miércoles, 16 de enero de 2013

LA EDAD DEL CAPITÁN


En una carta fechada en 1843, el escritor francés Gustave Flaubert le proponía a su hermana Carolina la siguiente cuestión: “Ya que estudias geometría y trigonometría te voy a plantear un problema: un barco está en alta mar, salió de Boston cargado de algodón, su capacidad es de doscientas toneladas, se dirige hacia El Havre, el mástil mayor está roto, la toldilla está cubierta de espuma, lleva doce pasajeros, el viento sopla nornoreste, el reloj marca las tres y cuarto de la tarde, estamos en mayo...¿Qué edad tiene el capitán del barco?”

La anécdota ha conseguido soportar el desgaste del tiempo y, mediante el boca oreja ha llegado hasta nosotros más luminosa y cargada de significación que nunca. Yo la he escuchado en forma de chiste coloquial varias veces a lo largo de mi vida. Pero ahora que la he escrito, después de volverla a escuchar en una tertulia radiofónica, me parece que adquiere un vuelo nunca antes imaginado por mí. Y la perspectiva que desde esa altura otorga sobre lo que miro es, igualmente, inusitada. Así me di cuenta, ahí aupado, cual era el problema del librero de mi barrio. Y, por ende, de tantos otros que la crisis los ha partido en dos y no saben a donde ir. Con unas estanterías medio vacías, con un ambiente mortuorio que invita más a irse de funeral que a leer, con unos dependientes que han perdido la lozanía y el entusiasmo por su trabajo, el librero estaba calculando, encerrado en su despacho a cal y canto desde hace más de un mes, la edad del capitán.

Mientras que el dinero - al que muchas personas que lo poseen en cantidad suficiente y constancia indiscutible como para no tener preocupaciones urgentes, y que a pesar de ello se encuentran  deprimidas o alicaídas o partidas en dos, siguen empeñadas en no otorgarle el estatuto de inteligente que le corresponde - ha optado, tal vez por despecho, por darle la espalda o ir contra los libros serios y exhautivos, el librero de mi barrio opta por aislarse como un ermitaño para buscar soluciones anónimas o geométricas, en fin, soluciones intransitivas, a los problemas que tiene en su pequeña empresa, reduciéndolo todo, ahí metido en el guango de su despacho, a un baile abstracto de números y ecuaciones. Hasta que consiga calcular, porque en ella ve la salida a su inopinado descalabro, la edad exacta del capitán del barco.