El Narrador No Identificado es una voz cuyo único interés es demostrar que puede contar lo que cuenta. Decide entrar en la historia para exponerla. Veracidad y eficacia son conceptos estrechamente ligados a sus intenciones. El Narrador Identificado, por el contrario, tiene otros intereses: los elementos que configuran su narración salen no sólo de su necesidad de contar unos hechos, sino de contar lo que a él le pasa con esos hechos. Entra en la historia, más que para exponerla, para apropiarse de ella. También pretenderá ser eficaz, pero su eficacia no consistirá solamente en demostrar que es capaz de contar lo que cuenta, sino que estará condicionada por las intenciones personales que lo hayan impulsado a narrar y, en este sentido, podría ser sospechoso de manipulación, algo que nunca puede achacársele a un Narrador No Identificado.
Al hablar de manipulación no quiero decir, evidentemente, que un Narrador Identificado no esté diciendo la verdad. En última instancia ¿qué medios tiene el lector de contrastar aquello que le están contando? Con ello me refiero al manejo que hace de todos los elementos narrativos para presentarlos según una intención propia y personal ligada a los sucesos que cuenta. Al Narrador Identificado le creemos, pues, porque hemos decidido creerle o porque no podemos hacer otra cosa que creerle. No tiene en su esencia una de las garantías que ofrece el Narrador No Identificado: la de no formar parte de la acción, la de no tener una conciencia ligada al desarrollo de la narración. Pero, aunque no dudemos de su veracidad, conviene no olvidarse de que lo que narra es su verdad y, a pesar de que estemos dispuestos a creerle, su certeza no tiene necesariamente que coincidir con la nuestra, con la del lector. En el uso que hace de las palabras, o en su modo de organizar el discurso podríamos descubrir, por ejemplo, que lo que dice va más allá de lo que cree decir (o simplemente tiene poco que ver con ello), lo sepa él mismo o no lo sepa. Todos sabemos que las palabras casi siempre nos delatan más allá de los niveles conscientes de la personalidad y dicen más de lo que pensamos que dicen. La dificultad que entraña para el autor la creación de una voz narrativa de estas características es evidente, aunque no es menos cierto que ese tipo de voz dota a la narración de una complejidad que la enriquece.
Tratar con un Narrador Identificado en la literatura se parece bastante a la relación que tenemos diariamente en la vida con las personas que queremos o aborrecemos, o con las que nos resultan indiferentes. Igualmente estamos expuestos a los efectos de la manipulación que vienen de sus palabras y sus actos. Igualmente estamos dispuestos a creerles, aunque sepamos que su certeza no tiene nada que ver con la nuestra. Igualmente estamos dispuestos a no hacerles caso, incluso a traicionarlos, aunque nos demos cuenta de que tienen razón. Igualmente, en fin, estamos dispuestos a seguir amándolos aunque ya sepamos que no nos entenderemos nunca. Es lo que nos enseña la vida y es lo que llamamos amor, amistad y odio adultos. Y eso es así porque, misteriosamente, en la vida hay algo más que palabras. Y aquí surge la diferencia fundamental con la literatura, y que tanto nos cuesta asimilar.
Al empezar a leer la novela de “Ciudad abierta”, lo primero que uno se da cuenta es que el aprendiz de psiquiatra que nos cuenta la historia, es cualquier cosa menos “trigo limpio”. Como cualquiera de nosotros. Pero es que, como nosotros, ¿puede ser otra cosa? Lo deja claro desde las primeras páginas. Viene a decir: yo soy así y así te lo cuento. Y te lo cuento de esta manera. No de otra, por ejemplo, dejando la historia en manos de una persona desconocida. O en alguno de los profesores del centro donde realiza su estudio clínico de los trastornos afectivos en las personas mayores. Igualmente que nosotros lleva el fardo del misterio sobre las espaldas, pero a diferencia de nosotros no lo puede ocultar, ni disimular. Con premura lo anuncia. No tiene los recursos no verbales de una persona de carne y hueso para “engañar o manipular” a sus interlocutores. Julius es un personaje construido enteramente con palabras, con sus palabras. Y a ellas y al riesgo de su misterio nos debemos atener, sin más remedio, desde la primera frase, aún a sabiendas de que nos está “manipulando”. Si no lo hacemos así, si nos dejamos seducir sólo por la aparente condición de “buena persona” que traspira su voz y el aire limpio y de libertad que acompaña a sus paseos, nos estaremos, esta vez literalmente, engañando. Es decir, leyéndonos una vez más a nosotros mismos. Y ya les puedo decir, por lo que dice, que no es eso lo que espera de los lectores. Dicho de otra manera, no se ha puesto a escribir para buscar nuestra cómoda aquiescencia. Tampoco para amargar con sus palabras nuestra lectura. Al contrario.