viernes, 18 de enero de 2013

DEMASIADAS COINCIDENCIAS


¿Será que el librero de mi barrio tiene miedo? o ¿será que se esconde porque da miedo, y no quiere que todavía le vean hasta que no se adapte el mismo a su nueva fisonomía? Hay un estereotipo creado alrededor de este gremio que nos hace pensar que son por naturaleza buenos. De hecho, el dependiente que me dijo que las cosas iban de mal en peor me contestó, cuando yo le pregunté en que estaba pensando, que no se enteraba de nada, que verlo era como si estuviera siempre en las nubes. ¿Y que está pergeñando allí arriba?, le volví a preguntar con sorna.

Cuesta saber que pasa por la cabeza de alguien que se encuentra metido de coz y hoz en medio de una vorágine que no se ha buscado. Y cuesta saberlo porque por ello no se convierte únicamente en víctima. El librero de mi barrio se ufana de que él ha venido al mundo para vender libros, que es, según me confesó un día, una de las maneras honorables de promocionar la lectura, que es una de las actividades que, dado su condición de solitaria y silenciosa, más confianza da a la hora de renovar nuestra fe en la capacidad emancipatoria del ser humano. Y todo eso. Demasiadas coincidencias y sincronicidades, pensé cuando le oí, aunque asentí con la cabeza para mostrarle mi total acuerdo con lo que acababa de decir. A lo mejor cometí un error, ahora que lo pienso. Cuesta oponerse a los mundos de ángulos equidistantes. Pareciera que uno fuera un ingrato con las obras bien hechas. 

Le tenía que haber advertido, entonces ya me había dado cuenta, que esa credulidad ciega en que se cumplan encadenadas todas esas coincidencias es un indicio de que lo que se acabará cumpliendo, de verdad, será lo peor. Lo que ocurre es que resignarse voluntariamente también me parece una peligrosa renuncia a las promesa que nos hace la razón. El dilema, antes que impulsarnos con brío a la búsqueda de una solución, nos desconcierta y nos confunde. Como si no fuéramos capaces de conciliar todas esas ensoñaciones, para echar fuera del ágora ciudadana la mugre y la roña de nuestras pasiones tribales.