrativa hay entre las fuerzas que operan de forma sugerida y sin aparente protagonismo, pero de forma intensa y eficiente en el exterior del mundo (entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial), y las que lo hacen de forma explícita en el interior de cada protagonista? En fin.
Sí me di cuenta, en la primera lectura, que el uso que hacía el narrador del lenguaje no remitía ni pretendía llevarme a algo reconocible. Era un lenguaje hiperbólico y cercano a la fábula, para contar la historia de Edith y Hofmiller. Un lenguaje más naturalista y tosco para describir el mundo militar a donde pertenece Hofmiller o las añagazas usureras de Lajos Kekesfalva, el padre millonario de Edith. Y otro lenguaje lógico y científico del médico Cóndor (a punto de acabar la novela descubrí que era el autor del párrafo entrecomillado), que atiende la enfermedad que aqueja a Edith, parálisis de medio cuerpo para abajo. En conjunto no es un lenguaje social o psicológico. Ni histórico, político o militar. Es un lenguaje lleno de tensiones que el lector tiene que aguantar, pues son las mismas que las de los protagonistas. De ahí probablemente mi impaciencia y mi anticipada y sobrada perspicacia. Son tensiones que producen desasosiego o malestar porque no tienen salida o solución bendecidas por la razón empírica. El resultado es una visión más bien panorámica, mediante la que acabé por darme cuenta de que es el narrador escritor quien ordena la historia que le ha contado Hofmiller, la confabula, el que pone la claridad y las sombras. Aunque nunca tengo la certeza de cuánto es suyo y cuanto de Hofmiller. Todo lo cual, y después de leer varias veces las trece páginas primeras y, sobre todo como pieza clave, el párrafo entrecomillado, me hizo entender que el narrador estuvo dispuesto a escuchar hasta el final las palabras de un desconocido, como era para él Antón Hofmiller, debido a un verdadero acto de compasión, que es también el de la literatura: escuchar al otro y devolverle su historia llena del sentido y la significación que él no ha podido lograr. Porque el arte de contar esa vida, de darse cuenta de esa vida, de tenerla en cuenta, de ver cómo se ha sentido Anton Hofmiller, no es más que el arte de vivir. "Vivir con arte es vivir contando la vida, cantándola, paladeando sus gustos y sinsabores" (José Luis Pardo). Y ofrecerla a los demás.
jueves, 13 de octubre de 2016
LA PRIMERA VEZ
"Quiero ser rubia platino como ella, eso lo sé, es lo único que sé, es lo que quiero ser. ¿Recuerdas aquella película que vimos el martes? ¿Recuerdas el desparpajo que tenía al andar, sola, con el bolso en bandolera, como si fuera la primera diosa que existía en el mundo? ¿Recuerdas como la miraban quienes se cruzaban con ella, adorándola? Estoy convencida de que toda esa fascinación que despertaba a su paso, era por ser una rubia platino. Querida, siempre hay una primera vez."
Apagó el teléfono. Luego, al bajar del autobús, me rozó el brazo con su bolso sin darse cuenta. La miré con detenimiento. Iba vestida de negro, pero su cabeza era una sola luz.
Apagó el teléfono. Luego, al bajar del autobús, me rozó el brazo con su bolso sin darse cuenta. La miré con detenimiento. Iba vestida de negro, pero su cabeza era una sola luz.
martes, 11 de octubre de 2016
LA INVITACIÓN
Iba vestida de negro, pero su cabeza era una sola luz que marcaba las líneas de sombra de los corros en que se iban agrupando los otros invitados. Afuera se notaba su manera inconsecuente de hablar. Al fin y al cabo, habían venido a pasar un buen rato. Sin embargo, con su copa en la mano, no veía como atravesar esas líneas que los separaban. Iban vestidos con un estilo informal, ya que así lo solicitaba en su invitación el anfitrión. Un escritor al que, de repente, le había llegado la gloria. Se acercó al piano y tocó unos acordes. Le pareció el único ser de la habitación dotado con sentimientos.
