martes, 8 de enero de 2013

CRÓNICAS RENANAS Y 9




DÜSSELDORF: DONDE ES FÁCIL SER TURISTA

Aquí dejaré estas crónicas. Ya que aquí dejé al padre Rin, en la última ciudad alemana importante antes de entrar en territorio holandés. En la preparación del viaje hubo dos razones que me animaron a llegar tan al norte. Una, visitar el barrio antiguo donde se encuentran unas cuantas muestras interesantes de la arquitectura contemporánea. Dos, probar su cerveza de fermentación alta denominada «Altbier» (cerveza vieja).

Antes quisiera explicar ese añadido que le he puesto al título. Cuando lo leí por primera vez en las diferentes páginas web que consulté para preparar el viaje, lo sentí como un golpe de efecto exagerado de quienes estaban detrás de la  promoción de la ciudad. Un golpe de audacia publicitario, siguiendo las pautas y cánones del sur. Me pregunté, ¿cómo se puede ser turista con facilidad sin la proximidad del mar ni el calor del sol? Más adelante leí que en Düsseldorf vive la mayor comunidad japonesa de la Unión Europea, por lo que se le conoce como la capital nipona a orillas del Rin. Fruto de esta impronta e inspiración cultural se puede visitar y disfrutar del mayor jardín japonés que existe, también, en la Unión Europea. Así empecé a entender mejor el eslogan publicitario, al asociarlo con esa presencia japonesa en la ciudad. No en balde los japos, con sus "invasiones" han hecho turísticos los lugares que visitan. Es más, y puestos a exagerar, un lugar no es verdaderamente turístico hasta que no recibe la visita continuada de grupos de ciudadanos japoneses. Ellos son, podríamos decir, los que poseen la denominación de origen de esta industria, sin la cual es imposible entender la movilidad contemporánea, con sus diferentes rutas trazadas a lo largo y ancho del planeta.

La palabra arquitectura me evoca, a su vez, cuatro palabras. Morada o almacenamiento. Arte o profesión. Debate heredado del siglo pasado, que aún perdura sin que se vean visos de llegar a un punto de acuerdo. Aunque, si se fija con atención, es de todo punto imposible que con esos cuatro conceptos se pueda ir de la mano a algún sitio habitable. Así que mucho me temo que cada miembro de la gran cofradía arquitectónica seguirá haciendo de su capa un sayo, ovillado con sus iguales en sus capillitas provinciales. El caso es que me atraía la visita al barrio antiguo de Dússeldorf, donde se congregaban un número importante de edificios que llevaban la firma de ilustres arquitectos actuales, no por motivos derivados de mis evocaciones, sino por una razón meramente turística, japonesa me atrevería a decir: verlos y fotografiarlos. Verlos de un lado y de otro, y hacer las fotos pertinentes que aquellas visiones me provocaran. Las fotos no las pude hacer porque la cámara se murió repentinamente. Lo cual, a la larga, redundó en mi concentración en la mirada y en la orientación del sentido, y me evitó el tan recurrente mirar por mirar. El conjunto, al fin y al cabo, me transmitió la sensación de un museo de mastodontes en los que predominaba la plasticidad externa del edificio sobre la habitabilidad interior. Y en los que un tipo de plasticidad (Frank Gehry) predominaba sobre las demás. A excepción hecha de una grúas portuarias herrumbrosas, que son una pieza más del museo actual, al tiempo que testimonio de la función instrumental que tuvieron en otro tiempo, cuando aquel recinto era un muelle de carga y descarga. Todo bañado con esa inutilidad tan propia de las grandes catedrales góticas.

La Altbier es la reina del tapeo del ciudad. Sí, tapeo. Este es otro de los elementos que hacen de Düsseldorf una ciudad de fácil turisteo. A partir de las seis de la tarde, sí a la seis, la gente deja de trabajar y ocupa las calles del centro de la ciudad y bebe Altbier, acompañada de sus tapas. Y ríe, ríe y charla mucho. De repente, me dio por pensar que me encontraba como en casa. Lo mediterráneo ocupaba el lugar de lo renano con la mayor naturalidad. Esto es Europa. O al menos la Europa que deseo imaginar.