sábado, 4 de junio de 2016

LEER EN COMPAÑÍA NO ES PARA SENTIRSE ACOMPAÑADO

Pienso que leer en compañía no es un cita para quedar bien, diciendo lo que los otros quieren oír. Ni para quedar mal, ofendiendo con lo que los otros no quieren oír. Ni para hablar de manera que sea posible decir lo contrario. Ni para hablar de manera que sea imposible no estar de acuerdo. Todo lo anterior cae dentro del campo de lo que ya se sabe. Del uso social, familiar o profesional del lenguaje. Si queremos, sabemos ser educados. También sabemos ser mal educados. Sabemos no estar de acuerdo. Sabemos no llevar la contraria. Todo eso, a partir de una cierta edad, ya lo sabemos. Es el pacto de convivencia social, en el que quedan incluidos los enfrentamientos, que unen más de lo que queremos aceptar. Por tanto, si lo sabemos no hace falta quedar, a no ser que quedar siga significando lo que significa para los adolescentes: quedamos para seguir quedando. Para que el pacto de estar juntos no se resquebraje. Es decir, quedar es un fin en sí mismo. No una oportunidad para decir algo de algo. Tal vez quedamos como quedamos y hablamos como hablamos - los adolescentes no lo saben aún, pero los adultos no podemos no saberlo - porque decir algo de algo es difícil. Dificilísimo. Eso sí lo sabemos. Por eso cuando quedamos para hablar, decimos todo de todo, o todo de nada. O, como la mayoría de las veces, lo que decimos es nada de nada, que es lo que significa escucharse a uno mismo. Da lo mismo lo que se diga, pues el fin es otro. Quedar para seguir quedando. 

En fin, lo que quiero decir es que nos citamos para leer en compañía a sabiendas, nadie no puede no saber, pero no sabemos cómo lo sabemos. Aunque empeñados en estar de acuerdo o enfrentados, en quedar para seguir quedando, no nos preocupamos de adquirir otra perspectiva que no sea la que nos permita seguir quedando así. Mejor dicho, solo nos interesa la perspectiva que revalide el quedar para cumplir esos preceptos. Cuesta imaginar una perspectiva donde todo ese ritual y liturgia no pueda tener lugar. Donde unos no se sienta obligados a quedar bien, ni los otros sientan la amenaza de sentirse ofendidos. Leer en compañía, de eso se trata. Y las tertulias literarias deben ser ese tiempo y lugar. Las palabras de los narradores nos proporcionan una perspectivas imprevistas e impagables. Las palabras de los otros lectores, si se toman en serio su lectura, pueden llegar a proporcionarnos otras, igualmente imprevistas e impagables. Quedamos en la tertulia, en suma, para escuchar a los otros, y para hacernos entender. Eso es lo que significa "no sabemos que lo sabemos". Es decir, no sabemos desde donde lo sabemos, para qué lo sabemos, a quien nos dirigimos, por qué lo sabemos. El saber del no saber.