El otro día lo puede volver a verificar en la tertulia mensual que mantengo desde hace diez años. Nos habíamos citado para comentar un escrito de cada cual sobre una experiencia personal. No sobre la biografía propia, que es algo más restrictivo. La experiencia personal tiene que ver tanto con lo que le ha pasado a uno como con lo que le ha podido pasar y no le ha pasado, con lo que ha hecho y con lo que ha deseado hacer pero no ha hecho, y, muy importante, con la experiencia de los que tenemos cerca y son de carne y hueso, así como los que tenemos cerca y son personajes construidos con las palabras y las imágenes. El texto tenía que ser corto, de una página como mucho. Cada uno de los asistentes hicimos los deberes y nos presentamos con el escrito de marras. A continuación pasamos a leer cada texto en silencio. Después llegaron los comentarios sobre la lectura que habíamos hecho. He de reconocer la calidad de los escritos. Se notaba la mano que había mecido y seleccionado los materiales que allí mostraban. Todos estaban transidos por una halo poético indiscutible. Lo que confirma mi convicción de que la escritura creativa no es un patrimonio exclusivo de los profesionales y de los expertos. Hasta aquí, digamos, las cosas fueron con normalidad. Pero hacia el final de la tertulia uno de los lectores, que había mostrado una gran satisfacción por lo que había leído, no pudo evitar preguntar a los que tenía enfrente sobre los hechos que inspiraban sus escritos. Y lo hizo de una manera, que reducía casi a la nada todo el entusiasmo que había mostrado hacía unos minutos por esos escritos. Pensé que no tenía suficiente con la verdad que allí aparecía con determinación indiscutible. Es más, pensé que, para que la lectura que acaba de realizar tuviera ante él sentido, necesitaba cotejar lo que había leído con los datos que le proporcionara la biografía del autor. Aunque estos fueran, como así ocurrió de hecho, fragmentados, deshilachados, dichos sin gana, sin ritmo y sin tino, ni tono. ¿Donde hay mas verdad, en lo que has leído o en lo que te acaban de decir los autores de lo que has leído?, le pregunté al paparazzi.
domingo, 13 de enero de 2013
SOBRE LA VERDAD DE LAS MENTIRAS
Como dice Mario Vargas. Al día de hoy sigue sin estar resuelto, y van ya para cuatrocientos años desde que planteó Cervantes este entuerto mediante la historia de su ingenioso hidalgo. ¿Quien es más verdadero, Don Quijote o Sancho? ¿Quien más real?
El otro día lo puede volver a verificar en la tertulia mensual que mantengo desde hace diez años. Nos habíamos citado para comentar un escrito de cada cual sobre una experiencia personal. No sobre la biografía propia, que es algo más restrictivo. La experiencia personal tiene que ver tanto con lo que le ha pasado a uno como con lo que le ha podido pasar y no le ha pasado, con lo que ha hecho y con lo que ha deseado hacer pero no ha hecho, y, muy importante, con la experiencia de los que tenemos cerca y son de carne y hueso, así como los que tenemos cerca y son personajes construidos con las palabras y las imágenes. El texto tenía que ser corto, de una página como mucho. Cada uno de los asistentes hicimos los deberes y nos presentamos con el escrito de marras. A continuación pasamos a leer cada texto en silencio. Después llegaron los comentarios sobre la lectura que habíamos hecho. He de reconocer la calidad de los escritos. Se notaba la mano que había mecido y seleccionado los materiales que allí mostraban. Todos estaban transidos por una halo poético indiscutible. Lo que confirma mi convicción de que la escritura creativa no es un patrimonio exclusivo de los profesionales y de los expertos. Hasta aquí, digamos, las cosas fueron con normalidad. Pero hacia el final de la tertulia uno de los lectores, que había mostrado una gran satisfacción por lo que había leído, no pudo evitar preguntar a los que tenía enfrente sobre los hechos que inspiraban sus escritos. Y lo hizo de una manera, que reducía casi a la nada todo el entusiasmo que había mostrado hacía unos minutos por esos escritos. Pensé que no tenía suficiente con la verdad que allí aparecía con determinación indiscutible. Es más, pensé que, para que la lectura que acaba de realizar tuviera ante él sentido, necesitaba cotejar lo que había leído con los datos que le proporcionara la biografía del autor. Aunque estos fueran, como así ocurrió de hecho, fragmentados, deshilachados, dichos sin gana, sin ritmo y sin tino, ni tono. ¿Donde hay mas verdad, en lo que has leído o en lo que te acaban de decir los autores de lo que has leído?, le pregunté al paparazzi.
El otro día lo puede volver a verificar en la tertulia mensual que mantengo desde hace diez años. Nos habíamos citado para comentar un escrito de cada cual sobre una experiencia personal. No sobre la biografía propia, que es algo más restrictivo. La experiencia personal tiene que ver tanto con lo que le ha pasado a uno como con lo que le ha podido pasar y no le ha pasado, con lo que ha hecho y con lo que ha deseado hacer pero no ha hecho, y, muy importante, con la experiencia de los que tenemos cerca y son de carne y hueso, así como los que tenemos cerca y son personajes construidos con las palabras y las imágenes. El texto tenía que ser corto, de una página como mucho. Cada uno de los asistentes hicimos los deberes y nos presentamos con el escrito de marras. A continuación pasamos a leer cada texto en silencio. Después llegaron los comentarios sobre la lectura que habíamos hecho. He de reconocer la calidad de los escritos. Se notaba la mano que había mecido y seleccionado los materiales que allí mostraban. Todos estaban transidos por una halo poético indiscutible. Lo que confirma mi convicción de que la escritura creativa no es un patrimonio exclusivo de los profesionales y de los expertos. Hasta aquí, digamos, las cosas fueron con normalidad. Pero hacia el final de la tertulia uno de los lectores, que había mostrado una gran satisfacción por lo que había leído, no pudo evitar preguntar a los que tenía enfrente sobre los hechos que inspiraban sus escritos. Y lo hizo de una manera, que reducía casi a la nada todo el entusiasmo que había mostrado hacía unos minutos por esos escritos. Pensé que no tenía suficiente con la verdad que allí aparecía con determinación indiscutible. Es más, pensé que, para que la lectura que acaba de realizar tuviera ante él sentido, necesitaba cotejar lo que había leído con los datos que le proporcionara la biografía del autor. Aunque estos fueran, como así ocurrió de hecho, fragmentados, deshilachados, dichos sin gana, sin ritmo y sin tino, ni tono. ¿Donde hay mas verdad, en lo que has leído o en lo que te acaban de decir los autores de lo que has leído?, le pregunté al paparazzi.