DÜSSELDORF: DONDE ES FÁCIL SER TURISTA
Aquí dejaré estas crónicas. Ya que aquí dejé al padre Rin, en
la última ciudad alemana importante antes de entrar en territorio holandés. En
la preparación del viaje hubo dos razones que me animaron a llegar tan al
norte. Una, visitar el barrio antiguo donde se encuentran unas cuantas muestras
interesantes de la arquitectura contemporánea. Dos, probar su cerveza de
fermentación alta denominada «Altbier» (cerveza vieja).
Antes quisiera explicar ese añadido que le he puesto al
título. Cuando lo leí por primera vez en las diferentes páginas web que
consulté para preparar el viaje, lo sentí como un golpe de efecto exagerado de
quienes estaban detrás de la promoción
de la ciudad. Un golpe de audacia publicitario, siguiendo las pautas y cánones del
sur. Me pregunté, ¿cómo se puede ser turista con facilidad sin la proximidad del mar ni el calor del sol? Más
adelante leí que en Düsseldorf
vive
la mayor comunidad japonesa de la Unión Europea, por lo que se le conoce como
la capital nipona a orillas del Rin. Fruto de esta impronta e inspiración
cultural se puede visitar y disfrutar del mayor jardín japonés que existe,
también, en la Unión Europea. Así empecé a entender mejor el eslogan
publicitario, al asociarlo con esa presencia japonesa en la ciudad. No en balde
los japos, con sus "invasiones" han hecho turísticos los lugares que
visitan. Es más, y puestos a exagerar, un lugar no es verdaderamente turístico
hasta que no recibe la visita continuada de grupos de ciudadanos japoneses.
Ellos son, podríamos decir, los que poseen la denominación de origen de esta
industria, sin la cual es imposible entender la movilidad contemporánea, con
sus diferentes rutas trazadas a lo largo y ancho del planeta.
La palabra arquitectura me evoca, a su vez, cuatro
palabras. Morada o almacenamiento. Arte o profesión. Debate heredado del siglo
pasado, que aún perdura sin que se vean visos de llegar a un punto de acuerdo.
Aunque, si se fija con atención, es de todo punto imposible que con esos cuatro
conceptos se pueda ir de la mano a algún sitio habitable. Así que mucho me temo
que cada miembro de la gran cofradía arquitectónica seguirá haciendo de su capa
un sayo, ovillado con sus iguales en sus capillitas provinciales. El caso es que
me atraía la visita al barrio antiguo de Dússeldorf, donde se congregaban un número
importante de edificios que llevaban la firma de ilustres arquitectos actuales,
no por motivos derivados de mis evocaciones, sino por una razón meramente
turística, japonesa me atrevería a decir: verlos y fotografiarlos. Verlos de un
lado y de otro, y hacer las fotos pertinentes que aquellas visiones me
provocaran. Las fotos no las pude hacer porque la cámara se murió
repentinamente. Lo cual, a la larga, redundó en mi concentración en la mirada y
en la orientación del sentido, y me evitó el tan recurrente mirar por mirar. El
conjunto, al fin y al cabo, me transmitió la sensación de un museo de
mastodontes en los que predominaba la plasticidad externa del edificio sobre la
habitabilidad interior. Y en los que un tipo de plasticidad (Frank Gehry) predominaba
sobre las demás. A excepción hecha de una grúas portuarias herrumbrosas, que
son una pieza más del museo actual, al tiempo que testimonio de la función
instrumental que tuvieron en otro tiempo, cuando aquel recinto era un muelle de
carga y descarga. Todo bañado con esa inutilidad tan propia de las grandes
catedrales góticas.
La Altbier es la reina del tapeo del ciudad. Sí, tapeo.
Este es otro de los elementos que hacen de Düsseldorf una ciudad de fácil
turisteo. A partir de las seis de la tarde, sí a la seis, la gente deja de
trabajar y ocupa las calles del centro de la ciudad y bebe Altbier, acompañada
de sus tapas. Y ríe, ríe y charla mucho. De repente, me dio por pensar que me encontraba como en casa. Lo
mediterráneo ocupaba el lugar de lo renano con la mayor naturalidad. Esto es
Europa. O al menos la Europa que deseo imaginar.