sábado, 8 de octubre de 2016
EL HORIZONTE
Su vida se había pospuesto en un horizonte lejano e indeterminado. Atada cada vez más a esos momentos en los que se encontraba, pienso, sola frente al mundo. Mejor dicho, sola frente a ella misma. Una soledad que le daba las verdaderas dimensiones de lo que existía fuera, que con más frecuencia se parecía a un agujero negro. Un día de esos de agujero negro decidió prestar mas atención a esa mancha que le rodeaba, poniendo el oído y la mirada en su abismo sin mundo. No sé cómo, pero descubrió que aquel horizonte lejano e indeterminado era yo. Aunque hace diez años que vivimos juntos, no me ha confesado su descubrimiento.
viernes, 7 de octubre de 2016
LOS MUERTOS Y LOS DESCONOCIDOS
Hasta que no consigamos que los muertos y los desconocidos formen parte viva y reconocida de nuestra propia experiencia no habremos comenzado a leer. Podemos oír las noticias del texto, tratar a los personajes como si fueran colegas o aplicarles recetas paliativas a los problemas que nos cuentan. Así lo seguro es que veremos que los colegas y familiares siguen ahí. Pero ya no es tan cierto que, por el solo hecho de estar ahí, los reconozcamos. No creo que ese sea algo que salga del trajín y roce diario. Me refiero a ese reproche tan habitual entre familiares, amigos y conocidos: "Llevas toda la vida a mi lado y no sabes quien soy. Que te aspen". En fin, lo que quiero decir es que hasta que no dejemos de ver el mundo literalmente (como aparenta ser donde ponemos los pies cada día) no conseguiremos empezar a leer literariamente (como está siendo en el otro mundo siempre).
jueves, 6 de octubre de 2016
TÓMESE EN SERIO
El asunto no es que yo me extienda más sobre lo que he opinado de su escrito, pues a eso yo podía responderle que lo haré cuando usted haga más largo su cuento, lo cual no nos llevaría a ningún sitio de interés. Ni usted es un alumno de instituto, ni yo soy su profesor de literatura, que es el ámbito donde encajaría el anterior toma y daca. El asunto es otro. Yo pienso que el comentario al relato que ha escrito es útil si, y solo si, le estimula a continuar la reflexión que, se supone, usted ha iniciado al escribir lo que ha escrito. Lo cual a su vez me puede inducir a hacer lo propio con lo que diga. Esto es, a mi entender, Dialogar y, al escribir y compartir su cuento, de eso se trata.
Lo que ocurre es que usted no se toma en serio, pues dice que está muy ocupado, por lo que escribir un relato es una cosa irrelevante en comparación con la importancia de las cosas que llenan su agenda. Sin embargo, me parece una acción al alcance de quién se quiere enfrentarse a algo primordial e inaplazable en nuestro tiempo: la otredad. Casi sin darnos cuenta todas las actividades que llenan nuestra agenda están pensadas y dirigidas a cumplir un único propósito, colmar y satisfacer las necesidades que demanda nuestro yo racional moderno. Ese narcisista de matriz clerical que no nos abandona. Propósitos y necesidades donde el Otro desaparece como entidad autónoma y se constituye únicamente a servicio exclusivo de aquellas necesidades narcisistas. En nuestra vida cotidiana, incluso en los momentos álgidos de nuestra solidaridad, usamos y abusamos del otro y de lo otro. No tengo otra manera de explicarle, y de paso hacérmelo entender, el sin freno y el sin límites que funcionan como santo y seña irrenunciables de nuestros placeres y nuestros días. Sencillamente el Otro no existe. Solo existe el Yo.
