Como casi todas las grandes novedades, todo empieza con la observación de unos hechos que llaman la atención, en razón de que chocan con una creencia establecida. La novedad en el narrador de “Ciudad abierta”, no reside en que pasea en los momentos que su trabajo en el hospital se lo permite. Eso lo hace cualquiera. La novedad se encuentra en que aquello que observa, mejor dicho, en que la manera que pone el foco de su mirada sobre aquello que lo llama la atención, sin previo aviso, le empieza a parecer de mucho mas interés que lo que hasta ese momento venía siendo su exclusiva creencia: el trabajo en el hospital. Un interés, que en el caso de ese trabajo, no trasciende nunca el ámbito de la presencia: todo lo que lo atrae está entre aquellas cuatro paredes, y está bien como está. Sustancialmente no necesitaba modificarlo. Como esas ideas que nos acompañan durante toda la vida, siendo motivo de nuestro orgullo ante los demás, sin darnos cuenta de que es el grillete el que aprieta: “fíjate bien, pienso como cuando tenía veinte años, no como tú que siempre has sido un errático”. En cambio, lo que ahora le conmociona a Julius en sus paseos por la ciudad, siente que no le vale como lo ve, no le vale su mera presencia, como le ocurre en el hospital. Necesita representarlo. Necesita escribir. Y lo hace. El libro que tenemos entre las manos es la prueba fehaciente. Aquí radica, al fin, la verdadera novedad de su nueva experiencia de paseante, frente a la de psiquiatra. Necesita separar la presencia de lo que ve de su representación poética. Al igual que el pintor necesita registrar en una tela la presencia del caballo que ve cada mañana al levantarse. No le vale solo con observarlo. Al igual que yo necesito escribir sobre lo que leo. No me vale solo con leer el libro.
Esta es la primera parte del misterio de esta creación literaria de Julius, y de la creación en general. Queda por dilucidar si la otra parte del misterio, los demás lectores, sólo tienen la necesidad de fijarse en la presencia de lo que todos ellos leen por igual (argumento), o su necesidad los lleva a sumergirse de lleno en la poética que destila lo que cada uno de ellos ve y siente de forma irrepetible. De otra manera, lo que quiero decir es que sin saber nada del narrador los demás lectores aceptan al unísono lo que dice con total normalidad (o sea, ni lo ven ni lo escuchan), o cada cual hace de las preguntas respecto a lo que le dice Julius la verdadera guía y la única razón de ser del itinerario ondulante, y complejo, de su lectura. Y, claro está, si sólo les vale con eso.