martes, 22 de enero de 2013

LO SAGRADO FRENTE A LO PROFANO

Siempre que este viaje acelerado y confuso hacia ninguna parte que es la vida actual se come, más que un espacio, una forma de entender el tiempo, que nada tenía que ver con las exigencias de aquella, sencillamente estaba ahí y, como al bosque o a la playa se lo come una autopista o una urbanización innecesaria, se convierte en pasto de su voracidad insaciable, me viene a la mente el misterio de la permanencia de las catedrales, últimas construcciones que auspiciaron su arquitectura en una fe superior al propio oficio de quienes las levantaron. La librería de mi barrio no era solo un espacio para vender libros, era, sobre todo, un resquicio de tiempo sagrado que habitaba en alguno de esos libros que contra el viento y las mareas de las ansias editoriales, sobrevivían quietos, sin meterse con nadie, en sus estanterías.

¿Que es un espacio y un tiempo sagrado? Un lugar, un sitio, un texto donde las palabras que se usan, como un corazón solitario y silencioso, salen al mundo, siempre incomprensible, siempre inabarcable, en busca de otras palabras, igualmente solitarias y silenciosas, para entre todas otorgar sentido a su existencia. 

¿Que es un espacio y un tiempo profano? Todo los demás lugares, todas las demás palabras. Donde estas palabras ya tienen, como un funcionario, su plaza en propiedad en el mundo. Instaladas, muy bien instaladas, cada una en su trinchera, se dedican a disparar unas contra otras, salvo en los momentos de avituallamiento que los llaman, cínicamente, dialogo. Me refiero, para entendernos, a la incansable e inacabable lucha de las diferentes teorías por hacerse con la propiedad intelectual del mundo. 

No es la primera vez, ni será la ultima. Inexplicablemente el mundo moderno se abisma, zancadilleado por el sinfín de teorías que lo quieren conducir a la cima de la felicidad. Todas teorías profanas, incapaces de aguantar bajo el palio de ninguna fe suprema que no sea la suya propia, efímera, de quita y pon, aliento cabal de la falta de solidez de su existencia. Y si nada puede perdurar así, ese viaje a ninguna parte a que aludía al principio solo puede ser habitado y conducido por maniquíes al servicio de sus modas.