Que alguien se pare y escriba un relato, y que además lo de a conocer a los otros, solo se puede entender en la sociedad en la que vivimos como un primer milagro. Que alguien se pare y lea un relato ajeno y escriba un comentario, solo se puede entender en la sociedad en la que vivimos, cómo un segundo milagro. En fin, que alguien se incorpore a su trajín cotidiano y compruebe que tomarse en serio es eso, solo eso, escribir para ser alguien y leer a otro alguien, y no la identificación que nos exige la sociedad en la que vivimos, donde, al fin y al cabo, somos unos don nadie, es el tercer y más importante de los milagros
Lo que ocurre es que usted no se toma en serio, pues dice que está muy ocupado, por lo que escribir un relato es una cosa irrelevante en comparación con la importancia de las cosas que llenan su agenda. Sin embargo, me parece una acción al alcance de quién se quiere enfrentarse a algo primordial e inaplazable en nuestro tiempo: la otredad. Casi sin darnos cuenta todas las actividades que llenan nuestra agenda están pensadas y dirigidas a cumplir un único propósito, colmar y satisfacer las necesidades que demanda nuestro yo racional moderno. Ese narcisista de matriz clerical que no nos abandona. Propósitos y necesidades donde el Otro desaparece como entidad autónoma y se constituye únicamente a servicio exclusivo de aquellas necesidades narcisistas. En nuestra vida cotidiana, incluso en los momentos álgidos de nuestra solidaridad, usamos y abusamos del otro y de lo otro. No tengo otra manera de explicarle, y de paso hacérmelo entender, el sin freno y el sin límites que funcionan como santo y seña irrenunciables de nuestros placeres y nuestros días. Sencillamente el Otro no existe. Solo existe el Yo.
Que alguien se pare y escriba un relato, y que además lo de a conocer a los otros, solo se puede entender en la sociedad en la que vivimos como un primer milagro. Que alguien se pare y lea un relato ajeno y escriba un comentario, solo se puede entender en la sociedad en la que vivimos, cómo un segundo milagro. En fin, que alguien se incorpore a su trajín cotidiano y compruebe que tomarse en serio es eso, solo eso, escribir para ser alguien y leer a otro alguien, y no la identificación que nos exige la sociedad en la que vivimos, donde, al fin y al cabo, somos unos don nadie, es el tercer y más importante de los milagros
miércoles, 5 de octubre de 2016
ECLESIASTÉS
Búsqueda del sentido de la vida
1 Las palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén: 2 "Vanidad de vanidades", dijo el Predicador; "vanidad de vanidades, todo es vanidad."
3 ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su duro trabajo con que se afana debajo del sol? 4 Generación va, y generación viene; pero la tierra siempre permanece. 5 El sol sale, y el sol se pone. Vuelve a su lugar y de allí sale de nuevo. 6 El viento sopla hacia el sur y gira hacia el norte; va girando de continuo, y de nuevo vuelve el viento a sus giros. 7 Todos los ríos van al mar, pero el mar no se llena. Al lugar adonde los ríos corren, allí vuelven a correr. 8 Todas las cosas son fatigosas, y nadie es capaz de explicarlas. El ojo no se harta de ver, ni el oído se sacia de oír. 9 Lo que fue, eso será; y lo que ha sido hecho, eso se hará. Nada hay nuevo debajo del sol. 10 ¿Hay algo de lo que se pueda decir: "Mira, esto es nuevo"? Ya sucedió en las edades que nos han precedido. 11 No hay memoria de lo primero, ni tampoco de lo que será postrero. No habrá memoria de ello entre los que serán después.
12 Yo, el Predicador, fui rey de Israel en Jerusalén. 13 Y dediqué mi corazón a investigar y a explorar con sabiduría todo lo que se hace debajo del cielo. Es una penosa tarea que Dios ha dado a los hijos del hombre, para que se ocupen en ella. 14 He observado todas las obras que se hacen debajo del sol, y he aquí que todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. 15 Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no se puede completar.
16 Yo hablé con mi corazón diciendo: "He aquí que yo me he engrandecido y he aumentado mi sabiduría más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén, y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y conocimiento." 17 Dediqué mi corazón a conocer la sabiduría y el conocimiento, la locura y la necedad. Pero he entendido que aun esto es conflicto de espíritu. 18 Porque en la mucha sabiduría hay mucha frustración, y quien añade conocimiento añade dolor.
Vanidad del placer
1 Las palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén: 2 "Vanidad de vanidades", dijo el Predicador; "vanidad de vanidades, todo es vanidad."
