miércoles, 10 de junio de 2020

UNAS CAÑITAS

No hay mejor expresión, dentro de la gramática del cotilleo, que te convoquen a una reunión para tomar unas cañas como puerta de entrada a todo lo demás, que en términos de ese género tan humano no suele ser otra cosa que arreglar o apañar el mundo y a continuación volver a casa llenos de la tranquilidad que da el pensar que así nos gustaría que fuese. Dicho todo esto en términos genéricos y sin preguntarse nunca que es eso que nos convoca o nos impulsa a hablar. Por ejemplo, si surge en la conversación las condiciones laborales posteriores al confinamiento viral, a nadie se le ocurrirá explicar que es hoy un puesto de trabajo digno. Se da por sabido de antemano por todos los asistentes. Telmo, que es a quien han convocado a tomarse unas cañitas con los colegas del club de lectura al que asiste con frecuencia, no quiere darle al género del cotilleo un tono peyorativo. Telmo piensa que es el género base de la literatura, pues se practica de forma natural e inevitable desde que el ser humano dejó de ser nómada y optó por el sedentarismo como forma mejor de la subsistencia de le especie. Desde entonces y de forma ininterrunpida, los hombres por un lado y las mujeres por otro han venido practicando y poniendo al día de forma creativa el genero del cotilleo. Las reuniones de los hombres, que casi siempre han sido en la taberna, los antropólogos, dice Telmo, lo han denominado fratrias de compadres. Las reuniones de mujeres, que siempre han sido en casa o alrededores dependiendo del clima estacional, los antropólogos lo han denominado patio de comadres, nombre que también ha recogido la literatura de costumbres. Así que las fatrias de los compadres y el patio de las comadres son los dos modelos que durante siglos y siglos ha adquirido el género del cotilleo. Y es ahí donde se ha mantenido vivo el lenguaje llamado de costumbres. Solo con la llegada de las redes sociales, que ha tomado el relevo de esa tradición del genero cotilleo, se puede empezar a hablar de un declinar preocupante de lo que hasta ahora ha sido, al entender de Telmo, la esencia primordial del lenguaje humano. Es la velocidad y la falta de delicadeza y elegancia de aquellas, lo que puede acabar con el estilo propio e irreductible del genero cotilleo, arrastrando en su declinar a la propia literatura.
(...)
De repente, llegó el virus de marras y mandó parar, como aquel comandante barbudo que aseguró que la Historia con mayusculas lo absolvería. Aunque nunca dijo de qué. Antes del virus de marras y mientras vivió el comandante barbudo, existió el período llamado de bienestar en el que estábamos acostumbrados a las distancias que la forma de salir de casa y de volver a casa dibujaban en nuestro horizonte, dice Telmo. Así éramos expertos en las amenazas y las complicidades que nos acompañaban, en la impaciencia de la espera y, como no, en las picardías de los atajos. Antes todo era visible, medible, contable, determinado, en fin, predecible e inteligible. Todo era, por decirlo así, como en el siglo XIX, aunque con los avances políticos, individuales, sociales y técnicos propios del siglo XXI. Más o menos, podíamos asegurar, que éramos felices. Pero, de repente, con el virus de marras llegó también lo invisible, lo indeterminado, lo impredecible, lo inacabado, lo irresoluble, en fin, lo ininteligible o lo no inteligible al primer golpe de ojo o de oído. De repente llegó el futuro, del que nos estaban avisando los diferentes vanguardistas científicos, psico-sociales y artísticos desde hace más de cien años. Por resumirlo de forma rápida, hoy, aunque nos parezca mentira, la distancia más corta entre dos seres humanos ya no es la línea recta, porque el altivo Yo moderno ya no depende de si mismo, sino de un extraño y enmascarado llamado Otro. Todo lo cual, de momento, nos da para decir que no somos del todo infelices. Que, al entender de Telmo, es razón suficiente para no quedarse en casa y salir de nuevo a la calle, a tomar unas cañitas con los colegas del club de lectura. Sea pues.