Todos somos expertos de algo y a nuestra mirada, cuando salimos a pasear, o cuando hacemos lo que hacemos, le cuesta desprenderse de ese hábito. Somos expertos de eso con que nos ganamos la vida, que es lo que mas nos preocupa y nos ocupa. Hay expertos en enseñanza y en sociología, expertos en orden público, expertos comerciales y en servicios públicos, expertos en arquitectura, economía, antropología, psicología, música, gerencia empresarial, historia, física. Expertos que intentan leer literatura con su lenguaje de expertos. Primordial y único problema que tenemos, y que seguimos sin resolver. Y ahora tenemos a Julius, experto en psiquiatria.
Pero, ¿cómo se comporta la mirada de un experto? Básicamente, como dice Barry Lopez, recluyéndose hacia el interior de su intelecto. Refugiándose ahí dentro de las groserías de la realidad. Un experto no mira hacia los confines de lo que hay fuera de su intelecto. Así el experto lleva a esas hondonadas de su pensamiento al alumno, al desahuciado social, al delincuente, al cliente, al pobre, al usuario de biblioteca, etc. Y se lo "come" allí dentro. Luego regurgita en forma de informes o de balances la digestión, y lo ofrece a la sociedad como el diágnostico de la verdad verdadera. Hasta nueva orden. En esas estamos. Y el mundo exterior, infinitamente mas grande e insondable que ese pequeño mundo interior y "autista" del experto, ¿qué ha hecho mientras tanto? Seguir dando vueltas, a lo suyo, indiferente a nuestros solipsismos.
¿Seremos capaces de discernir qué hacemos al comportarnos así? ¿Cómo es el pensamiento que acompaña a nuestras actuaciones laborales de cada día, y cómo y de que manera se apropia de nuestro "tiempo de ocio"? ¿Seremos capaces de vernos dentro de esa "jaula intangible"? Será difícil que, sin esa reflexión previa, podamos seguir y entender, al fin, el vagabundeo de Julius. Que no pasea para darse un respiro en su forma de ganarse la vida, trabajando de experto en el hospital sobre los desarreglos afectivos de las personas adultas. Sino que pasea, y escribe tiempo después para entender la experiencia de su paseo. Recordar como empieza su libro: "y así cuando en el otoño pasado empecé a dar largos paseos vespertinos..." Escribe para ganarse su vida. Observar como cuenta los encuentros con Saidu el emigrante liberiano y Pierre el limpiabotas. Pérdidas afectivas y dolor a espuertas. Pero Julius ya no es un psiquiatra, ya no mira como un experto. ¿Seremos capaces de entender, al fin, la diferencia que hay entre "ganarme la vida y ganarme mi vida"? Este es el valor de uso fundamental, pienso yo, que tiene la lectura de "Ciudad abierta".