3 ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su duro trabajo con que se afana debajo del sol? 4 Generación va, y generación viene; pero la tierra siempre permanece. 5 El sol sale, y el sol se pone. Vuelve a su lugar y de allí sale de nuevo. 6 El viento sopla hacia el sur y gira hacia el norte; va girando de continuo, y de nuevo vuelve el viento a sus giros. 7 Todos los ríos van al mar, pero el mar no se llena. Al lugar adonde los ríos corren, allí vuelven a correr. 8 Todas las cosas son fatigosas, y nadie es capaz de explicarlas. El ojo no se harta de ver, ni el oído se sacia de oír. 9 Lo que fue, eso será; y lo que ha sido hecho, eso se hará. Nada hay nuevo debajo del sol. 10 ¿Hay algo de lo que se pueda decir: "Mira, esto es nuevo"? Ya sucedió en las edades que nos han precedido. 11 No hay memoria de lo primero, ni tampoco de lo que será postrero. No habrá memoria de ello entre los que serán después.
12 Yo, el Predicador, fui rey de Israel en Jerusalén. 13 Y dediqué mi corazón a investigar y a explorar con sabiduría todo lo que se hace debajo del cielo. Es una penosa tarea que Dios ha dado a los hijos del hombre, para que se ocupen en ella. 14 He observado todas las obras que se hacen debajo del sol, y he aquí que todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. 15 Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no se puede completar.
16 Yo hablé con mi corazón diciendo: "He aquí que yo me he engrandecido y he aumentado mi sabiduría más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén, y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y conocimiento." 17 Dediqué mi corazón a conocer la sabiduría y el conocimiento, la locura y la necedad. Pero he entendido que aun esto es conflicto de espíritu. 18 Porque en la mucha sabiduría hay mucha frustración, y quien añade conocimiento añade dolor.
Vanidad del placer
martes, 4 de octubre de 2016
EL CORAZÓN DELATOR, de Edgar Allan Poe
"El encuentro entre el racionalismo moderno y la otredad es el tema central de la literatura fantástica: en el mundo común y cotidiano, un fenómeno súbito y extraordinario pulveriza en pocos segundos el orden natural de las cosas. Esta súbita rasgadura de lo real es lo que se denomina irrupción de lo inadmisible. Así, la primera condición de lo fantástico es la duda del lector". (De la contraportada del libro de Jacobo Siruela, "El mundo bajo los párpados")
Lo primero que me saltó a la vista, después de leer el primer párrafo, o lo que es lo mismo, después de leer las primeras palabras de la creación de este cuento, es ese "Escuchen...y observen con cuanta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia", a lo que antecede toda una declaración sorprendente, digamos, de su estado anímico presente, bajo cuya influencia el narrador me va a contar su historia. Más que la duda, lo que tuve que mantener en pie al leer, en lucha sin cuartel contra la solidez y verticalidad granítica del racionalismo moderno, es la entereza tambaleante de la duda. Así me llamó la atención su insistente e indirecto llamamiento a mi cordura, para tratar de demostrar la suya con lo que me iba a contar a continuación. No teniendo hasta ese momento, como lector, ninguna referencia espacial o temporal respecto a la ubicación del narrador, únicamente la decidida y urgente voluntad de contar, y de hacerlo como lo hacía, me pregunté a continuación, ¿de dónde nace esa firme voluntad? y ¿hacia a donde apunta?
Después de los consabidos titubeos, me fui convenciendo que esas preguntas iban a ser mis únicas acompañantes a lo largo de mi itinerario lector del relato. Es decir, que o trataba de responderlas, o que sino el cuento pasaría a mi lado, más bien yo cerca de él, sin pena ni gloria. También supe que todo intento de encuadrar la voz del narrador dentro de un campo narrativo reconocible, pongamos, como hemos visto en tantas películas, que lo que cuenta no es otra cosa que su última confesión hecha desde el corredor de la muerte, antes de ser ejecutado en la silla eléctrica o la horca, era una pérdida de tiempo. Si lo leía de esa manera, pensé, podría parecer que el narrador trataba de buscar mi complicidad a través de una compasión cobarde y sentimental - como dice uno de los personajes de la novela de Stefan Zweig, "la impaciencia del corazón", que he leído en paralelo al cuento de Poe para el último club de lectura de la biblioteca, y que "no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia" - y de paso obtener mi perdón por sus pecados.
En el fondo de posibilidades se me apareció, también, la imagen del loco en estrecha alianza con la imagen del primitivo, que no sabe lo que está diciendo, sencillamente porque el lector no quiere escucharlo, pues al diagnosticarlo como loco primitivo quedaba exento de preguntarme porque no entendía lo que decía. Estaría ante ese tipo de personajes a los que la modernidad ha privado de tener algún tipo de vida interior, que pueda ser contable y medible por las instituciones modernas creadas para tal fin. Ese tipo de personas o personajes que quedan fuera de la Historia, como sentenció Hegel. Fuera de Ella solo puede haber bestias o tipos de vida incatalogables. Me di cuenta, por tanto, que con la locura y el primitivismo no iba a llegar muy lejos en mi itinerario lector, sencillamente porque son caminos que llevan siempre, en cuanto a experiencia lectora se trata, al mismo callejón sin salida. Es decir, a ver y escuchar, no lo que dice el narrador, sino lo que mejor se acople a las magnitudes de medición antes mencionadas. A ver y escuchar, no en el interior del texto, sino dando vueltas a su alrededor. También se ma pasó por la cabeza, para agotar el fondo de posibilidades, la lectura que se pude hacer del cuento de Poe en clave de reality show televisivo actual. Leído con ese desparpajo, o mala fe actual, que defiende a ultranza el que nada es verdad ni mentira, sino que todo es según el color con que se mira, "el corazón delator" anticipa esa atmósfera de confesionario público de las cuitas privadas. Incluso me deje llevar por la fantasía de cuánto cobraría hoy un tipo como ese narrador, por aparecer en televisión explicando los hechos tal y como el los cuenta.
Este recorrido por el fondo de posibilidades ha sido interesante e instructivo porque me ha ayudado a fijarme con más atención en la música y significado de las palabras. Es decir, a afinar la lectura hasta llegar a discernir qué tipo de yo es el que nos cuenta la historia. A preguntarme, a su vez, sobre las posibilidades que hay detrás de ese santón moderno, que es el Yo o el Ego, al que todo se le da y al que todo se le consiente. Un Yo que fue "inexistente" en las sociedades, digamos, primitivas o premodernas o teocráticas, donde nunca tuvo un reconociendo que lo vinculase a una acción visible, pero que adquirió un protagonismo divino, el Espíritu Absoluto de Hegel, en las sociedades democráticas. Un Yo moderno cuya esfera de acción estaba partida en dos: el Yo público y el Yo privado, pero que en las sociedades llamadas posmodernas se ha convertido casi totalmente en un Yo Único Transparente. Y la intimidad, el Yo íntimo, ¿donde ha quedado después de este largo proceso? No es baladí tratar de discernir la diferencia que hay entre el Yo Privado, transmutado en Yo Transparente, y el Yo íntimo, para poder entender que nos está contando el narrador de "el corazón delator". Si está haciendo publica su privacidad con fines pecuniarios, como hoy es tan habitual en los medios de comunicación. Un actor más. O, por el contrario, está hablando desde y de su intimidad como única posibilidad que tiene de sentirse a sí mismo. Un superviviente irrepetible. Y en el marco de la ficción narrativa, también, la mejor forma de comunicarse con el lector, que se siente así en su intimidad, compartiendo el conocimiento, alcanzado por efecto de esa comunicación, de lo que ambos son y sienten verdaderamente.
Lo primero que me saltó a la vista, después de leer el primer párrafo, o lo que es lo mismo, después de leer las primeras palabras de la creación de este cuento, es ese "Escuchen...y observen con cuanta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia", a lo que antecede toda una declaración sorprendente, digamos, de su estado anímico presente, bajo cuya influencia el narrador me va a contar su historia. Más que la duda, lo que tuve que mantener en pie al leer, en lucha sin cuartel contra la solidez y verticalidad granítica del racionalismo moderno, es la entereza tambaleante de la duda. Así me llamó la atención su insistente e indirecto llamamiento a mi cordura, para tratar de demostrar la suya con lo que me iba a contar a continuación. No teniendo hasta ese momento, como lector, ninguna referencia espacial o temporal respecto a la ubicación del narrador, únicamente la decidida y urgente voluntad de contar, y de hacerlo como lo hacía, me pregunté a continuación, ¿de dónde nace esa firme voluntad? y ¿hacia a donde apunta?
Después de los consabidos titubeos, me fui convenciendo que esas preguntas iban a ser mis únicas acompañantes a lo largo de mi itinerario lector del relato. Es decir, que o trataba de responderlas, o que sino el cuento pasaría a mi lado, más bien yo cerca de él, sin pena ni gloria. También supe que todo intento de encuadrar la voz del narrador dentro de un campo narrativo reconocible, pongamos, como hemos visto en tantas películas, que lo que cuenta no es otra cosa que su última confesión hecha desde el corredor de la muerte, antes de ser ejecutado en la silla eléctrica o la horca, era una pérdida de tiempo. Si lo leía de esa manera, pensé, podría parecer que el narrador trataba de buscar mi complicidad a través de una compasión cobarde y sentimental - como dice uno de los personajes de la novela de Stefan Zweig, "la impaciencia del corazón", que he leído en paralelo al cuento de Poe para el último club de lectura de la biblioteca, y que "no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia" - y de paso obtener mi perdón por sus pecados.
En el fondo de posibilidades se me apareció, también, la imagen del loco en estrecha alianza con la imagen del primitivo, que no sabe lo que está diciendo, sencillamente porque el lector no quiere escucharlo, pues al diagnosticarlo como loco primitivo quedaba exento de preguntarme porque no entendía lo que decía. Estaría ante ese tipo de personajes a los que la modernidad ha privado de tener algún tipo de vida interior, que pueda ser contable y medible por las instituciones modernas creadas para tal fin. Ese tipo de personas o personajes que quedan fuera de la Historia, como sentenció Hegel. Fuera de Ella solo puede haber bestias o tipos de vida incatalogables. Me di cuenta, por tanto, que con la locura y el primitivismo no iba a llegar muy lejos en mi itinerario lector, sencillamente porque son caminos que llevan siempre, en cuanto a experiencia lectora se trata, al mismo callejón sin salida. Es decir, a ver y escuchar, no lo que dice el narrador, sino lo que mejor se acople a las magnitudes de medición antes mencionadas. A ver y escuchar, no en el interior del texto, sino dando vueltas a su alrededor. También se ma pasó por la cabeza, para agotar el fondo de posibilidades, la lectura que se pude hacer del cuento de Poe en clave de reality show televisivo actual. Leído con ese desparpajo, o mala fe actual, que defiende a ultranza el que nada es verdad ni mentira, sino que todo es según el color con que se mira, "el corazón delator" anticipa esa atmósfera de confesionario público de las cuitas privadas. Incluso me deje llevar por la fantasía de cuánto cobraría hoy un tipo como ese narrador, por aparecer en televisión explicando los hechos tal y como el los cuenta.
Este recorrido por el fondo de posibilidades ha sido interesante e instructivo porque me ha ayudado a fijarme con más atención en la música y significado de las palabras. Es decir, a afinar la lectura hasta llegar a discernir qué tipo de yo es el que nos cuenta la historia. A preguntarme, a su vez, sobre las posibilidades que hay detrás de ese santón moderno, que es el Yo o el Ego, al que todo se le da y al que todo se le consiente. Un Yo que fue "inexistente" en las sociedades, digamos, primitivas o premodernas o teocráticas, donde nunca tuvo un reconociendo que lo vinculase a una acción visible, pero que adquirió un protagonismo divino, el Espíritu Absoluto de Hegel, en las sociedades democráticas. Un Yo moderno cuya esfera de acción estaba partida en dos: el Yo público y el Yo privado, pero que en las sociedades llamadas posmodernas se ha convertido casi totalmente en un Yo Único Transparente. Y la intimidad, el Yo íntimo, ¿donde ha quedado después de este largo proceso? No es baladí tratar de discernir la diferencia que hay entre el Yo Privado, transmutado en Yo Transparente, y el Yo íntimo, para poder entender que nos está contando el narrador de "el corazón delator". Si está haciendo publica su privacidad con fines pecuniarios, como hoy es tan habitual en los medios de comunicación. Un actor más. O, por el contrario, está hablando desde y de su intimidad como única posibilidad que tiene de sentirse a sí mismo. Un superviviente irrepetible. Y en el marco de la ficción narrativa, también, la mejor forma de comunicarse con el lector, que se siente así en su intimidad, compartiendo el conocimiento, alcanzado por efecto de esa comunicación, de lo que ambos son y sienten verdaderamente.
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